El autor de estas líneas
promueve, junto a un grupo de compañeros, el voto en blanco en el balotaje del
próximo 22 de noviembre. Las razones para asumir esta posición ya han sido
explicadas en otro lugar, así que resulta innecesario fatigar al lector con
repeticiones. El voto en blanco es una herramienta política como cualquier
otra; sin ir más lejos, el peronismo usó largamente de ella durante los años en
que estuvo proscripto. Sin embargo, en la coyuntura actual, quienes defendemos
dicha herramienta hemos sido blanco de múltiples acusaciones por parte de los
partidarios del kirchnerismo (por lo visto, al macrismo le interesamos bien
poco). A esta altura del partido (faltan dos días para la elección) es inútil
pretender modificar la decisión del voto en el balotaje; quién más, quién
menos, todos hemos tomado una resolución al respecto. No obstante, puede
resultar provechoso emprender la tarea de poner en discusión algunos de los
argumentos esgrimidos contra quienes proponemos el voto en blanco.
Argumento 1: El voto en blanco implica negarse a tomar
partido; por tanto, es un acto de indiferencia o cobardía.
La refutación de este
argumento es sencilla. Como indicamos arriba, el voto en blanco es una
herramienta más en el arsenal de opciones de una fuerza política (ya hemos
señalado el ejemplo del peronismo). Votar en blanco es visceralmente diferente
a la indiferencia; por el contrario, se trata de un rechazo pleno a las
opciones existentes. Pero el autor es marxista y está en obligación de decir
algo que vaya más allá de las justificaciones morales (el marxismo no es una
crítica moral de lo existente).
Nuestra sociedad es
capitalista, es decir, una parte de la población es propietaria de los medios
de producción y, por tanto, tiene poder sobre aquellos que carecen de dichos
medios. Los no propietarios venden su fuerza de trabajo en el mercado y se
convierten en asalariados. A diferencia de otras formas de organización social,
los trabajadores asalariados son libres en términos jurídicos. En el plano
político son ciudadanos, esto es, participan en la elección de los gobernantes
(democracia burguesa). Pero los propietarios de los medios de producción no se
suicidan: la democracia burguesa es posible porque cierra todos los caminos a
la posibilidad de que los trabajadores puedan ejercer efectivamente el poder.
La democracia burguesa tiene la función social de legitimar políticamente la
desigualdad. Para ello, debe lograr que la masa de los trabajadores crea que
existen ofertas diferentes en el mercado político. Dicho de otro modo, ningún
partido puede poner en discusión la propiedad privada en la que se funda el
poder de la clase capitalista; al interior de ese límite bien definido, los
partidos confrontan entre sí y se presentan como antagonistas. En rigor, en la
competencia electoral no existen verdaderas opciones, sino matices dentro de la
aceptación de las reglas de juego que impone el capital. En la democracia
burguesa, la autonomía de los trabajadores no puede ser opción en el menú
electoral, pues significaría el cuestionamiento a la propiedad, base de todo el
sistema político y social capitalista. Para un marxista, la participación en
las elecciones tiene sentido en la medida en que sirva para la educación
política de la clase trabajadora. Este es el criterio para examinar la
oportunidad del voto en blanco en la presente coyuntura.
Para el marxismo, el
argumento que equipara el voto en blanco con la indiferencia política es
inválido, pues su aceptación supone postular que en la democracia burguesa
existen realmente opciones diferentes. En las condiciones actuales la clase
trabajadora padece las consecuencias de las derrotas sufridas en las décadas
anteriores. Uno de los indicadores de la debilidad de la clase obrera es la
ausencia de independencia política de la misma (salvo, por supuesto, contadas
excepciones). Todo lo que se haga para promover esa independencia es poco, pues
es la condición de posibilidad de cualquier desarrollo posterior. En este
sentido, el voto a Scioli (o a Macri) no contribuiría a la educación de la
clase; al contrario, reforzaría más su sometimiento político e ideológico a la
burguesía.
En síntesis, proponer el
voto en blanco es una apuesta por la independencia política de la clase obrera.
No hay que decir que hacer esto implica una profunda toma de posición, a
despecho del argumento que estamos discutiendo.
Argumento 2: El balotaje del 22 de noviembre es una
confrontación entre dos modelos de país; el voto en blanco significa, por
omisión, apoyar la posición de la derecha (Macri).
Ya hemos indicado que la
democracia burguesa funciona obturando el desarrollo de cualquier
cuestionamiento a la propiedad privada de los medios de producción; en esto
reside precisamente su eficacia como instrumento de legitimación del
capitalismo. Pero este punto de vista es sumamente abstracto y requiere ser
complementado con un examen de la coyuntura política concreta.
