A modo de introducción
El presente trabajo consiste en una ficha de lectura (con notas y
comentarios) sobre Vigilar y castigar
(1975), de Michel Foucault (1926-1984). La obra, cuya edición original data de
1975 (París, Gallimard), consta de cuatro libros: Suplicio, Castigo,
Disciplina, Prisión. El segundo libro está constituido por tres secciones: I)
Los cuerpos dóciles; II) Los medios del buen encauzamiento; III) El panoptismo.
La presente ficha de lectura está dedicada a la tercera sección del
segundo libro. Dicha sección ocupa un lugar fundamental en la obra, porque
Foucault desarrolla en ella los lineamientos fundamentales de su concepción del
poder en la sociedad capitalista. El
análisis del panoptismo le sirve
para describir el pasaje del poder
soberano (centrado en la figura del rey y propio del feudalismo) al poder disciplinario (cuyo objetivo es
la obtener de los cuerpos el mayor rendimiento posible).
Como es sabido, el estudio de la transición del feudalismo al
capitalismo ocupó un lugar central tanto en las ciencias sociales como en el
marxismo. Foucault aborda la cuestión concentrándose en el surgimiento de la sociedad disciplinaria. A pesar de las
diferencias en los intereses teóricos-políticos y en el lenguaje, Foucault se acerca
aquí al marxismo. En la última parte de esta ficha me referiré someramente este
acercamiento. Por el momento, corresponde decir que Foucault concibe a la
disciplina no como una institución o un aparato, sino como el “procedimiento
técnico unitario por el cual la fuerza del cuerpo está, con el menor gasto,
reducida como fuerza «política», y maximizada como fuerza útil.” (p. 224).
La conformación de una sociedad disciplinaria requería concebir al
individuo como una fuente de riqueza. Economistas como Adam Smith (1723-1790) comprendieron
la naturaleza del proceso al sostener que la riqueza tenía origen en el trabajo
de las personas y no en las cosas en sí. La nueva sociedad estaba basada en el proceso
de trabajo capitalista, entendido como la producción de riqueza a partir de la
explotación de la fuerza de trabajo. De ahí la centralidad de disciplinar a los
individuos (utilizo aquí la palabra “disciplinar” en el sentido que Foucault da
a la noción de “disciplina”).
Trabajé con la traducción española de Aurelio Garzón del Camino:
Foucault, M. (2006). Vigilar y castigar:
Nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina.
Abreviaturas utilizadas:
PD = Poder disciplinario; SD
= Sociedad disciplinaria; VyC =
Vigilar y Castigar.
El “gran encierro: la peste y la puesta en práctica del poder de la
disciplina
Foucault explica los mecanismos disciplinarios a partir de la
descripción del conjunto de medidas que adoptaba la ciudad para hacer frente a
la peste. [1]
Los mecanismos son tres: a) una estricta división especial, que
recorta el espacio de la ciudad y pega a cada uno en su puesto. Si alguien se
mueve de ese lugar, es ejecutado; b) la inspección continua, llevada a cabo por
un cuerpo de milicia que controla cada una de las casas de la ciudad; c) la
vigilancia se apoya en un sistema de registro (escrito) permanente.
Foucault describe así el modelo:
“Este espacio
cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos
están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan
controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados, en el que
un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que
el poder se ejerce por entero de acuerdo con una figura jerárquica continua, en
el que cada individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido
entre los vivos, los enfermos y los muertos – todo esto constituye un modelo
compacto del dispositivo disciplinario.” (p. 201).
La peste es el desorden en la ciudad; la disciplina la enfrenta
imponiendo el orden mediante el análisis y la vigilancia continua. La peste
mezcla; la disciplina separa a los sanos de los infectados.
Las medidas disciplinarias adoptadas para enfrentar la peste representan
un salto cualitativo respecto al “gran encierro” practicado frente a la lepra. Foucault
compara ambas políticas: la lepra suscitó la división masiva y binaria entre
unos (los sanos) y otros (los enfermos); la peste, en cambio, promovió
“esquemas disciplinarios”: “apela a separaciones múltiples, a distribuciones
individualizantes a una organización en profundidad de las vigilancias y de los
controles, a una intensificación y a una ramificación del poder.” (p. 202).
La lepra y la peste son enfrentadas con políticas que conciben de
manera diferente a la sociedad. La lepra representa el ideal de la comunidad
pura, que excluye a los “impuros”. La peste es el ejemplo del “buen
encauzamiento de la conducta”. (p. 202).
Foucault concluye la comparación señalando que las técnicas para hacer
frente a la lepra y la peste no eran incompatibles; el siglo XIX las aproximó,
aplicando “al espacio de exclusión cuyo habitante simbólico era el leproso (y
los mendigos, los vagabundos, los locos, los violentos, formaban su población
real) la técnica de poder propia del reticulado disciplinario.” (p. 202).
