“Es menester ser príncipe para
conocer la naturaleza de los pueblos,
pero ser del pueblo para
conocer a fondo la de los pueblos.”
Maquiavelo (1469-1527),
filósofo y político italiano.
Bienvenidas y bienvenidos a la décima clase del curso.
En la clase anterior expuse los lineamientos
principales del Príncipe de
Maquiavelo (1469-1527) [1]. En especial, destaqué la preocupación por la
construcción de un Estado nacional italiano y el reconocimiento del pueblo como
actor político fundamental. Éstos constituyen los dos núcleos de la
argumentación del político y filósofo italiano. Sin embargo, la obra contiene
mucho más. Maquiavelo elaboró algunos de los fundamentos de la Ciencia política moderna. En el
transcurso de esta clase veremos ese tema y otros más. Con ello concluiremos
nuestra breve revisión del Príncipe.
Sin más prólogo vayamos directamente a la clase.
Aristóteles
(384-322 a. C.) esbozó unos objetivos y un método para la filosofía política en su obra Política.
[2] Sin embargo, corresponde a Maquiavelo el mérito de fundar la CP en el
sentido moderno del término. De hecho, aunque suene algo exagerado (y
probablemente lo sea), Maquiavelo es el primer científico social moderno,
adelantándose a los primeros economistas, cuya obra data del siglo XVIII.
Para
desarrollar lo anterior es preciso pegar otro salto en nuestra lectura “rayuelesca”
de la obra. Hay que ir al capítulo XXV.
Un
lector apresurado puede interpretar que El
Príncipe es una colección de enseñanzas sobre cómo debe comportarse el
gobernante, ya sea para adquirir el poder, ya sea para conservarlo. Desde esta
perspectiva, el libro es un manual práctico, que no pretende ir más allá. Sin
embargo, El Príncipe posee la
cualidad de ser engañosamente simple. Detrás de la superficie hay una compleja
concepción del funcionamiento de la política y la sociedad. En la clase
anterior hemos visto cómo Maquiavelo pone el acento en el conflicto al momento
de analizar la política. Dicho de otro modo, la política es lucha por el poder,
entablada entre las clases y grupos de cada sociedad. Detrás de las ambiciones
de los individuos particulares (y Maquiavelo cuenta muchas historias de estos
individuos a lo largo de la obra), está la lucha entre los sectores que se
disputan el poder para mantener y/o modificar su posición social.
Ahora
bien, si la política va más allá de las ambiciones individuales y se apoya en
una determinada organización de la sociedad [3], entonces es posible construir
una ciencia de la política, que permita, en el límite, encauzar el curso de los
acontecimientos, de las luchas políticas. En otras palabras, la política no es
puro azar ni pura voluntad.
“No me es ajeno que
muchos han sido y son de la opinión de que las cosas del mundo estén gobernadas
por la fortuna y por Dios, al punto que los seres humanos, con toda su
prudencia, no están en grado de corregirlas, o mejor, ni siquiera tienen
remedio alguno. De ahí podrían deducir que no hay por qué poner demasiado
empeño en cambiarlas, sino mejor dejar que nos gobierne el azar. Las grandes mutaciones
que se han visto y que se ven a diario, más allá de toda conjetura humana, han
dado más crédito a esa opinión en nuestra época.” (p. 83).
Así
comienza el capítulo XXV. El punto es crucial si tenemos en cuenta nuestra
lectura del capítulo XXVI, donde Maquiavelo plantea la necesidad de construir
un Estado que sea capaz de liberar a Italia de la dominación extranjera. Si la
opinión a la que se refiere en el párrafo precedente es correcta, la única
solución posible para el problema italiano es encomendarse a la voluntad de
dios o de un príncipe audaz y valeroso. Si todo es “fortuna” (azar, golpes de
voluntad) no hay CP posible (ni tampoco, por supuesto, ninguna ciencia social).
