jueves, 20 de junio de 2024

EL FRACASO DEL FIN DE LA HISTORIA: LA SOCIEDAD DEL RIESGO

 

Gaza luego de los bombardeos israelíes, 2024



A veces, las palabras envejecen más rápido que las personas. Hay épocas en las que el cambio es tan desmesurado que la novedad de ayer se convierte en el trasto olvidado en el desván de hoy. Sería interesante indagar los motivos detrás del transcurrir irregular del tiempo social. Pero aquí no podemos hacerlo. Vamos a ocuparnos de la globalización, mejor dicho, de uno de los aspectos de ella, la llamada sociedad del riesgo, tal como lo presenta el sociólogo británico Anthony Giddens (n. 1938).

En el período 1989-1991 se desarmó el sistema de los países socialistas de Europa del este y desapareció la Unión Soviética. El socialismo se esfumó de la faz de la Tierra hasta la actualidad. La vida le reía y cantaba al capitalismo, alguno de cuyos intelectuales llegó a imaginar la llegada del fin de la historia y el pasaje a un presente continuo lleno de mercancías y democracias entendidas como el mero ejercicio del voto.

En ese contexto de economía de mercado y liberalismo victoriosos, muchos cientistas sociales plantearon que el Estado nacional, la herramienta que había sido compañera inseparable del capitalismo desde los albores del siglo XVI, era obsoleta y que los capitales ya no se hallaban encerrados en las fronteras nacionales. Había llegado el reino de la globalización, la palabra que adornó casi todas las publicaciones de ciencias sociales que vieron la luz en la década de 1990. En verdad, no se trataba ni de una realidad ni de un planteo teórico nuevos. De hecho, para mencionar un ejemplo conocido, Marx y Engels describieron la creación de un mercado mundial por el capitalismo en el Manifiesto comunista (1848). Pero el triunfalismo del capitalismo sepultó todos los antecedentes y todos los matices. Se estaba en el comienzo de una nueva era, en la que por fin los dueños del capital iban a poder expandir sin precauciones ni límites su búsqueda de ganancias.

El tiempo puso las cosas en su lugar. Hoy, treinta y tantos años después de los sucesos de 1989-1991, el mundo sigue siendo un lugar caótico, donde la amenaza de un conflicto nuclear toma cuerpo en el marco de la guerra de Ucrania. El sistema internacional dejó de ser unipolar y China (aliada a la Federación Rusa) y EE. UU. se disputan la hegemonía global, mientras emerge una pléyade de potencias regionales. La pretendida desaparición de los Estados nacionales dejó paso a un fortalecimiento de muchos ellos y a la conformación de bloques regionales que necesitan de los Estados de los países que los integran para imponerse en la competencia internacional. Por último, y no menos importante, el capitalismo no ha dejado de experimentar crisis desde 1991 hasta la fecha. Es cierto que el socialismo no constituye, por lo menos por ahora, una amenaza tangible, pero la propia dinámica del sistema capitalista no deja de generar problemas e incertidumbre en el corto, mediano y largo plazo. Nada más lejano del porvenir de orden y progreso ilimitado imaginado a comienzos de la década de 1990.

De la vasta literatura sobre la globalización queda poco para recordar. La mayoría de ella, acorde con la lógica imperante en el mundo académico, fue una moda y, como tal, dejó paso a otras modas. Sin embargo, hay trabajos que merecen ser recordados, aunque no necesariamente constituyan aportes novedosos en el campo de la ciencia de la sociedad. Es por ello por lo que queremos ocuparnos de un libro de Giddens, Un mundo desbocado, cuya primera edición (inglesa) data de 1999. [1] En el capítulo 2 [2], el autor describe las características de lo que denomina sociedad del riesgo. Veamos en qué consiste su argumento.


El sociólogo inglés se ocupa, como casi toda la sociología, de la cuestión de la transición de las sociedades precapitalistas a la sociedad capitalista. Pero lo hace desde un aspecto particular, poco trabajado en las grandes síntesis anteriores: el riesgo.

La afirmación central de Giddens consiste en que la idea de riesgo devela algunas de las características básicas del mundo actual.

En primer lugar, sostiene que la noción de riesgo no existía en las sociedades tradicionales, sino que tomó cuerpo en los siglos XVI y XVII. Fue utilizada originalmente por los navegantes para aludir a una zona de peligro (espacio), su uso se extendió luego al comercio (tiempo) y, finalmente, llegó a denominar a diferentes situaciones de incertidumbre.

