El capitalismo es la primera
forma de organización social dominante a nivel mundial. Como tal, demostró una
extraordinaria flexibilidad para adaptarse a circunstancias variadas, sin
perder eficacia en su capacidad para apropiarse el plustrabajo realizado por la
clase trabajadora (1). Esto es así porque el capitalismo está basado en la
explotación de los trabajadores por la burguesía, dueña de los medios de
producción. Si se tienen dudas acerca de la validez de la última afirmación
basta constatar la ferocidad con que la burguesía defiende su propiedad
(guerras, golpes de Estado, represiones, asesinatos, torturas y sigue la
lista).
La realidad de la
explotación capitalista implica que la clase obrera está obligada a ceder una
parte sustancial de su tiempo vital a la burguesía, sin recibir nada a cambio.
En otras palabras, los trabajadores producen de manera gratuita para la burguesía
durante una parte de la jornada laboral. Esta explotación se da por medio del
trabajo asalariado, que supone la existencia de trabajadores libres de toda
forma de dependencia personal (por ejemplo, esclavitud, servidumbre feudal,
etc.). Además, en buena parte del planeta existen regímenes políticos
democráticos, esto es, los gobernantes son elegidos por el voto de los
ciudadanos, con la particularidad que, entre estos últimos, los trabajadores
constituyen la mayoría.
Una de las razones de la
peculiar eficacia de la explotación capitalista radica en que combina el
sometimiento de los trabajadores con la igualdad jurídica de éstos y con
incorporación plena a la condición de ciudadanos. Los trabajadores son libres;
si son explotados, es porque quieren, dado que la explotación surge de su libre
consentimiento, expresado en el contrato. Además, si están molestos por las
condiciones laborales, puede ir y votar un presidente, senadores, diputados,
que los representen y que modifiquen la situación.
De lo anterior se deriva una
pregunta crucial: ¿Cómo es posible la explotación en una sociedad donde los
trabajadores son ciudadanos libres?
Dar una respuesta acabada a
la pregunta formulada arriba es imposible, en parte porque realizar dicha tarea
exige el estudio de todos los casos concretos de sociedades capitalistas,
cuestión que está muy lejana de las posibilidades del autor. Sin embargo, es
posible emprender algunas tareas preliminares necesarias para dar respuesta al
interrogante planteado. Una de dichas tareas consiste en establecer los
principios fundamentales de la teoría del Estado y de la política tal como
aparecen en El capital de Karl Marx. El
objetivo del texto es, pues, presentar algunos lineamientos para el tratamiento
del problema de la dominación capitalista, tal como fueron esbozados por Marx
en el capítulo 51 (Relaciones de distribución y relaciones de producción) del Libro
Tercero de El capital (2).
La clave para comprender la
eficacia de la dominación capitalista radica en la distinción entre el ámbito
de la producción y el ámbito del mercado (o de la circulación). En el mercado,
los capitalistas y los trabajadores son iguales en términos jurídicos; así, por
ejemplo, los segundos pueden demandar a los primeros por incumplimiento de
contrato si no reciben el salario. La igualdad incluye también la posibilidad
de organizar sindicatos para defender las condiciones de la venta de su fuerza
de trabajo (monto de los salarios, seguridad e higiene laboral, extensión de la
jornada laboral, etc.) y su reconocimiento como ciudadanos (es decir, plena
participación en el régimen democrático). La igualdad jurídica es consecuencia
de la “doble liberación” del trabajador, esto es, de la combinación de dos procesos;
por un lado, el proceso por el cual los trabajadores son expropiados de los
medios de producción; por el otro, del proceso por el que son liberados de toda
forma de dependencia personal, como ser la esclavitud y la servidumbre. (3)
La libertad jurídica del
trabajador se convierte en su opuesto cuando se pasa al ámbito de la
producción. (4) En el capítulo 51, Marx explica esta transformación al analizar
los cambios en la autoridad entre las sociedades precapitalistas y el
capitalismo.
