Cristina volvió del Sur. La causa
del regreso (la declaración en la causa judicial por las operaciones con el
precio del dólar a futuro), no interesa a los fines de este artículo. Tampoco
es relevante la discusión acerca del número de manifestantes en Comodoro Py.
Basta con decir que ningún otro dirigente político en la Argentina de hoy tiene
esa capacidad de convocatoria. Volvió Cristina y con su regreso sepultó los
pronósticos sobre la desaparición inmediata del kirchnerismo. Los marxistas
tenemos la obligación de analizar los hechos, no nuestros deseos. Guste o no,
el kirchnerismo y Cristina siguen siendo actores principales en el escenario
político.
Transcurridos cuatro meses
del gobierno de Macri, algunas cosas comienzan a estar claras. De un lado, la
solidez del consenso en torno a la necesidad del ajuste, que llevó a la alianza Cambiemos a ganar la
presidencia. Los golpes sobre la clase trabajadora han sido muy fuertes, sin
que se observe por el momento ninguna acción contundente de parte de los
afectados (sin desconocer por cierto, las luchas locales). El macrismo avanzó
en un terreno abonado por la fragmentación y el individualismo, y por un
estancamiento económico iniciado en 2011.
La cuestión política
fundamental es el ajuste. La política económica del macrismo es una ofensiva a
fondo para restablecer la tasa de ganancia de los empresarios. En la crisis se
diluye la ilusión del Estado “de todos” y aparece el Leviatán de la burguesía
en todo su esplendor. Los políticos burgueses, cuyo oficio consiste en diseñar
vestiduras para cubrir las desnudeces del Estado, se ponen nerviosos, no saben muy
bien qué hacer. Los rezongos de Carrió, de Massa, etc., disimulan apenas el
consenso general en torno al ajuste.
Con el correr del tiempo, la
desnudez burguesa del macrismo empieza a generar descontento. Las centrales
obreras y los sindicatos, defensores consecuentes del orden burgués, dan
señales de que tienen que hacer algo para calmar la bronca de muchos
trabajadores, tanto de los que sufren en carne propia los despidos como de
aquellos que ven cómo se evaporan sus salarios con la inflación. Pero tampoco
pasan del terreno de la queja, pues ellos también comparten el consenso en
torno al ajuste.
El kirchnerismo es, en esta
coyuntura, la oposición políticamente correcta al macrismo; más claro, la
oposición decorativa que todo gobierno precisa para mantener el entusiasmo de
sus partidarios sin que se note demasiado que defiende los intereses egoístas
de una clase de la sociedad. Parafraseando a Voltaire, Macri puede afirmar que
“si no existiera el kirchnerismo habría que inventarlo”.
La dirigencia kirchnerista
es incapaz de luchar contra el ajuste, aunque sea en el terreno de las
reivindicaciones económicas más elementales (despidos, reducción de salarios,
etc.). Si algo caracterizó a Cristina durante su carrera política fue una
actitud de desprecio hacia las demandas obreras (el ejemplo más claro es su
crítica a los docentes durante el discurso de apertura del Congreso en 2012).
El kirchnerismo llegó al gobierno con el objetivo de restablecer la confianza
en las instituciones capitalistas erosionada por la crisis de 2001; ello lo
obligó a realizar concesiones a los trabajadores y demás sectores populares.
Pero Cristina jamás se sintió cómoda con las cuestiones obreras. En la
coyuntura actual, donde los trabajadores sufren el peso principal de la ofensiva
macrista, Cristina ha permanecido callada ante las decenas de miles de despidos
y el empeoramiento de las condiciones laborales.
La historia reciente del
kirchnerismo lo coloca en mala posición para enfrentar el ajuste. Cristina
asumió su segunda presidencia en 2011 e intentó durante los primeros meses
imponer la “sintonía fina”, una política dirigida a implementar una versión
moderada del ajuste de las tarifas de los servicios públicos. La política
frente a la deuda externa del kirchnerismo consistió en pagar al contado todo
lo que pudo (de ahí que Cristina haya podido vanagloriarse de ser “pagadora
serial” de deuda externa) y en negociar con los acreedores para salir del
default. En este sentido, el acuerdo con el Club de París (2014), llevado a cabo
por el ministro Kicillof, puede figurar cómodamente en un ranking de negociaciones
vergonzosas con los acreedores.
Ni Cristina ni los
principales dirigentes kirchneristas están en desacuerdo con el ajuste. Como
políticos de la burguesía saben que el estancamiento económico es intolerable y
que hace falta crear condiciones para promover la inversión de los
capitalistas. Por eso el silencio de Cristina durante estos meses. Sin embargo,
las bases kirchneristas están convencidas de que Cristina es la única
alternativa contra el ajuste. La ilusión tiene bases objetivas. Las concesiones
que debió realizar el kirchnerismo para restablecer el orden capitalista
conformaron la base de la popularidad de Néstor y Cristina, y les permitieron
ganar holgadamente la mayoría de las elecciones en el período 2003-2015. Pasarse
abiertamente a las filas del ajuste significaría lisa y llanamente el final del
kirchnerismo como movimiento político. De ahí la radical imposibilidad de
Cristina para impulsar un ajuste en regla durante el período 2011-2015.
Las causas judiciales
arrinconaron a Cristina y a las principales figuras del kirchnerismo. La
presión de las medidas económicas del macrismo se hace sentir entre las bases
kirchneristas. La movilización realizada en Comodoro Py, con su carácter
multitudinario, muestra las vacilaciones del kirchnerismo, su imposibilidad
para decir o hacer nada serio respecto al programa económico macrista. Como
todos los demás políticos, requiere que el ajuste tenga éxito. Sólo así podrá
salir con éxito a la escena política, a intentar diferenciarse del macrismo.
Pero a diferencia de los demás políticos, Cristina no puede hacer la plancha
durante la implementación del ajuste sin que ello tenga consecuencias fatales
para su carrera política. Por todo ello, Cristina está condenada a los gestos
impotentes.
El éxito del macrismo requiere,
paradójicamente, de la oposición del kirchnerismo. Macri necesita que Cristina
sea su “enemiga”. Sólo así podrá aglutinar detrás de sí a los sectores que
detestan al kirchnerismo. Al mismo tiempo, la presencia de Cristina como
principal dirigente de la oposición asegura que el ajuste no será cuestionado
seriamente.
La capacidad de movilización
del kirchnerismo es innegable, así como el liderazgo de Cristina. Pero mucho
más innegable es su papel lamentable frente al ajuste en proceso. La ausencia
de alternativas de izquierda disimula su impotencia. En definitiva, esta
ausencia representa la gran derrota de la clase trabajadora. Construir esa
alternativa es el gran desafío que tenemos los militantes socialistas.
Villa del Parque,
lunes 18 de abril de 2016
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