jueves, 13 de septiembre de 2018

FICHA: PORTANTIERO, “ECONOMÍA Y POLÍTICA EN LA CRISIS ARGENTINA: 1958-1973”



Botella al mar

Al momento de escribir estas líneas, el capitalismo en Argentina experimenta una profunda crisis. Todos los actores sociales están de acuerdo en que no se trata de un fenómeno coyuntural; sin embargo, ninguno de ellos es capaz de emprender reformas estructurales. Tampoco está claro que esos actores (o algunos de ellos) tengan en claro las causas de la crisis; intuyen que hay algo más profundo que la "grieta" entre peronistas y antiperonistas, pero no aciertan a entender de qué se trata ese algo. Decir que esa limitación obedece a taras cognitivas, a una especie de miopía política o a la incapacidad para ver más allá de los intereses sectoriales, es subestimar a esos actores; todos ellos saben defender con uñas y dientes sus posiciones de poder. 

Los socialistas nos encontramos en una situación penosa. Absolutamente marginales en lo político, sin posibilidades reales de incidir en el curso de los acontecimientos, tampoco contamos con demasiadas herramientas conceptuales para, por lo menos, presentar una explicación de la crisis que salga de los límites del sentido común de la izquierda, plasmado en expresiones tales como "la culpa es del FMI", "somos una colonia", etc., etc. Lejos de esbozar un camino hacia el futuro que resulte convincente, nos encerramos en manías y tics propios de los siglos pasados. Para salir de esa situación necesitamos aprender. Nadie conoce el camino para salir de nuestro laberinto, pero una cosa es segura: necesitamos volver a ser una fuerza que prometa un futuro mejor e indique el camino para lograrlo. Insistir en festejar aniversarios no hace más que reafirmar nuestra vocación de defensores del pasado, de personajes que no tienen nada nuevo para decir en el presente. 

A pesar de todo lo dicho contamos con una ventaja. Perdidos por perdidos, podemos mirar de frente a la crisis, sin falsas ilusiones. Estamos en condiciones de aprovechar la crisis para saldar cuentas con nuestro pasado y construir nuevas herramientas para comprender el presente. Tocar fondo implica perder la vergüenza, algo que, a veces, puede ser provechoso. Significa que podemos retomar la lectura crítica de otras corrientes de pensamiento, sin el miedo al "qué dirán". 

Para contribuir a las tareas enunciadas en los párrafos anteriores comienzo la publicación de una serie de fichas y notas de lectura sobre trabajos clásicos (y no tanto), cuyo tema es la crisis del capitalismo en Argentina. Ojalá sirvan tanto para la difusión de esos trabajos como para pensarlos desde otro lugar, desde las urgencias de estos días que devoran nuestras existencias. Ojalá, en fin, sirvan para establecer un diálogo fructífero entre quienes estamos en esta búsqueda de nuevos conceptos, de un nuevo lenguaje. 

Villa del Parque, jueves 22 de octubre de 2020


En el principio fue el empate hegemónico

A modo de presentación de esta primera ficha, cabe decir que este artículo de Juan Carlos Portantiero (1934-2007) resulta de lectura imprescindible para el estudio de las características de la política argentina luego del derrocamiento de Perón (1955). La ficha contiene abundantes citas textuales; su objetivo es promover la lectura crítica del artículo. No dispongo de tiempo para realizar un comentario de los argumentos de Portantiero; basta señalar, por el momento, que el autor descuida el análisis de las formas de organización, los objetivos y la ideología de los trabajadores y demás sectores populares. Además, presenta al Estado como una entidad capaz de reorganizar a la sociedad, despojándolo así de su carácter de clase.

Nota bibliográfica

Para la elaboración de esta ficha utilicé la siguiente edición: Portantiero, J. C. (1977). Economía y política en Argentina: 1958-1973. Revista Mexicana de Sociología. 39,  (2), pp. 531-565.

