"El deber
de la filosofía era disipar el espejismo que nacía de la mala interpretación,
aunque con ello se aniquilase mucha ilusión estimada y encomiada."
Immanuel Kant
(1724-1804), filósofo alemán.
Bienvenidas y bienvenidos a la novena clase de
este curso.
En la última clase, que tuvo lugar antes del
receso de invierno, delineamos los rasgos principales de la filosofía política de Maquiavelo
(1469-1527). Como indicamos, el filósofo italiano fue el primer gran teórico
del Estado moderno. Durante la Edad
Media, el poder político se hallaba dividido entre los distintos señores
feudales y la Iglesia. El poder del rey era ficticio la mayoría de las veces,
pues no controlaba todo el territorio de su Estado. Esta situación complicaba
la realización de intercambios comerciales entre ciudades y regiones, así como
también entre reinos. Mientras la economía giró en torno a la agricultura no
hubo mayores dificultades; las cosas comenzaron a complicarse cuando se produjo
la expansión del comercio, algo que ocurrió a partir del siglo XII. Desde ese
momento la burguesía de las ciudades
comenzó a ver con buenos ojos el fortalecimiento del poder del rey, pues eso garantizaría seguridad para la actividad
comercial. Los reyes, por su parte, vieron en la expansión del comercio la posibilidad de recaudar más
impuestos y, por ende, contar así con los recursos necesarios para sostener un
ejército que asegurara su autoridad en el territorio de su país. España,
Francia e Inglaterra fueron las primeras naciones en las que surgió un Estado
centralizado.
Maquiavelo se encontró con este panorama cuando
empezó a pensar los problemas políticos, a finales del siglo XVI. El Príncipe [1] le da forma sistemática a
esas reflexiones.
Pasemos, pues, a la clase.
Maquiavelo
fue un político, además de un filósofo. La aclaración es importante, pues
permite pensar la lectura del Príncipe
desde una perspectiva diferente a la habitual cuando abordamos un texto
filosófico. Que Maquiavelo haya sido un político implica que los problemas
prácticos ocupan un lugar central en su producción teórica. Es por eso que me
permito sugerirles una lectura particular de la obra que estamos examinando.
Vamos
a empezar por el último capítulo de la obra, el XXVI. Allí se encuentra una de
las dos claves para comprender el sentido de toda la obra: la lucha por la
conformación de un Estado nacional
en Italia.
Maquiavelo
describe así la situación de Italia:
“En el presente,
para conocer la virtud de un espíritu italiano era necesario que Italia se
viera reducida a los términos en los que está hoy día: más esclava que los
judíos, más sierva que los persas, más dispersa que los atenienses, sin cabeza,
sin orden, expoliada, lacerada, teatro de correrías y víctima de toda clase de
devastación.” (p. 86).
No
hay un ápice de exageración en estas palabras. Italia, dividida en una multitud
de pequeños Estados y ciudades independientes, con la Iglesia controlando una
vasta extensión del territorio (los Estados pontificios), era presa de las
ambiciones de España y Francia, países que habían desarrollado poderosos
Estados nacionales en el transcurso del siglo XV. Los italianos veían
impotentes como las luchas entre franceses y españoles se desarrollaban en el
territorio italiano.
El
tono de Maquiavelo es el de un patriota, indignado por la indefensión de su
país frente a los invasores extranjeros:
“[Italia], inerte,
espera a quien le pueda sanar sus heridas, ponga fin a los saqueos de la
Lombardía, a las exacciones en el reino de Nápoles y en la Toscana, y la cura
de sus llagas, desde hace tanto putrefactas. Se la ve también por completo
lista y dispuesta a seguir una bandera, con que haya uno que la enarbole.” (p.
86).
A lo
largo del capítulo, Maquiavelo insiste en la necesidad de un jefe (un Estado)
que sepa conducir a los italianos en la lucha por la independencia. Aquí, como
en otras partes del libro, pone en énfasis en la necesidad de una nueva organización
militar; precisamente, el elemento distintivo de los Estados nacionales era su
capacidad para dotarse de una fuerza militar muy superior a la de los señores
feudales. El ejército era la base del fortalecimiento de la autoridad real en
España y en Francia. De ahí el énfasis de Maquiavelo en la cuestión de la
conformación de un ejército italiano.