“Las culturas tradicionales no tenían un concepto del riesgo porque no lo necesitaban. Riesgo no es igual a amenaza o peligro. El riesgo se refiere a peligros que se analizan activamente en relación a posibilidades futuras. Sólo alcanza un uso extendido en una sociedad orientada hacia el futuro —que ve el futuro precisamente como un territorio a conquistar o colonizar—. La idea de riesgo supone una sociedad que trata activamente de romper con su pasado —la característica fundamental, en efecto, de la civilización industrial moderna.” (p. 35)

Las sociedades tradicionales (incluso Grecia y Roma) vivían en el pasado. Esto significa que estas sociedades:

“Han utilizado las ideas de destino, suerte o voluntad de los dioses donde ahora tendemos a colocar el riesgo. En las culturas tradicionales, si alguien tiene un accidente o, por el contrario, prospera, bueno, son cosas que pasan, o es lo que los dioses y espíritus querían.” (p. 35)

Ahora bien, el riesgo tiene aspectos negativos (la ya mencionada incertidumbre), pero también posee aspectos positivos: es fuente de excitación y aventura; es la fuente de energía que crea la riqueza en la sociedad moderna. Estos dos aspectos aparecen en los orígenes de la sociedad industrial moderna.

El riesgo es la dinámica movilizadora de una sociedad volcada en el cambio que quiere determinar su propio futuro en lugar de dejarlo la religión, la tradición o los caprichos de la naturaleza.” (p. 36; el resaltado es mío – AM-.)

Giddens, en una línea de pensamiento inaugurada por Max Weber, afirma que el capitalismo moderno se diferencia de todos los sistemas económicos anteriores por su orientación hacia el futuro: “El capitalismo moderno se planta en el futuro al calcular el beneficio y la pérdida, y, por tanto, el riesgo, como un proceso continuo.” (p. 37)

Ahora bien, la idea del riesgo conlleva la del seguro (que debe ser entendido en un sentido no exclusivamente económico). El Estado de bienestar, entendido como forma elaborada del seguro, es un sistema de administrar el riesgo. “El seguro es la línea de base con la que la gente está dispuesta a asumir riesgos. Es el fundamento dela seguridad allí donde el destino ha sido suplantado por un compromiso activo con el futuro.” (p. 37)

El seguro sólo es concebible en una sociedad “donde creemos en un futuro diseñado” por las personas. “El intercambio y transferencia de riesgos no es un rasgo accidental en una economía capitalista. El capitalismo es impensable e inviable sin ellos.” (p. 38)

En otras palabras, el sistema capitalista está sometido a crisis periódicas (léase incertidumbre). No hay manera de suprimir esas crisis, pues forman parte de la dinámica del sistema y, tal como lo indica Giddens al tratar el problema del riesgo, representan uno de los motores del sistema. La búsqueda de ganancias, a pesar de todos los cálculos y las previsiones, implica un margen de incertidumbre. Por ello el capital reclama al conjunto de la sociedad que haga su aporte para reducir dicho margen.

Pero el proyecto de regular el riesgo no resultó como se pensaba. Giddens remarca que hoy lidiamos con nuevas formas de incertidumbre (ejemplo: el cambio climático). Para comprender la situación actual, propone distinguir entre riesgo externo (proveniente del exterior, de las sujeciones de la tradición o de la naturaleza), y riesgo manufacturado (creado por el efecto de nuestro creciente conocimiento sobre el mundo y que se refiere a situaciones sobre las que tenemos muy poca experiencia histórica, porque son novedosas).

En estos momentos estamos experimentando la transición desde la preocupación por el riesgo externo hacia los desvelos por el riesgo manufacturado. Mientras que las sociedades tradicionales y la sociedad tradicional hasta ahora se preocupaban por lo que podía hacernos la naturaleza, ahora pasamos a inquietarnos por lo que le hemos hecho a la naturaleza.

No se trata únicamente de riesgos relacionados con la naturaleza, sino que es un riesgo que involucra aspectos de la vida social (por ejemplo, el matrimonio). A diferencia de las sociedades tradicionales, donde el casamiento era fuente de certidumbre, no sabemos qué estamos haciendo, pues la familia ha cambiado muchísimo. En líneas generales, en el riesgo manufacturado “no sabemos, sencillamente, cuál es el nivel de riesgo, y en muchos casos no lo sabremos hasta que sea demasiado tarde” (p. 41; el resaltado es mío – AM-.).

