Desierto de Gobi Ariel Mayo (UNSAM /
ISP Dr. Joaquín V. González)
“Los hombre olvidan
antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio.” Maquiavelo, El
príncipe
“La desvalorización
del mundo del hombre crece en proporción directa a la valorización del mundo de las
cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce a sí mismo
y al trabajador como una mercancía.” Karl Marx, Manuscritos
económico-filosóficos de 1844
El economista
estadounidense Theodore William Schultz (1902-1998) es conocido por sus
estudios en el área de la economía de la educación. Fue uno de los
creadores y principales exponentes de la teoría del capital humano (TCH
a partir de aquí), junto al economista Gary Becker (1930-2014). Recibió el
Premio Nobel de Economía en 1979, junto al economista británico Arthur Lewis
(1915-1991), por sus investigaciones en el desarrollo económico,
particularmente las referidas a los problemas de desarrollo de los distintos
países. La TCH tuvo su auge en
la década de 1960, si bien sus orígenes se remontan a la década anterior. Surgida
en el contexto de la expansión de los sistemas educativos (sobre todo en el
nivel secundario y universitario) luego de la Segunda Guerra Mundial
(1939-1945), la TCH brindó una justificación teórica al aumento del gasto
público en educación. Para sus partidarios, la inversión en capital humano se
traducía en un aumento de la productividad individual y proporcionaba la base
técnica para un rápido crecimiento económico. La TCH fue sometida a fuertes
críticas y cuestionamientos en la década de 1970, derivadas del fracaso de
políticas públicas basadas en sus proposiciones (como la “guerra contra la
pobreza” en EE. UU., y las política de apoyo al crecimiento económico del
Tercer Mundo). Sin embargo, ello no significó su pase al olvido, sino que sus defensores
se refugiaron en el campo de la sociología de la educación y desde allí
ejercieron considerable influencia sobre los organismos financieros
internacionales que se ocupan de la educación. Además, y esto ya constituye material
para otro artículo, la teoría fue adoptada por los políticos de las corrientes
“neoliberales” y, más acá en el tiempo, por los llamados “libertarios”. [1] Más allá de los
vaivenes que experimentó a lo largo de su historia, la TCH vino para quedarse,
dado que proporciona (intenta hacerlo) legitimidad a las políticas educativas
del capitalismo en el siglo XXI. Ello justifica su estudio y su crítica. Por
estas razones, en Miseria de la Sociología decidimos prestarte atención.
Fieles a nuestra costumbre, optamos por abordar el análisis de los textos de
sus principales exponentes, recurriendo sólo de manera accesoria a las fuentes
secundarias. Las líneas principales
de la teoría fueron expuestas por Schultz en 1960, en un discurso ante la
Asociación Estadounidense de Economía, publicado luego en forma de artículo. [2]
En ese texto, Schultz trata de explicar los motivos por los que el capital
humano es ignorado por los economistas. El autor considera que esta omisión es
significativa, pues sostiene que una porción relevante del crecimiento
económico se explica por la inversión en capital humano y porque buena
parte de lo que conocemos como consumo es inversión en capital humano. En definitiva, procura
de dar respuesta a la pregunta: ¿por qué cuesta reconocer que la habilidad y el
conocimiento son una forma de capital? El texto se encuentra
dividido en los siguientes apartados: 1) Los economistas omiten tratar el tema
de la inversión humana; 2) Crecimiento económico y capital humano; 3) Alcance y
esencia de esas inversiones; 4) Observación final sobre los aspectos políticos
del problema; Bibliografía. La presente exposición
no es más que una síntesis de los puntos fundamentales del artículo de Schultz,
más algunos comentarios. El objetivo es que el lector se familiarice con los
aspectos principales de la TCH y, de ese modo, pueda realizar un abordaje
crítico de la misma. El texto tiene dos
ventajas, derivadas de haber sido concebido inicialmente como un discurso: es
breve y va al grano, sin irse por las ramas. Esto no es poca cosa, sobre todo
cuando uno se gasta la vista leyendo publicaciones académicas. Schultz comienza
señalando que los economistas reconocen que “los seres humanos constituyen una
parte importante de la riqueza de las naciones”, pero no tienen en cuenta “la
simple verdad de que las personas invierten en sí mismas y que estas
inversiones son importantes” (p. 16). Nuestro autor plantea
que la moral y los principios filosóficos se encuentran entre los principales
obstáculos al reconocimiento de la existencia del capital humano, pues prohíben
considerar a los seres humanos como “bienes de capital”. Ese punto de vista fue
expresado por el filósofo y economista inglés John Stuart Mill (1806-1873),
quien afirmó que los habitantes de un país no deben ser considerados como
riqueza, sino que la riqueza tiene que servir a los seres humanos. En el fondo,
considerar a las personas como capital parece implicar que éstos pierden su
libertad y se transforman en instrumentos de la acumulación capitalista. [3] Schultz no está de
acuerdo con la concepción expresada en el párrafo anterior y la despacha rápido,
planteando que: “invirtiendo en sí mismos, los hombres pueden ampliar la esfera
de sus posibilidades de elección” (p. 16). De este modo, las personas se libran
de caer en las formas de servidumbre, porque amplían el margen de su autonomía.
