viernes, 17 de octubre de 2014

LUCIANO ARRUGA

En la Universidad se aprende a tomar distancia de los sufrimientos generados por la estructura social que nos ha tocado vivir. Este distanciamiento se manifiesta, entre otras cosas, en la utilización de un lenguaje aséptico, desprovisto de asperezas e ironías. Expresar sentimientos es el colmo de la herejía y es considerado como un indicador de la incapacidad de pensar científicamente. Los pobres son buenos en la medida en que sirvan de material de estudio para ganar becas y financiamiento para programas de investigación. Eso sí, tienen que estar en una “jaula” y a una prudente distancia del investigador.

El asesinato de Luciano Arruga no puede ser tratado siguiendo las reglas de juego académicas. Hacerlo implicaría una falta de respeto hacia Luciano, su familia y todos aquellos que lucharon en estos años por esclarecer su desaparición. Sería convalidar la gigantesca operación de encubrimiento en la que están involucrados la policía, la justicia y los políticos de la burguesía.

Luciano Arruga tenía dos defectos: ser joven y ser pobre. A los 16 años era hostigado por la policía de la Provincia de Buenos Aires con el objeto de que saliera a robar en beneficio de ella. Negarse a hacerlo le ocasionó detenciones y torturas. Finalmente fue secuestrado, torturado y asesinado por la policía. Hasta hoy, nada se sabía del destino de su cuerpo. Fue hallado en el Cementerio de Chacarita, donde estaba enterrado como NN.

La suerte de Luciano no es obra de la casualidad o el producto de la maldad de un grupo de policías perversos. Es expresión de la realidad cotidiana de los jóvenes trabajadores en nuestro país. Ser joven y pobre equivale a no concurrir a la universidad, a terminar a duras penas la escuela secundaria y a conseguir trabajos de baja calificación por salarios miserables (cuando no a ocuparse en los circuitos ilegales de la actividad económica). Los pobres están para ser usados por los poderosos, sean estos empresarios, policías, políticos o traficantes de drogas. Los pobres son cosas que sirven en la medida en que puede obtenerse de ellos algún beneficio. Para la policía, Luciano merecía vivir en la medida en que robara para ellos. Si no lo hacía, no tenía sentido que siguiera vivo. Así de simple.

Luciano, torturado y asesinado, muestra a las claras los límites de la política de Derechos Humanos del kirchnerismo. Dicha política está siempre dirigida al pasado, y nunca al presente. Luciano fue torturado y asesinado porque la tortura y el gatillo fácil son prácticas cotidianas del aparato represivo del Estado argentino. Pero estas prácticas son “invisibles” porque están dirigidas contra trabajadores, jóvenes y pobres, jamás contras las clases dominantes o las capas medias. Como todos sabemos, los pobres son “invisibles”; su suerte individual no le importa a la burguesía, porque el país está lleno de pobres. Sobran.

La democracia, la protección del derecho, no cuentan para los jóvenes como Luciano. Estos saben desde muy temprano que sólo cuentan con sí mismos y con sus amigos. Todas las políticas sociales desde 1983 hasta ahora tuvieron como objetivo principal mantener controlada a la pobreza, no disminuirla o suprimirla.
La democracia, entendida como participación efectiva en el gobierno, no incluye a los jóvenes como Luciano. Por el contrario, los expulsa y/o mantiene a raya, para lograr así que el gobierno sea ejercido exclusivamente por la burguesía y su troupe de políticos más o menos corruptos. El caso Luciano indica , a través de los mecanismos de protección judicial a los policías, de la connivencia de políticos, jueces y funcionarios de salud, cuál es el destino que nuestra democracia le reserva a los trabajadores.
Luciano muestra cuál es el papel de la policía y demás órganos de seguridad en nuestro país. Si en los boliches se vende droga, la policía lo sabe. Si la policía lo sabe y no hace nada, es porque obtiene algún beneficio. Si hay prostíbulos, la policía lo sabe. Si lo sabe y no hace nada es porque se beneficia con la existencia de prostíbulos. Dos más dos es cuatro. La policía no sólo se ocupa de mantener a raya a los indeseables, sino que también proporciona protección a todos los negocios ilegales de la burguesía. Cuando Luciano se negó a robar, pecó contra las leyes sacrosantas de nuestra burguesía, cuya búsqueda de ganancias sólo puede compararse a su carácter despiadado al momento de reprimir cualquier tentativa contra su dominación.

El cuerpo de Luciano fue encontrado gracias a la tenacidad de la lucha de sus familiares y de algunos organismos de derechos humanos. El Estado, tanto el nacional como el provincial, optó por mirar para otro lado. No hay casualidades. El Estado requiere de la existencia de la pobreza para poder justificar su existencia. Así puede desplegar su doble actividad de represión y asistencialismo.

Luciano, Melina Romero y tantos otros, son las víctimas de un sistema basado en la cosificación de las personas y en la utilización de las mismas para obtener ganancias. Como cosas, las personas pueden ser descartadas y tiradas a un arroyo o a un cementerio. El capitalismo no es nada más ni nada menos que esto. Lejos de ser producto de una perversión, la suerte de Luciano expresa de un modo concentrado  la normalidad del sistema social en que vivimos.

Policías, jueces, funcionarios de hospitales y de cementerios, políticos. Todos ellos intervinieron en el crimen de Luciano. Para evitar que haya otros Lucianos, los trabajadores sólo cuentan con ellos mismos. No se puede confiar en las instituciones que se nutren de la desigualdad.

Luciano murió a manos de una manga de hijos de puta. Pero esos hijos de puta expresan la normalidad del sistema capitalista. Sólo la lucha de los trabajadores puede quebrar esa normalidad.


Buenos Aires, viernes 17 de octubre de 2014

2 comentarios:

  1. Gracias por estas palabras, por esta rabia, por esta solidaridad. Alberto a. Arias - albertoaarias@yahoo.com.ar

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  2. Gracias Alberto. En momentos como estos la reflexión tiene que estar unida a la rabia. Saludos, Ariel Mayo

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