“La emancipación de
la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos.”
Karl Marx
Existe la tendencia a
separar al Marx “científico” del Marx “político”, privilegiando al primero y dejando
en la oscuridad al segundo. Según esta tendencia, Marx fue ante todo un teórico
que llevó adelante una formidable descripción del capitalismo de su época,
plasmada en El Capital; su militancia
política, en cambio, es puesta en un segundo plano, como si fuera una actividad
secundaria y limitada a lo coyuntural. Esta caracterización de la obra de Marx
es desarrollada sobre todo por el mundo académico. Se pierde así la conexión
indisoluble entre la crítica del capitalismo y la acción dirigida a conseguir
la independencia política de la clase obrera.
Este artículo [*] tiene por
objeto esbozar la estrategia de Marx para el movimiento obrero desarrollada
durante los primeros años de su participación en la Asociación Internacional de
Trabajadores (AIT a partir de aquí). El objetivo es presentar la mencionada estrategia
en su conexión con la concepción marxista del capitalismo y del Estado.
La crisis económica de 1857
reabrió para Marx las perspectivas del estallido de una nueva revolución
europea. De ahí que tomara la decisión de preparar para la publicación los
resultados de sus estudios sobre el capitalismo. En su opinión, se trataba de
una cuestión de vida o muerte[1]. Una de las condiciones
necesarias para la intervención autónoma de la clase obrera en la crisis era,
precisamente, la comprensión del funcionamiento de la economía capitalista. Si
se carecía de dicha comprensión, se corría el riesgo de adoptar el diagnóstico
de la burguesía, manteniendo así el papel de furgón de cola del proletariado
respecto a los emprendimientos políticos burgueses. Tal fue el origen de los Grundrisse, que pueden ser considerados
la primera versión de El Capital.
El esperado ascenso
revolucionario no se produjo. Pero el episodio es significativo para ilustrar
el papel asignado por Marx a la teoría. En la década de 1860, y en el marco del
crecimiento del movimiento obrero, Marx redobló su apuesta por la unión
indisoluble entre teoría y prácticas revolucionarias. El Capital (1867) y la participación en el CG de la AIT son hitos
de esta forma de concebir la política.
Es difícil exagerar la
importancia que tuvo la AIT en la actuación política de Marx. En primer lugar,
porque significó la reincorporación de Marx a la política activa, luego de los
largos años que sucedieron a las derrotas de las revoluciones de 1848-1849. En segundo lugar, y esto es fundamental, porque Marx tuvo un contacto permanente con las
principales organizaciones del proletariado europeo de la época. Debió afrontar
de manera práctica las dificultades de la acción política de la clase obrera, y
ello lo llevó a desarrollar su teoría de la política y del Estado. Es habitual
destacar a este respecto la centralidad de la Comuna de París en la reformulación
de la teoría marxista del Estado. Sin discutir la importancia de La guerra civil en Francia y los demás escritos sobre la Comuna,
corresponde decir que los textos e intervenciones desarrolladas en el seno de
la AIT ocupan un lugar semejante en la evolución del pensamiento político de
Marx.
La AIT surgió como resultado
del resurgimiento de las luchas obreras en Europa a partir de la década de
1860. La derrota de las revoluciones de 1848 en el continente europeo, y la
declinación del cartismo hacia la misma fecha, marcaron el comienzo de una
parálisis relativa de la clase obrera, que duró hasta comienzos de los años
’60. No obstante, las filas de los trabajadores siguieron engrosando con el
desarrollo industrial, que ya no se encontraba limitado a Inglaterra, sino que
también se extendía a varios países de la Europa continental (sobre todo,
Alemania, Francia y Bélgica) y a los EE.UU.
