“Los pactos que no descansan en la
espada no son más que palabras,
sin fuerza para proteger al hombre,
en modo alguno.
Thomas Hobbes (1588-1679), filósofo
inglés
Bienvenidas y bienvenidas a la novena clase del curso.
Mientras redacto esta clase voy enviando, a la vez,
las notas correspondientes al primer parcial. Mi ritmo es lento, lo sé, pero
espero poder tener todos los correos enviados para mediados de esta semana. A
la calificación correspondiente agrego unos comentarios, para que tengan una
idea más precisa de los criterios empleados por mí y de las cuestiones que
marqué en cada uno de sus trabajos.
En la clase de hoy continuaremos el análisis del texto
del profesor Palma sobre la naturaleza
humana. [1] Se trata, tal como dijimos en la reunión pasada, de tratar el problema de la relación entre el todo y la
parte, crucial para las ciencias sociales. Ya abordamos el tratamiento de
la NH por la filosofía política antigua, en especial cómo a partir de esa
noción se justificaba la desigualdad (a modo de ejemplo desarrollamos la
justificación aristotélica de la esclavitud). Para concluir el tema esbozaremos
las líneas generales de la concepción
contractualista de la NH, tomando como ejemplo los argumentos del filósofo
inglés Thomas Hobbes (1588-1679). Luego, diremos unas palabras sobre el determinismo biológico.
Como no quiero partir la unidad de esta clase (creo
que eso agregaría confusión a la comprensión de los argumentos), dejaré para la
próxima clase el análisis del artículo del profesor Pardo sobre el surgimiento
de las ciencias sociales modernas. [2]
Pasemos ahora al contenido de la clase propiamente
dicha.
En la Antigüedad, la filosofía
política tenía como núcleo conceptual la idea de la desigualdad de los seres
humanos, que servía como fundamento ideológico de la dominación de la nobleza.
[3]
El desarrollo de las RS capitalistas,
la expansión del comercio, de la manufactura y el trabajo asalariado, fenómenos
todos que se dieron a partir del siglo XVI, modificaron gradualmente la
estructura de las sociedades del Occidente europeo. Estos cambios se expresaron
en el plano del pensamiento: surgió una nueva corriente dentro de la filosofía
política, el contractualismo o iusnaturalismo. Para estos filósofos los SH
somos iguales por naturaleza, la sociedad es una creación de los individuos,
que viven inicialmente en un estado presocial (denominado estado de naturaleza por los filósofos). Ese EN está determinado
por la NH; es decir, reproduce las características de nuestra esencia como
seres humanos. Ya veremos cómo funciona esto en la obra de Hobbes. Lo
importante en este momento es comprender que la sociedad surge de un acuerdo
entre los individuos (el pacto o contrato), que procuran salir de los
inconvenientes derivados del EN. De ahí la denominación de contractualistas
para los filósofos que adhieren a esta corriente: la sociedad surge de un
contrato entre individuos libres e iguales.
Veamos ahora un ejemplo del uso de la
noción de NH por los contractualistas.
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y
Thomas Hobbes (1588-1679) ocupan un lugar destacado en el campo de la filosofía
política por ser los principales teóricos del Estado moderno. Maquiavelo puso en el centro del escenario la
cuestión de la violencia, más específicamente, el papel de la violencia en el
surgimiento y mantenimiento de los Estados. De ese modo, puede decirse que florentino
discute las obras, posteriores, de los filósofos contractualistas, quienes
afirman que el Estado es producto de un acuerdo entre los seres humanos. No se
trata, por cierto, de que Maquiavelo haya estado dotado de las artes de la
adivinación, sino que su propia posición excepcional, a caballo entre el mundo
feudal y el mundo moderno, le permite tomar distancia de su época y percibir
aquellos rasgos, todavía incipientes, que luego formarán parte del sentido
común de la sociedad moderna. Mientras que los autores posteriores procuraron
ocultar el papel jugado por la violencia en el Estado moderno (que es un Estado
capitalista) y presentar en todo momento a la voluntad estatal como la voluntad
del conjunto de la sociedad, Maquiavelo tiene presente que ese Estado es
producto de un acto de violencia, que la violencia es ejercida por los
poderosos para crear y consolidar su posición, y que la lucha entre los
distintos sectores sociales es la que va plasmando los rasgos característicos
del Estado.
