Gaza luego de los bombardeos israelíes, 2024 |
A veces, las palabras envejecen
más rápido que las personas. Hay épocas en las que el cambio es tan desmesurado
que la novedad de ayer se convierte en el trasto olvidado en el desván de hoy.
Sería interesante indagar los motivos detrás del transcurrir irregular del
tiempo social. Pero aquí no podemos hacerlo. Vamos a ocuparnos de la globalización,
mejor dicho, de uno de los aspectos de ella, la llamada sociedad del riesgo,
tal como lo presenta el sociólogo británico Anthony Giddens (n. 1938).
En el período 1989-1991 se
desarmó el sistema de los países socialistas de Europa del este y desapareció
la Unión Soviética. El socialismo se esfumó de la faz de la Tierra hasta
la actualidad. La vida le reía y cantaba al capitalismo, alguno de cuyos
intelectuales llegó a imaginar la llegada del fin de la historia y el pasaje a
un presente continuo lleno de mercancías y democracias entendidas como el mero
ejercicio del voto.
En ese contexto de economía de
mercado y liberalismo victoriosos, muchos cientistas sociales plantearon que el
Estado nacional, la herramienta que había sido compañera inseparable del
capitalismo desde los albores del siglo XVI, era obsoleta y que los capitales ya
no se hallaban encerrados en las fronteras nacionales. Había llegado el reino
de la globalización, la palabra que adornó casi todas las publicaciones de
ciencias sociales que vieron la luz en la década de 1990. En verdad, no se
trataba ni de una realidad ni de un planteo teórico nuevos. De hecho, para
mencionar un ejemplo conocido, Marx y Engels describieron la creación de un
mercado mundial por el capitalismo en el Manifiesto comunista (1848).
Pero el triunfalismo del capitalismo sepultó todos los antecedentes y todos los
matices. Se estaba en el comienzo de una nueva era, en la que por fin los
dueños del capital iban a poder expandir sin precauciones ni límites su
búsqueda de ganancias.
El tiempo puso las cosas en su
lugar. Hoy, treinta y tantos años después de los sucesos de 1989-1991, el mundo
sigue siendo un lugar caótico, donde la amenaza de un conflicto nuclear toma
cuerpo en el marco de la guerra de Ucrania. El sistema internacional dejó de
ser unipolar y China (aliada a la Federación Rusa) y EE. UU. se disputan la
hegemonía global, mientras emerge una pléyade de potencias regionales. La
pretendida desaparición de los Estados nacionales dejó paso a un
fortalecimiento de muchos ellos y a la conformación de bloques regionales que
necesitan de los Estados de los países que los integran para imponerse en la
competencia internacional. Por último, y no menos importante, el capitalismo no
ha dejado de experimentar crisis desde 1991 hasta la fecha. Es cierto que el
socialismo no constituye, por lo menos por ahora, una amenaza tangible, pero la
propia dinámica del sistema capitalista no deja de generar problemas e
incertidumbre en el corto, mediano y largo plazo. Nada más lejano del porvenir de
orden y progreso ilimitado imaginado a comienzos de la década de 1990.
De la vasta literatura sobre la
globalización queda poco para recordar. La mayoría de ella, acorde con la
lógica imperante en el mundo académico, fue una moda y, como tal, dejó paso a
otras modas. Sin embargo, hay trabajos que merecen ser recordados, aunque no
necesariamente constituyan aportes novedosos en el campo de la ciencia de la
sociedad. Es por ello por lo que queremos ocuparnos de un libro de Giddens, Un
mundo desbocado, cuya primera edición (inglesa) data de 1999. [1] En el
capítulo 2 [2], el autor describe las características de lo que denomina
sociedad del riesgo. Veamos en qué consiste su argumento.
El sociólogo inglés se ocupa,
como casi toda la sociología, de la cuestión de la transición de las sociedades
precapitalistas a la sociedad capitalista. Pero lo hace desde un aspecto
particular, poco trabajado en las grandes síntesis anteriores: el riesgo.
La afirmación central de Giddens
consiste en que la idea de riesgo devela algunas de las características básicas
del mundo actual.
En primer lugar, sostiene que la
noción de riesgo no existía en las sociedades tradicionales, sino que tomó
cuerpo en los siglos XVI y XVII. Fue utilizada originalmente por los navegantes
para aludir a una zona de peligro (espacio), su uso se extendió luego al
comercio (tiempo) y, finalmente, llegó a denominar a diferentes
situaciones de incertidumbre.
