Botella al mar
Al momento de escribir estas líneas, el capitalismo en Argentina experimenta una profunda crisis. Todos los actores sociales están de acuerdo en que no se trata de un fenómeno coyuntural; sin embargo, ninguno de ellos es capaz de emprender reformas estructurales. Tampoco está claro que esos actores (o algunos de ellos) tengan en claro las causas de la crisis; intuyen que hay algo más profundo que la "grieta" entre peronistas y antiperonistas, pero no aciertan a entender de qué se trata ese algo. Decir que esa limitación obedece a taras cognitivas, a una especie de miopía política o a la incapacidad para ver más allá de los intereses sectoriales, es subestimar a esos actores; todos ellos saben defender con uñas y dientes sus posiciones de poder.
Los socialistas nos encontramos en una situación penosa. Absolutamente marginales en lo político, sin posibilidades reales de incidir en el curso de los acontecimientos, tampoco contamos con demasiadas herramientas conceptuales para, por lo menos, presentar una explicación de la crisis que salga de los límites del sentido común de la izquierda, plasmado en expresiones tales como "la culpa es del FMI", "somos una colonia", etc., etc. Lejos de esbozar un camino hacia el futuro que resulte convincente, nos encerramos en manías y tics propios de los siglos pasados. Para salir de esa situación necesitamos aprender. Nadie conoce el camino para salir de nuestro laberinto, pero una cosa es segura: necesitamos volver a ser una fuerza que prometa un futuro mejor e indique el camino para lograrlo. Insistir en festejar aniversarios no hace más que reafirmar nuestra vocación de defensores del pasado, de personajes que no tienen nada nuevo para decir en el presente.
A pesar de todo lo dicho contamos con una ventaja. Perdidos por perdidos, podemos mirar de frente a la crisis, sin falsas ilusiones. Estamos en condiciones de aprovechar la crisis para saldar cuentas con nuestro pasado y construir nuevas herramientas para comprender el presente. Tocar fondo implica perder la vergüenza, algo que, a veces, puede ser provechoso. Significa que podemos retomar la lectura crítica de otras corrientes de pensamiento, sin el miedo al "qué dirán".
Para contribuir a las tareas enunciadas en los párrafos anteriores comienzo la publicación de una serie de fichas y notas de lectura sobre trabajos clásicos (y no tanto), cuyo tema es la crisis del capitalismo en Argentina. Ojalá sirvan tanto para la difusión de esos trabajos como para pensarlos desde otro lugar, desde las urgencias de estos días que devoran nuestras existencias. Ojalá, en fin, sirvan para establecer un diálogo fructífero entre quienes estamos en esta búsqueda de nuevos conceptos, de un nuevo lenguaje.
Villa del Parque, jueves 22 de octubre de 2020
En el principio fue el empate hegemónico
A modo de
presentación de esta primera ficha, cabe decir que este artículo de Juan Carlos Portantiero
(1934-2007) resulta de lectura imprescindible para el estudio de las
características de la política argentina luego del derrocamiento de Perón
(1955). La ficha contiene abundantes citas textuales; su objetivo es promover la lectura crítica del artículo. No dispongo de tiempo
para realizar un comentario de los argumentos de Portantiero; basta señalar,
por el momento, que el autor descuida el análisis de las formas de
organización, los objetivos y la ideología de los trabajadores y demás sectores
populares. Además, presenta al Estado como una entidad capaz de reorganizar a
la sociedad, despojándolo así de su carácter de clase.
Nota bibliográfica:
Para la elaboración
de esta ficha utilicé la siguiente edición: Portantiero, J. C. (1977). Economía
y política en Argentina: 1958-1973. Revista Mexicana de Sociología. 39, (2), pp. 531-565.
1. El «empate» argentino. (pp. 531-536)
El primer párrafo
resume las preocupaciones que atraviesan todo el texto:
“Una imagen de sentido
común preside este trabajo: la convicción generalizada acerca de la carencia, desde
hace tiempo, de un verdadero Orden Político en la Argentina; la obvia certeza
sobre la incapacidad que ostensiblemente muestran sus clases dominantes para
construir alguna forma de dominación legitima sobre una sociedad progresiva y
dramáticamente desintegrada en círculos de fuego.” (p. 531).