A diferencia de Maquiavelo, Hobbes es
un contractualista. En otras palabras, afirma que existe un EN previo a la
sociedad, y que el Estado surge como resultado de un contrato celebrado entre
los SH. No obstante, Hobbes desborda en todo momento los límites de lo
esperable para el contractualismo y efectúa así una crítica implacable del Estado
moderno, aún cuando sus intenciones están muy lejos de ello. Al igual que
Maquiavelo, Hobbes es un pensador de transición, en el sentido de que vivió una
época donde lo antiguo todavía persistía y lo moderno se perfilaba
confusamente. Fue contemporáneo de la Revolución Burguesa inglesa, que culminó
con el triunfo de Oliver Cromwell (1599-1640); en la contienda, Hobbes apoyó a
los monárquicos y marchó al exilio luego de la derrota de estos. El Leviatán (1651),
su obra más conocida, es producto de la reflexión sobre esa derrota. Concebido
como defensa de la monarquía, el libro puso en discusión de un modo radical a
los fundamentos de la monarquía feudal.
El capítulo XIII del Leviatán se
titula “De la CONDICIÓN NATURAL del Género Humano, en lo que Concierne a su
Felicidad y su Miseria”. [4] Constituye una descripción del EN. Es una
excelente introducción a la concepción hobbesiana del Estado, en la medida en
que obliga al lector a dejar de lado sus preconceptos.
Hobbes comienza dicho capítulo
planteando que los seres humanos son iguales:
“La Naturaleza ha hecho a los hombres
tan iguales en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre
es, a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento
que otro, cuando se considera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre
no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un
beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él.” (p. 100).
Al hacer esto, rompe con la tradición
de la filosofía política, que defendía hasta el cansancio la tesis de que los
seres humanos eran desiguales. La monarquía en particular, y toda forma de
gobierno en general, era la consumación de esta desigualdad, pues el príncipe
ejercía el poder en virtud de que era diferente a la masa de sus súbditos. El
pensamiento clásico sostenía que sólo unos pocos tenían la sabiduría para
gobernar, en tanto que la mayoría sólo estaba capacitada para obedecer. Si se
tiene presente esto, puede comprenderse la magnitud de la ruptura planteada por
la afirmación de Hobbes.
El postulado de la igualdad de los
seres humanos determina que el gobierno ya no puede asentarse en el mero
reconocimiento de que unas personas son superiores a otras; a partir de este
momento, el pensamiento político tiene que dedicarse a reflexionar sobre cómo
legitimar el gobierno en una situación en donde las personas son iguales.
Ahora bien, el postulado de la
igualdad no surge de la cabeza de Hobbes. Pensar así equivaldría a caer en una
concepción idealista, que convierte a las ideas en autónomas, capaces de
reproducirse a sí mismas y de ordenar el mundo a su imagen y semejanza. Hay
toda una realidad social detrás de la afirmación de la igualdad por Hobbes, y
es esta realidad quien debe ser indagada si queremos conocer las razones por
las que el pensamiento político entroniza a la noción de igualdad, a punto tal
que la defensa de la desigualdad entre los seres humanos va quedando
paulatinamente confinada a los teóricos del pensamiento conservador.
El éxito de la noción de igualdad va
asociado a la expansión de la economía
mercantil. Los bienes y servicios necesarios para la satisfacción de las
necesidades son producidos cada vez más como mercancías, es decir, como bienes
y servicios destinados a ser vendidos en el mercado por productores que son
propietarios privados de los mismos. La economía
natural, es decir, la producción para la satisfacción de las necesidades
del grupo sin pasar por el mercado va quedando relegada a bolsones cada vez más
reducidos de la sociedad. En la economía mercantil todas las mercancías son
iguales en el sentido de que todas ellas son producto del trabajo humano, y
sólo se diferencian por la cantidad de trabajo que posee cada una de ellas.
Dicho de otro modo, las mercancías, en tanto mercancías, sólo difieren entre sí
por la cantidad de tiempo de trabajo que requiere su producción. Si las
mercancías fueran radicalmente desiguales sería imposible cambiarlas en un
mercado. Si un par de zapatos y un aire acondicionado no tuvieran nada en
común, todo cambio entre ellos sería irrealizable. ¿Qué tienen en común el par
de zapatos y el aire acondicionado? El ser mercancías, esto es, productos del
trabajo humano destinados a ser vendidos en el mercado. En este sentido, el par
de zapatos y el aire acondicionado son iguales y sólo difieren en cuanto al
precio (pues representan cantidades desiguales de tiempo de trabajo). La
igualdad de los bienes y los servicios en el mercado encuentra su máxima
expresión en el dinero. El dinero puede comprar todas las mercancías existentes
en el mercado y encuentra únicamente como límite a la cantidad. Da lo mismo que
el dinero sea producto de picar piedra, cocinar tortas, alquilar taxis o
realizar préstamos usurarios: 100 pesos son iguales a 100 pesos,
independientemente de su procedencia. La desigualdad en las cantidades requiere
de la igualdad cualitativa: las mercancías son producto del trabajo humano.