Pero
Maquiavelo muestra que existe cierta regularidad en las acciones humanas y que,
por tanto, es posible hacer CP, la cual proporcionará los elementos necesarios
para transformar la realidad existente. Es notable la sencillez con que expresa
esta idea:
“Pensando yo en eso
de vez en cuando, en parte me he inclinado hacia esa opinión [la que afirma que
nos gobierna el azar]. Con todo, y a fin de preservar nuestro libre albedrío,
juzgo que quizá sea cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de nuestro
obrar, pero que el gobierno de la otra mitad, o casi, lo deja para nosotros. Se
me asemeja a uno de esos ríos torrenciales que, al enfurecerse, inundan los
llanos, asuelan los árboles y edificios, arrancan tierra de esta parte y la llevan
a aquélla: todos huyen a su vista, cada uno cede a su ímpetu sin que pueda
refrenarlo lo más mínimo. Pero aunque sea esa su índole, ello no obsta para
que, en los momentos de calma, los hombres no puedan precaverse mediante
malecones y diques de forma que en las próximas crecidas, las aguas
discurrirían por un canal o su ímpetu no sería ni tan desenfrenada ni tan
perjudicial.” (p. 83).
La
política es lucha por el control del Estado. Pero esa lucha no es ni
absolutamente imprevisible (puro azar y/o voluntad) ni absolutamente previsible
(pura determinación por la economía, por ejemplo). La política se rige por
leyes y por el azar. Esta forma de pensar la política y la sociedad nos aleja
tanto del determinismo mecánico como del voluntarismo. Y, lo que es más
importante todavía, permite construir una ciencia de la política (y de la
sociedad).
En
rigor, la fortuna se potencia cuando no existe fuerza organizada capaz de
contrarrestarla y/o mitigar sus efectos:
“Algo similar pasa
con la fortuna: ésta muestra su potencia cuando no hay fuerza organizada que se
le oponga y por lo tanto vuelve sus ímpetus hacia donde sabe que no se hicieron
ni diques ni malecones para contenerla.” (p. 83). [4]
Ahora
bien, eso que las personas llamamos “fortuna” no es mero azar. Lo fortuito
expresa el desconocimiento de los factores que confluyen en un suceso
determinado. Por ejemplo, la debilidad de Italia frente a España y Francia a comienzos
del siglo XVI no es únicamente el producto de la intervención del azar.
Maquiavelo sostiene que cada época histórica tiene determinadas características
que se imponen a los individuos.
“Vemos que al perseguir
sus fines respectivos, la gloria y las riquezas, las personas se comportan de
distinto modo: uno con precaución, el otro impetuosamente; uno con paciencia,
el otro al contrario; y cada uno, con esos diversos procedimientos, los puede
obtener. También se ve que de dos personas precavidas, una logra su objetivo y
la otra no; y, análogamente, a dos prosperar igualmente siguiendo métodos
diversos, siendo el uno precavido y el otro impetuoso. Ello se debe a la calidad de los tiempos, que está en consonancia con
su proceder.” (p. 84; el resaltado es mío – AM-). [5]
Luego
de afirmar que la acción del azar puede ser contrarrestada, Maquiavelo
demuestra también que la sola voluntad no alcanza. De manera que, para alcanzar
el éxito en las acciones, es preciso estudiar la realidad de cada época. La
sola voluntad de modificar las circunstancias es insuficiente; ningún método utilizado
en el pasado garantiza el triunfo en el futuro; sólo el estudio de cada
sociedad, de cada coyuntura, permite elaborar planes y cursos de acción
eficaces. En otras palabras, Maquiavelo está fundamentando la necesidad de
construir una CP.
La
acción humana es juguete del azar en la medida en que no se conoce el marco en
que se realiza esa acción; a su vez, el azar aparece como azar, valga la redundancia,
porque se ignora la existencia de regularidades y continuidades en las
sociedades. El político, si quiere triunfar en su carrera, debe complementar la
acción con el estudio.
“Concluyo que, al
mutar la fortuna y seguir las personas apegadas a su modo de proceder,
prosperan mientras ambos concuerdan, y fracasan cuando no.” (p. 85).
Es
preciso destacar otro elemento en el análisis anterior: el cambio. La realidad
no permanece inmutable. Todo lo contrario, las cosas cambian; los imperios
surgen y decaen; los Estados se derrumban y aparecen otros nuevos. Esta es otra
razón para estudiar la realidad, pues es necesario adaptarse a las nuevas
circunstancias. Y es precisamente el cambio el que hace que los métodos y las
prácticas que resultaron exitosas en un momento dado pierdan su eficacia.