1.    El «empate» argentino. (pp. 531-536)

El primer párrafo resume las preocupaciones que atraviesan todo el texto:

“Una imagen de sentido común preside este trabajo: la convicción generalizada acerca de la carencia, desde hace tiempo, de un verdadero Orden Político en la Argentina; la obvia certeza sobre la incapacidad que ostensiblemente muestran sus clases dominantes para construir alguna forma de dominación legitima sobre una sociedad progresiva y dramáticamente desintegrada en círculos de fuego.” (p. 531).

Portantiero empleó el concepto de empate hegemónico para explicar la situación política posterior a 1955. Durante dos décadas, los principales actores sociales carecieron de fuerza suficiente para imponer su proyecto, pero contaron con la suficiente fortaleza para vetar el de los demás. La consecuencia del empate fue “la presencia de un Estado progresivamente aislado de la sociedad” (p. 531).

Para comprender el carácter “ingobernable” de la sociedad argentina es preciso “penetrar más hondamente en el complejo de relaciones económicas, sociales y políticas que se va estructurando desde finales de la década de los cincuenta.” (p. 531).

1945-1955 = Orden legítimo constituido por el bloque populista de poder, articulado por Perón (1895-1974). Incluía a las Fuerzas Armadas, al Sindicalismo y a las corporaciones patronales del capitalismo nacional. En lo económico, siguió el modelo de acumulación iniciado luego de la crisis del ’30, reformado por el peronismo a mediados de los ’40, con un patrón ampliado de distribución.

Portantiero sintetiza así el problema planteado con el derrocamiento del peronismo:

“Durante 10 años, el peronismo había conseguido dar expresion política coherente a una etapa de desarrollo de la sociedad argentina. A partir  de su caída, ninguna experiencia gubernamental logró satisfacer los requisitos mínimos necesarios para sostener un Orden estable. Faltó desde entonces- pese a la versatilidad de las formulas utilizadas- una ecuación política capaz de articulara la Sociedad con el Estado, de establecer mecanismos claros de exclusión y de recompensa, de fundar, en fin, una legitimidad reproductora del sistema, basada en la fuerza y también en el consenso.” (p. 532).

1955-1958 = Período de transición. La burguesía (sobre todo la agraria) procuró recuperarse del daño que le había inferido el nacionalismo popular. Se intentó desarmar al sindicalismo peronista. Desarticuló la participación de los sindicatos como interlocutores privilegiados para el diseño de proyectos sociales.

Sin embargo, hasta 1958 no se modificó en lo sustancial la estructura social heredada del peronismo:

“la economía nacional, articulada básicamente hasta entonces a través del negocio de las exportaciones agropecuarias, de la presencia subordinada de una industria local productora de bienes de consumo no durable y de un Estado empresario que controlaba buena parte de los servicios, como herencia de la administración peronista.” (p. 537).

1958-1962 = Presidencia de Arturo Frondizi (1908-1995). Desarrollismo. Se sientan las bases para un nuevo modelo de acumulación de capital. Se produce la sustitución de trabajo por capital en el desarrollo industrial. Esto se dio mediante la incorporación masiva de capital extranjero en la industria, desplazando a otras fracciones de la burguesía. El principio dinámico de la economía argentina se desplazó desde el mercado externo a la demanda interior. A partir de este momento se plasmó la situación de “empate hegemónico”.

“El «empate» político entre los distintos grupos se articularia, así, con una modalidad especifica de acumulación de capital en la Argentina basada, a su vez, en una situación de poder económico compartido que alternativamente se desplaza a la burguesía agraria pampeana (proveedora de divisas y por lo tanto dueña de la situación en los momentos de crisis externa) y a la burguesía industrial, volcada totalmente hacia el mercado interior. Según cuál sea el momento del ciclo - y los movimientos de este están determinados finalmente por la situación de la balanza de pagos - será la probabilidad de las alianzas que tiendan a establecerse.” (p. 533).

La base económica del empate político radica en un ciclo que comienza con una devaluación y la mejora de los precios relativos industriales y del salario real, hasta que la caída de la producción de la burguesía pampeana provoca una crisis en la balanza de pagos, a la que posteriormente sigue una devaluación.

