La reestructuración de los
capitalismos latinoamericanos, acaecida en los últimos quince años, puso en el
centro del debate ideológico la cuestión del neoliberalismo. Las políticas de libre mercado, de privatizaciones
de empresas estatales y de flexibilización de la legislación laboral, se
tradujeron en un aumento de la desigualdad social y en crisis políticas, cuyos
exponentes más extremos fueron el Caracazo
(1989) y los sucesos de diciembre de 2001 en Argentina. Entre finales de la
década del ’90 y los primeros años del siglo XXI, se hizo evidente que el
modelo de acumulación imperante se hallaba agotado. Con diferencias según cada
país, comenzó un proceso de reestructuración que fue calificado de
“izquierdista” o “populista” por numerosos intelectuales, quienes contribuyeron
en no poca medida a legitimar dicho proceso. Emir Sader es un ejemplo de esta
tendencia.
Sader es autor de un artículo,
“La batalla de las ideas”, publicado en la edición del sábado 7 de marzo del
periódico argentino PÁGINA/12. En él presenta de modo conciso varias ideas
características de la corriente intelectual que apoya, desde el progresismo, la
reestructuración capitalista. Si bien ninguna de ellas es original, corresponde
someterlas a crítica dada la influencia que alcanzaron.
En primer término, conviene
hacer un par de aclaraciones. Sader tiene por objetivo hacer pasar un proceso
que fortalece el dominio del capital sobre la sociedad como si se tratara de
una revolución sui generis, dirigida
a repartir la riqueza de modo más igualitario. Para ello tiene que construir un
enemigo que sirva de justificación a las tareas emprendidas por los gobiernos
latinoamericanos: el neoliberalismo.
Ahora bien, y puesto que el proceso latinoamericano está dirigido a satisfacer
las necesidades del capital, Sader se encuentra obligado a romper toda conexión
entre el neoliberalismo y la lucha de clases entre capital y trabajo. Sólo así
es posible afirmar que se encuentra en marcha “la liberación latinoamericana de
los poderes centrales”, “la construcción de la Patria Grande” y otros lemas
grandilocuentes proclamados en la última década. Como el proceso
latinoamericano fue dirigido desde arriba, Sader también está obligado a ignorar
el carácter de clase del Estado, en tanto garante del orden social capitalista.
Ambas tareas son realizadas en su noción de neoliberalismo, que transcribo a
continuación:
“El
neoliberalismo buscaba destruir la imagen del Estado –especialmente en sus
aspectos reguladores de la actividad económica, de propietario de empresas, de
garante de derechos sociales, entre otros—, para reducirlo a un mínimo,
colocando en su lugar la centralidad del mercado. Fue la nueva versión de la
concepción liberal, de polarización entre la sociedad civil –compuesta por
individuos– y el Estado.”
El artículo de Sader es
importante por lo que omite antes que por lo que afirma. En dichas omisiones se
encuentra el núcleo de la concepción progresista de la sociedad, que poco o
nada tiene que ver con el intento de transformarla a favor de los trabajadores.
Sader nos quiere hacer creer que el neoliberalismo es una alternativa dentro
del capitalismo (podríamos llamarla “el mal capitalismo”), dirigida a destruir
la capacidad regulatoria del Estado, en perjuicio de los trabajadores y demás
sectores populares. O sea, el Estado es el bien a preservar en contra del
embate neoliberal.
“Construir
alternativa al modelo neoliberal supone la reconstrucción del Estado alrededor
de su esfera pública, rescatando los derechos sociales, el rol de inducción del
crecimiento económico, la función de los bancos públicos. Haciendo del Estado
un instrumento de universalización de los derechos, de construcción de
ciudadanía, de hegemonía de los intereses públicos sobre los mercantiles.”
El Estado deja de ser un
órgano de opresión de clase. La sociedad deja de estar dividida en clases enfrentadas
entre sí. Por obra de la palabra de Sader, el Estado pasa a ser un instrumento
en disputa que puede ser usado para cualquier cosa, inclusive para favorecer a
los oprimidos y demases. Sólo así puede entenderse esta perorata que combina
derechos sociales, crecimiento económico y bancos públicos. Pero la realidad
manda. Desde que el capitalismo es capitalismo (y, a pesar de sus omisiones, no
dudo que Sader esté de acuerdo con que vivimos en una sociedad capitalista), el
aumento de las ganancias del capital requiere de un incremento de la
explotación de los trabajadores. Dicha explotación es sostenida de múltiples
maneras por el Estado, el cual se encuentra conectado por innumerables vínculos
con el capital (que van, desde el financiamiento mismo del Estado hasta la
forma en que éste gestiona los conflictos sociales).
Afirmar que el enemigo es el
neoliberalismo y no el capital implica tomar partido por el capitalismo.