El ascenso de la
conflictividad obrera en un marco caracterizado por la difusión de la
industrialización a escala europea, implicó nuevos desafíos para los dirigentes
obreros. En particular, la práctica empresaria de “importar” trabajadores de
otro país para romper las huelgas representó un problema para el éxito del
movimiento huelguístico. Los militantes obreros experimentaron en carne propia
los efectos de la expansión internacional del capital; muchos de ellos
comenzaron a vislumbrar la necesidad de la unidad de los trabajadores más allá
de las fronteras nacionales. Esto implicó un salto en la conciencia del
movimiento obrero y se tradujo en la constitución de la AIT. De hecho, el
origen de la misma fue una reunión de obreros ingleses y franceses, celebrada
en Londres en 1864, en la que se discutió, entre otros temas, el problema de los
rompehuelgas.[2]
La AIT se caracterizó por la
diversidad de tendencias y formas organizativas que convivían en su interior. Al
momento de su fundación, la AIT estaba integrada por los sindicatos ingleses y
franceses. Los primeros, mucho más fuertes, habían sacado al movimiento obrero
inglés del marasmo que sucedió a la derrota definitiva del cartismo luego de
1848. Estaban concentrados en la lucha económica y, al momento de crearse la
AIT, se encontraban bregando por constituir una central sindical nacional[3]. Los sindicatos franceses,
por su parte, empezaban a levantar cabeza luego de la feroz represión de la
insurrección parisina de junio de 1848, y gozaban de una precaria tolerancia de
parte del régimen de Napoleón III; entre ellos predominaban las ideas de
Proudhon[4]. Los “marxistas” (si cabe
aplicar la denominación en este período) se encontraban en franca minoría. La
participación de Marx en el CG dependía de la buena voluntad de los poderosos
sindicatos ingleses[5];
tuvo que maniobrar con habilidad para no perder ese apoyo y, a la vez,
desplegar su estrategia para el movimiento obrero. Arru describe así la política
marxista en este período:
“La
praxis política de Marx se desarrollaba (…) en dos planos: de un lado
colaboraba en la coordinación internacional de las fuerzas reales del
proletariado organizado, y de otro con un análisis atento de los desarrollos de
las luchas particulares, y de la madurez política que de ellos se derivaba,
actuaba para que el movimiento obrero superase las viejas tácticas, abandonase
las posiciones teóricas y prácticas atrasadas y se hiciese consciente de las
posibilidades de una perspectiva revolucionaria.” (Arru, 1974: 30).
Cole, por su parte,
sintetiza de la siguiente manera la acción de Marx en la AIT:
“Marx,
en 1864, no había dejado de ser un socialista revolucionario, ni había
abandonado las opiniones expresadas en el Manifiesto
comunista 16 años antes. Sin embargo, después de las experiencias de 1848 y
de los años siguientes, tenía más conciencia de las dificultades para dar a la
revolución la requerida dirección socialista y de los peligros del mero
revolucionarismo, sin el apoyo de un movimiento bien organizado de la clase
obrera. Después de 1850, Marx había dejado de pertenecer a la extrema izquierda
del movimiento revolucionario, y había llegado a mirar con mucha sospecha las
simples revueltas que presentaban al enemigo facilidades innecesarias para destruir
las organizaciones obreras, y privarlas de sus dirigentes, mediante la prisión
o el exilio. Lo que él quería hacer al fundar la Internacional era tomar el
movimiento obrero tal como existía y fortalecerlo en su lucha diaria, en la
creencia de que de este modo podía ser orientado por el buen camino y
desarrollar, en una dirección ideológica, una concepción revolucionaria que
naciese de la experiencia de la lucha por reformas parciales, económicas y
políticas.” (Cole, 1980: 93).
Como se indicó más arriba, la
puesta en marcha de esta estrategia supuso una gran dosis de paciencia y
equilibrio, dada la fragilidad de la posición de Marx en la AIT. Una
circunstancia favoreció inicialmente los planes de Marx. Los sindicatos
ingleses consideraban a la AIT como una actividad secundaria, en tanto
concentraban sus energías en la lucha por la reforma electoral y por la
obtención de mejoras económicas. De ahí que los dirigentes de los sindicatos
ingleses recurrieran a los exiliados alemanes para colaborar en la administración
diaria de la AIT y en la preparación de los textos programáticos dirigidos al
movimiento obrero europeo. Marx aprovechó largamente esta circunstancia.