Maquiavelo
nos revela aquí una de las claves del Estado moderno: el monopolio de la
violencia en un territorio determinado. El Estado es, ante todo, un instrumento
de dominación y su núcleo es la violencia.
El
final del capítulo XXVI muestra la distancia que hay entre el Maquiavelo de
carne y hueso y el monigote cínico que se ha ido creando con el tiempo en torno
a su figura y su obra:
“No se debe (…)
dejar pasar esta ocasión, a fin de que Italia, luego de tanto tiempo, vea a su
redentor. No tengo palabras para expresar con qué amor sería recibido en todos
los lugares que han padecido las invasiones extranjeras, con qué sed de
venganza, con qué tenaz lealtad, con qué devoción, con qué lágrimas. ¿Qué
puertas se le cerrarían? ¿Qué pueblos le negarían obediencia? ¿Qué italiano le
negaría pleitesía? A todos apesta esta bárbara dominación.” (p. 89).
De
modo que la búsqueda de la conformación de un Estado nacional que garantice la
independencia de Italia es una de las claves de la obra. Para hallar la otra es
preciso ir a los primeros capítulos del libro, más concretamente al IX. En los
capítulos anteriores Maquiavelo describe diversos tipos de Estado, así como
distintas formas de conquistar el poder y mantenerlo. Hace una descripción
descarnada de la política de su época, marcada por la violencia.
Pero
en el capítulo IX aparece algo diferente, una innovación política que marcará
la historia de la Modernidad: el pueblo
se convierte en un actor político y deja de ser una masa de maniobra a
disposición del monarca o el jefe de turno.
El
capítulo IX describe el principado civil,
esto es,
“[El caso de] un
ciudadano particular que se convierte en príncipe de su patria no mediante
crímenes ni otras intolerables formas de violencia, sino a través del favor de
sus conciudadanos; cabría denominárselo principado civil, y llegar hasta él no
requiere ni sólo virtud ni sólo fortuna, sino más bien una astucia afortunada.”
(p. 32).
Maquiavelo
se pregunta cómo se accede a esta forma de principado. Responde que se accede o
mediante el favor del pueblo o mediante el favor de “los notables” (los
aristócratas, la nobleza feudal o urbana), “pues en toda ciudad se hallan estos
dos humores contrapuestos” (p. 32). Sigue en esto la tradición de la filosofía
política, que desde Platón (c 427-347 a. C.) en adelante puso el acento en las
diferencias de clase como motor de las luchas políticas.
Llegado
a este punto, Maquiavelo formula su descubrimiento:
“El
pueblo desea que los notables no lo dominen, ni le opriman, mientras los
notables desean dominar y oprimir al pueblo.” (p. 32).
La posición
social de cada uno de esos grupos (pueblo y notables) hace que se enfrenten
entre sí y de esa lucha surgen “el principado, la libertado o la licencia” (p.
32). En otras palabras, los regímenes políticos no son otra cosa que diferentes
relaciones de poder entre las clases y grupos sociales. Esto ya lo había
descubierto Aristóteles (384-322 a. C.), quien señaló que la democracia era el
gobierno de los pobres sobre los ricos y la oligarquía el gobierno de los ricos
sobre los pobres. [2]
Ahora
bien, Maquiavelo fue más allá de sus predecesores. No se contentó con indicar
que existía una conexión directa entre las formas de gobierno y las clases
sociales; planteó abiertamente que el pueblo constituía la base más sólida del
gobierno. Dicho de modo más preciso, el apoyo del pueblo era fundamental para
consolidar el poder estatal. Lejos de menospreciar al pueblo, o considerarlo
como una amenaza a la que había que dominar mediante la fuerza, Maquiavelo
vislumbró que el pueblo podría llegar a ser la base de una forma de gobierno
mucho más fuerte que todas las conocidas hasta ese momento. [3]
Maquiavelo
examina las diferencias entre un gobierno basado en los notables y otro basado
en el pueblo. El resultado del examen es claramente favorable al segundo:
“Quien accede al
principado mediante el apoyo popular está solo, sin nadie, o casi, en derredor
suyo que no esté dispuesto a obedecer. Además de eso, no se puede con
honestidad dar satisfacción a los notables sin perjudicar a los otros, lo cual
sí es posible con el pueblo, por ser el
fin suyo más honesto que el de los notables, al querer éstos oprimirlo y aquél
que no lo oprima.” (p. 32-33; el resaltado es mío – AM-).