El asilo psiquiátrico, la penitenciaría, el correccional, el
establecimiento de educación vigilada, los hospitales, en definitiva, todas las
instancias de control individual, “funcionan de doble modo: el de la división
binaria y la marcación (loco-no loco; peligroso-inofensivo; normal-anormal); y
el de la asignación coercitiva, de la distribución diferencial (quién es; dónde
debe estar; por qué caracterizarlo, cómo reconocerlo; cómo ejercer sobre él, de
manera individual, una vigilancia constante, etc.).” (p. 203).
Ahora bien, la peste es un modelo experimental, en el sentido de que
sólo se aplica en situaciones excepcionales; es una especie de laboratorio en
el que se ponen en práctica los esquemas disciplinarios. Puede decirse que fue
la primera etapa del programa disciplinario. La etapa siguiente consistió en la
extensión de la excepción (la peste) a lo cotidiano. El Panóptico cumplió esa
función.
El Panóptico de Bentham [2]
Jeremy Bentham (1748-1832),
el filósofo inglés creador del utilitarismo,
ideó el modelo del Panóptico con el objetivo de reemplazar al viejo modelo de
prisión imperante a finales del siglo XVIII. Foucault sostiene que el Panóptico
no se limita al caso específico de la prisión; “por el contrario, debe ser
comprendido como un modelo generalizable de funcionamiento; una manera de
definir las relaciones de poder con la vida cotidiana de los seres humanos.”
(p. 208). En otras palabras, “es de hecho una figura de tecnología política que
se puede y que se debe desprender de todo uso específico.” (209).
Foucault concibe al panóptico como el modelo de las nuevas tecnologías
disciplinarias. Es una herramienta para “perfeccionar el ejercicio del poder”. El
Panóptico contribuye a ese perfeccionamiento de varias maneras: a) reduce el
número de los que ejercen el poder, a la vez que multiplica el número de
aquellos sobre quienes se ejerce; b) permite intervenir a cada instante,
anticipándose a los acontecimientos; c) su fuerza “estriba en no intervenir
jamás, en ejercerse espontáneamente y sin ruido, en constituir un mecanismo
cuyos efectos se encadenan los unos a los otros” (p. 209); d) por medio de la
arquitectura y la geometría, actúa directamente sobre los individuos.
¿Cómo logra el Panóptico esa perfección del poder? Invirtiendo el
principio del calabozo. Mientras las funciones de éste son encerrar, privar de
luz y ocultar, el Panóptico se limita a encerrar, suprimiendo las otras dos:
“La plena luz y la mirada de un vigilante captan mejor que la sombra. La
visibilidad es una trampa.” (p. 204). De este modo, un vigilante situado en la
torre central, rodeada por el anillo donde se ubican las celdas de los prisioneros,
puede vigilar a una multitud de personas. Los presos se saben vigilados; el
guardián nunca es visto. La vigilancia (el poder) se convierte en una presencia
omnipresente.
La estructura del Panóptica tiene consecuencias importantes sobre el
Poder:
“El Panóptico
es una máquina de disociar la pareja ver-ser visto: en el anillo periférico, se
es totalmente visto, sin ver jamás; en la torre central, se ve todo, sin ser
jamás visto. Dispositivo importante, ya que automatiza y desindividualiza el
poder. Éste tiene su principio menos en una persona que en cierta distribución
concertada de los cuerpos, de las superficies, de las miradas; en un equipo
cuyos mecanismos internos producen la relación en la cual están insertos los
individuos.” (p. 205).
La contribución del Panóptico al arte de la política consiste, en
palabras de Foucault en:
“En suma, hace
de modo que el ejercicio del poder no se agregue del exterior, como una
coacción rígida o como un peso, sobre las funciones en las que influye, sino
que esté en ellas lo bastante sutilmente presente para aumentar su eficacia
aumentando él mismo sus propias presas. El dispositivo panóptico (…) es una
manera de hacer funcionar unas relaciones de poder en una función, y una
función por esas relaciones de poder.” (p. 210)
El Panóptico es un amplificador del poder, una manera de hacerlo
llegar a todos los rincones de la sociedad. ¿Para qué? En este punto es
imprescindible conectar la institución del Panóptico con el desarrollo del
capitalismo. Cabe recordar que la organización capitalista de la sociedad
requiere una expansión constante de las fuerzas productivas [3] y que esa
expansión está atada al aumento de la explotación de la fuerza de trabajo por
medio de la apropiación de plusvalor absoluto y relativo por los capitalistas.