Integró el CG de la AIT y tuvo a su cargo la redacción de los principales
documentos de la organización. En ellos fue desplegando su estrategia para el
movimiento obrero.
Marx tuvo a su cargo la
redacción del Manifiesto Inaugural de la
AIT, que apareció como folleto en noviembre de 1864. Este documento era la
carta de presentación de la nueva organización; Marx esbozó en él las líneas
generales de su estrategia política. El grueso del texto es una denuncia pormenorizada
de los efectos del desarrollo del capitalismo en Gran Bretaña. Así, la
expansión de la riqueza va de la mano con la miseria de la clase trabajadora. Desde
el punto de vista del tema de este artículo la parte más importante del
documento es la dedicada al análisis de las luchas obreras contra el capital.
Marx comenta dos logros del movimiento obrero
inglés: a) la limitación de la jornada laboral a 10 horas diarias, obtenida en
1847; b) el desarrollo del movimiento cooperativo. En el caso de la jornada de 10
horas, Marx destaca la significación del triunfo de los obreros ingleses, cuya
victoria no sólo se verificó en el terreno práctico, sino que también
representó una victoria en el plano de la teoría, pues la economía política
proletaria se impuso sobre la economía política burguesa. Este punto es
interesante, porque Marx pretende mostrar que la lucha económica (en este caso,
la lucha por la limitación de la jornada laboral) va más allá de los límites
estrechos que se pretende imponerle. Al argumentar a favor de una limitación de
la jornada laboral, los obreros ingleses debieron dar la batalla teórica a los
economistas burgueses, quienes sostuvieron que la ganancia del capitalista se
hallaba concentrada precisamente en aquellas horas de producción que la
limitación de la jornada laboral pretendía suprimir. La obligación de dar esta
contienda teórica obligó a los obreros a encarar la cuestión del capitalismo
como un todo, y no partir de conflictos particulares entre un empresario y un
grupo de trabajadores.
Con respecto a las
cooperativas, Marx indica en primer lugar que dicha forma organizativa pone en
jaque las ideas de los burgueses sobre la producción. Aquí corresponde hacer
una observación. Los sindicatos ingleses de la época promovían sobre todo las
cooperativas de consumo (sociedades cooperativas de consumidores), que tendían
a favorecer a los sectores mejor pagos de la clase obrera, facilitando su
integración a la lógica capitalista[6]. En el Manifiesto Inaugural, Marx privilegia a
las cooperativas de producción, más concretamente a las “fábricas cooperativas”:
“Es imposible exagerar la importancia de
estos grandes experimentos sociales que han mostrado con hechos, no con simples
argumentos, que la producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la
ciencia moderna, puede prescindir de la clase de los patronos, que utiliza el
trabajo de la clase de las «manos»; han mostrado también que no es necesario a
la producción que los instrumentos de trabajo estén monopolizados como
instrumentos de dominación y de explotación contra el trabajador mismo; y han
mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo esclavo, lo mismo que el trabajo
siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada
a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto.” (Marx,
2001).
La
referencia a las cooperativas contiene pues, una crítica y una afirmación
positiva. Marx critica de manera indirecta a los sindicatos ingleses, cuya
política de cooperativas de consumo permanecía dentro de la lógica del capital.
Más allá de los beneficios que podían acarrear para los trabajadores
individuales, dichas cooperativas no permitían esclarecer el significado
histórico de la lucha entre el capital y el trabajo. La afirmación positiva, en
cambio, era la defensa de las cooperativas de producción, pues esta forma
organizativa mostraba al trabajador el contraste entre la producción
capitalista y aquella realizada a partir de la libre asociación de los productores.
