Atilio Borón escribió un
breve artículo (“Dilma, victoria y después”) sobre el triunfo de Dilma Rousseff
en las elecciones presidenciales brasileñas, el cual fue publicado en la
edición del martes 28 de octubre pasado en Página/12. Más allá del análisis
sobre el resultado de las elecciones brasileñas, merece ser comentado porque
expresa con particular precisión los lugares comunes del progresismo sobre la
cuestión del Estado. La cuestión cobra todavía más interés si se tienen en
cuenta que Borón se considera a sí mismo como marxista, de modo que sus
opiniones sobre el Estado pueden pasar como un desarrollo de la teoría marxista.
En momentos en que se vuelve imprescindible desarrollar la independencia
política de la clase obrera respecto a cualquier alternativa política de la
burguesía, resulta de importancia fundamental deslindar límites con ésta en lo
que hace a la cuestión del Estado.
Borón nos invita a
considerar al gobierno de Dilma (al PT) como de “izquierda”. Al hacer esto
bastardea y banaliza las nociones de izquierda y derecha, convirtiéndolas en
denominaciones que dicen poco y nada en concreto. Borón maneja una noción de “izquierda”
que nada tiene que ver con la lucha de clases entre los trabajadores y la
burguesía. La “izquierda” de Borón se define por la utilización del Estado en
beneficio de los sectores populares, mejorando así sus condiciones de vida.
Para el marxismo, ser de “izquierda” implica reconocer la lucha de clases entre
los capitalistas y los trabajadores, abogar por la autonomía política de la clase obrera
frente a la burguesía y luchar por la abolición de la propiedad privada de los
medios de producción.
A partir de la
caracterización de Dilma como de “izquierda”, Borón sostiene que el nuevo
gobierno se ve amenazado por el “terrorismo económico” y por un “golpe blando”.
En pocas palabras, nos sugiere que la burguesía brasileña no va a permitir la
continuidad del gobierno de Dilma, salvo que ésta cumpla sus demandas
económicas. Esto parece a todas luces un disparate, sobre todo porque el PT
lleva muchos años en el gobierno y durante ese período la burguesía no sintió
amenaza alguno, ni perdió los nervios, ni nada. Al contrario, acumuló
ganancias.
Borón parece sentir
remordimientos en su antigua conciencia marxista, lo que lo lleva a formular
una serie de reparos al gobierno de Dilma: 1) el movimiento popular se halla
desmovilizado, desorganizado y desmoralizado; 2) el modelo económico
proporciona “irritantes privilegios al capital”; 3) falta de empoderamiento de
las masas populares; 4) un congreso brasileño que es una “perversa trampa
dominado por el agronegocio y las oligarquías locales”; 5) escaso impulso a la
Reforma agraria.
A la luz de lo anterior, ¿hay
que seguir afirmando que el de Dilma es un gobierno de “izquierda”? Es claro
que no.
Borón formula, casi al pasar,
una crítica que resulta francamente ingenua. Así, se enoja con la “propensión
del Estado brasileño a gestionar los asuntos públicos a espaldas de su pueblo”.
Borón, un destacado politólogo con varios libros en su haber, debería saber a
esta altura del partido que esto es precisamente lo que hace un Estado burgués,
esto es, gobernar en función de los intereses del capital y no de los
trabajadores.
Desde que existe el
capitalismo, el Estado sirve a la burguesía o, lo que es lo mismo, a la
valorización del capital. La sociedad capitalista gira en torno a la
reproducción ampliada del capital. Dicho en otros términos, es preciso que la
economía crezca, que las ganancias de los empresarios se incrementen. Si eso ocurre,
el Estado burgués puede financiarse y prosperan sus mecanismos de control sobre
la sociedad en general y sobre los trabajadores en particular. Pero si la
economía entra en recesión y la burguesía no invierte, el Estado queda
desfinanciado y se ve obstaculizado para ejercer sus funciones de control.
Pensar que el Estado burgués puede hacer otra cosa es no entender nada acerca
del funcionamiento del capitalismo.
Borón piensa que el Estado
es un simple instrumento y que su naturaleza cambia en función de las clases
que ejercen el gobierno. Es decir, el Estado es burgués porque está en manos de
la burguesía y no porque su estructura (su forma) es también burguesa. Desde su
punto de vista, la forma de las instituciones estatales es neutral en términos de
clase. Así se llega al absurdo de que el ejército, burgués en un Estado
controlado por la burguesía, se transforma en “popular” en un Estado donde el
gobierno cae en manos de los sectores populares. Para Borón, el Estado no es
burgués por su forma y contenido, sino que sirve a los sectores sociales que
detentan su control. De ahí que transforme al Estado en un fetiche, que flota
por encima de las clases sociales. Si algo puede transformar al capitalismo es
la acción estatal. A esto se reduce la concepción del Estado y de la política defendida
por Borón, a un fetichismo del Estado.