Portantiero empleó el
concepto de empate hegemónico para
explicar la situación política posterior a 1955. Durante dos décadas, los
principales actores sociales carecieron de fuerza suficiente para imponer su
proyecto, pero contaron con la suficiente fortaleza para vetar el de los demás.
La consecuencia del empate fue “la presencia de un Estado progresivamente
aislado de la sociedad” (p. 531).
Para comprender el
carácter “ingobernable” de la sociedad argentina es preciso “penetrar más hondamente
en el complejo de relaciones económicas, sociales y políticas que se va
estructurando desde finales de la década de los cincuenta.” (p. 531).
1945-1955 = Orden
legítimo constituido por el bloque populista de poder, articulado por Perón
(1895-1974). Incluía a las Fuerzas Armadas, al Sindicalismo y a las
corporaciones patronales del capitalismo nacional. En lo económico, siguió el
modelo de acumulación iniciado luego de la crisis del ’30, reformado por el
peronismo a mediados de los ’40, con un patrón ampliado de distribución.
Portantiero sintetiza
así el problema planteado con el derrocamiento del peronismo:
“Durante 10 años, el
peronismo había conseguido dar expresion política coherente a una etapa de
desarrollo de la sociedad argentina. A partir
de su caída, ninguna experiencia gubernamental logró satisfacer los
requisitos mínimos necesarios para sostener un Orden estable. Faltó desde
entonces- pese a la versatilidad de las formulas utilizadas- una ecuación
política capaz de articulara la Sociedad con el Estado, de establecer
mecanismos claros de exclusión y de recompensa, de fundar, en fin, una
legitimidad reproductora del sistema, basada en la fuerza y también en el
consenso.” (p. 532).
1955-1958 = Período
de transición. La burguesía (sobre todo la agraria) procuró recuperarse del
daño que le había inferido el nacionalismo popular. Se intentó desarmar al
sindicalismo peronista. Desarticuló la participación de los sindicatos como
interlocutores privilegiados para el diseño de proyectos sociales.
Sin embargo, hasta
1958 no se modificó en lo sustancial la estructura social heredada del
peronismo:
“la economía nacional,
articulada básicamente hasta entonces a través del negocio de las exportaciones
agropecuarias, de la presencia subordinada de una industria local productora de
bienes de consumo no durable y de un Estado empresario que controlaba buena
parte de los servicios, como herencia de la administración peronista.” (p.
537).
1958-1962 = Presidencia
de Arturo Frondizi (1908-1995). Desarrollismo.
Se sientan las bases para un nuevo modelo de acumulación de capital. Se produce
la sustitución de trabajo por capital en el desarrollo industrial. Esto se dio
mediante la incorporación masiva de capital extranjero en la industria,
desplazando a otras fracciones de la burguesía. El principio dinámico de la
economía argentina se desplazó desde el mercado externo a la demanda interior. A
partir de este momento se plasmó la situación de “empate hegemónico”.
“El «empate» político
entre los distintos grupos se articularia, así, con una modalidad especifica de
acumulación de capital en la Argentina basada, a su vez, en una situación de poder económico compartido que
alternativamente se desplaza a la burguesía agraria pampeana (proveedora de
divisas y por lo tanto dueña de la situación en los momentos de crisis externa)
y a la burguesía industrial, volcada totalmente hacia el mercado interior.
Según cuál sea el momento del ciclo - y los movimientos de este están
determinados finalmente por la situación de la balanza de pagos - será la probabilidad
de las alianzas que tiendan a establecerse.” (p. 533).
La base económica del
empate político radica en un ciclo que comienza con una devaluación y la mejora
de los precios relativos industriales y del salario real, hasta que la caída de
la producción de la burguesía pampeana provoca una crisis en la balanza de
pagos, a la que posteriormente sigue una devaluación.
“La particularidad de
esta forma de acumulación, sustentada por un poder compartido cuyos desajustes
internos se zanjan mediante bruscas y sucesivas traslaciones de ingresos que
sacuden el cuerpo social del país, ciertamente explica, en una instancia
ultima, las formas políticas del capitalismo argentino. Formas que testimonian
una suerte de «imposibilidad hegemónica», dadas las recurrentes dificultades que
enfrentan para elaborar una coalición estable las capas más concentradas de las
burguesías urbana y rural.” (p. 534).