En
segundo lugar, Marx se preocupa por marcar los límites de las cooperativas. El
pasaje siguiente resume dichos límites:
“Para emancipar a las masas trabajadoras, la
cooperación debe alcanzar un desarrollo nacional y, por consecuencia, ser
fomentada por medios nacionales. Pero los señores de la tierra y los señores
del capital se valdrán siempre de sus privilegios políticos para defender y
perpetuar sus monopolios económicos. Muy lejos de contribuir a la emancipación
del trabajo, continuarán oponiéndole todos los obstáculos posibles.” (Marx,
2001).
En
otras palabras, no bastan la persuasión y el ejemplo para lograr que se imponga
el socialismo. Con todos sus méritos, las cooperativas tropiezan, más tarde o
más temprano, con la resistencia de la clase capitalista, que asienta su
dominación sobre la explotación de los trabajadores. La reorganización de la
producción sobre bases que eliminen la explotación es, pues, un problema
político y no técnico. De ahí que Marx proponga la conquista del poder político
por la clase trabajadora:
“La conquista del poder político ha venido a ser,
por lo tanto, el gran deber de la clase obrera. Así parece haberlo comprendido
ésta, pues en Inglaterra, en Alemania, en Italia y en Francia, se han visto
renacer simultáneamente estas aspiraciones y se han hecho esfuerzos simultáneos
para reorganizar políticamente el partido de los obreros.” (Marx, 2001).
Hay
que recordar que el Manifiesto Inaugural
era el documento de presentación de la AIT, una organización en la que tenían
una mayoría casi absoluta los sindicatos ingleses y franceses, que rechazaban o
veían con desconfianza la organización política de los trabajadores. Al
resaltar la necesidad de la conquista del poder político y proponer la
organización de un partido político de la clase obrera, Marx estaba planteando
el pasaje desde el momento de la lucha económica al momento de la lucha
política. Esto implicaba un nuevo salto cualitativo para la clase trabajadora,
mucho más grande que el representado por la creación de la AIT.
La
experiencia histórica de la AIT mostró que todavía no estaban dadas las
condiciones para llevar a cabo el salto mencionado en el párrafo anterior, pero
la política de Marx en la Internacional contribuyó a allanar el camino para
lograr la mencionada organización política de la clase trabajadora. Esto se
logró, sobre todo, por la política de esclarecimiento teórico, mostrando cuáles
eran las bases de la dominación capitalista; pero también por el apoyo marxista
a esa formidable experiencia política que fue la Comuna de París (1871).
Los Estatutos de la AIT son otra ilustración de la concepción política
de Marx durante el período. El demócrata italiana Mazzini, creador de numerosas
sociedades secretas en la época anterior a las Revoluciones de 1848, había
presentado un proyecto de Estatutos, según el cual la AIT se constituiría como
sociedad centralizada, al estilo de las sociedades secretas. Para Marx, esto
era un error, pues retrotraía al movimiento obrero a formas de organización
propias de una etapa histórica superada. El crecimiento del movimiento obrero
en los años ‘60 exigía una estructura organizativa capaz de actuar en un marco
de legalidad y que, a la vez, permitiera contener a las distintas corrientes
ideológicas que coexistían entre los trabajadores. Convertir a la AIT en
expresión de una única corriente ideológica equivalía a obstaculizar el
desarrollo del movimiento obrero.
“Por
eso, de un lado los Estatutos deben permitir el ingreso de todos los
movimientos existentes (proudhonianos, lassallianos, trade unionistas), y de
otro lado la Asociación (…) debe favorecer, a través de la lucha común y las
discusiones en los Congresos, la lenta construcción de una teoría común para el
movimiento obrero.” (Arru, 1974: 28-29).
En los términos de Marx, El Capital era esa teoría para el
movimiento obrero. La constitución de la autonomía política de la clase obrera,
y la consiguiente lucha por el poder político, eran imposibles sin la adopción
de una teoría que diera por tierra con las teorías elaboradas por la burguesía.