Los problemas derivados del riesgo manufacturado se acrecientan por el cambio de actitud hacia la ciencia. En los dos últimos siglos la ciencia, que se suponía que iba a reemplazar a la tradición como dadora de certezas, se volvió ella misma una tradición. Las personas aceptaban la palabra de los científicos. Sin embargo, en la medida en que la ciencia (vía tecnología) se involucró de manera creciente en la vida cotidiana, las personas notaron que los científicos no se ponían de acuerdo en la mayoría de las cuestiones y que el carácter variable (no absoluto) del conocimiento científico era fuente de controversias sociales y políticas.

En este punto corresponde hacer un alto. La promesa del capital a comienzos de la década de 1990 consistía en el comienzo de una época de progreso continuo, libre de los conflictos que habían asolado la anterior época histórica. Giddens, uno de los intelectuales que se subieron al tren de la nueva era, advierte (menos de diez años después del inicio de la “nueva era”), que el capitalismo es una frazada corta: a la vez que tapa un problema deja al descubierto otro. No se trata sólo de eso: por primera vez en la historia un sistema social tiene la capacidad para destruir al conjunto de la civilización y, más todavía, al planeta entero. El capitalismo, en su devenir, genera problemas civilizatorios. Esto no significa, por supuesto, que mañana vaya a producirse el colapso. Pero da cuenta del fracaso de las ilusiones de la década de 1990.

Frente al riesgo manufacturado se adoptó el principio precautorio, que consiste en la limitación de la responsabilidad aun sin tener todavía evidencia concluyente (ejemplo: la actitud de Alemania Occidental frente a la lluvia ácida en la década de 1980, prohibiendo la emisión de las sustancias que la provocaban).

Giddens concluye:

“Nuestra era no es más peligrosa —ni más arriesgada— que las de generaciones anteriores, pero el balance de riesgos y peligros ha cambiado. Vivimos en un mundo donde los peligros creados por nosotros mismos son tan amenazadores, o más, que los que proceden del exterior. Algunos de ellos son verdaderamente catastróficos, como el riesgo ecológico mundial, la proliferación nuclear o el colapso de la economía mundial. Otros nos afectan como individuos mucho más directamente: por ejemplo, los relacionados con la dieta, la medicina o incluso el matrimonio.” (p. 47)

En este nuevo balance de riesgos y peligros se encuentra la fuente principal para el surgimiento de actitudes anticientíficas:

“Unos tiempos como los nuestros engendrarán inevitablemente movimientos religiosos renovadores y diversas filosofías New Age, que se oponen a la actitud científica. Algunos pensadores ecologistas se han vuelto hostiles a la ciencia, e incluso al pensamiento racional en general, debido a los riesgos ecológicos. Esta actitud no tiene mucho sentido. Sin el análisis científico ni siquiera conoceríamos estos riesgos. Nuestra relación con la ciencia, sin embargo, por las razones ya dadas, no será —no puede ser— la misma que en épocas anteriores.” (p. 47)

Por último, Giddens formula una advertencia: carecemos de las instituciones nacionales e internacionales para manejar el riesgo manufacturado. No obstante ello, es imposible para una economía dinámica y una sociedad innovadora adoptar una actitud puramente negativa frente al riesgo. Por el contrario, el sociólogo británico opina que es probable que haya que ser más audaces que cautelosos en el terreno de la ciencia y la tecnología.

El triunfo apoteósico del capitalismo en 1989-1991 no resolvió ninguno de los grandes problemas de la humanidad. Por el contrario, potenció la aparición de nuevos problemas. La globalización, vendida como un período de paz universal, basado en la extensión ilimitada del libre comercio, dio paso a un recrudecimiento de los conflictos bélicos y a la reaparición de la amenaza de una guerra nuclear. El orden y el progreso dan paso al riesgo manufacturado. Todo ello obliga a repensar la concepción del capitalismo y a revisar, nuevamente, el aporte de la ciencia de la sociedad (de las ciencias sociales, si lo prefiere quien lee estas líneas).

 

Balvanera, jueves 20 de junio de 2024


NOTAS:

[1] Giddens, A. (1999). Runaway World: How Globalization is Reshaping Our Lives. London, UK: Profile. Hay traducción española de Pedro Cifuentes: Giddens, A. (2000). Un mundo desbocado: Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Madrid, España: Grupo Santillana. 109 p. (Pensamiento).

[2] El capítulo 2 se titula “Riesgo” y abarca las pp. 33-48 de la obra.


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