En el período
analizado hubo dos intentos de la burguesía urbana para dividir el frente de
los agrarios, agrediendo con medidas impositivas a los sectores más
parasitarios de esta última: el primero, comandado por Adalbert Krieger Vasena
(1920-2000), ministro de Economía de Onganía (1967-1969); el segundo, por José
Ber Gelbard (1917-1977), durante la tercera presidencia de Perón (1973-1974). Portantiero
considera que el primero de estos intentos fue la tentativa más coherente y
sólida por superar el “empate hegemónico”; no obstante, luego de tres años, ya
se encontraba agotada. Por eso, la pregunta que se hace Portantiero es: “¿Por
qué, en fin, los sectores más dinámicos del capitalismo no pudieron sintetizar
en el Estado la complejidad de la Sociedad Civil a través de un equilibrio
entre los distintos factores de poder y terminaron aislados y derrotados
políticamente?” (p. 534).
2. Los preludios del cambio (pp. 536-542)
1962-1963 = Crisis
económica. Recesión por déficit incontrolable en la balanza de pagos. La
respuesta consistió en una devaluación, cuyo objetivo fue aumentar las
exportaciones de la burguesía pampeana. La crisis económica llevó al
derrocamiento de Frondizi por las FF.AA. Pero el desarrollismo había provocado
cambios sustanciales en la economía: el capital extranjero pasó a controlar las
industrias más dinámicas. La burguesía pampeana fue desplazada del centro de la
escena política, aunque su rol siguió siendo fundamental en situaciones de
crisis. En los tres años de frondizismo cambiaron los rasgos de la clase
dominante. Ocupó el primer plano la “burguesía internacionalizada”.
Portantiero
proporciona varias cifras para mensurar la inversión extranjera directa durante
el frondizismo y los años posteriores. Basta con decir que entre 1960 y 1968 el
monto de las inversiones norteamericanas en Argentina pasó de 472 millones de
dólares a 1148 millones, es decir, un incremento del 243 %, mientras que en el
resto de América Latina el incremento ascendió al 32 %. El 90 % de las
radicaciones de empresas extranjeras efectuadas entre diciembre de 1958 y 1962
se concentró en industrias químicas, petroquímicas y derivados del petróleo,
material de transporte, metalurgia, maquinaria eléctrica y no eléctrica.
¿Cuáles fueron los
efectos sociales del crecimiento de la inversión extranjera directa?
a)
Concentración
de las inversiones en la Capital Federal y su periferia, en la provincia de
Santa Fe y en la ciudad de Córdoba.
b)
Las
variaciones en la distribución del ingreso beneficiaron a los sectores medio y
medio superior, en detrimento de los superiores, pero también de los
inferiores.
c)
Mayor
heterogeneización de la clase dominante, que complejizó la trama de
acuerdos-oposición de intereses en el interior de la burguesía, tanto urbana
como rural.
d)
Modificaciones
(en una primera etapa) en la composición interna de la fuerza de trabajo, a
través de diferencias salariales nítidas a favor de los trabajadores de las
ramas dinámicas.
El éxito del
desarrollismo trajo nuevas complicaciones para la economía argentina; entre
ellas, el aumento de las importaciones (materias primas, bienes intermedios,
maquinaria, tecnología), que debían ser pagadas con dólares provistos por las
exportaciones de productos agropecuarios.
Marzo de 1962 =
Derrocamiento de Frondizi. José María Guido (1910-1975), dirigente de la UCRI y presidente provisional del Senado, fue puesto al frente del gobierno por los militares. Federico Pinedo (1895-1971),
representante de la burguesía agraria tradicional, fue nombrado ministro de Economía; aplicó un plan económico contra la recesión: liberalismo económico extremo.
1962-1963 =
Inestabilidad política. Enfrentamientos armados entre sectores militares
(“Azules” vs. “Colorados”) en septiembre de 1962 y abril de 1963. Los nuevos
actores sociales generados en 1958-1962 se consolidan en los niveles ideológico
y organizativo; buscan transformar su predominio económico en hegemonía
política.