“La particularidad de esta forma de acumulación, sustentada por un poder compartido cuyos desajustes internos se zanjan mediante bruscas y sucesivas traslaciones de ingresos que sacuden el cuerpo social del país, ciertamente explica, en una instancia ultima, las formas políticas del capitalismo argentino. Formas que testimonian una suerte de «imposibilidad hegemónica», dadas las recurrentes dificultades que enfrentan para elaborar una coalición estable las capas más concentradas de las burguesías urbana y rural.” (p. 534).

En el período analizado hubo dos intentos de la burguesía urbana para dividir el frente de los agrarios, agrediendo con medidas impositivas a los sectores más parasitarios de esta última: el primero, comandado por Adalbert Krieger Vasena (1920-2000), ministro de Economía de Onganía (1967-1969); el segundo, por José Ber Gelbard (1917-1977), durante la tercera presidencia de Perón (1973-1974). Portantiero considera que el primero de estos intentos fue la tentativa más coherente y sólida por superar el “empate hegemónico”; no obstante, luego de tres años, ya se encontraba agotada. Por eso, la pregunta que se hace Portantiero es: “¿Por qué, en fin, los sectores más dinámicos del capitalismo no pudieron sintetizar en el Estado la complejidad de la Sociedad Civil a través de un equilibrio entre los distintos factores de poder y terminaron aislados y derrotados políticamente?” (p. 534).

2.    Los preludios del cambio (pp. 536-542)

1962-1963 = Crisis económica. Recesión por déficit incontrolable en la balanza de pagos. La respuesta consistió en una devaluación, cuyo objetivo fue aumentar las exportaciones de la burguesía pampeana. La crisis económica llevó al derrocamiento de Frondizi por las FF.AA. Pero el desarrollismo había provocado cambios sustanciales en la economía: el capital extranjero pasó a controlar las industrias más dinámicas. La burguesía pampeana fue desplazada del centro de la escena política, aunque su rol siguió siendo fundamental en situaciones de crisis. En los tres años de frondizismo cambiaron los rasgos de la clase dominante. Ocupó el primer plano la “burguesía internacionalizada”.

Portantiero proporciona varias cifras para mensurar la inversión extranjera directa durante el frondizismo y los años posteriores. Basta con decir que entre 1960 y 1968 el monto de las inversiones norteamericanas en Argentina pasó de 472 millones de dólares a 1148 millones, es decir, un incremento del 243 %, mientras que en el resto de América Latina el incremento ascendió al 32 %. El 90 % de las radicaciones de empresas extranjeras efectuadas entre diciembre de 1958 y 1962 se concentró en industrias químicas, petroquímicas y derivados del petróleo, material de transporte, metalurgia, maquinaria eléctrica y no eléctrica.

¿Cuáles fueron los efectos sociales del crecimiento de la inversión extranjera directa?
a)    Concentración de las inversiones en la Capital Federal y su periferia, en la provincia de Santa Fe y en la ciudad de Córdoba.
b)    Las variaciones en la distribución del ingreso beneficiaron a los sectores medio y medio superior, en detrimento de los superiores, pero también de los inferiores.
c)    Mayor heterogeneización de la clase dominante, que complejizó la trama de acuerdos-oposición de intereses en el interior de la burguesía, tanto urbana como rural.
d)    Modificaciones (en una primera etapa) en la composición interna de la fuerza de trabajo, a través de diferencias salariales nítidas a favor de los trabajadores de las ramas dinámicas.

El éxito del desarrollismo trajo nuevas complicaciones para la economía argentina; entre ellas, el aumento de las importaciones (materias primas, bienes intermedios, maquinaria, tecnología), que debían ser pagadas con dólares provistos por las exportaciones de productos agropecuarios.

Marzo de 1962 = Derrocamiento de Frondizi. José María Guido (1910-1975), dirigente de la UCRI y presidente provisional del Senado, fue puesto al frente del gobierno por los militares. Federico Pinedo (1895-1971), representante de la burguesía agraria tradicional, fue nombrado ministro de Economía; aplicó un plan económico contra la recesión: liberalismo económico extremo.

