“Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras,
sin fuerza
para proteger al hombre, en modo alguno.
Thomas
Hobbes
“Esta es
la generación de aquel gran LEVIATÁN, o más bien, de aquel dios mortal,
al cual
debemos, bajo el Dios inmortal,
nuestra paz y defensa. Porque en virtud de
esta
autoridad que se le confiere por cada hombre particular en el Estado, posee y
utiliza tanto
poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaza de conformar
las
voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y para la mutua ayuda
contra sus
enemigos, en el extranjero. Y en ello consiste la esencia del Estado.”
Thomas
Hobbes
.
Nicolás
Maquiavelo (1469-1527) y Thomas Hobbes (1588-1679) ocupan un lugar destacado en
el campo de la filosofía política por ser los principales teóricos del Estado
moderno. Esta caracterización tal vez resulte exagerada para algunos lectores,
quienes pueden afirmar, sin que les falte razón, que otros filósofos encararon
con éxito la tarea de analizar los rasgos del Estado surgido a partir de la
crisis de la sociedad feudal; pueden traer a colación, por ejemplo, a Locke (1632-1704)
y a Rousseau (1712-1778).
En
un ensayo anterior expuse, siguiendo a Louis Althusser (1918-1990), algunas
razones que hacen de Maquiavelo un autor excepcional en el terreno de la
reflexión sobre la política y el Estado. Dicho de modo esquemático, Maquiavelo
puso en el centro del escenario la cuestión de la violencia, más
específicamente, el papel de la violencia en el surgimiento y mantenimiento de
los Estados. De ese modo, el florentino discute las obras, posteriores, de los
filósofos contractualistas, quienes afirman que el Estado es producto de un
acuerdo entre los seres humanos. No se trata, por cierto, de que Maquiavelo haya
estado dotado de las artes de la adivinación, sino que su propia posición
excepcional, a caballo entre el mundo feudal y el mundo moderno, le permite
tomar distancia de su época y percibir aquellos rasgos, todavía incipientes,
que luego formarán parte del sentido común de la sociedad moderna. Mientras que
los autores posteriores procuraron ocultar el papel jugado por la violencia en
el Estado moderno (que es un Estado capitalista) y presentar en todo momento a
la voluntad estatal como la voluntad del conjunto de la sociedad, Maquiavelo
tiene presente que ese Estado es producto de un acto de violencia, que la violencia
es ejercida por los poderosos para crear y consolidar su posición, y que la
lucha entre los distintos sectores sociales es la que va plasmando los rasgos
característicos del Estado.
A
diferencia de Maquiavelo, Hobbes es un contractualista. En otras palabras,
afirma que existe un estado de naturaleza previo a la sociedad, y que el Estado
surge como resultado de un contrato celebrado entre los seres humanos. No
obstante, Hobbes desborda en todo momento los límites de lo esperable para el
contractualismo y efectúa así una crítica implacable del Estado moderno, aún
cuando sus intenciones están muy lejos de ello. Al igual que Maquiavelo, Hobbes
es un pensador de transición, en el sentido de que vivió una época donde lo
antiguo todavía persistía y lo moderno se perfilaba confusamente. Fue
contemporáneo de la Revolución Burguesa inglesa, que culminó con el triunfo de
Thomas Cromwell; en la contienda, Hobbes apoyó a los monárquicos y marchó al
exilio luego de la derrota de estos. El Leviatán
(1651) es producto de la reflexión sobre esa derrota. Concebido como defensa de
la monarquía, el libro puso en discusión de un modo radical a los fundamentos
de la monarquía feudal.
El
capítulo XIII del Leviatán se titula “De la CONDICIÓN NATURAL del Género
Humano, en lo que Concierne a su Felicidad y su Miseria”. Constituye una
descripción del estado de naturaleza. Es una excelente introducción a la
concepción hobbesiana del Estado, en la medida en que obliga al lector a dejar
de lado sus preconceptos.
Hobbes
comienza dicho capítulo planteando que los seres humanos son iguales:
“La
Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y
del espíritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de
cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando se considera en conjunto,
la diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda
reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no
pueda aspirar como él.” (p. 100).
Al
hacer esto, rompe con la tradición de la filosofía política, que defendía hasta
el cansancio la tesis de que los seres humanos eran desiguales. La monarquía en
particular, y toda forma de gobierno en general, era la consumación de esta
desigualdad, pues el príncipe ejercía el poder en virtud de que era diferente a
la masa de sus súbditos. El pensamiento clásico sostenía que sólo unos pocos
tenían la sabiduría para gobernar, en tanto que la mayoría sólo estaba
capacitada para obedecer (2). Si se tiene presente esto, puede comprenderse la
magnitud de la ruptura planteada por la afirmación de Hobbes.
El
postulado de la igualdad de los seres humanos determina que el gobierno ya no
puede asentarse en el mero reconocimiento de que unas personas son superiores a
otras; a partir de este momento, el pensamiento político tiene que dedicarse a
reflexionar sobre cómo legitimar el gobierno en una situación en donde las
personas son iguales.