Este es el terreno que permitió el desarrollo de la noción de igualdad en la
filosofía política.
Hobbes toma como punto de partida a
la igualdad entre los SH en el EN. Ahora bien, ¿qué es el EN?
Hobbes responde “…el tiempo en que
los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos” (p. 102).
El estado de naturaleza no es una
etapa pacífica de la humanidad. Para Hobbes, se trata de un estado solitario y
de guerra de todos contra todos:
“Los hombres no experimentan placer
ninguno (sino, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no
existe un poder capaz de imponerse a todos ellos.” (p. 102).
Agrega, en su estilo característico:
“Todo aquello que es consustancial a
un tiempo de guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, es
natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la
que su propia fuerza y su propia invención puedan proporcionarles. En una
situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es
incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni uso de los artículos
que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni
instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni
conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni
letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro
de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca,
embrutecida y breve.” (p. 103).
El EN es un estado asocial, en el
sentido de que los SH viven dispersos, solitarios, sin constituir una sociedad
ni vivir bajo las reglas impuestas por un poder común. Está marcado por la
lucha de todos contra todos, que pone en permanente riesgo la vida y las
posesiones de las personas.
¿Cuál es la causa de la guerra de
todos contra todos?
Hobbes remite aquí a una explicación
esencialista [5], que lo ubica dentro de las coordenadas del individualismo metodológico (la
corriente que sostiene que el individuo tiene que ser el punto de partida de
todo análisis social). Es precisamente la igualdad entre las personas la que da
origen a la lucha:
“De esta igualdad en cuanto a la
capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de
nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y
en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino
que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación y a veces su
delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. (…) Dada
esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe
para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el
dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda,
durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle.
Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es
generalmente permitido.” (p. 101).
En el esquema hobbesiano, la igualdad
genera la lucha porque los SH son egoístas y viven aislados. La cuestión del
aislamiento no es menor, pues determina que toda apropiación por el individuo
adquiere un carácter privado, no social. Como naturalmente viven aislados, toda
vez que un individuo consigue algo, se lo apropia para sí y lo resguarda de sus
congéneres. Este aislamiento, esta apropiación privada, se asemeja a las
condiciones del mercado, en el sentido de que en este último los propietarios
privados se apropian de manera privada el fruto de la venta de sus mercancías.
Además, la competencia entre los individuos en un mercado se asemeja al estado
de guerra de todos contra todos que se verifica en el EN.
Cuando Hobbes responde a hipotéticas
objeciones sobre la pertinencia de la noción de EN, su respuesta remite,
precisamente, a las características que adquiere la existencia humana en una
economía mercantil:
“A quien no pondere estas cosas puede
parecerle extraño que la Naturaleza venga a disociar y haga a los hombres aptos
para invadir y destruirse mutuamente; y puede ocurrir que no confiando en esta
inferencia basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por la
experiencia. Haced, pues, que se considere a sí mismo; cuanto emprende una
jornada, se procura armas y trata de ir bien acompañado; cuando va a dormir
cierra las puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la llave a sus
arcas; y todo esto aun sabiendo que existen leyes y funcionarios públicos
armados para vengar todos los daños que le hagan. ¿Qué opinión tiene, así, de
sus conciudadanos, cuando cabalga armado; de sus vecinos, cuando cierra sus
puertas; de sus hijos y sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¿No significa esto
acusar a la humanidad con sus actos, como yo lo hago con mis palabras?” (p.
103).
La economía mercantil puede mirarse
al espejo del EN hobbesiano. La competencia entre productores privados se
asemeja a la guerra de todos contra todos; la incertidumbre acerca de la
posibilidad de mantener la posición en el mercado se parece peligrosamente a la
incertidumbre del hombre en EN, quien sabe que el bien que ha conseguido no
está a salvo de las asechanzas de sus semejantes. En este punto, cabe acotar
que el mismo Hobbes admite que la existencia del EN es cuanto menos dudosa:
“Acaso puede pensarse que nunca
existió un tiempo o condición en que se diera una guerra semejante, y, en
efecto, yo creo que nunca ocurrió generalmente así, en el mundo entero” (p.
103).
Si Hobbes no está convencido de la
existencia misma del estado de naturaleza, ¿cuál es la necesidad de introducir
el concepto en el análisis de la sociedad?, ¿de dónde sacó los rasgos
característicos de dicho estado?