“La autoridad que asume el capitalista
como personificación del capital en el proceso directo de producción, la
función social que reviste como director y dominador de la producción, es
esencialmente diferente de la autoridad que se funda en la producción con
esclavos, siervos, etcétera.” (p. 1118).
El empresario ejerce la
autoridad sobre el trabajador en virtud de su control de los medios de
producción. Es fundamental comprender que no se trata de un proceso meramente
técnico, sino que es una función eminentemente política. La autoridad del
capitalista en el lugar de producción es el punto de partida para comprender la
especificidad del Estado burgués. La burguesía puede darse el lujo de
“conceder” la igualdad jurídica a la clase obrera porque ejerce la dominación
en el lugar de producción.
Marx explica lo anterior en
el párrafo que sigue al que ya hemos citado:
“Mientras que, sobre la base de la
producción capitalista, a la masa de los productores directos se les contrapone
el carácter social de su producción bajo la forma de una autoridad
rigurosamente reguladora y de un mecanismo social del proceso laboral
articulado como jerarquía completa – autoridad que, sin embargo, sólo recae en
sus portadores en cuanto personificación de las condiciones de trabajo frente
al trabajo, y no, como en anteriores formas de producción, en cuanto dominadores
políticos o teocráticos -, entre los portadores de autoridad, los capitalistas
mismos, que sólo se enfrentan en cuanto poseedores de mercancías, reina la más
completa anarquía, dentro de la cual la conexión social de la producción sólo
se impone como irresistible ley natural a la arbitrariedad individual.” (p.
1118).
“Autoridad rigurosamente
reguladora”, “jerarquía completa”, son alguno de los rasgos que caracterizan a
la dominación capitalista de la producción. Se trata de atributos políticos
antes que técnicos. Esta dominación política en el lugar de producción se
complementa con la que emana de la condición asalariada del trabajador en la
sociedad capitalista. La relación salarial requiere de la existencia de una
masa de trabajadores separada de los medios de producción y que son libres en
términos jurídicos. Dichos trabajadores, si quieren acceder a los bienes que
precisan para subsistir, están forzados a vender su fuerza de trabajo en el
mercado a cambio de un salario. En otras palabras, más allá de sus deseos, se
ven obligados a trabajar para otros. La coerción económica derivada de la
condición asalariada es la llave que permite al capitalista ejercer la
dominación política en el lugar de producción. Esa coerción es consecuencia, a
su vez, de la propiedad privada de los medios de producción, cuya garantía es
el Estado capitalista.
La
eficacia de la dominación capitalista es el resultado de la autoridad ejercida
por el empresario en el proceso de producción. Esta autoridad, de carácter
político, crea la posibilidad para el desarrollo de un ámbito de libertades y
de la ciudadanía. A diferencia de otras formas de organización social, el capitalista
ejerce el control directo del proceso productivo y no requiere, en principio,
del Estado para obtener plustrabajo gratuito de los trabajadores. Es por ello
que el Estado puede aparentar ser el garante de los “intereses generales”, como
si se tratara de un ente que flota por encima de las clases sociales. La
autoridad dictatorial del empresario en el proceso de producción, es la
condición para que el Estado sea el ámbito de la “libertad”. La dictadura es la clave de la libertad.
Es
preciso agregar dos cuestiones al análisis. En primer lugar, Marx enfatiza que
la dominación política del empresario en la producción no es el resultado de la
libre voluntad de éste; al contrario, el capitalista, independientemente de sus
preferencias o sentimientos, opera como “portador” de la lógica del capital, es
decir, de la búsqueda de apropiarse porciones crecientes de plustrabajo. La
dominación política del empresario puede analizarse, por tanto, a la luz del
examen de la lógica propia del modo de producción capitalista.