1962-1963 = Inestabilidad política. Enfrentamientos armados entre sectores militares (“Azules” vs. “Colorados”) en septiembre de 1962 y abril de 1963. Los nuevos actores sociales generados en 1958-1962 se consolidan en los niveles ideológico y organizativo; buscan transformar su predominio económico en hegemonía política.

“El impulso modernizante del «desarrollismo» había comenzado a promover como participante significativo en el funcionamiento del Sistema Político, a una capa tecnoburocrática directamente ligada con los nuevos procesos de acumulación capitalista en todas sus esferas; intelligentsia en muchos casos fusionada absolutamente con la clase a la que estaba vinculada, hasta el punto de constituir una verdadera "burguesía gerencial". Representante directa o indirecta de los intereses de ese sector económico que apostaba a la consolidación de su hegemonía sobre la sociedad, esta capa tecnocrática (la que llamaremos el nuevo «Establishment») comenzará ya en época de Guido a proyectarse hacia la función publica, desplazando a los viejos políticos y abogados ligados con otras formas de acumulación (y de representación) que pasaban a ser subordinadas.
La emergencia de ese estrato era indicativa de una modernización general de la sociedad argentina, presente tanto en el tipo de consumos (y en las expectativas de consumo) de las clases medias, cuanto en la estructura anti tradicionalista que comenzó a darse durante ese periodo a los patrones ideológicos dominantes, desde la Universidad en plena expansión «cientificista», hasta los medios de comunicación.” (p. 539).

El movimiento hacia la modernización política involucró el ascenso de otra fuerza social: la Burocracia Sindical.

“El crecimiento del papel del sindicalismo y el reflujo sufrido por los partidos políticos, colocó también en un primer plano institucional a las organizaciones corporativas empresarias, expresivas, en su variedad, de los intereses económicos directos de las distintas fracciones del capital (cada vez más diversificados), pero también articuladoras de proyectos políticos de mayor alcance. Es alrededor de ellas que se nuclea la tecno-burocracia, como asesora y redactora de programas tendientes a la constitución de alianzas con otras fuerzas sociales, condición indispensable para desemparejar la relación equilibrada vigente en el interior de las clases dominantes.” (p. 540).

Los nuevos actores sociales eran, pues: Establishment, Burocracia Sindical, Organizaciones Empresarias. A ellos debe sumarse el cambio en las Fuerzas Armadas: la tendencia que quería volver a la situación anterior a 1943 fue derrotada; el general Juan Carlos Onganía (1914-1995) lideró al sector vencedor.

1963 = Arturo Humberto Illia (1900-1983) presidente. Portantiero afirma que pretendió gobernar el país como en el período anterior a la década del ’30. Su modelo era Hipólito Yrigoyen (1852-1933). Durante su gobierno la economía argentina inició un período decenal de crecimiento, cuyo eje fue la coyuntura internacional, que favoreció los precios de los productos argentinos en el mercado mundial.

Entre 1964-1971 la economía tuvo las siguientes características:
1)    Crecimiento ininterrumpido del PBI;
2)    Crecimiento sostenido del producto industrial;
3)    Aumento de la capacidad del sector industrial para ocupar mano de obra;
4) Participación de las grandes empresas de las ramas vegetativas, junto a las pequeñas y medianas del sector dinámico, y las empresas extranjeras de este último sector, en los mayores crecimientos del monto de ventas;
5)    Atenuación de los ciclos originados en el sector externo;
6) Estabilidad de los patrones de distribución del ingreso y atenuación de las diferencias al interior de los asalariados;
7)    Descenso de la desocupación del 7,2% al 5,8%.

3.    El tiempo de la euforia: Onganía – Krieger Vasena (pp. 542-556)

1966 = Derrocamiento de Onganía. Portantiero sostiene que el gobierno de Illia no podía dar respuesta a las demandas de los nuevos actores sociales: acumulación de capital, incremento de la eficacia y racionalización del sistema económico. En sus proclamas, los militares anunciaron que se proponían lograr la “modernización del país”.