Dicho así, parece ser una variante más de la vieja frase “el conocimiento
libera”, dado que esa mayor autonomía se logra mediante la “inversión en sí
mismo”, sobre todo en el terreno de los estudios en el sistema educativo. Sin
embargo, la utilización por Schultz del vocabulario económico (“inversión”)
conduce el pensamiento hacia un terreno específico, reduciendo el alcance de la
autonomía alcanzada mediante el conocimiento. En este sentido, resulta sintomático
que Schultz piense que la única forma de lograr autonomía en nuestra sociedad
sea (me adelanto un poco) aumentando la dotación de capital que posee cada individuo;
dicho en otras palabras, las personas tienen que hacerse capitalistas para ser
libres, pues de lo contrario vivirán sometidas…al imperio del capital (por
supuesto, no es este el lugar para cuestionar los alcances de la libertad
alcanzada en tanto capitalista). Schultz se queja de
que la corriente principal de la teoría económica siguió firme en su rechazo a
aplicar el concepto de capital a los seres humanos. En este sentido, los
economistas continuaron adhiriendo a la noción clásica consistente en
identificar el trabajo con el trabajo manual “que requiere pocos conocimientos
y habilidades”, cualidad que poseen casi todos los trabajadores. En este punto hay que
decir que nuestro economista presenta de un modo unilateral algunas cuestiones.
En primer lugar, los economistas reconocen explícitamente que los seres humanos
son un elemento central de la producción capitalista; de hecho, se considera al
trabajo (la actividad de esos seres humanos) como uno de los factores de
producción, junto al capital y la tierra. En el enfoque adoptado por Schultz
las personas (en la medida en que inviertan en sí mismas) pasan a ser capital; si
se mantiene la noción de factores de producción, desaparece (o se reduce
considerablemente el factor trabajo), pues los trabajadores pasan a ser
capitalistas. En segundo lugar, esa consideración del ser humano como elemento
del proceso de producción capitalista implica su subordinación a las
necesidades de acumulación del capital (algo que ya fue señalado por Marx en
los Manuscritos de París de 1844). La realidad del proceso económico, no
las ideas de los filósofos o las máximas morales, determinan que las personas
se encuentran sometidas a la “servidumbre” del capital. Schultz acelera el
argumento y enuncia su idea fundamental: “Los
trabajadores se han convertido en capitalistas (…) por la adquisición de
conocimientos y habilidades que tienen un valor económico. Esos conocimientos y
habilidades son en gran parte el producto de la inversión y, junto con otras
inversiones humanas, explican principalmente la superioridad productiva de los
países técnicamente avanzados.” (p. 17) [4] Cabe volver a insistir
aquí en algo ya indicado anteriormente: sin querer, Schultz dice entre líneas
que, para ser libre en el capitalismo es preciso convertirse en capitalista. Su
afirmación tiene otro corolario interesante: si todos son capitalistas, no
existe el menor resquicio para hablar de explotación, pues no hay trabajadores
a quienes explotar. Y también se esfuma la noción misma de clase social; sólo
hay individuos que gestionan los diferentes tipos de capital que poseen. En otros
términos, Schultz nos propone una verdadera “utopía” capitalista. Según el autor, la
afirmación anterior permite explicar numerosas situaciones, tales como la mejor
remuneración percibida por los trabajadores afroamericanos frente a sus
homólogos blancos. Estas diferencias son producto de las diferencias en
educación entre unos y otros. Contar con más años de permanencia en el sistema
educativo permite acceder a mejores salarios. Detrás del reduccionismo
propuesto por Schultz, se encuentra la afirmación de que, una vez desaparecidas
las clases sociales, la diferencia entre los individuos en el marco de una
economía de mercado, que hace de la competencia su regla básica de conducta, radica
en su educación. La inversión en seres
humanos produce rendimiento a lo largo de un amplio período. Se trata de inversión
en educación, en formación profesional y en movimientos migratorios de los
jóvenes. Schultz enuncia otra
idea central: “El capital humano ha ido sin duda aumentando a un ritmo
sustancialmente mayor que el del capital reproducible (no humano).” (p. 20)
Esto es una consecuencia de la inversión humana. Así, explica el incremento de
los salarios de los trabajadores en EE. UU. en la segunda posguerra como “un
rendimiento de la inversión realizada en los seres humanos” (p. 21) El capital
humano también permite explicar: a) la rápida recuperación de los países
europeos en la segunda posguerra (a pesar de la destrucción de capital físico);
b) las dificultades de los países pobres para hace un uso eficaz de las
inversiones externas. A continuación,
Schultz da el paso siguiente y pasa a utilizar la denominación recursos
humanos para designar a las personas. Los recursos humanos
tienen componentes cuantitativos (número de personas; porcentaje de la
población activa, número de horas trabajadas, etc.) y cualitativos (habilidad,
conocimientos y atributos similares). Respecto a estos últimos componentes, los