“El impulso modernizante
del «desarrollismo» había comenzado a promover como participante significativo en
el funcionamiento del Sistema Político, a una capa tecnoburocrática directamente
ligada con los nuevos procesos de acumulación capitalista en todas sus esferas;
intelligentsia en muchos casos
fusionada absolutamente con la clase a la que estaba vinculada, hasta el punto
de constituir una verdadera "burguesía gerencial". Representante directa
o indirecta de los intereses de ese sector económico que apostaba a la consolidación
de su hegemonía sobre la sociedad, esta capa tecnocrática (la que llamaremos el
nuevo «Establishment») comenzará ya en época de Guido a proyectarse hacia la función
publica, desplazando a los viejos políticos y abogados ligados con otras formas
de acumulación (y de representación) que pasaban a ser subordinadas.
La emergencia de ese
estrato era indicativa de una modernización general de la sociedad argentina, presente
tanto en el tipo de consumos (y en las expectativas de consumo) de las clases
medias, cuanto en la estructura anti tradicionalista que comenzó a darse durante
ese periodo a los patrones ideológicos dominantes, desde la Universidad en plena
expansión «cientificista», hasta los medios de comunicación.” (p. 539).
El movimiento hacia
la modernización política involucró el ascenso de otra fuerza social: la Burocracia Sindical.
“El crecimiento del
papel del sindicalismo y el reflujo sufrido por los partidos políticos, colocó también
en un primer plano institucional a las organizaciones corporativas empresarias,
expresivas, en su variedad, de los intereses económicos directos de las
distintas fracciones del capital (cada vez más diversificados), pero también articuladoras
de proyectos políticos de mayor alcance. Es alrededor de ellas que se nuclea la
tecno-burocracia, como asesora y redactora de programas tendientes a la constitución
de alianzas con otras fuerzas sociales, condición indispensable para
desemparejar la relación equilibrada vigente en el interior de las clases dominantes.”
(p. 540).
Los nuevos actores
sociales eran, pues: Establishment, Burocracia Sindical, Organizaciones Empresarias. A
ellos debe sumarse el cambio en las Fuerzas Armadas: la tendencia que quería
volver a la situación anterior a 1943 fue derrotada; el general Juan Carlos Onganía (1914-1995) lideró
al sector vencedor.
1963 = Arturo
Humberto Illia (1900-1983) presidente. Portantiero afirma que pretendió
gobernar el país como en el período anterior a la década del ’30. Su modelo era
Hipólito Yrigoyen (1852-1933). Durante su gobierno la economía argentina inició
un período decenal de crecimiento, cuyo eje fue la coyuntura internacional, que
favoreció los precios de los productos argentinos en el mercado mundial.
Entre 1964-1971 la
economía tuvo las siguientes características:
1)
Crecimiento
ininterrumpido del PBI;
2)
Crecimiento
sostenido del producto industrial;
3)
Aumento
de la capacidad del sector industrial para ocupar mano de obra;
4) Participación
de las grandes empresas de las ramas vegetativas, junto a las pequeñas y
medianas del sector dinámico, y las empresas extranjeras de este último sector,
en los mayores crecimientos del monto de ventas;
5)
Atenuación
de los ciclos originados en el sector externo;
6) Estabilidad
de los patrones de distribución del ingreso y atenuación de las diferencias al
interior de los asalariados;
7)
Descenso
de la desocupación del 7,2% al 5,8%.
3. El tiempo de la euforia: Onganía – Krieger Vasena (pp. 542-556)
1966 = Derrocamiento
de Onganía. Portantiero sostiene que el gobierno de Illia no podía dar
respuesta a las demandas de los nuevos actores sociales: acumulación de
capital, incremento de la eficacia y racionalización del sistema económico. En sus proclamas, los militares anunciaron que se proponían
lograr la “modernización del país”.