En el
párrafo precedente Maquiavelo presenta la segunda clave del Príncipe: el reconocimiento del pueblo
como actor político de primera línea, capaz de “humanizar” la política de su
época. No se trata, simplemente, de que el gobernante se apoye en el pueblo por
motivos pragmáticos (el pueblo constituye una base más firme de apoyo) [4],
sino también de construir una forma de gobierno que vaya más allá de la
opresión de un grupo social por otro.
Construcción
de un Estado nacional y reconocimiento del papel político del pueblo: ambas
ideas se encuentran unidas de modo indisoluble en la obra. Maquiavelo repite
una y otra vez que el príncipe puede superar las adversidades si cuenta con el
apoyo popular:
“Concluyo diciendo
que sólo es menester a un príncipe mantener al pueblo de su lado, pues si no,
carecerá de todo auxilio en la adversidad.” (p. 33).
El
apoyo del pueblo es el requisito imprescindible para emprender con éxito la
lucha por la independencia de Italia y, a la vez, la garantía de constituir una
política diferente. Maquiavelo se anticipa así a la época de las revoluciones burguesas, que postularon
el gobierno del pueblo y no de los nobles. Su construcción teórica se da en
soledad y, en la práctica, concluyó en derrota en el plano de la política
concreta, pues ninguno de los Estados en que se hallaba fragmentada la
península adoptó la tarea de la unificación italiana. [5] Habría que esperar
hasta el siglo XIX para ver la conformación del Estado italiano, con la
consiguiente unificación de la península.
Todo
lo visto demuestra la distancia entre la imagen que tenemos de Maquiavelo (un
cínico que considera que cualquier cosa es válida para mantenerse en el poder)
y el Maquiavelo teórico y político del siglo XVI, quien buscaba respuestas a
los problemas políticos de su época. No podemos detenernos más en este punto.
En la próxima clase concluiremos la lectura del Príncipe.
Muchas
gracias por su atención.
Villa
del Parque, domingo 23 de agosto de 2020
NOTAS:
[1]
Para elaborar la clase trabajé con la siguiente edición: Maquiavelo, N. (2011). El príncipe. En El príncipe. El arte de la guerra. Discursos sobre la primera
década de Tito Livio. Vida de Castruccio Castracani. Discursos sobre la
situación de Florencia. (pp. 1-89). Madrid, España:
Gredos. Traducción de Antonio Hermosa Andújar. Todas las citas que
incluyo en la clase pertenecen a esta edición.
[2] Ver Aristóteles, Política, Libro IV.
[3] Maquiavelo discute la
validez del refrán que dice que quien se
apoya en el pueblo se apoya en el barro: “si se trata de un príncipe quien
se apoya en aquél [en el pueblo], en grado de mando y lleno de valor, al que
las adversidades no amedrenten y haya adoptado las necesarias disposiciones, y
que con su ánimo y con sus instituciones mantenga en vilo al pueblo, jamás éste
le abandonará, y podrá constatar la solidez de sus cimientos.” (p. 34).
[4] “Así pues, debe quien
llegue a ser príncipe mediante el favor del pueblo mantenerlo junto a sí, cosa
esta fácil, pidiendo aquél sólo que no se le oprima. En cambio, alguien que en
contra del pueblo llegue a ser príncipe mediante el favor de los notables, debe
lo primero de todo tratar de ganarse al pueblo: cosa ésta fácil si se hace su
protector.” (p. 33).
[5] El filósofo marxista francés
Louis Althusser (1918-1990) es autor de un ensayo sobre esta cuestión: “Soledad
de Maquiavelo” (1977). Ver al respecto una ficha preparada por mí: “Maquiavelo
y Althusser: El papel de la violencia en la política moderna”. En Blog Miseria de la Sociología, 23/12/2013.
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