gastos para mejorar estas capacidades aumentan la productividad de los
individuos. El autor se plantea la
cuestión de ¿cómo medir calcular la magnitud de la inversión humana? Dado que
la inversión humana incide en el aumento de los ingresos, se toma dicho aumento
como indicador del rendimiento de la inversión. Algunas de las
actividades que mejoran la capacidad humana: 1) facilidades y servicios de
sanidad; 2) la formación profesional; 3) la educación formal en todos sus
niveles; 4) programas de estudio para adultos organizados por las empresas; 5)
migraciones individuales y familiares para ajustar las cambiantes oportunidades
de empleo. Schultz se concentra
en la inversión en educación, dado que aumentó a un ritmo muy rápido y
que “por sí misma puede muy bien explicar una parte importante del, otra manera
inexplicado, aumento en los ingresos de los trabajadores” (p. 25). Su análisis
es cuantitativo, se preocupa establecer la magnitud de la inversión en
educación y su rendimiento. Para ello utiliza varios supuestos no desarrollados
en este artículo. Afirma que una parte
importante del crecimiento no explicado de la economía estadounidense en las
últimas décadas se explica a partir de la inversión en educación. Schultz dedica el
final del artículo al examen de los aspectos políticos del problema. Entre esos
aspectos destaca que las leyes impositivas discriminan en contra del capital
humano. Además, sostiene que existen numerosos obstáculos a la libre elección de
la profesión (menciona la discriminación racial y religiosa). [5] Por último,
señala un problema en la asistencia económica a los países del Tercer Mundo,
pues ella se concentra en el capital físico y deja de lado el capital humano,
generando un límite fuerte a la eficacia de esa asistencia (pues pronto se
agota la reserva de personal calificado para operar la tecnología más avanzada
proporcionada por la inversión externa). [6] Escribe a modo de
conclusión: “Verdaderamente, la característica más distintiva de nuestro
sistema económico es el crecimiento del capital humano. Sin él, habría
únicamente trabajo manual y pobreza, excepto para aquellos que obtienen rentas
de la propiedad.” (p. 31) Llegamos al final de
esta brevísima excursión por las tierras de la TCH. Ya sabemos en qué consiste
y cuáles son sus planteos principales. También hemos formulado algunas
(brevísimas) consideraciones. Todo esto es el punto de partida, no la llegada.
En los tiempos que corren se pueden hacer muchas cosas, menos subestimar los
argumentos del enemigo.
Balvanera, domingo 28 de enero de 2024 NOTAS: [1] Javier Milei (n.
1970), quien asumió a la presidencia de Argentina en diciembre de 2023, creó el
Ministerio de Capital Humano y subsumió en esa nueva estructura al viejo
Ministerio de Educación. [2] Schultz, Th. W.
(1972). Inversión en capital humano. En M. Blaug, Economía de la educación
(pp. 17-33). Madrid, España: Tecnos. El artículo fue publicado
originalmente en inglés en 1961: Investment in Human Capital. American
Economic Review, (51), pp. 1-17. Se basa en el discurso pronunciado ante la
Asociación Estadounidense de Economía [American Economic Association] en 1960. Para la TCH pueden consultarse: Aronson, P. P. (2005).
La "teoría del capital humano" revisitada [ponencia]. IV Jornadas
de Sociología de la UNLP. La Argentina de la crisis: Desigualdad social,
movimientos sociales, política e instituciones, La Plata, Argentina. [23 al
25 de noviembre de 2005] http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.6705/ev.6705.pdf Becker, G. (1983). El
capital humano. Madrid, España: Alianza. [3] El autor menciona
tres economistas que consideraron a las personas como capital: Adam Smith
(1723-1790), Johann Heinrich von Thünen (1783-1850) e Irving Fisher
(1867-1947). [4] Esta afirmación
tenía un “atractivo directo (…) para los sentimientos procapitalistas [por] su
insistencia en que el trabajador es un detentor de capital corporizado en sus
habilidades y conocimientos, y que tiene la capacidad de invertir (en sí mismo).
Así, en un atractivo golpe conceptual, el asalariado, que no es propietario y
que no controla ni el proceso ni el producto de su trabajo, es transformado en
capitalista.” (Karabel, J. y Halsey, A. H. (s. d.). La investigación
educativa: Una revisión e interpretación. Traducción de Jorge G. Vatalas,
p. 11. [Material preparado para la cátedra de Sociología de la Educación]. [5] Schultz critica la
forma en que se lleva a cabo la asistencia estatal a los sectores de bajos
ingresos: “Los bajos ingresos de determinados grupos sociales han sido durante
mucho tiempo materia de interés público. La política, con demasiada frecuencia,
se centra sólo en los efectos, ignorando las causas. Gran parte de los bajos
ingresos de muchos negros, puertorriqueños, mejicanos, agricultores emigrantes,
agricultores pobres y algunos trabajadores viejos, son producto de una escasa
inversión en su salud y educación.” (p. 29) [6] “Las naciones del
Tercer Mundo eran pobres, no a causa de las relaciones económicas
internacionales, sino debido a características internas, especialmente a su
carencia de capital humano.” (Karabel y Halsey, op. cit., p. 12) |
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