En la Universidad se aprende
a tomar distancia de los sufrimientos generados por la estructura social que
nos ha tocado vivir. Este distanciamiento se manifiesta, entre otras cosas, en la
utilización de un lenguaje aséptico, desprovisto de asperezas e ironías.
Expresar sentimientos es el colmo de la herejía y es considerado como un
indicador de la incapacidad de pensar científicamente. Los pobres son buenos en
la medida en que sirvan de material de estudio para ganar becas y
financiamiento para programas de investigación. Eso sí, tienen que estar en una
“jaula” y a una prudente distancia del investigador.
El asesinato de Luciano
Arruga no puede ser tratado siguiendo las reglas de juego académicas. Hacerlo
implicaría una falta de respeto hacia Luciano, su familia y todos aquellos que
lucharon en estos años por esclarecer su desaparición. Sería convalidar la
gigantesca operación de encubrimiento en la que están involucrados la policía,
la justicia y los políticos de la burguesía.
Luciano Arruga tenía dos
defectos: ser joven y ser pobre. A los 16 años era hostigado por la policía de
la Provincia de Buenos Aires con el objeto de que saliera a robar en beneficio
de ella. Negarse a hacerlo le ocasionó detenciones y torturas. Finalmente fue
secuestrado, torturado y asesinado por la policía. Hasta hoy, nada se sabía del
destino de su cuerpo. Fue hallado en el Cementerio de Chacarita, donde estaba
enterrado como NN.
La suerte de Luciano no es
obra de la casualidad o el producto de la maldad de un grupo de policías
perversos. Es expresión de la realidad cotidiana de los jóvenes trabajadores en
nuestro país. Ser joven y pobre equivale a no concurrir a la universidad, a
terminar a duras penas la escuela secundaria y a conseguir trabajos de baja
calificación por salarios miserables (cuando no a ocuparse en los circuitos
ilegales de la actividad económica). Los pobres están para ser usados por los
poderosos, sean estos empresarios, policías, políticos o traficantes de drogas.
Los pobres son cosas que sirven en la medida en que puede obtenerse de ellos
algún beneficio. Para la policía, Luciano merecía vivir en la medida en que
robara para ellos. Si no lo hacía, no tenía sentido que siguiera vivo. Así de
simple.
Luciano, torturado y
asesinado, muestra a las claras los límites de la política de Derechos Humanos
del kirchnerismo. Dicha política está siempre dirigida al pasado, y nunca al
presente. Luciano fue torturado y asesinado porque la tortura y el gatillo
fácil son prácticas cotidianas del aparato represivo del Estado argentino. Pero
estas prácticas son “invisibles” porque están dirigidas contra trabajadores,
jóvenes y pobres, jamás contras las clases dominantes o las capas medias. Como todos
sabemos, los pobres son “invisibles”; su suerte individual no le importa a la
burguesía, porque el país está lleno de pobres. Sobran.
La democracia, la protección
del derecho, no cuentan para los jóvenes como Luciano. Estos saben desde muy
temprano que sólo cuentan con sí mismos y con sus amigos. Todas las políticas
sociales desde 1983 hasta ahora tuvieron como objetivo principal mantener
controlada a la pobreza, no disminuirla o suprimirla.
La democracia, entendida
como participación efectiva en el gobierno, no incluye a los jóvenes como
Luciano. Por el contrario, los expulsa y/o mantiene a raya, para lograr así que
el gobierno sea ejercido exclusivamente por la burguesía y su troupe de políticos más o menos corruptos.
El caso Luciano indica , a través de los mecanismos de protección judicial a
los policías, de la connivencia de políticos, jueces y funcionarios de salud,
cuál es el destino que nuestra democracia le reserva a los trabajadores.
Luciano muestra cuál es el
papel de la policía y demás órganos de seguridad en nuestro país. Si en los
boliches se vende droga, la policía lo sabe. Si la policía lo sabe y no hace
nada, es porque obtiene algún beneficio. Si hay prostíbulos, la policía lo
sabe. Si lo sabe y no hace nada es porque se beneficia con la existencia de
prostíbulos. Dos más dos es cuatro. La policía no sólo se ocupa de mantener a
raya a los indeseables, sino que también proporciona protección a todos los
negocios ilegales de la burguesía. Cuando Luciano se negó a robar, pecó contra
las leyes sacrosantas de nuestra burguesía, cuya búsqueda de ganancias sólo
puede compararse a su carácter despiadado al momento de reprimir cualquier
tentativa contra su dominación.
El cuerpo de Luciano fue
encontrado gracias a la tenacidad de la lucha de sus familiares y de algunos
organismos de derechos humanos. El Estado, tanto el nacional como el
provincial, optó por mirar para otro lado. No hay casualidades. El Estado
requiere de la existencia de la pobreza para poder justificar su existencia.
Así puede desplegar su doble actividad de represión y asistencialismo.
Luciano, Melina Romero y
tantos otros, son las víctimas de un sistema basado en la cosificación de las
personas y en la utilización de las mismas para obtener ganancias. Como cosas,
las personas pueden ser descartadas y tiradas a un arroyo o a un cementerio. El
capitalismo no es nada más ni nada menos que esto. Lejos de ser producto de una
perversión, la suerte de Luciano expresa de un modo concentrado la normalidad del sistema social en que
vivimos.
Policías, jueces,
funcionarios de hospitales y de cementerios, políticos. Todos ellos
intervinieron en el crimen de Luciano. Para evitar que haya otros Lucianos, los
trabajadores sólo cuentan con ellos mismos. No se puede confiar en las
instituciones que se nutren de la desigualdad.
Luciano murió a manos de una
manga de hijos de puta. Pero esos hijos de puta expresan la normalidad del sistema
capitalista. Sólo la lucha de los trabajadores puede quebrar esa normalidad.
Buenos Aires, viernes
17 de octubre de 2014
Gracias por estas palabras, por esta rabia, por esta solidaridad. Alberto a. Arias - albertoaarias@yahoo.com.ar
ResponderEliminarGracias Alberto. En momentos como estos la reflexión tiene que estar unida a la rabia. Saludos, Ariel Mayo
ResponderEliminar