Portantiero argumenta que la modernización capitalista motorizada por el Estado fracasó, entre otros motivos, por la propia debilidad del Estado en Argentina:

“Pedirle al Estado argentino que con sus propios recursos reordene desde arriba a la sociedad es pedirle algo que esta mas allá de sus capacidades. Expuesto a las demandas alternativas de las distintas coaliciones de fuerzas sociales, ese Estado es demasiado vulnerable, pese a la imagen en contrario que podrían proponer las recurrentes caídas en el autoritarismo y aun en la represión más brutal que vienen sucediéndose desde 1930. Carente de una fuerte organización burocrática dotada de estabilidad y de una eficaz gestión como empresa económica, el aparato estatal no posee una capa de funcionarios autónomos, de «policy-makers», capaz de proponer metas y ejecutar proyectos, de controlar efectivamente a la sociedad, de fundar un Orden Político. Su intervencionismo a menudo obsesivo nunca puede llegar mas allá de un complicado engranaje de reglamentos, mecanismo defensivo con el que busca constreñir a la Sociedad Civil pero sólo logra irritarla. Esta nula tradición de Estado fuerte (por innecesaria antes de 1930; por imposible-salvo en ráfagas fugaces: el primer peronismo, por ejemplo- desde 1930 en adelante), no pudo ser revertida por Onganía pese al celo «reglamentarista» y al boato formal con que intentó revestir su poder.” (p. 544).

Portantiero periodiza así el período de la autodenominada Revolución Argentina:

·        1966-1970 = Intento de modificar el modelo de acumulación, la relación de fuerzas sociales básicas y el modelo político. Adalbert Krieger Vasena, ministro de Economía. Hegemonía del capital monopolista industrial dentro del bloque dominante, subordinando al capital nacional y la burguesía agraria. Los militares encabezaron el proyecto.

El proyecto de Onganía requería la supresión de los Partidos Políticos. Portantiero explica así la cuestión:

“Todo plan tendiente a la concentración de los recursos económicos tiende también a la estructuración de un modelo de Estado autoritario que concentre el Poder, asociando los núcleos de decisión económica con los de decisión política. Los Partidos Políticos, como categoría institucional, suponen la vigencia de un sistema particular de toma de decisiones. Ese sistema incluye, básicamente, un escenario y determinadas condiciones para su constitución: ese escenario es el parlamento y su condición de existencia la consulta electoral periódica. Ambos elementos conforman un espacio en el que confluyen múltiples intereses particularistas: el único recinto social en el que las clases y fracciones de clase económicamente subordinadas pueden llegar a predominar políticamente. En esta suma de intereses particularistas se incluyen también, por supuesto, los del gran capital, pero la condición de su presencia es la del compromiso permanente. Un compromiso que debe abarcar, además, a intereses de las clases y fracciones dominadas, porque las consultas electorales periódicas suponen la asunción, aunque fuere retorica, de intereses universalistas. La elaboración de un proyecto hegemónico por parte de los sectores más concentrados del moderno capitalismo no pasa por ese escenario, propio del capitalismo competitivo: se desplaza hacia otros centros de decisión: la tecnoburocracia estatal, las Fuerzas Armadas, aun la burocracia sindical, con la que está relacionada a través de la negociación económica.” (p. 546).

El proyecto de 1966 pretendía dejar de lado los Partidos Políticos y las instituciones parlamentarias, poniendo en su lugar a un Ejecutivo fuerte, exponente de una coalición entre las Fuerzas Armadas y el Establishment.

Portantiero analiza así el papel de los Partidos en el sistema político argentino:

“En el caso argentino, por diversas razones que no se analizarán acá, los partidos tienden a ser la forma más nítida de articulación política de sus intereses para el viejo capitalismo nacional, urbano y rural, considerado como conjunto. Representan, además, al liberalismo ideológico de las clases medias, a ese substratum democratizante que se mueve en los pliegues de la sociedad argentina desde su constitución como espacio social abierto tras la ola inmigratoria de fines del siglo pasado y principios del actual. Estas características socio-culturales que apuntalan el hoy desfalleciente pero no muerto pluralismo de la sociedad argentina- y que impidieron a las fracciones superiores de las clases dominantes construir una derecha política moderna- obligan a un arrasamiento de la representación partidaria cada vez que la fracción predominante en la economía busca estructurar un orden hegemónico, reemplazándola por la emergencia de las Fuerzas Armadas, como eje posible de una nueva coalición. Expresivos de una zona intermedia en las relaciones de fuerza, los partidos políticos aparecen como una institución ejemplar del «empate»: incapacitados como ordenadores de ninguna hegemonía estable, son instrumentos eficaces para bloquear la posibilidad de salidas alternativas. Pero en el momento de ofensiva del gran capital, al iniciarse la «Revolución argentina» no tenían otra opción que el repliegue.” (p. 547-548).

Portantiero sintetiza así la gestión de Krieger Vasena al frente del ministerio de Economía: “el equipo de Krieger Vasena fue el único que realizo un esfuerzo coherente, sistemático y global para forzar desde el Estado un proceso de recomposición hegemónica a favor de las fracciones superiores de la burguesía urbana consolidada económicamente en los años sesenta.” (p. 547). Esto ocasionó tensiones al interior de la clase dominante, pues el modelo de industrialización posterior a la crisis del ’30 había permitido hasta entonces la coexistencia “pacífica” de las distintas fracciones. Con Krieger las cosas cambiaron: se verificó una transferencia de plusvalía desde las fracciones pequeñas y medianas hacia la gran burguesía, y desde el interior hacia el Litoral. Por eso, el éxito del Plan Krieger dependía de la capacidad del Estado para contener el descontento de los sectores afectados (la burguesía agraria, los asalariados, los trabajadores estatales, las economías regionales), por lo menos hasta que comenzaran a notarse los primeros éxitos económicos.

Portantiero se refiere así al papel del Estado:

“Todos estos costos sociales pueden ser sobrellevados si la capacidad de presión efectiva de estos sectores sobre el Estado es baja o si encuentran dificultades para articular acciones de protesta que vinculen sus demandas particulares. Ninguna de estas dos razones opera en la Argentina. La complejidad de la sociedad civil, medida por el grado de organización de los intereses particulares, por su capacidad de presión en todos los niveles de las relaciones sociales, por la permeabilidad para la recomposición permanente de coaliciones entre los distintos actores, generó la acumulación de puntos de ruptura de origen diverso.” (p. 550).

Las rebeliones de 1969, la mayor de las cuales fue el Cordobazo, pusieron al desnudo que el Estado carecía de esa capacidad de contención.

1969-1970 = Emergencia de una crisis orgánica (social, cultural y política). La Sociedad avanzó sobre el Estado y lo desbordó.

“Los reclamos del capital pequeño y mediano y de la burguesía agraria; las explosiones regionales que abarcaban zonas de desigual desarrollo económico, político y social; la situación de los asalariados (más perjudicados por los intentos de superexplotación al interior de las plantas que por el deterioro de sus salarios reales) y el descontento generalizado de las capas medias expropiadas políticamente por el autoritarismo estatal, crearon una acumulación de fuerzas opositoras tan poderosa, abrieron unta crisis social tan honda, que precipitó la fractura del monolitismo militar. A partir de esta grieta apuro sus pasos la Burocracia Sindical y, luego, el sistema de partidos.” (p. 550).

El autor plantea que la crisis hizo estallar las divisiones al interior del Ejército. Al respecto, señala que fue en esa fuerza que surgió el nacionalismo popular argentino (el peronismo) en la década del ’40.

“Cuando en 1966, convencidas del fracaso de los partidos políticos para superar la crisis de hegemonía, las Fuerzas Armadas deciden ocupar el poder para poner en marcha un proyecto de «grandeza nacional» en sociedad con el «establishment"» que representaba al gran capital monopolista, traducen esa coalición en términos de «doctrina militar». Las relaciones de la institución con el universo de las clases siempre se hallan mediadas por la ideología. Como aparato del Estado que debe justificar la especificidad de sus acciones en términos de las necesidades de la Nación y no de sus parcialidades, las Fuerzas Armadas siguen siempre una determinada «doctrina» que le otorga sentido a su función y en la que tratan de socializar a sus cuadros. Es a través de esa ideología que puede reconstruirse la relación de las Fuerzas Armadas con otras fuerzas sociales v, por lo tanto, la coincidencia o disidencia con intereses de clase, expresados como proyecto.” (p. 551).