[4] Como en el capitalismo los trabajadores son libres en términos jurídicos,
esa explotación tiene que realizarse sin recurrir (salvo en casos de rebelión
de los trabajadores) a la violencia física. Marx sostiene que, una vez
desarrollado, el capitalismo ejerce la dominación de manera automática, por
medio de la coerción económica. [5] Esa dominación, sin embargo, no es tan
automática. Requiere de la puesta en práctica de una serie de mecanismos que
garanticen que el sometimiento de los trabajadores se reproduzca
constantemente. En este punto intervienen las instituciones panópticas:
“El Panóptico
(…) tiene un poder de amplificación; si acondiciona el poder, si quiere hacerlo
más económico y más eficaz, no es por el poder en sí, ni por la salvación
inmediata de una sociedad amenazada: se trata
de volver más fuertes las fuerzas sociales – aumentar la producción,
desarrollar la economía, difundir la instrucción, elevar el nivel de la moral pública;
hacer crecer y multiplicar.” (p. 211).
Amplificación de la capacidad productiva de cada individuo a partir de
una vigilancia continua, de un control llevado a todos los lugares de la
sociedad.
“¿Qué
intensificador de poder podrá ser a la vez un multiplicador de producción?
¿Cómo al aumentar sus fuerzas, podrá el poder acrecentar las de la sociedad en
lugar de confiscarlas o de frenarlas? [6] La solución del Panóptico a este
problema es que el aumento productivo del poder no puede ser garantizado más
que si de una parte tiene la posibilidad de ejercerse de manera continua en los
basamentos de la sociedad, hasta su partícula más fina, y si, por otra parte,
funciona al margen de esas formas repentinas, violentas, discontinuas, que
están vinculadas al ejercicio de la soberanía.” (p. 211).
La vigilancia continua (aunque ésta no se haga efectiva en la
práctica, porque hay momentos en que el vigilante puede dormitar o distraerse)
reduce al mínimo la necesidad de la coerción por medio de la violencia física.
“El que está
sometido a un campo de visibilidad, y que lo sabe, reproduce por su cuenta las
coacciones del poder; las hace jugar espontáneamente sobre el mismo; inscribe
en sí mismo la relación de poder en la cual juega simultáneamente los dos
papeles; se convierte en el principio de
su propio sometimiento. Por ello, el poder externo puede aligerar su peso
físico; tiende a lo incorpóreo; y cuanto más se acerca a este límite, más
constantes, profundos, adquiridos de una vez para siempre e incesantemente
prolongados serán sus efectos: perpetua victoria que evita todo enfrentamiento
físico y que siempre se juega de antemano.” (p. 206; el resaltado es mío – AM-).
En este punto corresponde hacer una comparación con la concepción
marxiana de la dominación. Paradójicamente, Marx avanza más que Foucault en el
terreno de la impersonalidad del poder o, para ser más exactos, fundamenta
mejor las causas del desarrollo de esa impersonalidad y las ubica en el terreno
de la (larga) transición del feudalismo al capitalismo. El capitalismo es una
forma de organización social basada en la propiedad privada de los medios de
producción, que pertenecen a la clase capitalista; los asalariados, expropiados
de esos medios, sólo poseen su fuerza de trabajo. Como en el capitalismo los medios
de subsistencia (la comida, la bebida, la ropa, la vivienda, etc.) son
mercancías, pueden ser adquiridos únicamente mediante la compra con dinero
contante y sonante (omito la cuestión de las tarjetas de crédito, vales, etc.,
pues carece de relevancia para el argumento). Esto obliga a los trabajadores a
vender su fuerza de trabajo en el mercado, convirtiéndose en asalariados. Marx
denomina coerción económica a este
fenómeno; a su acción hay que sumarle el hecho de que los trabajadores son
libres en términos jurídicos y que, por lo tanto, pueden adquirir legalmente
bienes y enriquecerse. A diferencia de otras formas de organización social, el
capitalismo permite el ascenso social sin importar las características
personales (género, raza, religión, etc.) del individuo en cuestión (digo
individuo porque la clase trabajadora en su conjunto no puede enriquecerse y
convertirse en clase capitalista pues, ¿quién sería explotado entonces?).
La coerción económica está en la base de los dispositivos
disciplinarios que estudia Foucault. La coerción económica permite comprender
la impersonalidad de las relaciones de dominación. En el célebre apartado
cuarto del primer capítulo del Libro I de El
capital (1867), dedicado al fetichismo de la mercancía, Marx desarrolla la
cosificación de las relaciones sociales bajo el capitalismo; en pocas palabras,
parece que las cosas gobernaran a las personas: máximo nivel de impersonalidad.
[7] Todo esto es dejado de lado por Foucault, que hace depender el carácter
impersonal del poder de la puesta en práctica de los mecanismos disciplinarios.
Retomando el análisis del Panóptico, hay que señalar que Foucault
considera que este mecanismo sirve también para construir un saber de los seres
humanos, dada que pone bajo constante observación a las personas. En este
sentido, funciona como “una especie de laboratorio de poder”. En este
laboratorio encuentran su origen las disciplinas sociales modernas.