“Las
culturas tradicionales no tenían un concepto del riesgo porque no lo
necesitaban. Riesgo no es igual a amenaza o peligro. El riesgo se refiere a
peligros que se analizan activamente en relación a posibilidades futuras. Sólo
alcanza un uso extendido en una sociedad orientada hacia el futuro —que ve el
futuro precisamente como un territorio a conquistar o colonizar—. La idea de
riesgo supone una sociedad que trata activamente de romper con su pasado —la
característica fundamental, en efecto, de la civilización industrial moderna.”
(p. 35)
Las sociedades tradicionales
(incluso Grecia y Roma) vivían en el pasado. Esto significa que estas
sociedades:
“Han
utilizado las ideas de destino, suerte o voluntad de los dioses donde ahora
tendemos a colocar el riesgo. En las culturas tradicionales, si alguien tiene
un accidente o, por el contrario, prospera, bueno, son cosas que pasan, o es lo
que los dioses y espíritus querían.” (p. 35)
Ahora bien, el riesgo tiene
aspectos negativos (la ya mencionada incertidumbre), pero también posee
aspectos positivos: es fuente de excitación y aventura; es la fuente de energía
que crea la riqueza en la sociedad moderna. Estos dos aspectos aparecen en los
orígenes de la sociedad industrial moderna.
“El riesgo es la
dinámica movilizadora de una sociedad volcada en el cambio que quiere
determinar su propio futuro en lugar de dejarlo la religión, la tradición o los
caprichos de la naturaleza.” (p. 36; el resaltado es mío – AM-.)
Giddens, en una línea de
pensamiento inaugurada por Max Weber, afirma que el capitalismo moderno se
diferencia de todos los sistemas económicos anteriores por su orientación hacia
el futuro: “El capitalismo moderno se planta en el futuro al calcular el
beneficio y la pérdida, y, por tanto, el riesgo, como un proceso continuo.” (p.
37)
Ahora bien, la idea del riesgo
conlleva la del seguro (que debe ser entendido en un sentido no
exclusivamente económico). El Estado de bienestar, entendido como forma
elaborada del seguro, es un sistema de administrar el riesgo. “El seguro es la
línea de base con la que la gente está dispuesta a asumir riesgos. Es el
fundamento dela seguridad allí donde el destino ha sido suplantado por un
compromiso activo con el futuro.” (p. 37)
El seguro sólo es concebible en
una sociedad “donde creemos en un futuro diseñado” por las personas. “El
intercambio y transferencia de riesgos no es un rasgo accidental en una
economía capitalista. El capitalismo es impensable e inviable sin ellos.” (p.
38)
En otras palabras, el sistema
capitalista está sometido a crisis periódicas (léase incertidumbre). No hay
manera de suprimir esas crisis, pues forman parte de la dinámica del sistema y,
tal como lo indica Giddens al tratar el problema del riesgo, representan uno de
los motores del sistema. La búsqueda de ganancias, a pesar de todos los
cálculos y las previsiones, implica un margen de incertidumbre. Por ello el
capital reclama al conjunto de la sociedad que haga su aporte para reducir
dicho margen.
Pero el proyecto de regular el
riesgo no resultó como se pensaba. Giddens remarca que hoy lidiamos con nuevas
formas de incertidumbre (ejemplo: el cambio climático). Para comprender la
situación actual, propone distinguir entre riesgo externo (proveniente
del exterior, de las sujeciones de la tradición o de la naturaleza), y riesgo
manufacturado (creado por el efecto de nuestro creciente conocimiento sobre
el mundo y que se refiere a situaciones sobre las que tenemos muy poca
experiencia histórica, porque son novedosas).
En estos momentos estamos
experimentando la transición desde la preocupación por el riesgo externo hacia
los desvelos por el riesgo manufacturado. Mientras que las sociedades
tradicionales y la sociedad tradicional hasta ahora se preocupaban por lo que podía
hacernos la naturaleza, ahora pasamos a inquietarnos por lo que le hemos hecho
a la naturaleza.
No se trata únicamente de
riesgos relacionados con la naturaleza, sino que es un riesgo que involucra
aspectos de la vida social (por ejemplo, el matrimonio). A diferencia de las
sociedades tradicionales, donde el casamiento era fuente de certidumbre, no
sabemos qué estamos haciendo, pues la familia ha cambiado muchísimo. En líneas
generales, en el riesgo manufacturado “no sabemos, sencillamente, cuál es el
nivel de riesgo, y en muchos casos no lo sabremos hasta que sea demasiado tarde”
(p. 41; el resaltado es mío – AM-.).
Los problemas derivados del
riesgo manufacturado se acrecientan por el cambio de actitud hacia la ciencia.