La economía argentina se
encuentra estancada desde hace cuatro años. El estancamiento significa que la
economía no crece y esto perjudica las ganancias de los capitalistas. Esta
situación es causa (y efecto) de la caída de la inversión. Como es sabido, en
una economía capitalista la inversión es realizada por los empresarios (para no
complicar las cosas, dejo de lado la inversión estatal. Basta decir que el
Estado no gira en el vacío, sino que es una herramienta de los capitalistas).
Los empresarios invierten en la medida en que tienen perspectivas de ganancia. La
retracción de los empresarios afecta al Estado, quien dispone de menos recursos
para sus gastos. Por ello, en la situación actual y siempre desde el punto de
vista de los capitalistas, es fundamental implementar un programa político que
cree las condiciones para la inversión. Hacer esto requiere avanzar sobre los
ingresos y las condiciones laborales de los trabajadores. En el mundo real, incrementar
la inversión es sinónimo de aumento de la explotación, ya sea a través de una
devaluación, de la flexibilización, de la tercerización, del aumento de la
productividad, etc., o de una combinación de todas ellas. Con la excepción del
FIT, todas las fuerzas políticas que participaron en la elección presidencial
del 25 de octubre pasado comparten este diagnóstico. Más claro, el 25 de
octubre no había opciones diferentes, sino matices dentro de una misma opción.
La situación no ha cambiado en el balotaje, sino que se agudizó el achicamiento
de los matices dentro de la misma opción. Desde esta perspectiva, es imposible
convertir las diferencias entre Macri y Scioli en una confrontación entre dos
modelos de país.
El ganador del balotaje del
22 de noviembre es el programa de reactivación económica promovido por la
burguesía. No es exagerado afirmar que la confrontación entre Macri y Scioli es
anecdótica. Una economía capitalista no puede sostenerse largo tiempo en una
situación de estancamiento; el motor del capitalismo es la ganancia de los
empresarios y el Estado está obligado a generar las condiciones para que esta
se recupere. No es aventurado afirmar que si Cristina Fernández continuara su
mandato en 2016 llevaría adelante una política económica semejante a la de
Macri o Scioli; en situaciones de estancamiento o crisis, el margen para los
matices se achica.
El argumento que postula la
existencia de dos modelos se apoya, además, en una determinada forma de pensar
el Estado, la cual cobró desarrollo durante la década kirchnerista. Según la
misma, el Estado representa el interés de los sectores populares y su intervención
en la economía permite recortar el margen de acción del mercado. Scioli (con
todos sus defectos) representa la continuidad de esta manera de concebir el
Estado; en cambio, Macri (con todos sus defectos) significa el advenimiento de
una concepción del Estado mínimo, emparentado con el neoliberalismo de la
década del ’90. Pero el Estado no gira en el vacío; forma parte de inseparable
de una determinada estructura de la sociedad. En una economía capitalista, el
Estado tiene que facilitar la reproducción de las relaciones capitalistas. El
kirchnerismo, que se jactó de haber instalado la primacía de la política sobre
la economía, funcionó en la medida en que “los empresarios la levantaron con
pala” (Cristina Fernández). Cuando la economía se estancó, comenzaron los
problemas.
Plantear que existe una
confrontación entre dos modelos de país sin tomar en cuenta la situación de
estancamiento de la economía significa sostener la idea de que los políticos
(Macri o Scioli) tienen un margen de acción amplio. Pero dicho en criollo,
billetera mata galán. Les guste o no, el estancamiento determina las
condiciones de la acción política.
Los marxistas planteamos la
necesidad de construir una alternativa, consistente en la organización autónoma
de la clase obrera. ¿Qué estamos a años luz de esto? Por supuesto, negar
nuestra situación de derrota es suicida. El voto en blanco no es un triunfo;
tampoco nos espera una cadena de victorias obreras cuando se implemente el
ajuste. Pero del marasmo no se sale votando a Scioli. En política, como en la
vida, las ilusiones son malas consejeras. Es preferible comenzar por asumir la
realidad tal cual es. Sólo así es posible transformarla.
Villa del Parque,
viernes 20 de noviembre de 2015
a la democracia le falta una pata y es darle valor real al voto en blanco.
ResponderEliminar1- si el voto en blanco supera el 50% la votacion se tiene que realizar de nuevo y no pueden participar los mismos politicos.
tenemos que defender a quienes nos sentimos que nadie nos representa.
lo propuse aun politico conocido y salio despaorido ,por que sera
Muchas gracias por el comentario.Saludos,
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