lunes, 27 de octubre de 2014

LA CLASE OBRERA EN MISERIA DE LA FILOSOFÍA DE MARX




Miseria de la filosofía (1847) (1) es una de las obras más importantes del período juvenil de Karl Marx (1818-1883). Representa, ante todo, una refutación minuciosa de las tesis defendidas por Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), quien gozaba de una enorme influencia entre los trabajadores franceses. Hice referencia en otro lugar a la crítica de las ideas de Proudhon por Marx. Aquí quiero concentrarme en el análisis marxista del desarrollo de la clase obrera, tal como aparece en el apartado V del capítulo segundo de la obra. (2) Cabe que indicar que se encuentran ideas semejantes en el primer apartado del Manifiesto Comunista.

Si dejamos de lado la crítica de las opiniones de Proudhon sobre los sindicatos (en el texto se habla siempre de “coaliciones”), el análisis de Marx gira en torno a dos ideas fundamentales.

La primera de ellas está formulada en el siguiente pasaje:

“La gran industria concentra en un mismo sitio a una masa de personas que se conocen entre sí. La competencia divide sus intereses. Pero la defensa del salario, este interés común a todos ellos frente a su patrono, los une en una idea común de resistencia: la coalición. Por tanto, la coalición persigue siempre una doble finalidad: acabar con la competencia entre los obreros para poder hacer una competencia general a los capitalistas. (…) Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí.” (p. 141; el resaltado es mio).

La acumulación originaria (descripta en el capítulo 24 del Libro Primero de El capital) supone la expropiación de los medios de producción de campesinos y artesanos a manos de los capitalistas. La clase capitalista concentra los medios de producción; en virtud de ello, los trabajadores se ven obligados a venderse como asalariados para poder acceder a los bienes (aquí estos bienes asumen la forma de mercancías y deben comprarse en el mercado) que satisfacen sus necesidades. La acumulación originaria es la condición material decisiva para la formación de la clase obrera moderna; no obstante, sólo a partir de la Revolución Industrial y la consiguiente concentración de los trabajadores en las fábricas, puede hablarse de un proletariado en el sentido moderno del término. Esto es así por la concentración de los obreros en las fábricas. Por medio de este proceso, los trabajadores comienzan a percibir que tienen intereses comunes frente a los empresarios. Pero esto no significa que la clase obrera se haya constituido como clase política, independiente de la burguesía. Es por ello que dice que no se trata todavía de una clase para sí. En esta etapa, y aunque no esté dicho expresamente en el texto, la clase obrera es una clase en sí, es decir, un conjunto de individuos que comparten condiciones de vida comunes frente a la clase capitalista y que luchan contra ésta en torno al salario.

En la etapa de clase en sí, los trabajadores poseen conciencia de tener intereses comunes frente a la burguesía, pero esa conciencia no va más allá de pugnar por obtener mejores condiciones de venta de la fuerza de trabajo. En el fondo, este estadio de la conciencia obrera es el que corresponde al sindicalismo en tanto aparato ideológico del Estado (para usar la denominación acuñada por Louis Althusser). Los sindicatos no cuestionan el régimen social capitalista, sino que quieren mejorar la posición de la clase obrera dentro de éste.

La segunda de las ideas centrales del texto es la siguiente:

“En la lucha (…) esta masa [de los trabajadores] se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política.” (p. 141; el resaltado es mío).

Marx afirma que la clase obrera completa su desarrollo en la medida en que concibe como lucha política a su enfrentamiento con la burguesía. En otras palabras, la clase obrera se constituye en clase para sí cuando adquiere conciencia de que la única forma de dar respuesta a sus problemas radica en desplazar a la burguesía como clase dominante en la sociedad. Los sindicatos, ya sean éstos por fábrica, por localidad, por rama de producción, las federaciones de sindicatos, las confederaciones nacionales, no superan el nivel de los intereses corporativos de la clase obrera. Los sindicatos, en la medida en que acepten su condición de organismos que procuran reducir la competencia al interior de la clase trabajadora, no representan ningún desafío para la dominación capitalista. Por el contrario, y como lo demuestra la experiencia histórica, pueden coexistir perfectamente con la burguesía y las relaciones sociales capitalistas.

La clase obrera sólo puede imponerse a la burguesía en la medida en que conciba sus relaciones con ésta en términos de lucha de clase contra clase, es decir, como lucha política de la clase obrera en contra de la clase capitalista. De este modo supera el aislamiento generado por las relaciones sociales capitalistas, que generan el efecto consistente en que los trabajadores conciben sus problemas como problemas aislados, propios del individuo como tal o de una empresa en particular.

La emancipación de la clase trabajadora es producto de la interacción entre los elementos estructurales (la conformación de la clase obrera en el marco de un determinado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas) y la lucha de la clase obrera contra los capitalistas.

En el párrafo siguiente, Marx destaca el papel del desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, el momento estructural:

“La existencia de una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente la creación de una sociedad nueva. Para que la clase oprimida pueda liberarse, es preciso que las fuerzas productivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existiendo unas al lado de otras. De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la sociedad.” (p. 142; el resaltado es mío).

Este argumento reaparece en obras posteriores, como el “Prólogo” a la Contribución a la crítica de la economía política (1859). No debe interpretarse como si el desarrollo de las fuerzas productivas fuera del motor del proceso histórico, en tanto que la lucha de clases ocupa un lugar completamente subordinado. De ningún modo. La inclusión de la clase revolucionaria entre las fuerzas productivas muestra que Marx tiene presente una dialéctica entre fuerzas productivas y lucha de clases, una interacción permanente que no puede reducirse a una lógica polar (en la que uno de los polos de la relación ocupa el lugar determinante). Marx señala explícitamente la relación entre cambio tecnológico y lucha de clases:

“En Inglaterra, las huelgas han servido constantemente de motivo para inventar y aplicar nuevas máquinas. Las máquinas eran, por decirlo así, el arma que empleaban los capitalistas para sofocar la rebelión de los obreros calificados.” (p. 137).

Lejos de ser un terreno aséptico, la tecnología es parte de la lucha de clases entre capital y trabajo. En vez de un esquema en el que alguno de los dos polos (fuerzas productivas – lucha de clases) determina el desarrollo del otro, Marx nos propone centrarnos en la relación, pues es allí donde se constituyen los polos. Dicho de otro modo, la tecnología asume sus características a partir del estado de la lucha de clases, y esta última se encuentra condicionada por el nivel de desarrollo y por el carácter de la tecnología.

Para concluir, Marx concluye el apartado (y el libro) con la afirmación de que la clase obrera es la única clase revolucionaria en la sociedad capitalista. Esto significa que la clase trabajadora es el núcleo fundamental de todo proyecto político que se proponga reemplazar al capitalismo por el socialismo. No es una mera convicción o una expresión de deseos, sino que es una conclusión que se desprende de la posición que ocupa el proletariado en la sociedad capitalista. Esto remite, por supuesto, a la centralidad del proceso de producción como articulador de las relaciones sociales.

Villa del Parque, lunes 27 de octubre de 2014




NOTAS:

(1)  Las citas de la obra están tomadas de la traducción española realizada por los rusos de la Editorial Progreso: Marx, Karl. (1981). [1° edición: 1847]. Miseria de la Filosofia: Respuesta a la Filosofía de la Miseria del señor Proudhon. Moscú: Progreso.


(2)  El apartado se titula “Las huelgas y las coaliciones de los obreros”.

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