La noción de EN le permite justificar
las características del Estado moderno, haciendo de este un elemento
imprescindible para la existencia de la sociedad. Si el estado natural de la
humanidad es la guerra, sólo un poder capaz de someter por la fuerza a las
personas es capaz de asegurar la paz. La sociedad de individuos aislados,
egoístas, sólo puede sobrevivir en la medida en que exista un órgano represivo,
el Estado. A diferencia de los filósofos posteriores, Hobbes se permite hablar
a calzón quitado y decir aquello que los otros esconden con montañas de
palabras: el Estado está para preservar la propiedad, esa es su función
primordial.
“En esta guerra de todos contra
todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de
derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay
poder común, la ley no existe: donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra,
la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales. Justicia e injusticia no
son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un
hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y
pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no
en estado solitario. Es natural también que en dicha condición no existan
propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío; sólo
pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sólo en tanto que puede
conservarlo.” (p. 104).
Además, Hobbes señala que la justicia
no existe en EN. De modo que la moral de una sociedad es funcional a los
objetivos del Estado, y surge con éste. Justicia y propiedad son creación del
Estado, quien es el encargado de refrendar una determinada distribución de los
bienes. De ese modo, la burguesía, la clase rectora en la sociedad moderna, no
puede recurrir a ninguna idea natural de justicia para defender su dominación;
la justicia es una creación estatal y remite a una determinada distribución del
poder entre los grupos sociales. El Estado es concebido, entonces, como el
estado de los propietarios, con la salvedad de que, a diferencia del filósofo
John Locke (1632-1704) para quien la propiedad nace en el EN, Hobbes afirma que
el Estado da origen a la propiedad, dando un nuevo estatus a la posesión
precaria que se da en el EN.
En este punto creo que ha quedado clara
la concepción hobbesiana del EN. El profesor Palma describe las líneas
generales del contractualismo, así que es innecesario proseguir la explicación.
[6] Para cerrar la clase de hoy es preciso decir unas palabras sobre la
cuestión del DB.
En el siglo XIX la filosofía política fue
desplazada por las ciencias sociales. Éstas últimas pasaron a proporcionar el
conocimiento sobre la sociedad. Ya examinaremos en la próxima clase los rasgos
de estas ciencias y las condiciones de posibilidad de su surgimiento. Ahora
corresponde señalar que ese desplazamiento general fue acompañado por otro
desplazamiento: las ciencias biomédicas
reemplazaron a la filosofía política en el campo de la NH. El profesor Palma
desarrolla la cuestión en la última parte del artículo. [7] Lo importante es
tener presente que la noción de NH sirve también, en el DB, para justificar las
desigualdades entre los SH.
En nuestra próxima clase comenzaremos el
análisis de las ciencias sociales modernas.
Villa del Parque, lunes 1 de junio de
2020
ABREVIATURAS:
DB = Determinismo biológico / EN = Estado de naturaleza /
NH = Naturaleza humana / SH = Seres humanos
NOTAS:
[1] Palma, H. (2012), “El problema de la
“naturaleza humana” en los estudios sobre la sociedad”, en Palma, H.
y Pardo, R. (edit.), Epistemología de las ciencias
sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de
lo social. Buenos Aires:
Biblos. (pp. 177-222).
[2] Pardo, R. (2012), “El desafío de las ciencias sociales: desde el
naturalismo a la hermenéutica”, en Palma, H. y Pardo, R. (edit.)
(2012), Epistemología de las ciencias sociales. Perspectivas y
problemas de las representaciones científicas de lo social, Buenos
Aires, Biblos. (pp. 102-126).
[3] Utilizo el término del modo más
general posible, a sabiendas de que engloba multitud de situaciones diferentes.
Mi objetivo es la comprensión de los aspectos fundamentales de la cuestión, no
profundizar en los casos específicos.
[4] Todas las citas del Leviatán están tomadas de: Hobbes, Thomas. (1998). Leviatán, o la materia, forma
y poder de una república, eclesiástica y civil. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. Traducción española
de Manuel Sánchez Sarto.
[5] Referida a la
esencia, a la NH. Hobbes sitúa en la NH las causas de la discordia: “Así
hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia.
Primero, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.” (p.
102). Nuestro autor tiene muy claro la conexión entre la primera de las causas
y la economía: “La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr
un beneficio (…) La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña
de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres…” (p. 102).
[6] Ver al respecto
Palma, H., op. cit., pp. 187-195.
[7] Palma, H., op.
cit., pp. 203-222. En especial, hay que prestar atención a la definición de DB:
p. 203.
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