Transformaciones del programa disciplinario
Si el tratamiento de la peste representó un salto cualitativo respecto
al “gran encierro”, la implementación de dispositivos panópticos marcó otro
salto hacia adelante. Mientras que la peste fue enfrentada con medidas de
excepción que eran dejadas de lado no bien desaparecía la causa que las había
ocasionado, los dispositivos panópticos vinieron para quedarse.
El poder soberano, cuya encarnación era el rey y que correspondía a la
sociedad feudal, es desplazado por el PD, cuyo mecanismo modelo es el Panóptico
y que se corresponde con el surgimiento del capitalismo. Es un poder que se
ejerce en todos los niveles de la sociedad y que tiene como uno de sus
objetivos primordiales la multiplicación de la capacidad productiva de los
cuerpos de los trabajadores. Los dispositivos panópticos y disciplinarios, los
primeros dedicados a vigilar a los individuos, los segundos a encauzarlos por
la “buena senda” del trabajo capitalista, se entrelazan y producen una nueva
“anatomía política”, cuyo “objeto y fin no son la relación de soberanía sino
las relaciones de fuerza.” (p. 212).
Foucault remarca que el Panóptico es mucho más que un proyecto
específico elaborado por Bentham. Es una nueva manera de concebir el poder,
propio de esa nueva forma de organización social que es el capitalismo.
“Con estas
disciplinas que la época clásica elaborara en lugares precisos y relativamente
cerrados – cuarteles, colegios, grandes talleres – y cuyo empleo global no se
había imaginado sino a la escala limitada y provisional de una ciudad en estado
de peste, Bentham sueña hacer un sistema de dispositivos siempre y por doquier
alerta, que recorrieran la ciudad sin laguna ni interrupción. La disposición
panóptica da la fórmula de esta generalización. Programa, al nivel de un
mecanismo elemental y fácilmente transferible, el funcionamiento de base de la
sociedad toda ella atravesada y penetrada por mecanismos disciplinarios.” (p.
212).
La lectura de VyC en 2019 agrega un matiz a lo anterior. Vistas las
cosas desde el punto de los recursos técnicos, hoy en día es factible
implementar un control total de la población por medio de dispositivos
informáticos y concretar esa utopía del poder: la vigilancia permanente sobre
todos los individuos. El Panóptico requería de dispositivos de una materialidad
dura, consistentes en los muros y las torres. En la actualidad, la vigilancia
puede realizarse con dispositivos mucho más inmateriales que los del siglo XIX.
Sin embargo, es el propio desarrollo del capitalismo (no las necesidades de un
Poder “abstracto”), el despliegue de su lógica interna, el que promueve ese
reforzamiento constante de la vigilancia.
Procesos históricos que confluyen en la formación de la sociedad
disciplinaria
Foucault sintetiza lo expuesto afirmando que entre los siglos XVII y
XVIII se formó la SD. Este período formativo se caracterizó por el pasaje de la
disciplina-bloqueo, cuyo ejemplo
paradigmático es el conjunto de medidas para enfrentar la peste, a la disciplina-mecanismo, cuyo emblema es
el Panóptico; todo esto, en el marco de una extensión y multiplicación de las
instituciones de disciplina (hospitales, cuarteles, escuelas, talleres).
Este incremento de las instituciones disciplinarias es parte de
procesos sociales más profundos. Los tres procesos más importantes son:
1) La inversión funcional de
las disciplinas: en sus orígenes, las disciplinas tenían por
objetivo neutralizar los peligros de las multitudes, de las concentraciones
numerosas; con el advenimiento del capitalismo se pide de las disciplinas el
desempeño de un papel positivo, “haciendo que aumente la utilidad posible de
los individuos.” (p. 213). Este aumento de la utilidad, cuya finalidad es
siempre económica, es la clave para comprender la extensión de las
instituciones disciplinarias.
Foucault
ejemplifica lo expuesto en el párrafo anterior con el caso del taller: “La disciplina del taller, sin
dejar de ser una manera de hacer respetar los reglamentos y las autoridades, de
impedir los robos o la disipación, tiende a que aumenten las aptitudes, las
velocidades, los rendimientos, y por ende las ganancias; moraliza siempre las
conductas pero cada vez más finaliza los comportamientos y hace que entren los
cuerpos en una maquinaria y las fuerzas en una economía.” (p. 213). Nada de
esto tiene sentido si no se inserta en el contexto de la explotación capitalista
y el “hambre” de plusvalor que “padece” incesantemente el empresario. Extraer
la mayor utilidad posible de cada individuo, aumentar la explotación
(consistente en la producción de plusvalor y su apropiación por el
capitalista): he aquí las claves para entender el desarrollo de la SD.