Sostener que el Estado (capitalista) puede ser instrumento de liberación supone
aceptar las reglas de juego del Estado, que son, precisamente, las reglas de
juego del capitalismo. Así, en vez de apostar por la organización de los
trabajadores como herramienta para combatir al capital (única opción posible si
el objetivo es luchar contra el capitalismo), Sader prefiere recostarse en el
Estado, que todo lo puede y todo lo soluciona. Además, y esto no es menos
importante para intelectuales como Sader, el Estado es fuente de puestos bien
remunerados por tareas casi inexistentes.
Del planteo de Sader se
desprende que la contradicción de nuestras sociedades no es la existente entre
Capital y Trabajo. ¡Dios nos libre y guarde caer en semejante anacronismo! Para
nuestro autor, la cosa es mucho más relajada:
“Pasaron a
proponer como campo teórico de enfrentamiento la polarización entre estatal y
privado, escondiendo lo público, buscando confundirlo con lo estatal. Mientras
que el campo teórico central de la era neoliberal tiene como eje la
polarización entre lo público y lo mercantil. Democratizar es desmercantilizar,
es consolidar y expandir la esfera pública, articulada alrededor de los
derechos de todos y compuesta por los ciudadanos como sujetos de derechos. La
esfera mercantil, a su vez, se articula alrededor del poder de compra de los
consumidores, del mercado.”
El conflicto primordial se
da, pues, entre lo público y lo mercantil. Sader aclara que ni lo público es lo
estatal, ni lo mercantil es lo capitalista. Ahora bien, por más que le demos
vueltas a la cosa, invocando al “giro lingüístico”, las palabras no cambian la
dura realidad. Sin recursos materiales, lo público gira en el vacío. En cambio,
lo mercantil se apoya en algo mucho más firme que las palabras de Sader: la
propiedad privada. Claro está que hablar de lo público y lo mercantil suena más
agradable que los viejos términos capitalismo y Estado, pero ¿cómo democratizar
sin recortar el poder del capital?, ¿cómo construir ciudadanos sujetos de
derechos cuando en nuestros países conviven chozas – muchas – y palacios –
pocos-? Por supuesto, estas preguntas carecen de sentido en el esquema mental
de Sader.
A esta altura es conveniente
hacer notar un comportamiento curioso: a mayor profundización de la desigualdad
social, mayor desprecio de los intelectuales onda Sader hacia las teorías y los
conceptos que aluden al capitalismo como sistema basado en la explotación, a la
lucha de clases, al Estado como órgano de dominación. No es, por cierto, una
opción científica, desinteresada. Adoptar el punto de vista de la lucha de
clases desde los trabajadores (Sader no tiene ningún problema – salvo el de
mencionarlo – en adoptar el punto de vista de la clase dominante) implica dejar
de lado las ventajas materiales que ofrece el sistema a los intelectuales. Evidentemente,
Sader no está para esas patriadas.
Sader se define a sí mismo
como “de izquierda”. Es una izquierda modesta, por cierto, que propone cosas
como ésta:
“la izquierda tiene
que construir sus gobiernos y su hegemonía. El Estado, refundado o reorganizado
alrededor de la esfera pública, es un agente indispensable para la superación
de los procesos de mercantilización diseminados por la sociedad. (/) Una de las
condiciones del rescate de la capacidad de acción del Estado es recuperar su
capacidad de tributación, para dotarlo de los recursos que tantas políticas
nuevas requieren.”
Para Sader, la izquierda tiene que ser la cobertura ideológica del
Estado capitalista. Ni más ni menos. Así, la épica de la lucha contra el
neoliberalismo gira en torno a…la reforma tributaria. Pero la realidad es un
poco más compleja que estas ilusiones. En Argentina, por ejemplo, donde uno de
cada tres trabajadores padece el trabajo en negro, donde la precarización
laboral garantiza niveles de superexplotación capitalista, donde el “gatillo
fácil” (asesinato sumario) de la policía contra los jóvenes trabajadores es
moneda corriente, las palabras de Sader suenan a falsedad vieja.
Villa del Parque, lunes 9 de marzo de 2015
¡Muy de acuerdo! El error del "progresismo" latinoamericano es mayúsculo, incluso la denominación, propia del inicio del siglo XX, temerosa del socialismo emergente en ese momento. Cordiales saludos. Raúl Gil Alliaume (Uruguay)
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, Raúl. Respecto a la analogía con el progresismo de principios del siglo XX, considero que es pertinente. En todo caso, la diferencia radica en que el progresismo actual considera que el socialismo es una corriente ideológica y política obsoleta. Para los progresistas actuales no se trata tanto de competir con los socialistas sino de remarcar que el capitalismo es el límite del desarrollo social y que sólo cabe reformarlo, siendo imposible su reemplazo por otra forma de organización social. Saludos desde Buenos Aires
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