Portantiero argumenta
que la modernización capitalista motorizada por el Estado fracasó, entre otros
motivos, por la propia debilidad del Estado en Argentina:
“Pedirle al Estado argentino
que con sus propios recursos reordene desde arriba a la sociedad es pedirle algo
que esta mas allá de sus capacidades. Expuesto a las demandas alternativas de
las distintas coaliciones de fuerzas sociales, ese Estado es demasiado
vulnerable, pese a la imagen en contrario que podrían proponer las recurrentes
caídas en el autoritarismo y aun en la represión más brutal que vienen
sucediéndose desde 1930. Carente de una fuerte organización burocrática dotada
de estabilidad y de una eficaz gestión como empresa económica, el aparato estatal
no posee una capa de funcionarios autónomos, de «policy-makers», capaz de
proponer metas y ejecutar proyectos, de controlar efectivamente a la sociedad,
de fundar un Orden Político. Su intervencionismo a menudo obsesivo nunca puede
llegar mas allá de un complicado engranaje de reglamentos, mecanismo defensivo
con el que busca constreñir a la Sociedad Civil pero sólo logra irritarla. Esta
nula tradición de Estado fuerte (por innecesaria antes de 1930; por imposible-salvo
en ráfagas fugaces: el primer peronismo, por ejemplo- desde 1930 en adelante),
no pudo ser revertida por Onganía pese al celo «reglamentarista» y al boato
formal con que intentó revestir su poder.” (p. 544).
Portantiero periodiza
así el período de la autodenominada Revolución Argentina:
· 1966-1970
= Intento de modificar el modelo de acumulación, la relación de fuerzas
sociales básicas y el modelo político. Adalbert Krieger Vasena, ministro de
Economía. Hegemonía del capital monopolista industrial dentro del bloque
dominante, subordinando al capital nacional y la burguesía agraria. Los
militares encabezaron el proyecto.
El proyecto de
Onganía requería la supresión de los Partidos Políticos. Portantiero explica
así la cuestión:
“Todo plan tendiente a
la concentración de los recursos económicos tiende también a la estructuración
de un modelo de Estado autoritario que concentre el Poder, asociando los núcleos
de decisión económica con los de decisión política. Los Partidos Políticos,
como categoría institucional, suponen la vigencia de un sistema particular de toma
de decisiones. Ese sistema incluye, básicamente, un escenario y determinadas
condiciones para su constitución: ese escenario es el parlamento y su condición
de existencia la consulta electoral periódica. Ambos elementos conforman un
espacio en el que confluyen múltiples intereses particularistas: el único
recinto social en el que las clases y fracciones de clase económicamente subordinadas
pueden llegar a predominar políticamente. En esta suma de intereses particularistas
se incluyen también, por supuesto, los del gran capital, pero la condición de
su presencia es la del compromiso permanente. Un compromiso que debe abarcar,
además, a intereses de las clases y fracciones dominadas, porque las consultas
electorales periódicas suponen la asunción, aunque fuere retorica, de intereses
universalistas. La elaboración de un proyecto hegemónico por parte de los
sectores más concentrados del moderno capitalismo no pasa por ese escenario, propio
del capitalismo competitivo: se desplaza hacia otros centros de decisión: la tecnoburocracia
estatal, las Fuerzas Armadas, aun la burocracia sindical, con la que está
relacionada a través de la negociación económica.” (p. 546).
El proyecto de 1966
pretendía dejar de lado los Partidos Políticos y las instituciones parlamentarias,
poniendo en su lugar a un Ejecutivo fuerte, exponente de una coalición entre
las Fuerzas Armadas y el Establishment.
Portantiero analiza
así el papel de los Partidos en el sistema político argentino:
“En el caso argentino, por
diversas razones que no se analizarán acá, los partidos tienden a ser la forma
más nítida de articulación política de sus intereses para el viejo capitalismo
nacional, urbano y rural, considerado como conjunto. Representan, además, al
liberalismo ideológico de las clases medias, a ese substratum democratizante
que se mueve en los pliegues de la sociedad argentina desde su constitución como
espacio social abierto tras la ola inmigratoria de fines del siglo pasado y
principios del actual. Estas características socio-culturales que apuntalan el
hoy desfalleciente pero no muerto pluralismo de la sociedad argentina- y que impidieron
a las fracciones superiores de las clases dominantes construir una derecha política
moderna- obligan a un arrasamiento de la representación partidaria cada vez que
la fracción predominante en la economía busca estructurar un orden hegemónico,
reemplazándola por la emergencia de las Fuerzas Armadas, como eje posible de
una nueva coalición. Expresivos de una zona intermedia en las relaciones de
fuerza, los partidos políticos aparecen como una institución ejemplar del
«empate»: incapacitados como ordenadores de ninguna hegemonía estable, son instrumentos
eficaces para bloquear la posibilidad de salidas alternativas. Pero en el
momento de ofensiva del gran capital, al iniciarse la «Revolución argentina» no
tenían otra opción que el repliegue.” (p. 547-548).