“Las disciplinas funcionan cada vez más como
unas técnicas que fabrican individuos útiles. De ahí el hecho de que se
liberen de su posición marginal en los confines de la sociedad, y que se
separen de las formas de la exclusión o de la expiación, del encierro o del
retiro. (…) De ahí también que tiendan a
implantarse en los sectores más importantes, más centrales, más productivos de
la sociedad; que vengan a conectarse sobre algunas de las grandes funciones
esenciales: la producción manufacturera, la transmisión de conocimientos, la
difusión de aptitudes y de tacto, el aparato de guerra. De ahí, en fin, la
doble tendencia que vemos desarrollarse a lo largo del siglo XVIII a
multiplicar el número de las instituciones de disciplina y a disciplinar los
aparatos existentes.” (p. 214; el resaltado es mío – AM-).
En pocas
palabras, la expansión de la SD va de la mano con el desarrollo del
capitalismo. Todas las relaciones sociales deben ser “disciplinadas” en función
de la producción de plusvalor.
2) La enjambrazón de los
mecanismos disciplinarios: las instituciones
disciplinarias dejan de ser instituciones cerradas sobre sí mismas y pasan a
desarrollar un enjambre de controles hacia el exterior. Dicho de otro modo, los
procedimientos disciplinarios desarrollados en su interior se transfieren a
otros ámbitos de la sociedad. Por ejemplo, los hospitales pasan a ser puntos de
apoyo para la vigilancia médica de la población externa. También aparecen focos
de control diseminados en toda la sociedad (casos de los grupos religiosos, las
asociaciones de beneficencia, etc.).
3) La nacionalización de los
mecanismos de disciplina: La SD pasó a requerir,
una vez alcanzado cierto nivel de desarrollo, la creación de una institución
capaz de apropiarse de “instrumentos de una vigilancia permanente, exhaustiva,
omnipresente, capaz de hacerlo todo visible, pero a condición de volverse ella
misma invisible.” (p. 217). Esta institución es la policía.
El poder policíaco constituye una pieza
fundamental de la SD: “es un aparato que debe ser coextensivo al cuerpo social
entero y no sólo por los límites extremos que alcanza, sin por la minucia de
los detalles de que se ocupa.” (p. 216). A diferencia de otros organismos
estatales, la policía se ocupa de lo elemental, de lo pasajero, del rumor.
Registra, “a diferencia de los métodos de la escritura judicial o
administrativa, (…) [las] conductas, actitudes, virtualidades, sospechas – una
toma en cuenta permanente del comportamiento de los individuos.” (p. 217).
La
generalización del aparato policiaco en el siglo XVIII marca el triunfo de la
SD, la consolidación de ésta. La policía tiene una función primordialmente
disciplinaria, además de sus funciones de control de las revueltas y auxiliar
de la justicia en la persecución de los criminales. Esta función disciplinaria
es “compleja, ya que une el poder absoluto del monarca a las más pequeñas
instancias de poder diseminadas en la sociedad; ya que, entre estas diferentes
instituciones cerradas de disciplina (talleres, ejércitos, escuelas), extiende
una red intermedia, que actúa allí donde aquéllas no pueden intervenir,
disciplinando los espacios no disciplinarios; pero que cubre, une entre ellos,
garantiza con su fuerza armada: disciplina intersticial y metadisciplina.” (p.
218).
La sociedad disciplinaria:
El proceso descripto en los apartados anteriores es el de la formación
de la SD. Consiste “en el movimiento que va de las disciplinas cerradas,
especie de «cuarentena» social, hasta el mecanismo indefinidamente
generalizable del «panoptismo». “ (p. 219).
Foucault utiliza las reflexiones de Nikolaus Heinrich Julius
(1783-1862), médico alemán que promovió las reformas de las cárceles. Julius sostuvo
que la Antigüedad había sido una sociedad del espectáculo pues en ella se procuraba
hacer accesible a una multitud de personas un número pequeño de objetos. Por
ejemplo, el rey estaba expuesto a la visibilidad de las multitudes. En cambio,
la Modernidad se proponía resolver el problema inverso: lograr que un pequeño
número de individuos pudiera observa instantáneamente a una gran multitud. La
solución al problema era el Panóptico. De este modo, la transición del
feudalismo al capitalismo podía concebirse como el pasaje de la sociedad del espectáculo a la sociedad de la vigilancia.
La formación de la SD remite a cierto número de procesos sociales más
amplios. Foucault indica el lugar que ocupa la SD en ese marco más amplio.