Los considerandos de los Estatutos son claros respecto a la
política defendida por Marx. En primer lugar, el movimiento obrero debe dejar
atrás tanto las viejas formas organizativas (por ejemplo, las sociedades
secretas) como el aislamiento nacional[7]. En segundo lugar, los
trabajadores tienen que comprender que el sometimiento del trabajo al capital
no sólo es fuente de miseria, sino de dependencia política y sometimiento. En
este punto se cruzan la teoría marxista del capitalismo con la acción política
contra el capital. Teoría y práctica resultan así las dos caras de la misma
moneda, y separarlas (estableciendo, por ejemplo, una escisión entre
“prácticos” y “teóricos”) equivale a condenar al movimiento obrero a
desarrollarse a la sombra de la burguesía. Por último, los dos puntos
anteriores implican postular que la liberación de los trabajadores tiene que
ser obra de los trabajadores mismos, es decir, que estos no pueden poner sus
esperanzas en las iniciativas políticas de la burguesía, pues todas ellas
mantienen la explotación del trabajo por el capital. El corolario necesario de
esta afirmación es la organización política de los trabajadores, cuestión que aparece
expresada en los Estatutos en la
frase más significativa de los mismos: “la emancipación económica de la clase obrera es, por lo tanto, el gran
fin al que todo movimiento político debe ser subordinado como medio” (Marx,
2000). No es este el lugar para volver sobre la interpretación de este pasaje
por marxistas y anarquistas en la lucha que sostuvieron en el seno de la AIT.
Para nuestros fines basta con indicar que “la emancipación económica” significa
para Marx la abolición del trabajo asalariado, la cual sólo es posible en la
medida en que la clase obrera se adueñe del poder político.
Salario,
precio y ganancia (SPG a partir de aquí) es el título de una
conferencia dictada por Marx en las sesiones del CG de la AIT del 20 y 27 de
junio de 1865. El motivo inmediato fue la discusión de la concepción sobre el
salario y la lucha sindical defendida por John Weston (miembro del CG). Weston,
partiendo de las tesis de que el volumen de la producción nacional es algo fijo
y de que la suma de los salarios reales también es una suma fija, sostuvo que
el aumento de los salarios no servía para mejorar la situación de los obreros,
y que la acción sindical debía ser considerada perjudicial para los intereses
de la clase trabajadora.
Marx rebatió el argumento de
Weston mediante la exposición tanto de su teoría del valor como de su teoría de
los salarios. En este punto, cabe decir que adelantó los resultados que
aparecerían dos años después en el Libro Primero de El Capital. No es este el lugar para desarrollar dichas teorías.
Nos concentraremos, en cambio, en analizar la concepción marxista de los
sindicatos a partir de lo expuesto en SPG.
Desde el comienzo mismo de
la AIT, la política de Marx consistió en buscar imponer la concepción de la
necesidad de la autonomía política de la clase obrera frente a la burguesía.
Para ello resultaba imprescindible poner en discusión la economía política,
verdadero núcleo de la ideología burguesa. Marx venía trabajando en la crítica
de la ciencia económica desde el principio mismo de su exilio londinense, en
condiciones de extrema soledad política. Tanto la AIT como el movimiento
iniciado por Lassalle en Alemania, proporcionaron a Marx una nueva oportunidad
de intervenir en la política activa.
La discusión de las
opiniones de Weston fue, pues, la excusa ideal para presentar las conclusiones
de la crítica de la economía política. El ámbito y las circunstancias permiten
inferir que la preocupación de Marx era tanto política como científica. Si la
AIT aceptaba alguna de las variantes de la teoría económica burguesa, la
posibilidad de construir la independencia política de los trabajadores se
esfumaría. En el caso particular de Weston, si la AIT aprobaba sus tesis sobre
la inutilidad de la acción sindical, la clase obrera se vería privada de una
escuela de lucha, acentuando así su sometimiento político a la burguesía. De
ahí la importancia de SPG.