En
segundo lugar, entre los capitalistas impera la anarquía, llamada competencia
en los manuales de economía. Si bien su producción es social, la apropiación
privada de los frutos de la misma hace que los empresarios estén dispuestos en
todo momento a sacarse los ojos entre sí. Es por esto que una de las funciones
del Estado capitalista consista, precisamente, en evitar que esta anarquía se
lleve puesto al sistema en su conjunto. De ahí que el Estado aparezca muchas
veces como regulador del mercado, cuestión que acentúa la impresión de que se
trata de una institución que flota sobre las clases sociales y sus antagonismos.
Villa
del Parque, martes 6 de enero de 2015
NOTAS:
(1) Marx divide la jornada
laboral en dos segmentos, a los que denomina tiempo de trabajo necesario y tiempo
de plustrabajo. En el primero, el trabajador trabaja para sí mismo, es
decir, produce el valor necesario para reponer su salario; en el segundo (el
plustrabajo), produce para el capitalista, cede gratuitamente su tiempo de
trabajo. En este segundo segmento, y visto desde el lado del valor, el
trabajador produce el plusvalor, que
es apropiado por el capitalista en virtud de su propiedad privada de los medios
de producción.
(2) Marx, Karl. [1° edición:
1894]. (2004). El capital: Crítica de la
economía política. Libro tercero: El proceso global de la producción
capitalista. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción española de León Mames).
(3) El pasaje clásico sobre
la doble liberación del trabajador es el siguiente: “Trabajadores libres en el doble sentido de que ni están incluidos
directamente entre los medios de producción – como sí lo están los esclavos,
siervos de la gleba, etcétera -, ni tampoco les pertenecen a ellos los medios
de producción – a la inversa de lo que ocurre con el campesino que trabaja su
propia tierra, etcétera -, hallándose, por el contrario, libres y
desembarazados de esos medios de producción.” (Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero: El proceso
de producción de capital, México D. F., Siglo XXI, 1998, p. 214).
(4) El pasaje clave es el
siguiente: “La esfera de la circulación o
del intercambio de mercancías, dentro de cuyos límites se efectúa la compra
y la venta de la fuerza de trabajo era, en realidad, un verdadero Edén de los derechos humanos innatos. Lo
que allí imperaba era la libertad, la
igualdad, la propiedad y Bentham. ¡Libertad!, porque el comprador y el vendedor
de una mercancía, por ejemplo de la
fuerza de trabajo, sólo están determinados por su libre voluntad. Celebran su contrato como personas libres, jurídicamente iguales. El contrato es el resultado final en el que sus voluntades confluyen
en una expresión jurídica común. ¡Igualdad!, porque sólo se relacionan
entre sí en cuanto poseedores de
mercancías, e intercambian equivalente por equivalente. ¡Propiedad!, porque cada uno dispone sólo
de lo suyo. ¡Bentham!, porque cada
uno de los dos se ocupa sólo de sí
mismo. El único poder que los reúne y los pone en relación es el de su egoísmo, el de su ventaja personal, el
de sus intereses privados. Y
precisamente porque cada uno sólo se
preocupa por sí mismo y ninguno del otro, ejecutan todos, en virtud de una armonía preestablecida de las cosas o
bajo los auspicios de una providencia omniastuta, solamente la obra de su
provecho recíproco, de su altruismo, de su interés colectivo.
Al dejar atrás esa esfera de
la circulación simple o del intercambio de mercancías, en la cual el
librecambista vulgaris abreva las
ideas, los conceptos y la medida con que juzga la sociedad del capital y del
trabajo asalariado, se transforma en cierta medida, según parece, la fisonomía
de nuestros dramatis personae
[personajes]. El otrora poseedor de dinero abre la marcha como capitalista; el poseedor de fuerza de
trabajo lo sigue como su obrero; el
uno, significativamente, sonríe con ínfulas y avanza impetuoso; el otro lo hace
con recelo, reluctante, como el que ha llevado al mercado su propio pellejo y
no puede esperar sino una cosa: que se lo
curtan.” (Marx, Karl, El capital.
Crítica de la economía política. Libro primero: El proceso de producción de capital,
México D. F., Siglo XXI, 1998, p. 214).