La concepción del Estado
defendida por Borón es la del progresismo en general. Detrás de ella se
encuentra una convicción más profunda: la negación absoluta de que la clase
obrera pueda ser el sujeto revolucionario o, si se prefiere, el actor social capaz
de transformar a la sociedad. Esto lleva a los progresistas a negar la lucha de
clases y, por consiguiente, el antagonismo entre capital y trabajo. Una vez que
se efectúan estos pasos, cualquier colectivo los deja bien, como decimos en el
barrio. Así, los progresistas pueden defender con la misma calma y devoción al
neoliberalismo, al “estatismo”, al “kirchnerismo” o a lo que sea. Nada los
lleva a sacar los pies del plato del capitalismo.
De este modo, Borón puede
hablar en su artículo de “potencia plebeya”, no de trabajadores ni clase
obrera. En un mundo donde cada vez hay más asalariados, el progresismo reniega
de los trabajadores. Aquí están, en toda su dimensión, los límites del progresismo
y de la supuesta “izquierda” latinoamericana, encarnada en gobiernos como el de
Dilma en Brasil y el de Cristina en Argentina. Se trata de un progresismo
absolutamente funcional a los intereses del capital.
Villa del Parque,
sábado 1 de noviembre de 2014
Este texto atrasa varias décadas. Yo le preguntaría a un obrero danés qué opina sobre la lucha de clases. En última instancia, lo haría con un obrero argentino que gane el doble en comparación con diversos empresarios de PyMEs. Se está basando en un mundo, o una realidad, que ya no existe. El obrero quiere ser clase media, tener coche, viajar, consumir. Y nadie con dos dedos de frente apelaría a la lucha, sino a la búsqueda del progreso. Imponer ya no está de moda, por suerte. Nunca traerá resultados verdaderos, ni generará un cambio permanente. El socialismo tuvo la oportunidad de avanzar, y se quedó en el totalitarismo vacío. El hombre es frágil, y cae en las tentaciones más de la cuenta. Necesita un camino extenso, para que su educación se vuelva acción cotidiana y genere transformaciones duraderas.
ResponderEliminarAgradezco el comentario. Usted me obliga a hablar de cuestiones que no están tratadas en mi artículo. Pero merece una respuesta, aunque esta resulte necesariamente breve. Usted afirma que el artículo atrasa décadas, pues los obreros prefieren incorporarse a la clase media antes que luchar por el socialismo. Sin embargo, usted no profundiza en las premisas de su afirmación. Si un obrero (danés o argentino) alcanza un determinado nivel de ingresos que le permite equiparse en cuanto a consumo a las capas medias, ese nivel de ingresos es el resultado de la organización de los obreros, que les permite negociar mejor las condiciones laborales. Esto es lucha de clases. Me explico, la lucha de clases presenta varios niveles y no es necesariamente (ni mucho menos) lucha por el socialismo. Es la expresión del antagonismo irreductible entre empresarios y trabajadores, pues los primeros quieren acotar el nivel de salarios (para incrementar o mantener sus ganancias) y los segundos quieren aumentarlo para acceder a mejores condiciones de vida. Por tanto, la lucha de clases es también lucha en torno al salario. Y desde hace mucho tiempo los trabajadores saben que obtienen mejores condiciones si negocian colectivamente que si lo hacen aislados. En cuanto a que los obreros quieren ser de clase media, esto se explica porque en la sociedad capitalista en que vivimos la ideología dominante es la de la clase dominante, la burguesía, que nos enseña que cada uno tiene que forjarse su fortuna de manera individual y que la posesión de bienes es el indicador de estatus y progreso. El socialismo no es algo que brote naturalmente en una sociedad individualista centrada en el mercado. De ahí la necesidad de la organización política, del partido, donde los trabajadores más lúcidos le inculquen a sus compañeros que existe otra salida, diferente a la individualista, a sus problemas. Por último, usted habla de que el socialismo fracasó. Está claro que eso es verdad para la Unión Soviética y las otras experiencias del siglo XX. Pero también es verdad que el capitalismo genera pobreza y desigualdad en cantidades nunca vistas y que, además, está destruyendo el planeta en que vivimos. De ahí que, guste o no, sea necesario pensar y luchar por alternativas al capitalismo. Lo dejo, ya me extendí mucho más de lo que deseaba. Saludos,