Marx desarrolla su argumento
sobre la lucha entre el capital y el trabajo en el apartado XV de la obra. El
punto de partida es el reconocimiento de que el mencionado conflicto es
inseparable del “sistema del salariado” y que obedece “al hecho de que el
trabajo se halla equiparado a la mercancía y, por tanto, sometido a las leyes
que regulan el movimiento general de los precios” (Marx, 1975: 132).
El conflicto entre capital y
trabajo es, por tanto, inevitable; debido a ello, la constitución de
organizaciones obreras dirigidas a disputar con la burguesía en torno a los
salarios no admite discusión. Ahora bien, el problema planteado por Weston era
otro: los sindicatos, ¿tenían posibilidades de éxito? Hay que recordar que la
AIT misma había surgido como producto de la confluencia entre los sindicatos
ingleses y franceses, que buscaban evitar la competencia entre los obreros de
ambos lados del Canal de la Mancha, evitando así que las huelgas fueran
derrotados (los empresarios “importaban” trabajadores para que se desempeñaran
como rompehuelgas). Si se probaba que la acción sindical era ineficaz, quedaban
anuladas las bases mismas de la AIT.
Marx empieza por plantear
que la fuerza de trabajo, en lo que hace a su valor, se comporta de manera
diferente al resto de las mercancías. Así, su valor está formado por dos
elementos: uno físico, y otro histórico o social. El elemento físico está
constituido por el conjunto de mercancías indispensables para que el trabajador
esté en condiciones de trabajar y de multiplicarse como clase. Se trata, pues,
del salario mínimo. Pero al lado de este elemento físico se encuentra el
elemento histórico, que está dado por el conjunto de necesidades que se
considera que deben ser satisfechas en un momento histórico y en una sociedad
determinada. Por ejemplo, el elemento histórico puede incluir la obligación por
parte de la patronal de pagar las vacaciones del trabajador.
El empresario procura
suprimir el elemento histórico y reducir el físico a su mínima expresión. Pero
se encuentra con la oposición de los trabajadores, cuya resistencia adopta
diversas formas según su capacidad de organización. Así, el problema de la
determinación del salario excede el marco de las leyes “económicas”: “El
problema se reduce, por tanto, al problema de las fuerzas respectivas de los
contendientes.” (Marx, 1975: 136). De este modo, Marx rebate tanto las ideas de
Weston como la tesis de la ley de bronce de los salarios[8], defendida por Lassalle y
sus partidarios en Alemania.
Si es la lucha de clases la
que determina la magnitud del salario, y si el resultado de esa lucha de las
fuerzas de los contendientes, resulta evidente la necesidad de los sindicatos como
forma de organización de la lucha económica de los trabajadores. Marx responde
así a la cuestión sobre las formas de lucha del movimiento obrero, tema
candente si se tiene en cuenta que muchos dirigentes obreros abogaban por las
cooperativas como principal herramienta de lucha contra el capitalismo (o el
crédito gratuito, como era el caso de los partidarios de Proudhon[9]).
Ahora bien, el
reconocimiento del carácter inevitable de la lucha entre el capital y el
trabajo, y de la necesidad de los sindicatos, era para Marx un punto de
partida, no el final del movimiento. La disputa por la magnitud del salario
constituía, en definitiva, el momento corporativo del movimiento obrero, en el
que éste procuraba mantener sus posiciones dentro
del sistema capitalista. Marx deja en claro que no despreciaba este momento;
todo lo contrario, pensaba que la lucha económica fortalecía al movimiento
obrero en la medida en que le permitía tomar conciencia de su fuerza.
“Si en sus conflictos
diarios con el capital [los trabajadores] cediesen cobardemente, se
descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura.”
(Marx, 1975: 140).
En síntesis, la lucha
económica es un paso necesario para desarrollar otras formas de lucha contra el
capital. Sin embargo, si el movimiento permanece en los marcos del momento
corporativo, la lucha por el socialismo es imposible.