El tándem Onganía-Krieger Vasena no pudo superar la crónica crisis estatal argentina. En palabras de Portantiero, “no distinguió al Estado como un interlocutor dotado de peso propio para intervenir en la ordenación de la fragmentada sociedad civil. La inexistencia de tradición estatal no pudo ser revertido.” (p. 548). La resistencia al Plan Krieger provocó la caída de Onganía y recreó la situación de “empate” anterior a 1966.

Pero también la acumulación de tensiones repercutió en la Burocracia Sindical, que inicialmente apoyó el golpe militar de 1966. Dicha Burocracia enfrentó dos desafíos:

a) la CGT de los Argentinos, que agrupó a varios sindicatos y cuya orientación era socialcristiana radicalizada: “expresaba, (…), el descontento de aquellos sectores de la fuerza de trabajo empleados en las ramas o zonas que el plan económico calificaba como ineficientes: trabajadores del Estado, ferrocarrileros, obreros de las regiones criticas sometidas a «racionalización» (como Tucumán, por ejemplo) que el impulso modernizante buscaba redimensionar o hacer desaparecer. Salvo excepciones, se trataba de gremios pequeños, ligados a los servicios o a formas arcaicas de producción, pero de gran capacidad -por el mensaje ideológico que transmitía- para movilizar a otras capas: estudiantes, intelectuales, sectores radicalizados de la iglesia.” (p. 554);

b) el clasismo, un alzamiento de bases en el que creció la influencia del socialismo marxista: “implicaba un tipo de movilización obrera opuesto [al de la CGT de los Argentinos]. Sus protagonistas eran los trabajadores de las industrias «de punta», generadas o expandidas después de 1958, y su centro era Córdoba, la ciudad que mas bruscamente vivió el impacto de la modernización. El eje de sus reclamos no era el salario ni la ocupación: el «clasismo» venía a incorporar al debate sindical argentino, desde la democracia directa con que relacionaba a dirigentes y bases, reivindicaciones "cualitativas" que la centralizada Burocracia Sindical era incapaz de asumir. Sus reclamos tenían que ver con temas que pueden ser agrupados en la discusión sobre la "condición obrera" en general y sobre el control que los trabajadores deben ejercer en relación con la actividad productiva en las grandes empresas: determinación de los ritmos de producción, de los tiempos y de los sistemas de «job evaluation», del ambiente de trabajo, de las condiciones de salubridad. Era una lucha contra el autoritarismo en la fábrica, que naturalmente se vinculaba con la lucha contra el autoritarismo en la sociedad. Problemas nuevos, alojados más en la empresa que en el mercado, que acompañaban al modelo de desarrollo monopolista y que los sindicatos a nivel de rama se encontraban con carencias de todo tipo para negociar.” (p. 554-555).

“Ambas rebeliones internas se ligaban con la impotencia de la Burocracia Sindical -por su sometimiento frente al Estado, pero también por su insuficiencia estratégica- para canalizar la protesta obrera frente a las principales contradicciones que el modelo de acumulación generaba en los asalariados.” (p. 554).

Las carencias políticas de la Burocracia obedecían, en parte, a su condición material. Había crecido al calor del desarrollo industrial de las décadas del ’40 y ’50, basado en la industria liviana. A partir de 1955, a su función económica, reivindicativa, referida a las condiciones de venta de la fuerza de trabajo, hay que sumarle una función política, derivada de la proscripción del peronismo.