En los dos últimos siglos la ciencia, que se suponía que iba a reemplazar a la
tradición como dadora de certezas, se volvió ella misma una tradición. Las
personas aceptaban la palabra de los científicos. Sin embargo, en la medida en
que la ciencia (vía tecnología) se involucró de manera creciente en la vida
cotidiana, las personas notaron que los científicos no se ponían de acuerdo en
la mayoría de las cuestiones y que el carácter variable (no absoluto) del
conocimiento científico era fuente de controversias sociales y políticas.
En este punto corresponde hacer
un alto. La promesa del capital a comienzos de la década de 1990 consistía en
el comienzo de una época de progreso continuo, libre de los conflictos que
habían asolado la anterior época histórica. Giddens, uno de los intelectuales
que se subieron al tren de la nueva era, advierte (menos de diez años después
del inicio de la “nueva era”), que el capitalismo es una frazada corta: a la
vez que tapa un problema deja al descubierto otro. No se trata sólo de eso: por
primera vez en la historia un sistema social tiene la capacidad para destruir
al conjunto de la civilización y, más todavía, al planeta entero. El
capitalismo, en su devenir, genera problemas civilizatorios. Esto no significa,
por supuesto, que mañana vaya a producirse el colapso. Pero da cuenta del
fracaso de las ilusiones de la década de 1990.
Frente al riesgo manufacturado
se adoptó el principio precautorio, que consiste en la limitación de la
responsabilidad aun sin tener todavía evidencia concluyente (ejemplo: la
actitud de Alemania Occidental frente a la lluvia ácida en la década de 1980,
prohibiendo la emisión de las sustancias que la provocaban).
Giddens concluye:
“Nuestra
era no es más peligrosa —ni más arriesgada— que las de generaciones anteriores,
pero el balance de riesgos y peligros ha cambiado. Vivimos en un mundo donde
los peligros creados por nosotros mismos son tan amenazadores, o más, que los
que proceden del exterior. Algunos de ellos son verdaderamente catastróficos,
como el riesgo ecológico mundial, la proliferación nuclear o el colapso de la
economía mundial. Otros nos afectan como individuos mucho más directamente: por
ejemplo, los relacionados con la dieta, la medicina o incluso el matrimonio.”
(p. 47)
En este nuevo balance de riesgos
y peligros se encuentra la fuente principal para el surgimiento de actitudes
anticientíficas:
“Unos
tiempos como los nuestros engendrarán inevitablemente movimientos religiosos
renovadores y diversas filosofías New Age, que se oponen a la actitud
científica. Algunos pensadores ecologistas se han vuelto hostiles a la ciencia,
e incluso al pensamiento racional en general, debido a los riesgos ecológicos.
Esta actitud no tiene mucho sentido. Sin el análisis científico ni siquiera
conoceríamos estos riesgos. Nuestra relación con la ciencia, sin embargo, por
las razones ya dadas, no será —no puede ser— la misma que en épocas
anteriores.” (p. 47)
Por último, Giddens formula una
advertencia: carecemos de las instituciones nacionales e internacionales para
manejar el riesgo manufacturado. No obstante ello, es imposible para una
economía dinámica y una sociedad innovadora adoptar una actitud puramente
negativa frente al riesgo. Por el contrario, el sociólogo británico opina que es
probable que haya que ser más audaces que cautelosos en el terreno de la
ciencia y la tecnología.
El triunfo apoteósico del
capitalismo en 1989-1991 no resolvió ninguno de los grandes problemas de la humanidad.
Por el contrario, potenció la aparición de nuevos problemas. La globalización,
vendida como un período de paz universal, basado en la extensión ilimitada del
libre comercio, dio paso a un recrudecimiento de los conflictos bélicos y a la
reaparición de la amenaza de una guerra nuclear. El orden y el progreso dan
paso al riesgo manufacturado. Todo ello obliga a repensar la concepción del
capitalismo y a revisar, nuevamente, el aporte de la ciencia de la sociedad (de
las ciencias sociales, si lo prefiere quien lee estas líneas).
Balvanera, jueves 20 de
junio de 2024
NOTAS:
[1] Giddens, A. (1999). Runaway World: How
Globalization is Reshaping Our Lives. London, UK: Profile. Hay
traducción española de Pedro Cifuentes: Giddens, A. (2000). Un mundo
desbocado: Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Madrid,
España: Grupo Santillana. 109 p. (Pensamiento).
[2] El capítulo 2 se titula
“Riesgo” y abarca las pp. 33-48 de la obra.
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