“Al mismo tiempo (…) la
clase obrera no debe exagerar a sus propios ojos el resultado final de estas
luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra la
causa de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente
[de los salarios], pero no su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la
enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra
de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o
por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun
con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la
reconstrucción económica de la sociedad. En vez de lema conservador de: « ¡Un salario
justo por una jornada de trabajo justa!», deberá inscribir en su bandera
esta consigna revolucionaria: « ¡Abolición del sistema del trabajo asalariado!».”
(Marx, 1975: 140).
La lucha contra el sistema
del trabajo asalariado era, forzosamente, una lucha política, en el sentido de
que implicaba la conquista del poder político, baluarte de la propiedad privada
de los medios de producción que servía de base al sistema del trabajo
asalariado. Esto lleva a Marx a criticar a los sindicatos ingleses, los más
avanzados en el terreno de la lucha corporativa:
“Las
tradeuniones trabajan bien como centros de resistencia contra las usurpaciones
del capital. (…) Pero, en general, son deficientes por limitarse a una guerra
de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse,
al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como
palanca para la emancipación final de la clase obrera; es decir, para la
abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado.” (Marx, 1975: 141).
El pasaje del momento
corporativo al momento político supone un cambio en la forma de organización de
los trabajadores, que ya no puede ser el sindicato, especializado en la lucha
económica. Marx indica la tarea a realizar (la abolición del trabajo
asalariado), pero no aclara qué forma organizativa deberá llevar adelante dicha
tarea. Roza así los límites mismos de la AIT, constituida básicamente por
sindicatos.
Lo expuesto en los párrafos
precedentes muestra que Marx sostenía que el movimiento obrero debía dar el
salto a la lucha por conquistar el poder político. Hay aquí una continuidad con
el Manifiesto Comunista y con la
tarea desarrollada en la Liga de los Comunistas. El énfasis puesto en la
crítica de las tradeuniones sirve para inferir que Marx pensaba que el pasaje
de la lucha económica (corporativa) a la lucha política (autónoma respecto a la
burguesía) no podía ser llevado a cabo por un movimiento obrero librado a sus
propias fuerzas. En las condiciones del capitalismo, bajo el pleno imperio de
la coerción económica y de la naturalización de las relaciones sociales
capitalistas, los trabajadores engendraban la “lucha de guerrillas” sindical,
pero veían obturado el pasaje a la lucha política contra el capital. El riesgo
para las perspectivas históricas del movimiento obrero era mucho mayor de lo
que imaginaba Marx. Bajo un capitalismo que aparecía como el horizonte de toda
lucha política, la lucha económica, lejos de contrarrestar la desmoralización
de los trabajadores, los encuadraba dentro de las reglas de juego imperantes.
Los sindicatos dejaban de ser escuelas de lucha y se convertían en
instituciones de la sociedad burguesa. Es por esto que las críticas al
tradeunionismo en 1865, y la lucha contra el anarquismo en 1871-1872, deben ser
consideradas en un contexto más amplio.
Las consideraciones
anteriores nos permiten situar tanto la redacción definitiva del Libro Primero
de El Capital como la acción de Marx
en la AIT. La estrategia marxista para el movimiento obrero consistía en
mencionado pasaje de lo corporativo a lo político, entendido como la transición
desde la aceptación de las reglas de juego del capitalismo a la autonomía
política de la clase obrera. Para ello era preciso la clarificación teórica (de
ahí la centralidad del estudio del capitalismo, que permitía comprender el
carácter limitado de la lucha económica) y la construcción de un partido
socialista independiente de los distintos partidos burgueses. De modo que
aquello que aparece como una lucha interna por ocupar posiciones de poder en el
seno de la AIT es, para Marx, parte de la estrategia tendiente a orientar al
movimiento obrero hacia la conquista del poder político.