Portantiero sintetiza
así la gestión de Krieger Vasena al frente del ministerio de Economía: “el
equipo de Krieger Vasena fue el único que realizo un esfuerzo coherente, sistemático
y global para forzar desde el Estado un proceso de recomposición hegemónica a
favor de las fracciones superiores de la burguesía urbana consolidada económicamente
en los años sesenta.” (p. 547). Esto ocasionó tensiones al interior de la clase
dominante, pues el modelo de industrialización posterior a la crisis del ’30 había
permitido hasta entonces la coexistencia “pacífica” de las distintas
fracciones. Con Krieger las cosas cambiaron: se verificó una transferencia de
plusvalía desde las fracciones pequeñas y medianas hacia la gran burguesía, y
desde el interior hacia el Litoral. Por eso, el éxito del Plan Krieger dependía
de la capacidad del Estado para contener el descontento de los sectores
afectados (la burguesía agraria, los asalariados, los trabajadores estatales,
las economías regionales), por lo menos hasta que comenzaran a notarse los
primeros éxitos económicos.
Portantiero se
refiere así al papel del Estado:
“Todos estos costos
sociales pueden ser sobrellevados si la capacidad de presión efectiva de estos
sectores sobre el Estado es baja o si encuentran dificultades para articular
acciones de protesta que vinculen sus demandas particulares. Ninguna de estas
dos razones opera en la Argentina. La complejidad de la sociedad civil, medida
por el grado de organización de los intereses particulares, por su capacidad de
presión en todos los niveles de las relaciones sociales, por la permeabilidad
para la recomposición permanente de coaliciones entre los distintos actores,
generó la acumulación de puntos de ruptura de origen diverso.” (p. 550).
Las rebeliones de
1969, la mayor de las cuales fue el Cordobazo, pusieron al desnudo que el
Estado carecía de esa capacidad de contención.
1969-1970 = Emergencia
de una crisis orgánica (social,
cultural y política). La Sociedad avanzó sobre el Estado y lo desbordó.
“Los reclamos del
capital pequeño y mediano y de la burguesía agraria; las explosiones regionales
que abarcaban zonas de desigual desarrollo económico, político y social; la situación
de los asalariados (más perjudicados por los intentos de superexplotación al
interior de las plantas que por el deterioro de sus salarios reales) y el
descontento generalizado de las capas medias expropiadas políticamente por el
autoritarismo estatal, crearon una acumulación de fuerzas opositoras tan
poderosa, abrieron unta crisis social tan honda, que precipitó la fractura del
monolitismo militar. A partir de esta grieta apuro sus pasos la Burocracia
Sindical y, luego, el sistema de partidos.” (p. 550).
El autor plantea que
la crisis hizo estallar las divisiones al interior del Ejército. Al respecto,
señala que fue en esa fuerza que surgió el nacionalismo popular argentino (el
peronismo) en la década del ’40.
“Cuando en 1966,
convencidas del fracaso de los partidos políticos para superar la crisis de hegemonía,
las Fuerzas Armadas deciden ocupar el poder para poner en marcha un proyecto de
«grandeza nacional» en sociedad con el «establishment"» que representaba
al gran capital monopolista, traducen esa coalición en términos de «doctrina
militar». Las relaciones de la institución con el universo de las clases
siempre se hallan mediadas por la ideología. Como aparato del Estado que debe
justificar la especificidad de sus acciones en términos de las necesidades de
la Nación y no de sus parcialidades, las Fuerzas Armadas siguen siempre una determinada
«doctrina» que le otorga sentido a su función y en la que tratan de socializar
a sus cuadros. Es a través de esa ideología que puede reconstruirse la relación
de las Fuerzas Armadas con otras fuerzas sociales v, por lo tanto, la
coincidencia o disidencia con intereses de clase, expresados como proyecto.”
