A 37 años del golpe militar
de 1976 la consigna “Nunca más” se está plasmando en los juicios a los
genocidas y en el repudio generalizado de la sociedad a los crímenes cometidos
por la dictadura de Videla y cía. Todavía falta mucho por hacer, pero el
gobierno “nacional y popular” ha tomado la senda del juicio y castigo a los
genocidas. No sólo los militares están siendo llevados a los tribunales. El
gobierno de los Derechos Humanos también ha puesto la lupa sobre los cómplices
civiles de la dictadura.
Todo marcha bien. La
justicia se impone. Nunca más…
Un artículo dedicado a otro
aniversario del golpe del 24 de marzo de 1976 bien podría empezar de este modo.
O, empezar mentando el recuerdo de las compañeras y compañeros desaparecidos, de
cómo su lucha no fue en vano y de cómo las nuevas generaciones han levantado
sus banderas.
Nada de esto sería honesto…
En el país del “Nunca más”,
de los juicios a los genocidas, del repudio generalizado a la dictadura, de los
cientos y miles de discursos y jornadas conmemorativas, de la proliferación de
espacios dedicados a la “memoria”, la herencia de la dictadura sigue más
presente que nunca.
¿Cómo es posible afirmar
esto si los juicios a los genocidas son una realidad tangible y ni aún los
fachos empedernidos se animan a defender abiertamente a la dictadura?
La respuesta se encuentra en
la realidad misma.
“En
estos días, también hubo un encuentro en uno de los salones de Diagonal Sur al
600 (Secretaría de Comercio) con industriales de primera línea en productos
alimentarios. Allí el hecho llamativo –‘la sorpresa”, califican otros– fue la
postura que asumió un directivo de la firma azucarera Ledesma, del grupo
Blaquier. «El mercado está totalmente abastecido, y si hubiera alguna necesidad
extra en estos 60 días, tenemos stock suficiente para atenderla y asegurar la
reposición», garantizó el representante industrial. No es poco, proviniendo
además de un grupo cuya cabeza principal (Carlos Pedro Blaquier) ha quedado
seriamente comprometido por los juicios de lesa humanidad y la presunta
participación y colaboración en secuestros seguidos de desaparición o muerte en
Tucumán.” (Página/12, 10 de febrero de 2013. Nota firmada por Raúl Dellatorre)
No es una anécdota sacada de
contexto. Ledesma, empresa que resolvió sus problemas laborales recurriendo a
los servicios de los militares en la tristemente célebre “Noche del Apagón",
expresa la concentración del capital que fue uno de los objetivos perseguidos
por los milicos.
La dictadura se hizo, entre
otras cosas, para mostrarle a la negrada que con el capital no se jode. Ledesma
puede dar cuenta de la verdad de este aserto.
La dictadura no fue el
producto de la maldad intrínseca de los militares argentinos, ni tampoco una
confrontación teñida de un romanticismo trágico entre jóvenes idealistas que
peleaban por una sociedad más justa y un montón de torturadores y asesinos
amantes de todo lo retrógrado. Fue, ante todo, un esfuerzo racional y
consecuente para resolver la crisis del capitalismo argentino en beneficio del
gran capital (del que forma parte, por supuesto, Ledesma). La maldad (y la hubo
a mares) estuvo al servicio de un proyecto de país cuyo eje era el sometimiento
de la clase trabajadora.
1976 no se comprende sin
1945 y sin 1969. El 17 de octubre marcó la irrupción de la clase trabajadora en
la política argentina. Exagerando un poco, puede afirmarse que la clase obrera
creó a Perón y al peronismo. El 17 de octubre puso límites a la burguesía
argentina. A partir de allí y hasta 1976, los sucesivos intentos de
reestructuración del capitalismo en nuestro país tropezaron con la capacidad de
resistencia de la clase obrera. Esta poseía una conciencia reformista, es
cierto, pero esta conciencia se oponía a ser pisoteada por los empresarios
preocupados por la “eficiencia” y la “productividad”.
El Cordobazo representó la
irrupción del clasismo en la escena política del país. Si el 17 de octubre
puede ser visto como el momento de toma de confianza por parte de la clase
trabajadora, el Cordobazo abrió las puertas para que la lucha obrera fuera no
sólo salarial. El Cordobazo constituye el momento en que la clase obrera
argentina, a los tropezones y de modo desparejo y desprolijo, comienza a
cuestionar el orden capitalista existente.
La combinación de los
efectos del 17 de octubre y del Cordobazo fue la causa profunda del golpe
militar de 1976.
Que se entienda. No estoy
diciendo que los obreros fueran bolcheviques en vísperas del golpe. La mayoría
de los trabajadores eran peronistas, ni más ni menos. Pero el peronismo del
período 1945-1976 era plebeyo, a diferencias de los peronistas del período
posdictatorial. Esto a despecho de Perón, Vandor y tantos otros dirigentes. A
pesar de adherir mayoritariamente al reformismo, la clase obrera era
irreductible a los ajustes capitalistas. El fracaso del Rodrigazo en 1975 es el
mejor ejemplo de la capacidad de resistencia de los laburantes y de su poder
para imponer límites a los capitalistas.
El 24 de marzo de 1976 fue,
sobre todo, un golpe a la clase obrera. Por razones que no podemos analizar
aquí, los militares obtuvieron un éxito completo. Cuando Alfonsín asumió el
gobierno en diciembre de 1983, ni 1945 ni 1969 eran ya un problema para los
empresarios. El peronismo había perdido su carácter plebeyo y ya no asustaba a
nadie. El clasismo, sobre el que se había descargado todo el peso de la
represión, había quedado reducido a un papel insignificante.
Es claro que la historia
argentina no quedó congelada en 1983. Con posterioridad a los militares, los
trabajadores sufrieron otras duras derrotas (¿es preciso recordar aquí al
menemismo?). Pero 1976 es el huevo de la serpiente, la condición necesaria para
las derrotas subsiguientes. Ledesma conserva su poder de fuego económico
gracias a que los militares secuestraron, torturaron y asesinaron a los
militantes obreros.
Entonces, adoptar una
actitud triunfalista y decir que los genocidas han encontrado su destino final,
que es la cárcel, beneficia al principal heredero de la dictadura, que es la
burguesía argentina (tanto la “nacional” como la “multinacional”).Si la
dictadura hubiera sido derrotada no existiría, por ejemplo, Nordelta. No
habría, por ejemplo, un tercio (y más) de trabajadores “en negro”. Los
empresarios no levantarían sus ganancias “con pala”.
Mal que nos pese, todos nosotros
seguimos moviéndonos dentro de los límites que la dictadura puso a la política.
Así, por ejemplo, podemos repudiar a los genocidas octagenarios, pero
consideramos como un hecho natural la dictadura de los empresarios en nuestros
trabajos.
Néstor Kirchner mandó sacar
un cuadro de Videla, pero Ledesma sigue siendo una empresa monopólica.
Hoy, 24 de marzo de 2013,
combatir el legado de la dictadura es una tarea impostergable. Pero el combate
no tiene que ser por la decoración de interiores, sin una lucha contra el
principal heredero de los militares: la burguesía. Sólo así podremos empezar a
clausurar el ciclo histórico iniciado en 1976.
Villa del Parque,
sábado 23 de marzo de 2013
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