En 1866 se realizó el
Congreso de la AIT en Ginebra. Marx no participó de la reunión, pero escribió
un documento para la misma, titulado Rapport
du Conseil Central sur les différentes questions mises à l’etude par la
Conference de septiembre 1864. Marx resume en este texto sus concepciones
políticas sobre el papel de la AIT. Por un lado, realiza una crítica de los
presupuestos de los proudhonistas, quienes afirmaban que la “cooperación” era
el instrumento para abolir las “injusticias” del capitalismo. Frente a esta
tesis, Marx sostiene que las cooperativas son una de las formas de lucha del
trabajo contra el capital, pero no pueden transformar la sociedad capitalista.
Para lograr esto último hay que partir del reconocimiento de “que el actual
sistema pauperizador y despótico de la subordinación del trabajo al capital
puede ser suplantado por el sistema ventajoso de tipo público de la asociación
de los productores libres e iguales.” (Marx, citado por Arru, 1974: 34).
Marx explicita una vez más
su opinión sobre la función de los sindicatos:
“Originariamente
los sindicatos (…) surgieron de las tentativas espontáneas de los trabajadores
de eliminar o al menos frenar tal competencia [entre trabajadores] (…) El
objetivo inmediato de los sindicatos fue por ello limitado a las necesidades
cotidianas (…) Pero si ellos son necesarios para las batallas de
guerrillas entre capital y trabajo, son
todavía más importantes en cuanto organizaciones para la superación del sistema
mismo de trabajo asalariado y capital (…) No han comprendido todavía su poder
de acción contra el sistema de esclavitud de los salarios. Por ende se han
mantenido demasiado aparte de los movimientos sociales y políticos generales.
Con todo, parece que en los últimos tiempos se han despertado (al menos en
Inglaterra) en el sentido de su participación en el reciente movimiento
político. En el fututo deben aprender a actuar deliberadamente para organizar
centros de la clase trabajadora en el general interés de su emancipación completa.
Deben ayudar a todo movimiento político y social tendente hacia esta
dirección.” (Marx, citado por Arru, 1974: 35).
Por enésima vez, Marx
enuncia la necesidad del pasaje de lo corporativo a lo político. Pero este
documento vuelve a dejar en la ambigüedad la cuestión de qué forma organizativa
era la más conveniente para la tarea revolucionaria de la conquista del Estado.
El examen de varios de los
escritos de Marx sobre la AIT en el período 1864-1866 muestra que teoría y
práctica iban unidas de manera indisoluble en su militancia política. La
decisión de publicar el Libro Primero de El
Capital (1867) se comprende así como un hito necesario en la construcción
de la independencia política de la clase obrera, y no meramente como un
acontecimiento de carácter académico.
Pero hay otra cuestión a
destacar, mucho más concreto que la mencionada en el párrafo precedente. La
unidad de teoría y práctica no era un mero enunciado, sino que implicaba la
adopción de una estrategia y la adopción de los pasos tácticos requeridos para
concreción de dicha estrategia. En este sentido, Marx demostró una gran dosis
de habilidad política, tanto para conseguir ser incluido en el CG de la AIT
como para lograr conjugar el mantenimiento de la unión entre sectores
ideológicamente opuestos con el avance simultáneo en la fijación de un programa
que incluía la acción política autónoma de los trabajadores. De modo que la
leyenda de un Marx enfrascado en sus investigaciones teóricas se diluye apenas
se estudia con atención la militancia política de Marx.
Por último, hay que decir
que el eje de la política marxista para la AIT radica en el pasaje de la lucha
económica (corporativa) a la lucha política. La concepción marxista de los
sindicatos forma parte de dicha política; si no se logra el mentado pasaje, es
imposible la existencia de un movimiento obrero independiente de la burguesía
y, por ende, de la revolución socialista misma.
Villa del Parque,
viernes 26 de junio de 2015
BIBLIOGRAFÍA:
Arru, Angiolina. (1974). Clase y partido en la Primera Internacional:
El debate sobre la organización entre Marx, Bakunin y Blanqui (1871-1872).
Madrid: Alberto Corazón.
Cole, G. D. H. (1980). Historia del pensamiento socialista: II.
Marxismo y Anarquismo, 1850-1890. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
Marx, Karl. (2000). [1°
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