Excelente nota. Resalta algo que muchos ven como una ironía en Marx: el carácter libre de proletariado. Además se extraen las consecuencias al respecto y su relación con el Estado. La única apreciación que me queda es si la dominación que ejerce el capitalista para con el obrero deba ser llamada "política".
ResponderEliminarSaludos
Muy buen aporte. Me parece que faltó poner un poco más de énfasis en el dominio de la violencia (política, social y económica) por parte de las clases explotadores, vía los Estados. Sin dominio armado (es decir: dominio privado/estatal de las armas, 'propiedad', defendida por vía de las armas) de las armas y de las fábricas de armamentos, y sin -al mismo tiempo- el Estado como "destacamento de hombres armados" BASADOS EN LA LEY (lo jurídico) al servicio del sistema capitalista, el dominio es imposible. En las crisis capitalistas agudas entra en crisis este dominio: cuando las armas casi no sirven para contener a las masas (a las que se suma el proletariado revolucionario con sus programas históricos de emancipación por delante, a la cabeza). La democracia y la dictadura (ambas burguesas) son la forma -de doble cara- objetiva de la relación de dominación: libertad-sumisión del productor. Y creo que esto surge claramente de tu artículo, basado en Marx. Gracias. Alberto a.
ResponderEliminarJavier: Muchas gracias por el comentario. El énfasis puesto en la doble liberación del trabajador (capítulo 24 del Libro primero) es uno de los aportes más significativos de Marx a la teoría política, pues coloca a la par la expropiación de los medios de producción con la supresión de toda forma de dependencia personal. Desde la izquierda, solemos poner el acento en la expropiación y vemos al capitalismo únicamente como un sistema opresivo basado en la apropiación de plustrabajo, lo cual es, no hay que dudarlo, correcto. Sin embargo, tendemos a minimizar la segunda parte de la tesis de la doble liberación, aquella que remite a la liberación "jurídica" del trabajador. Desde mi punto de vista, es esta liberación la que permite comprender mejor la especificidad del Estado capitalista y su eficacia como instrumento de dominación de la burguesía sobre los trabajadores. Pero esto último es posible si se combina el análisis de los efectos de la liberación "jurídica" del trabajador con el reconocimiento de la dominación ejercida por el capitalista en la producción. En este sentido, la dominación capitalista en la producción es política, pues constituye la pata invisible que complementa al ejercicio del monopolio de la violencia desde el Estado. En el capitalismo, la burguesía genera una ilusión y un espacio concreto de libertad, porque lleva a cabo su dictadura en el proceso de producción. En condiciones normales, su dominación sobre la clase trabajadora no requiere de la intervención del aparato represivo del Estado (haciendo excepción de la acción de éste sobre los miembros aislados de la clase trabajadora que atentan contra la propiedad vía robo, etc.), pues su autoridad política se ejerce en la fábrica y le permite seguir extrayendo plustrabajo, la base de su poder social. Saludos,
ResponderEliminarAlberto: Muchas gracias por tu comentario. En el artículo no enfaticé el papel de la violencia desde el Estado porque quería destacar algo que, generalmente, queda oculto: la dominación política del capitalista en el proceso de producción, donde ejerce una autoridad dictatorial basada en la propiedad privada de los medios de producción. Las decisiones sobre qué, cómo, en qué cantidad y para quién producir, son tomadas por el empresario sin consultar a los trabajadores. La dominación capitalista es tanto más eficaz cuando esta situación es naturalizada por los trabajadores, pues entonces el nivel de violencia requerido es mínimo. Es por ello que la burguesía está interesada en presentar las relaciones al interior de la fábrica como una cuestión privada, surgida de la expresión de la libre voluntad de las partes en el contrato. Como afirmás, cuando la clase obrera se organiza políticamente y cuestiona la naturalización de la relación capitalista, el Estado se ve forzado a intervenir y se revela con claridad que no se trata de una institución de "todos". Un abrazo,
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