1) “De una manera global puede decirse que las disciplinas son unas
técnicas para garantizar la ordenación de las multiplicidades humanas.” Ahora
bien, Foucault señala que este problema se le presenta a todo “sistema de
poder”. Lo específico de las disciplinas [que no es otra cosa que la solución
al problema desarrollada por el capitalismo naciente] está contenido en tres
criterios que guían la táctica de poder de la SD: a) hacer del ejercicio del
poder lo menos costoso posible; b) hacer que los efectos de ese poder alcancen
el máximo de intensidad y que se extiendan lo más lejos posible [hasta abarcar
a toda la sociedad, hasta llegar a todos los rincones de la sociedad]; c) ligar
crecimiento “económico” del poder y rendimiento de los aparatos en el interior
de los cuales se ejerce.
¿A qué coyuntura pretenden dar respuesta las disciplinas?
Por un lado, el gran impulso demográfico del siglo XVIII, que
multiplicó la población flotante (el nomadismo) y produjo un cambio en la
escala cuantitativa de los grupos que se trataba de controlar o manipular. Por otro lado, el crecimiento del aparato de
producción. Hay que recordar que la economía mercantil se hallaba en pleno
desarrollo en el siglo de las Luces y que a finales de ese siglo se produjo en
Inglaterra la primera Revolución Industrial. Frente a estos cambios, las
instituciones propias del feudalismo o del absolutismo resultaban inadecuadas;
se lo impedía “la extensión llena de lagunas y sin regularidad de su red, su
funcionamiento a menudo conflictual, y sobre todo el carácter «dispendioso» del
poder que se ejercía.” (p. 221).
La extensión de las disciplinas fue la solución a los problemas
planteados por el crecimiento de la población y del aparato productivo.
Mientras que el poder soberano “procedía esencialmente por extracción
(extracción de dinero o de productos por tributación monárquica, señorial y
eclesiástica; toma de hombres o de tiempo por las prestaciones personales o los
alistamientos, el encierro de los vagabundos o su destierro)” (p. 222), el
poder disciplinario utiliza el principio “suavidad-producción-provecho”. Se
disciplina a los seres humanos para vencer su resistencia al poder (que era ya
un poder cada vez más capitalista) y para hacerlos más productivos, sin
necesidad de emplear la violencia. Marx, con otro lenguaje, describe la
transición del feudalismo al capitalismo como el pasaje de la coerción extraeconómica (violencia
física) a la coerción económica.
Foucault se acerca aquí mucho a la concepción marxista de la transición del
feudalismo al capitalismo y la mejora en los detalles, al examinar los
dispositivos específicos que permiten disciplinar a las personas, algo que se
encuentra ausente en la obra de Marx.
Foucault es muy claro:
“Si el despegue económico de Occidente ha comenzado con los
procedimientos que permitieron la acumulación del capital, puede decirse,
quizá, que los métodos para dirigir la acumulación de los hombres han permitido
un despegue político respecto de las formas de poder tradicionales, rituales,
costosas, violentas, y que, caídas pronto en desuso, han sido sustituidas por
toda una tecnología fina y calculada del sometimiento. De hecho los dos procesos, acumulación de los hombres y acumulación del
capital, no pueden ser separados; no habría sido posible resolver el
problema de la acumulación de los hombres sin el crecimiento de un aparato de
producción capaz a la vez de mantenerlos y de utilizarlos; inversamente, las
técnicas que hacen útil la multiplicidad acumulativa de los hombres aceleran el
movimiento de acumulación de capital. A un nivel menos general, las mutaciones
tecnológicas del aparato de producción, la división del trabajo y la
elaboración de los procedimientos disciplinarios han mantenido un conjunto de
relaciones muy estrechas. Cada uno de los dos ha hecho al otro posible, y
necesario; cada uno de los dos ha servido de modelo al otro.” (p. 223-224; el
resaltado es mío – AM-).
2) En los siglos XVII y XVIII la burguesía, la clase constituida por los
propietarios de los medios de producción, conquistó al poder político [el
proceso conocido como Revoluciones
Burguesas]. Para consolidar esa dominación, se procedió a “la instalación
de un marco jurídico explícito, codificado, formalmente igualitario, y [a la]
organización de un régimen de tipo parlamentario y representativo.” (p. 224). Este
proceso es bien conocido. Sin embargo, la consolidación de la dominación
burguesa tuvo otra vertiente, que permaneció oculta:
“Bajo la forma
jurídica general que garantizaba un sistema de derechos en principio
igualitarios había, subyacentes, esos mecanismos menudos, cotidianos y físicos,
todos esos sistemas de micropoder esencialmente inigualitarios y disimétricos
que constituyen las disciplinas. Y si, de una manera formal, el régimen
representativo permite que directa o indirectamente, con o sin enlaces, la
voluntad de todos forme la instancia fundamental de la soberanía, las
disciplinas dan, en la base, garantía de la sumisión de las fuerzas y de los
cuerpos. Las disciplinas reales y corporales han constituido el subsuelo de las
libertades formales y jurídicas. El contrato podía bien ser imaginados como
fundamento ideal del derecho y del poder político; el panoptismo constituía el
procedimiento técnico, universalmente difundido, de la coerción. (…) Las Luces que han descubierto las
libertades, inventaron también las disciplinas.” (p. 225; el resaltado es
mío – AM-).