Maquiavelo
puso en práctica su teoría sobre la necesidad de estudiar los hechos políticos
y encontrar en ellos regularidades. En especial, dedicó la atención a los
Estados nacionales (Francia, España) que habían demostrado su capacidad para
dominar vastos territorios. El interés de Maquiavelo por los asuntos militares
es producto tanto de su experiencia política en la República de Florencia como
de sus reflexiones sobre las causas de la debilidad italiana. Esto lo llevó a
comprender que el elemento central del Estado era el ejército, que le permitía
ejercer el monopolio de la violencia en un territorio determinado y asegurar
así la dominación de una clase social, así como también evitar las invasiones
extranjeras. [6]
La
preocupación de Maquiavelo por los problemas bélicos es casi obsesiva y se
expresa sobre todo en los capítulos XII y XIII, si bien atraviesa todo el Príncipe. En el principio del primero de
los capítulos mencionados indica expresamente que va a ocuparse de los asuntos
militares. Allí se encuentra el núcleo del Estado en todas sus expresiones: el monopolio
de la violencia. Éste fue el instrumento para terminar con la fragmentación
política feudal y, luego, la herramienta para asegurar la dominación de la
burguesía en la nueva sociedad capitalista. Pero no nos adelantemos ni le
hagamos decir a Maquiavelo cosas que van más allá de su tiempo.
Maquiavelo
critica el uso de soldados mercenarios por parte de los Estados en los que se
hallaba dividida la península. [7] Los resultados estaban a la vista: los
mercenarios ponían poco empeño en combatir y mucho en regatear las condiciones
de su contrato, para obtener un mejor pago por sus servicios.
“Las [tropas]
mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas, y si alguien mantiene su
Estado apoyándose en tropas mercenarias, jamás se hallará estable ni seguro a
causa de su desunión, ambición, indisciplina e infidelidad; de su arrogancia
con los aliados y cobardía frente a los enemigos; sin temor de Dios, ni lealtad
a los hombres, tanto se difiere la caída, cuanto se difiere el ataque; en la
paz te expolian ellas; en la guerra, los enemigos.” (p. 40).
Un
Estado será independiente si posee un ejército propio. No hay otro camino.
“La experiencia nos
muestra a príncipes solos y a repúblicas armadas llevar a cabo acciones
notabilísimas, y a las tropas mercenarias nunca hacer otra cosa sino daño; y
que más difícilmente cae una república armada con sus propias armas bajo el
dominio de uno de sus ciudadanos, que otra armada con tropas ajenas.” (p. 41).
La
misma crítica vale para las tropas auxiliares, es decir, cuando un Estado pide
al apoyo militar de otro. [8] No hay otro remedio, si se quiere obtener y conservar
la independencia, que el mencionado más arriba: construir un ejército de
ciudadanos.
“Un príncipe
prudente, por tanto, siempre ha rehuido tales armas [tropas mercenarios y
auxiliares], prefiriendo las suyas propias; ha preferido mejor perder con las
suyas que ganar con las de otro, considerando falsa la victoria obtenida con
armas ajenas.” (p. 46). [9]
Por
todo esto, una vez concluida la crítica del uso de tropas mercenarias y
auxiliares, Maquiavelo dedica el capítulo XIV a examinar el modo en que el
príncipe debe ocuparse de la organización de un ejército propio. Tal como hemos
dicho, la cuestión tenía una importancia fundamental en la Italia de principios
del siglo XVI: sin un ejército nacional era imposible la independencia del
país. Pero el tema es importante, además, a los fines de nuestro estudio: la
violencia, el monopolio de ella, es el núcleo de todo Estado. El Estado, toda
organización estatal, es una herramienta de dominación, y ésta es imposible sin
contar con un ejército.
En la
próxima clase examinaremos la obra del otro gran teórico del Estado moderno, el
filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679).
Muchas
gracias por su atención.
Villa
del Parque, domingo 23 de agosto de 2020
ABREVIATURAS:
CP = Ciencia política.