(p. 551).
El tándem Onganía-Krieger
Vasena no pudo superar la crónica crisis estatal argentina. En palabras de
Portantiero, “no distinguió al Estado como un interlocutor dotado de peso
propio para intervenir en la ordenación de la fragmentada sociedad civil. La
inexistencia de tradición estatal no pudo ser revertido.” (p. 548). La
resistencia al Plan Krieger provocó la caída de Onganía y recreó la situación
de “empate” anterior a 1966.
Pero también la
acumulación de tensiones repercutió en la Burocracia Sindical, que inicialmente
apoyó el golpe militar de 1966. Dicha Burocracia enfrentó dos desafíos:
a) la CGT de los Argentinos, que agrupó a
varios sindicatos y cuya orientación era socialcristiana radicalizada: “expresaba,
(…), el descontento de aquellos sectores de la fuerza de trabajo empleados en
las ramas o zonas que el plan económico calificaba como ineficientes:
trabajadores del Estado, ferrocarrileros, obreros de las regiones criticas
sometidas a «racionalización» (como Tucumán, por ejemplo) que el impulso
modernizante buscaba redimensionar o hacer desaparecer. Salvo excepciones, se
trataba de gremios pequeños, ligados a los servicios o a formas arcaicas de producción,
pero de gran capacidad -por el mensaje ideológico que transmitía- para
movilizar a otras capas: estudiantes, intelectuales, sectores radicalizados de
la iglesia.” (p. 554);
b) el clasismo, un alzamiento de bases en el
que creció la influencia del socialismo marxista: “implicaba un tipo de movilización
obrera opuesto [al de la CGT de los Argentinos]. Sus protagonistas eran los trabajadores
de las industrias «de punta», generadas o expandidas después de 1958, y su
centro era Córdoba, la ciudad que mas bruscamente vivió el impacto de la
modernización. El eje de sus reclamos no era el salario ni la ocupación: el «clasismo»
venía a incorporar al debate sindical argentino, desde la democracia directa
con que relacionaba a dirigentes y bases, reivindicaciones
"cualitativas" que la centralizada Burocracia Sindical era incapaz de
asumir. Sus reclamos tenían que ver con temas que pueden ser agrupados en la discusión
sobre la "condición obrera" en general y sobre el control que los
trabajadores deben ejercer en relación con la actividad productiva en las
grandes empresas: determinación de los ritmos de producción, de los tiempos y
de los sistemas de «job evaluation», del ambiente de trabajo, de las condiciones
de salubridad. Era una lucha contra el autoritarismo en la fábrica, que
naturalmente se vinculaba con la lucha contra el autoritarismo en la sociedad.
Problemas nuevos, alojados más en la empresa que en el mercado, que acompañaban
al modelo de desarrollo monopolista y que los sindicatos a nivel de rama se
encontraban con carencias de todo tipo para negociar.” (p. 554-555).
“Ambas rebeliones
internas se ligaban con la impotencia de la Burocracia Sindical -por su
sometimiento frente al Estado, pero también por su insuficiencia estratégica-
para canalizar la protesta obrera frente a las principales contradicciones que
el modelo de acumulación generaba en los asalariados.” (p. 554).
Las carencias
políticas de la Burocracia obedecían, en parte, a su condición material. Había
crecido al calor del desarrollo industrial de las décadas del ’40 y ’50, basado
en la industria liviana. A partir de 1955, a su función económica,
reivindicativa, referida a las condiciones de venta de la fuerza de trabajo,
hay que sumarle una función política, derivada de la proscripción del
peronismo.