Al lado del
derecho burgués, cuyo eje es la noción de igualdad jurídica, existe un “contraderecho”,
conformado por la malla de disciplinas que envuelve a toda la sociedad y que
llega, por intermedio del poder policíaco, a cada rincón de la misma. Los
mecanismos e instituciones disciplinarias “desempeñan el papel preciso de
introducir unas disimetrías insuperables y de excluir reciprocidades.” (p.
225).
¿En qué consiste y cómo funciona este
contraderecho?
Crean entre
los individuos un vínculo “privado”, “que es una relación de coacciones
enteramente diferentes de la obligación contractual; la aceptación de una
disciplina puede ser suscrita por vía de contrato; la manera en que está
impuesta, los mecanismos que pone en juego, la subordinación no reversible de
los unos respecto de los otros, el «exceso de poder» que está siempre fijado
del mismo lado, la desigualdad de posición de los diferentes miembros respecto
del reglamento común oponen el vínculo disciplinario y el vínculo contractual,
y permitir falsear sistemáticamente éste a partir del momento en que tiene por
contenido un mecanismo de disciplina.” (p. 225).
El derecho
burgués califica a los sujetos de derecho según normas universales, “las
disciplinas caracterizan, clasifican, especializan.” (p. 225).
En conexión
inseparable con el derecho burgués, el contraderecho de las disciplinas
garantiza el funcionamiento del capitalismo. “Si el juridicismo universal de la sociedad moderna parece fijar los
límites al ejercicio de los poderes, su panoptismo difundido por doquier hace
funcionar, a contrapelo del derecho, una maquinaria inmensa y minúscula, a la vez
que sostiene, refuerza, multiplica, la disimetría de los poderes y vuelve vanos
los límites que le han trazado. (…) [Las disciplinas] Han sido en la genealogía de la sociedad moderna, con la dominación de
clase que la atraviesa, la contrapartida política de las normas jurídicas según
las cuales se redistribuía el poder.” (p. 226; el resaltado es mío – AM-).
Foucault ubica
la prisión “en el punto en que se
realiza la torsión del poder codificado de castigar, en un poder disciplinario
de vigilar; en el punto en el que los castigos universales de las leyes vienen
a aplicarse selectivamente a ciertos individuos y siempre a los mismos; hasta
el punto en que la recalificación del sujeto de derecho por la pena se vuelve
educación útil del criminal (…) Lo que generaliza entonces el poder de castigar
no es la conciencia universal de la ley en cada uno de los sujetos de derecho,
es la extensión regular, es la trama infinitamente tupida de los procedimientos
panópticos.” (p. 226).
3) El desarrollo de las disciplinas generó una novedad en el siglo XVIII:
comenzó a darse un proceso circular: “formación de saber y aumento de poder se
refuerzan regularmente” (p. 227). En las disciplinas, “todo mecanismo de
objetivación puede valer como instrumento de sometimiento, y todo aumento de
poder da lugar a unos conocimientos posibles; a partir de este vínculo, propio
de los sistemas tecnológicos, es como han podido formarse en el elemento
disciplinario la medicina clínica, la psicología del niño, la psicopedagogía,
la racionalización del trabajo. Doble proceso, por lo tanto: desbloqueo
epistemológico a partir de un afinamiento de las relaciones de poder; multiplicación
de los efectos de poder gracias a la formación y a la acumulación de
conocimientos nuevos.” (p. 227).
El capitalismo del siglo XVIII requirió y desarrolló diversas
tecnologías: agronómicas, industriales, económicas. Foucault hace notar que el
Panóptico y los desarrollos disciplinarios fueron poco celebrados, al lado de
los logros de la Revolución Industrial. ¿La explicación? “El poder que utiliza
y que permite aumentar es un poder directo y físico que los seres humanos
ejercen los unos sobre los otros. Para un punto de llegada sin gloria, es un
origen difícil de confesar.” (p. 227).
Foucault termina la sección planteando la relación entre las técnicas
disciplinarias y el surgimiento de las Ciencias Sociales: “lo que esa
investigación político-jurídica, administrativa y criminal fue para las
ciencias de la naturaleza, el análisis disciplinario lo ha sudo para las
ciencias del hombre.” (p. 228).
Foucault y el marxismo
Foucault omite algunos puntos importantes en la sección dedicada al
Panóptico. Estas omisiones son significativas al momento de abordar, aunque sea
de un modo preliminar, la cuestión de las relaciones entre su teoría y la de
Marx.