NOTAS:
[1]
Para elaborar la clase trabajé con la siguiente edición: Maquiavelo, N. (2011). El príncipe. En El
príncipe. El arte de la guerra. Discursos sobre la primera década de Tito
Livio. Vida de Castruccio Castracani. Discursos sobre la situación de Florencia.
(pp. 1-89). Madrid, España: Gredos. Traducción de Antonio Hermosa Andújar.
Todas las citas que incluyo en la clase pertenecen a esta edición.
[2] No es este el lugar
para discutir las diferencias entre la filosofía política y la CP moderna. No
basta con señalar que la segunda incorpora el método científico del que carece
la primera (entendiendo por método científico el desarrollado por las ciencias
naturales desde el siglo XVI, y cuyas expresiones más conocidas son el
experimente y la medición). Aristóteles realizó, junto a sus discípulos, un
trabajo monumental de compilación de datos sobre las organizaciones políticas
de las polis griegas y algunos Estados no-griegos; de la mencionada compilación
ha llegado hasta nosotros la obra La
constitución de Atenas, cuya autoría se atribuye a Aristóteles. Si bien el
filósofo griego no empleó números en sus obras (por lo menos en el sentido en
que lo hace la ciencia moderna), es innegable que utilizó ampliamente la
observación y la comparación para elaborar su teoría política. En todo caso,
cabe decir que en la filosofía política juega un papel central la cuestión de
los juicios de valor, algo que es mediatizado en la CP moderna. En la clase de
hoy intentaré mostrar cómo Maquiavelo sentó las bases de la CP (y cuáles son
los fundamentos de la misma).
[3] Organización social
que determina cierta distribución del poder entre las clases y grupos sociales.
Por ejemplo, en la sociedad medieval, los campesinos se hallaban sometidos a
los señores feudales y, por ende, carecían de poder político (de control sobre
el Estado).
[4] Maquiavelo indica
que Italia es débil precisamente por no haber sabido organizarse para enfrentar
los cambios de la fortuna, a diferencia de lo hecho por España y Francia (agrega
también a Alemania). Esto se relaciona directamente con el planteo del capítulo
XXVI, la necesidad de constituir un Estado nacional en Italia.
[5] “De
aquí igualmente lo diverso del resultado, pues si alguien se conduce con
precaución y paciencia, y los tiempos y las cosas mutan, se hunden, pues no
varía su modo de obrar. Y no hay persona tan prudente capaz de adaptarse a
ello, sea porque no puede desviarse de aquello hacia lo que lo inclina su
naturaleza, o sea porque al haber progresado siempre por una misma vía no se
persuade de desviarse de ella. Así, el hombre precavido, al llegar el momento
de volverse impetuoso, no sabe hacerlo, por lo que va a la ruina; en cambio, si
se cambiase de naturaleza con los tiempos y las cosas, no cambiaría su fortuna.”
(p. 84).
[6] “Afirmo
que, en mi opinión, están capacitados para defenderse por sí mismos quienes,
por abundancia de hombres o dinero, pueden formar un ejército apropiado y
sostener combate abierto con cualquiera que desee atacarlos.” (p. 35). Más
adelante, en el comienzo del capítulo XII: “Y de los fundamentos de todos los
Estados, tanto nuevos como antiguos o mixtos, los principales son las buenas
leyes y las buenas armas. Y puesto que no puede haber buenas leyes donde no hay
buenas armas, y donde hay buenas armas, las leyes son por cierto buenas,
omitiré aquí hablar de leyes para hacerlo sólo de las armas.” (p. 40).
[7] “No
creo que se necesite de muchas energías para persuadir de eso, puesto que la
actual ruina de Italia no tiene más que haberse fundado durante muchos años en
armas mercenarias.” (p. 41).
[8] “Dichas
tropas pueden ser buenas y útiles en sí mismas, pero para quien las solicita
son casi siempre nocivas, pues una derrota te hunde, una victoria te hace su
prisionero.” (p. 45).
[9] “En
conclusión, si no dispone de armas propias, ningún principado está seguro, o
mejor, depende por completo de la fortuna al carecer de virtud que en
circunstancias adversas lo defienda.” (p. 47).
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