Ahora
bien, el postulado de la igualdad no surge de la cabeza de Hobbes. Pensar así
equivaldría a caer en una concepción idealista, que convierte a las ideas en
autónomas, capaces de reproducirse a sí mismas y de ordenar el mundo a su
imagen y semejanza. Hay toda una realidad social detrás de la afirmación de la
igualdad por Hobbes, y es esta realidad quien debe ser indagada si queremos
conocer las razones por las que el pensamiento político entroniza a la noción
de igualdad, a punto tal que la defensa de la desigualdad entre los seres
humanos va quedando paulatinamente confinada a los teóricos del pensamiento
conservador.
El
éxito de la noción de igualdad va asociado a la expansión de la economía
mercantil. Los bienes y servicios necesarios para la satisfacción de las
necesidades son producidos cada vez más como mercancías, es decir, como bienes y
servicios destinados a ser vendidos en el mercado por productores que son
propietarios privados de los mismos. La economía natural, es decir, la
producción para la satisfacción de las necesidades del grupo sin pasar por el
mercado va quedando relegada a bolsones cada vez más reducidos de la sociedad.
En la economía mercantil todas las mercancías son iguales en el sentido de que
todas ellas son producto del trabajo humano, y sólo se diferencian por la
cantidad de trabajo que posee cada una de ellas. Dicho de otro modo, las
mercancías, en tanto mercancías, sólo difieren entre sí por la cantidad de
tiempo de trabajo que requiere su producción. Si las mercancías fueran
radicalmente desiguales sería imposible cambiarlas en un mercado. Si un par de
zapatos y un aire acondicionado no tuvieran nada en común, todo cambio entre
ellos sería irrealizable. ¿Qué tienen en común el par de zapatos y el aire
acondicionado? El ser mercancías, esto es, productos del trabajo humano
destinados a ser vendidos en el mercado. En este sentido, el par de zapatos y
el aire acondicionado son iguales y sólo difieren en cuanto al precio (pues
representan cantidades desiguales de tiempo de trabajo). La igualdad de los
bienes y los servicios en el mercado encuentra su máxima expresión en el
dinero. El dinero puede comprar todas las mercancías existentes en el mercado y
encuentra únicamente como límite a la cantidad. Da lo mismo que el dinero sea
producto de picar piedra, cocinar tortas, alquilar taxis o realizar préstamos
usurarios: 100 pesos son iguales a 100 pesos, independientemente de su
procedencia. La desigualdad en las cantidades requiere de la igualdad
cualitativa: las mercancías son producto del trabajo humano. Este es el terreno
que permitió el desarrollo de la noción de igualdad en la filosofía política.
Hobbes
toma como punto de partida a la igualdad entre los seres humanos en el estado
de naturaleza.
¿Qué es el estado de naturaleza?
“…el
tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos”
(p. 102).
El
estado de naturaleza no es una etapa pacífica de la humanidad. Para Hobbes, se
trata de un estado solitario y de guerra de todos contra todos:
“Los
hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el contrario, un gran
desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos
ellos.” (p. 102).
“Todo
aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el cual cada hombre
es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que los hombres
viven sin otra seguridad que la que su propia fuerza y su propia invención
puedan proporcionarles. En una situación semejante no existe oportunidad para
la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de
la tierra, ni uso de los artículos que pueden ser importados por mar, ni
construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que
requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del
tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe
continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria,
pobre, tosca, embrutecida y breve.” (p. 103).
El
estado de naturaleza es un estado asocial, en el sentido de que los seres
humanos viven dispersos, solitarios, sin constituir una sociedad ni vivir bajo
las reglas impuestas por un poder común. Está marcado por la lucha de todos
contra todos, que pone en permanente riesgo la vida y las posesiones de las
personas.
¿Cuál
es la causa de la guerra de todos contra todos?
Hobbes
remite aquí a una explicación esencialista (3), que lo ubica dentro de las
coordenadas del individualismo metodológico (la corriente que sostiene que el
individuo tiene que ser el punto de partida de todo análisis social). Es
precisamente la igualdad entre las personas la que da origen a la lucha:
“De
esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza
respecto a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos
hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se
vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su
propia conservación y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o
sojuzgarse uno a otro.
(…)
Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable
existe para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es
decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres
que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de
amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y
es generalmente permitido.” (p. 101).
En
el esquema hobbesiano, la igualdad genera la lucha porque los seres humanos son
egoístas y porque viven aislados. La cuestión del aislamiento no es menor, pues
determina que toda apropiación por el individuo adquiere un carácter privado,
no social. Como naturalmente viven aislados, toda vez que un individuo consigue
algo, se lo apropia para sí y lo resguarda de sus congéneres. Este aislamiento,
esta apropiación privada, se asemeja a las condiciones del mercado, en el
sentido de que en este último los propietarios privados se apropian de manera
privada el fruto de la venta de sus mercancías. Además, la competencia entre
los individuos en un mercado se asemeja al estado de guerra de todos contra
todos que se verifica en el estado de naturaleza.