“Esa política de
alianzas desplegada por la Burocracia Sindical marca una clara línea de
tendencia. El modelo de sociedad y las medidas económico-sociales que propugna
la CGT desde los años sesenta no difieren virtualmente de los reclamos del
capitalismo nacional, agrupado en la Confederación General Económica. El
objetivo político de la Burocracia Sindical es recrear las condiciones que
gestaron la coalición sobre la que se fundó el peronismo, a mediados de la década
del 40: sus interlocutores principales no pueden ser otros que los
representantes de la burguesía nacional y los grupos nacionalistas de las
Fuerzas Armadas. El horizonte de su programa es la protección del mercado
interno, la defensa de la capacidad de consumo de las grandes masas de
trabajadores generadas durante la industrialización sustitutiva. En ese
sentido, el nacionalismo popular de la CGT -que la lleva a ser el eje del
bloque social con el empresariado nacional- es algo más que un movimiento táctico
o una decisión oportunista; es la forma específica con que la Burocracia
Sindical busca asumir la representación política de las masas peronistas; es su
proyecto de Poder.” (p. 555).
Las etapas
posteriores de la dictadura militar fueron las siguientes:
·
1970-1971
= Intento de formular un modelo de mayor participación del capitalismo
nacional, siempre bajo moldes autoritarios.
·
1971-1973
= Intento de salida de la situación.
4. Un interregno: Levingston – Ferrer (pp. 556-558)
Junio de 1970 =
Derrocamiento de Onganía. El general Roberto Levingston (1920-2015), nuevo
presidente de facto. Aldo Ferrer (1927-2016), ministro de Economía. Se intenta
una política reformista, en la que la burguesía agraria y el capital urbano
nacional ganaran posiciones en detrimento del capital monopolista. Dependía del
apoyo de las Fuerzas Armadas. Fracasó.
5. La “salida”: Lanusse – Perón (pp. 558-562)
El general Agustín Lanusse
(1918-1996) llegó al gobierno con un objetivo: “reconstruir el poder del Estado
para todas las fracciones de la clase dominante, otorgándole al sistema político
el máximo posible de consenso.” (p. 558).
“El elemento
indispensable para construir ese mínimo consensual que reconstruya al Estado,
es la articulación de un acuerdo entre las Fuerzas Armadas, los Partidos Políticos
y la Burocracia Sindical. El carácter del acuerdo y el contenido de las fuerzas
sociales convocadas para ponerlo en práctica determina, de hecho, un repliegue político
del capital monopolista que debe aceptar un pacto con el resto de las
fracciones en el espacio que menos controla, dada su virtual carencia de representación
partidaria directa. Esta salida negociada,
si no significa la derrota de la cúpula moderna del capitalismo pues el
desarrollo de la economía sigue un rumbo autónomo que le permite acentuar su
predominio en ese nivel, importa, en sentido contrario, la mayor victoria que,
dadas las relaciones de fuerza económicas, pueden conseguir el resto de las fracciones
de la clase dominante. Esto es, reubicarse en el Poder Político aunque fuere
para restablecer las condiciones del «empate», ya que carecen de recursos para
instrumentar un proyecto hegemónico alternativa.” (p. 559).
Lanusse y Perón (1895-1974) presentaron dos soluciones a la crisis orgánica del Estado. Ambas agrupaban a
los mismos actores sociales y perseguían una política reformista, protectora
del mercado interno, a pedido del capitalismo anterior a los cambios
introducidos por el desarrollismo. Pero Lanusse no podía hacer las concesiones
que demandaban la Burocracia Sindical y los movimientos populares desarrollados
desde 1969.
El triunfo de Perón
en 1973 fue la revancha de los desalojados del poder en 1966. Pero, la
coalición de fuerzas que lo llevó a la presidencia tenía grandes limitaciones: “El recambio político, pese a los entusiasmos despertados, no resolvía la crisis orgánica.
Implicaba la reconstitución de una salida transaccional en la que fuerzas
intermedias, rezagos políticos de una etapa anterior del des- arrollo
capitalista, llegaban a ocupar el centro de la escena como alternativas principales,
pese a ser estructuralmente inexpresivas, por su carácter residual 3 por su
contenido heterogéneo, de las nuevas líneas que definían el conflicto social.”
(p. 562).
Fallecido Perón
(1974), las fuerzas sociales terminaron de vaciar de todo contenido al Estado,
que terminó por disolverse en las determinaciones fraccionadas de la sociedad,
hasta su colapso en marzo de 1976.
Villa del Parque,
jueves 13 de septiembre de 2018
Muy buen resumen, gracias.
ResponderEliminarLaura, muchas gracias por el comentario. Saludos,
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