“Esa política de alianzas desplegada por la Burocracia Sindical marca una clara línea de tendencia. El modelo de sociedad y las medidas económico-sociales que propugna la CGT desde los años sesenta no difieren virtualmente de los reclamos del capitalismo nacional, agrupado en la Confederación General Económica. El objetivo político de la Burocracia Sindical es recrear las condiciones que gestaron la coalición sobre la que se fundó el peronismo, a mediados de la década del 40: sus interlocutores principales no pueden ser otros que los representantes de la burguesía nacional y los grupos nacionalistas de las Fuerzas Armadas. El horizonte de su programa es la protección del mercado interno, la defensa de la capacidad de consumo de las grandes masas de trabajadores generadas durante la industrialización sustitutiva. En ese sentido, el nacionalismo popular de la CGT -que la lleva a ser el eje del bloque social con el empresariado nacional- es algo más que un movimiento táctico o una decisión oportunista; es la forma específica con que la Burocracia Sindical busca asumir la representación política de las masas peronistas; es su proyecto de Poder.” (p. 555).

Las etapas posteriores de la dictadura militar fueron las siguientes:

·         1970-1971 = Intento de formular un modelo de mayor participación del capitalismo nacional, siempre bajo moldes autoritarios.
·         1971-1973 = Intento de salida de la situación.

4.    Un interregno: Levingston – Ferrer (pp. 556-558)
Junio de 1970 = Derrocamiento de Onganía. El general Roberto Levingston (1920-2015), nuevo presidente de facto. Aldo Ferrer (1927-2016), ministro de Economía. Se intenta una política reformista, en la que la burguesía agraria y el capital urbano nacional ganaran posiciones en detrimento del capital monopolista. Dependía del apoyo de las Fuerzas Armadas. Fracasó.

5.    La “salida”: Lanusse – Perón (pp. 558-562)

El general Agustín Lanusse (1918-1996) llegó al gobierno con un objetivo: “reconstruir el poder del Estado para todas las fracciones de la clase dominante, otorgándole al sistema político el máximo posible de consenso.” (p. 558).

“El elemento indispensable para construir ese mínimo consensual que reconstruya al Estado, es la articulación de un acuerdo entre las Fuerzas Armadas, los Partidos Políticos y la Burocracia Sindical. El carácter del acuerdo y el contenido de las fuerzas sociales convocadas para ponerlo en práctica determina, de hecho, un repliegue político del capital monopolista que debe aceptar un pacto con el resto de las fracciones en el espacio que menos controla, dada su virtual carencia de representación partidaria directa. Esta salida negociada, si no significa la derrota de la cúpula moderna del capitalismo pues el desarrollo de la economía sigue un rumbo autónomo que le permite acentuar su predominio en ese nivel, importa, en sentido contrario, la mayor victoria que, dadas las relaciones de fuerza económicas, pueden conseguir el resto de las fracciones de la clase dominante. Esto es, reubicarse en el Poder Político aunque fuere para restablecer las condiciones del «empate», ya que carecen de recursos para instrumentar un proyecto hegemónico alternativa.” (p. 559).

Lanusse y Perón (1895-1974) presentaron dos soluciones a la crisis orgánica del Estado. Ambas agrupaban a los mismos actores sociales y perseguían una política reformista, protectora del mercado interno, a pedido del capitalismo anterior a los cambios introducidos por el desarrollismo. Pero Lanusse no podía hacer las concesiones que demandaban la Burocracia Sindical y los movimientos populares desarrollados desde 1969.  

El triunfo de Perón en 1973 fue la revancha de los desalojados del poder en 1966. Pero, la coalición de fuerzas que lo llevó a la presidencia tenía grandes limitaciones: “El recambio político, pese a los entusiasmos despertados, no resolvía la crisis orgánica. Implicaba la reconstitución de una salida transaccional en la que fuerzas intermedias, rezagos políticos de una etapa anterior del des- arrollo capitalista, llegaban a ocupar el centro de la escena como alternativas principales, pese a ser estructuralmente inexpresivas, por su carácter residual 3 por su contenido heterogéneo, de las nuevas líneas que definían el conflicto social.” (p. 562).

Fallecido Perón (1974), las fuerzas sociales terminaron de vaciar de todo contenido al Estado, que terminó por disolverse en las determinaciones fraccionadas de la sociedad, hasta su colapso en marzo de 1976.


Villa del Parque, jueves 13 de septiembre de 2018

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