Marx señaló que en el modo de producción capitalista las relaciones
sociales (y, por ende, las relaciones de dominación) se vuelven impersonales.
En otras palabras, desaparecen o tienden a desaparecer las relaciones de
dependencia personal (por ejemplo, la servidumbre feudal). Esta impersonalidad
de las relaciones de dominación no es equivalente a la existencia de un poder
abstracto, en el sentido de que éste no tiene un centro o un sujeto que lo
ejerza. Foucault salta la problemática de las clases sociales, y pasa
inmediatamente a la de los cuerpos. A diferencia de los liberales, que plantean
el enfrentamiento Individuos vs. Estado, Foucault pone en primer lugar la
contienda Cuerpos vs. Poder.
Cuando Foucault afirma que “el poder (…) tiene su principio menos en
una persona que en cierta distribución concertada de los cuerpos. (…) Hay una
maquinaria que garantiza la asimetría, el desequilibrio, la diferencia. Poco
importa, por consiguiente, quién ejerce el poder.” (p. 205), está haciendo una
afirmación correcta en términos de individuos (por ejemplo, no es preciso tener
un título de nobleza o pertenecer a determinada religión, raza o género para
acceder al gobierno). Pero se trata de una aseveración errónea en términos de
clase. Dicho de otro modo, en el modo de producción capitalista el poder no
puede ser ejercido por la clase trabajadora.
Villa del Parque, viernes 5 de abril de 2019
NOTAS:
[1] Utiliza un reglamento de fines del siglo XVIII para describir
estas medidas. El reglamento se encuentra en los Archives militaires de Vincennes, A 1 516 91 sc. Documento. (p.
199).
[2] Foucault se basa en tres trabajos de Bentham, Panopticon, Postcript to the
Panopticon (1791), Panopticon versus
New South Wales. Todos ellos están incluidos en Bentham, Works, ed. Bowring, v. IV. (Esta edición
consta de 11 volúmenes, publicados en Edimburgo entre 1838-1843. El volumen 4
agrupa los textos sobre el Panóptico, las colonias, la codificación y la
constitución.).
[3] “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar
incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las
relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. (…) Una
revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las
condiciones sociales, un movimiento y una inseguridad constantes distinguen la
época burguesa de todas las anteriores.” (Marx, K. y Engels, F., Manifiesto del partido comunista, Buenos
Aires, Anteo, pp. 38-39).
[4] “La plusvalía absoluta consiste en aumentar la jornada de trabajo
ya sea alargándola o intensificándola. La plusvalía relativa procede por
alterar las proporciones relativas de las dos partes de la jornada, reduciendo
el tamaño del tiempo necesario, es decir, rebajando el valor de la fuerza de
trabajo.” (Sartelli, E., La cajita
infeliz: Un viaje a través del capitalismo, Buenos Aires, RyR, 2005, p.
170).
[5] “En el transcurso de la producción capitalista se desarrolla una
clase trabajadora que, por educación, tradición y hábito reconoce las
exigencias de ese modo de producción como leyes naturales, evidentes por sí
mismas. La organización del proceso capitalista de producción desarrollado
quebranta toda resistencia; la generación constante de una sobrepoblación
relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda de trabajo, y por tanto el
salario, dentro de carriles que convienen a las necesidades de valorización del
capital; la coerción sorda de las relaciones económicas pone su sello a la
dominación capitalista sobre el obrero. Sigue usándose, siempre, la violencia
directa, extraeconómica, pero sólo excepcionalmente. Para el curso usual de las
cosas es posible confiar al obrero a las leyes naturales de la producción, esto
es, a la dependencia en que el mismo se encuentra con respecto al capital,
dependencia surgida de las condiciones de producción mismas y garantiza y perpetuada
por éstas.” (Marx, K., El capital: Libro
primero, México D. F., Siglo XXI, 1998, tomo 3, p. 922).
[6] Es una variante del problema que tanto preocupó a Auguste Comte (1798-1857),
la conciliación entre orden y progreso. “La anarquía social y moral es el
resultado de la anarquía intelectual (…). El orden y el progreso, que los
antiguos consideraban irreconciliables, deben unirse de una vez por todas. Para
Comte, la gran desgracia de su época era que se consideraban contradictorios
los dos principios y que estuvieran representados por partidos opuestos.”
(Zeitlin, I., Ideología y teoría
sociológica, Buenos Aires, Amorrortu, 1997, p. 86).
[7] “Lo misterioso de la forma mercantil
consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja ante los seres humanos el
carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los
productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y,
por ende, en que también refleja la relación social que media entre los
productores y el trabajo global como una relación social entre los objetos,
existente al margen de los productores.” (Marx, K., El capital: Libro primero, México D. F., Siglo XXI, 1998, p. 88).
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