Este artículo representa un
primer intento de analizar los resultados del balotaje del 22 de noviembre. Por
tanto, es sumamente esquemático y como todo esquema será destruido prolijamente
a partir de estudios más profundos.
La victoria de Mauricio
Macri en el balotaje marca el fin de la etapa histórica iniciada en diciembre
de 2001 con las movilizaciones populares que dieron el golpe de gracia al gobierno
de Fernando de la Rúa. Esas movilizaciones no pusieron en cuestión la
dominación capitalista, pero fueron causa y efecto de la crisis del sistema
político, cuya expresión más cruda fue el derrumbe de la UCR. Movilizaciones de
piqueteros, sectores medios y estudiantes; asambleas; repudio generalizado
hacia el neoliberalismo. El clima de comienzo de 2002 conspiraba contra la
tarea primordial que debía encarar la burguesía argentina: la recomposición de
la tasa de ganancia luego de la prolongada recesión iniciada en 1998. El
peronismo tuvo a su cargo las dos tareas de la hora: a) construir un modelo de
acumulación que permitiera salir de la recesión; b) reconstituir la dominación política
de la burguesía. Duhalde dio el puntapié inicial para la resolución de ambas
cuestiones, pero la enorme movilización luego del asesinato a manos de la
policía de Kostecki y Santillán demostró su fracaso en la tarea de contener a
los sectores populares. El kirchnerismo, entonces, fue el encargado de reconstituir
el sistema político. Un dólar alto, bajos salarios, elevados precios de las
commodities (la soja fue emblemática en todo el período), permitieron la
profundización de un modelo económico puesto en marcha por el tándem Duhalde –
Lavagna. El crecimiento de la economía a “tasas chinas” generó los recursos
para que el Estado pudiera realizar concesiones a los trabajadores y demás
sectores populares. El populismo de los Kirchner, tantas veces denostado por
intelectuales de la derecha tradicional, no fue otra cosa que una herramienta
en la tarea de la reconstruir el sistema político.
Es claro que ni Néstor
Kirchner ni Cristina Fernández (ni, por supuesto, ninguna de las variantes del
peronismo actual) se propusieron transformar la sociedad capitalista en otra cosa.
El kirchernismo debe ser evaluado en función de los objetivos que se propuso
realmente y no en base a las fantasías promovidas por numerosos intelectuales
que se unieron a sus filas por convicción, por interés o por alguna combinación
de ambas. Desde el punto de vista del capital, el kirchnerismo fue
tremendamente eficaz, a punto tal que Cristina Fernández admitió que “los
empresarios la levantaron con pala”. No se trata sólo de ganancias. El
kirchnerismo obturó el desarrollo de cualquier forma de organización autónoma
de los sectores populares a través de la cooptación, facilitada por la
abundancia de recursos materiales gracias al crecimiento económico. Además, a
partir de 2008 y el conflicto con la burguesía agraria, el kirchnerismo recibió
el aporte de muchos militantes provenientes del progresismo y del viejo PC
argentino. En este marco, el liderazgo autocrático de Cristina Fernández
cumplió la función de unificar a sectores heterogéneos, al precio de cortar
cualquier atisbo de autocrítica o de pensamiento propio.
El kirchnerismo entró en
declive con el estancamiento de la economía, iniciado a partir de 2011. La
escasez de dólares y la implantación del cepo cambiario fueron la expresión y
no la causa del estancamiento. La manifestación más aguda del mismo fue la
caída de la tasa de inversión. Como es sabido, una economía capitalista no
puede sostenerse en el largo plazo con bajos niveles de inversión. La derrota
electoral en la provincia de Buenos Aires a manos de Sergio Massa (2013) y la
imposibilidad de seguir adelante con el proyecto de re-reelección de Cristina
marcaron los límites del proyecto político kirchnerista. En 2013 quedó claro que
la burguesía buscaba una salida al problema del estancamiento de la economía.
Como siempre, se trataba de recomponer la tasa de ganancia. Para ello era
preciso elevar los niveles de inversión a través de una ofensiva sobre los
trabajadores. El kirchnerismo dio pasos en esa dirección (devaluación,
negociaciones con el Club de París, acuerdo con la petrolera Chevron, etc.),
pero nunca pudo terminar de articular una política coherente, en parte por la
dirección política de Cristina (orientado mucho más a la preservación de su propia
influencia política que a la elaboración de un programa de salida del
estancamiento económico), en parte porque el kirchnerismo aparecía ligado para
la burguesía a las concesiones realizadas a los sectores populares.
Aquí corresponde hablar de Mauricio
Macri y al PRO. Su personalidad no es brillante, todo lo contrario, pero ese
rasgo jugó a su favor: en su ascenso político jugó un papel no menor la
subestimación de sus cualidades por sus adversarios. El macrismo fue producto, en
buena medida, del éxito del kirchnerismo en la consolidación de la burguesía. El
crecimiento económico fortaleció a los sectores medios en lo material y en lo
ideológico; a despecho del “relato”, el kirchnerismo promovió el individualismo
(¿alguien recuerda el énfasis puesto en el “emprendedorismo”?). Macri se
propuso construir un partido de derecha que tuviera un formato moderno y que
fuera capaz de construir mayorías; en este sentido, su éxito fue indudable.
Desde su constitución, el PRO no perdió ninguna elección en la ciudad de Buenos
Aires y relativamente rápido pudo saltar los límites de la ciudad y expandirse
en varias provincias. En lo ideológico, lo novedoso del PRO no es tanto su
formato sino como el desparpajo con el que exhibe su credo liberal. En este
sentido, el éxito electoral del PRO mostraba que el período iniciado en 2001
estaba en vías de agotarse.
El ascenso de Macri y del
PRO estuvo signado de altibajos. Sin embargo, y aunque es fácil escribir con el
diario del lunes a la vista, Macri fue quien jugó más fuerte durante 2014 y
2015, tomando varias decisiones arriesgadas para su espacio (por ejemplo, la
decisión de que Rodríguez Larreta y Michetti compitieran en las PASO) y
expresando del modo más duro y coherente el programa económico de la burguesía
para salir del estancamiento. Si bien en su ascenso colaboró varias veces la “fortuna”
(la contingencia), su triunfo en el balotaje no es fruto de la casualidad. A
contramano de su personalidad, Macri encarna una burguesía segura de sí misma,
que no esconde su programa económico (dejo de lado, por supuesto, los
requerimientos tácticos de la campaña electoral) y que ha sido capaz, por
primera vez en su historia, de constituir un partido político propio y exitoso.
El éxito de Macri expresa,
además, la hegemonía ideológica de la burguesía. Que una propuesta política
defensora del liberalismo económico haya podido imponerse en elecciones no es
poca cosa. La izquierda revolucionaria está obligada a tomar nota del hecho y
emprender la tarea de explicarlo. Recurrir a los clichés y a las frases hechas
no sirve para nada. Nos guste o no, estamos frente a un nuevo panorama político
y para luchar con eficacia es preciso comprender en qué consiste la novedad.
Villa del Parque,
lunes 23 de noviembre de 2015
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