ResponderEliminarEstá muy bien planteado el análisis, ahora, igual creo que el marxismo clásico no contempla otros problemas de la sociedad pos industrial. Hay un grueso de la población más débil que ni siquiera es proletaria, que está marginalizada, y obvio que esto también es producto del capitalismo, pero obliga a repensarlo. Es como si la mayor parte de la población obrera se hubiera "lumpenizado", y ahora hay que ver qué se hace con eso, porque ya no es tan fácil como señalarlos como lúmpenes y dejarlos afuera. Está también el tema del valor de los bienes simbólicos en la sociedad de la información. Por ejemplo, cualquier persona que tenga un trabajo calificado es un privilegiado en relación a un vendedor ambulante de cualquier ciudad latinoamericana, aún ganando menos. Hay ciertos trabajadores (no todos, claro, hablo de trabajadores calificados) que tienen un modo de vida más burgués que muchos pequeños capitalistas. Ojo, no quisiera que se confundiera conmigo, a mí me gusta la idea de volver a incorporar las nociones del marxismo clásico y no quedarse en esa cuestión tan hermenéutica de otras derivaciones más recientes. Pero creo que algunos problemas se han complejizado un poco. Igual yo diría que el tema de los gobiernos progresistas es que son de una centro-izquierda socialdemócrata en la economía interna y con los capitales transnacionales hacen lo mismo que haria la oposición. Y en realidad capaz que como alternativa al capitalismo habría que pensar todo un reordenamiento de la estructura de producción. No sé, pienso que la autogestión y las comunidades autosustentadas podrían ser una alternativa la explotación excesiva de los recursos naturales y el consumismo, pero es difícil para mí pensar en cómo imponer eso desde el Estado en lugar de simplemente sacarlo de unos pocos que "prediquen con el ejemplo". La verdad es que la solución no la tengo, pero concuerdo en que sí, habría que buscarla. Si tenés una respuesta a estas inquietudes te agradezco.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Empiezo por el final y digo que no tengo respuesta definitiva a las preguntas planteadas, en buena medida porque dicha respuesta debe surgir de la acción de las masas y no del cerebro de esta o aquella persona. Los intelectuales solemos pensar que estamos en condiciones de proporcionar las respuestas, cuando que en realidad y a lo sumo planteamos nuevas preguntas y/o reformulamos las existentes. Coincido con usted en la afirmar que la alternativa al capitalismo pasa por un reordenamiento de la producción o, dicho de otro modo, por una nueva forma de organizar el proceso de trabajo. Esta nueva forma debe comenzar a partir de la supresión de la propiedad privada de los medios de producción y la autoorganización de los trabajadores. También coincido en que esto es imposible desde "este Estado". Los gobiernos "progresistas" latinoamericanos no están llevando adelante un programa de izquierda, sino que simplemente instauraron un nuevo modelo de acumulación de capital en las condiciones propias de las primeras décadas del siglo XXI. En mi artículo traté de enfatizar esto, criticando las ilusiones de Borón acerca de la capacidad de ir a la izquierda desde el Estado existente. Por último, la cuestión de los marginales y las nuevas formas de trabajo. Hay que tener presente (y esto exige investigar a fondo) los cambios en el proceso de producción desde los años 80 del siglo pasado. Todos ellos fueron producto de la lucha de clases y se tradujeron en una formidable derrota del movimiento obrero frente al capital. La esencia de esos cambios fue la pérdida del saber obrero y, por ende, de la capacidad de negociación y de resistencia de los trabajadores, empezando en el nivel del proceso de trabajo. Se llega, entonces, a una realidad en la que creció el número de asalariados, pero sin que muchos de ellos se reconozcan como clase obrera. En este sentido, considero que este problema (el de la conciencia de los trabajadores - la conformación de una conciencia clasista - ) sólo puede ser saldado políticamente, a través de la acción de un partido obrero que combata en todos los frentes por la independencia política de los trabajadores frente a la burguesía. Es, sin lugar a dudas, una respuesta antigua. Pero en el movimiento obrero no hay que buscar la novedad, sino las respuestas eficaces a los problemas existentes. Borón reniega de partido de clase y prefiere recostarse en el Estado capitalista, con la esperanza de que dicho Estado,en manos de un gobierno "progresista", pueda dar pasos hacia el socialismo (o hacia el empoderamiento del pueblo, como le gusta decir). Me extendí demasiado, aunque temo que sea poco en relación a lo que pretendo explicar. Ya volveremos sobre este tema en entradas posteriores del blog. Saludos,
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