Cuando
Hobbes responde a hipotéticas objeciones sobre la pertinencia de la noción de
estado de naturaleza, su respuesta remite, precisamente, a las características
que adquiere la existencia humana en una economía mercantil:
“A
quien no pondere estas cosas puede parecerle extraño que la Naturaleza venga a
disociar y haga a los hombres aptos para invadir y destruirse mutuamente; y
puede ocurrir que no confiando en esta inferencia basada en las pasiones,
desee, acaso, verla confirmada por la experiencia. Haced, pues, que se
considere a sí mismo; cuanto emprende una jornada, se procura armas y trata de
ir bien acompañado; cuando va a dormir cierra las puertas; cuando se halla en
su propia casa, echa la llave a sus arcas; y todo esto aun sabiendo que existen
leyes y funcionarios públicos armados para vengar todos los daños que le hagan.
¿Qué opinión tiene, así, de sus conciudadanos, cuando cabalga armado; de sus
vecinos, cuando cierra sus puertas; de sus hijos y sirvientes, cuando cierra
sus arcas? ¿No significa esto acusar a la humanidad con sus actos, como yo lo
hago con mis palabras?” (p. 103).
La
economía mercantil puede mirarse al espejo del estado de naturaleza hobbesiano.
La competencia entre productores privados se asemeja a la guerra de todos
contra todos; la incertidumbre acerca de la posibilidad de mantener la posición
en el mercado se parece peligrosamente a la incertidumbre del hombre en estado
de naturaleza, quien sabe que el bien que ha conseguido no está a salvo de las
asechanzas de sus semejantes. En este punto, cabe acotar que el mismo Hobbes
admite que la existencia del estado de naturaleza es cuanto menos dudosa:
“Acaso
puede pensarse que nunca existió un tiempo o condición en que se diera una
guerra semejante, y, en efecto, yo creo que nunca ocurrió generalmente así, en
el mundo entero” (p. 103).
Si
Hobbes no está convencido de la existencia misma del estado de naturaleza,
¿cuál es la necesidad de introducir el concepto en el análisis de la sociedad?,
¿de dónde sacó los rasgos característicos de dicho estado?
La
noción de estado de naturaleza le permite justificar las características del
Estado moderno, haciendo de este un elemento imprescindible para la existencia
de la sociedad. Si el estado natural de la humanidad es la guerra, sólo un
poder capaz de someter por la fuerza a las personas es capaz de asegurar la
paz. La sociedad de individuos aislados, egoístas, sólo puede sobrevivir en la
medida en que exista un órgano represivo, el Estado. A diferencia de los
filósofos posteriores, Hobbes se permite hablar a calzón quitado y decir
aquello que los otros esconden con montañas de palabras: el Estado está para
preservar la propiedad, esa es su función primordial.
“En
esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser
injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están
fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe: donde no hay ley,
no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes
cardinales. Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del
espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el
mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas,
cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario. Es
natural también que en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni
distinción entre tuyo y mío; sólo
pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sólo en tanto que puede
conservarlo.” (p. 104).
Además,
Hobbes señala que la justicia no existe en estado de naturaleza. De modo que la
moral de una sociedad es funcional a los objetivos del Estado, y surge con
éste. Justicia y propiedad son creación del Estado, quien es el encargado de
refrendar una determinada distribución de los bienes. De ese modo, la
burguesía, la clase rectora en la sociedad moderna, no puede recurrir a ninguna
idea natural de justicia para defender su dominación; la justicia es una
creación estatal y remite a una determinada distribución del poder entre los
grupos sociales. El Estado es concebido, entonces, como el estado de los
propietarios, con la salvedad de que, a diferencia de Locke para quien la
propiedad nace en el estado de naturaleza, Hobbes afirma que el Estado da
origen a la propiedad, dando un nuevo estatus a la posesión precaria que se da
en el estado de naturaleza.
Villa
Jardín, jueves 26 de diciembre de 2013
NOTAS:
(1)
Para la redacción de este ensayo utilicé la siguiente edición del Leviatán: Hobbes, Thomas. (1998). Leviatán, o la materia, forma y poder de una
república, eclesiástica y civil. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
(Traducción española de Manuel Sánchez Sarto).
(2)
Aristóteles es un buen ejemplo de esta forma de pensar: “Mandar y ser mandado
no sólo son hechos, sino también convenientes, y pronto, desde su nacimiento,
algunos están dirigidos a ser mandados y otros a mandar.” (Aristóteles, Política, Madrid, Alianza, 1986, p. 47 –
pido perdón a los eruditos por no emplear aquí la notación convencional - .).
(3)
Hobbes sitúa en la naturaleza humana las causas de la discordia: “Así hallamos
en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primero, la
competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.” (p. 102). Nuestro
autor tiene muy claro la conexión entre la primera de las causas y la economía:
“La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio (…)
La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas,
mujeres, niños y ganados de otros hombres…” (p. 102).