A partir del segundo semestre de 2002 la economía argentina inició un
proceso de crecimiento que, a pesar de algunos altibajos, se ha mantenido hasta
la actualidad. Dicho proceso se desarrolló en el marco de condiciones
capitalistas de organización de la producción, que incluyen, por supuesto, la
explotación de los trabajadores. No pretendemos volver a inventar la pólvora,
pero nos vemos en la obligación de recordar esto dado que muchos políticos e
intelectuales consideran que dicho crecimiento económico es un jalón en la
emancipación nacional y social de nuestro pueblo. Otros, con mayor modestia,
consideran que los trabajadores han alcanzado el logro más importante que les
es dado alcanzar en este mundo: tener trabajo. Nosotros pensamos que unos y
otros son, cuanto menos, maestros de la ironía o humoristas incorregibles. Maestros
del humor negro, para ser más exactos.
A continuación reproducimos varios fragmentos de una entrevista realizada a Delia, quien trabajó durante un
año en un taller textil clandestino ubicado en el Gran Buenos Aires. Los dueños
del taller eran sus tíos, quienes la convencieron a ella y otras tres personas
(dos mujeres y un hombre) a viajar desde Bolivia para trabajar en este país. La
entrevista forma parte del libro de los Colectivos Simbiosis y Situaciones (2011).
De chuequistas y overlockas: Una
discusión en torno a los talleres textiles. Buenos Aires: Tinta Limón. La
entrevista completa se encuentra en las pp. 57-82.
El contenido exime de mayores comentarios. Las preguntas formuladas a Delia
han sido puestas en negrita para una mejor lectura de la entrevista.
“¿Y qué sensación tenías cuando
llegaste y te encontraste que tenían que vivir así?
Y, yo no estaba acostumbrada. Porque en Bolivia compartíamos piezas con
chicos y chicas, pero eso era demasiado. Había una cosa que sí me llamó la
atención en ese momento. Cuando bajamos del coche de mi tío, vinieron las
hermanas de mi tía y le dicen a mi tío: “llegaron las nuevas esclavas”. Y él
les dijo: “Sí, sí, esas son mis nuevas esclavas ahora”. Pero en ese momento no
le dimos ni pelota. No habíamos pensado por qué nos decían eso. Cuando nos
trajeron nos habían dicho que íbamos a trabajar desde la mañana a 10 de la
noche. Nos iban a dar el desayuno, el almuerzo y la cena. Pero después de un
tiempo ya no trabajábamos hasta las 10. Nos quedábamos hasta las 11 ó 12 de la
noche.
¿El problema era que tenían entregas
de trabajo especiales?
No, ellos hacían las prendas para ir a vender a La Salada. Ellos
necesitaban las prendas para llevar allá. Pero cualquiera fuera su problema,
venían y se desquitaban con nosotras. Y nos exigían más y más cada vez.
Llegamos a trabajar jornadas hasta las 3 de la mañana, y a las 7 ya teníamos que estar trabajando de
vuelta. Sólo podíamos parar de trabajar cuando la dueña nos autorizaba. Si no
se enojaba mucho.
¿Ella también trabajaba en máquina?
No, ella no hacía nada. Nuestro
trabajo, que iba a ser de lunes a viernes de 7 a 22 horas y el sábado desde las
7 hasta el mediodía, sólo se cumplió un mes nada más. Después el sábado pasamos
a trabajar hasta las 8 de la noche, y a veces hasta las 10. Terminábamos con la
limpieza del cuarto y después teníamos que planchar y alisar las prendas para
llevar a La Salada. Los domingos teníamos, a cambio de la comida de los fines
de semana, que limpiar toda la casa. Éramos tres chicas y mi primo. Incluso
tuvimos que ayudar a pintar las piezas. Hacíamos de todo. Los domingos
prácticamente no eran de nosotros porque no descansábamos. Seguíamos limpiando
y ordenando hasta las 4 de la tarde. Pero a partir de esa hora, cuando ya
estábamos libres, nos poníamos a lavarnos la ropa, a bañarnos. Terminábamos
recién a las 8 de la noche.
(…)
¿Y el tiempo para comer?
Nosotras desayunábamos como a las 8 y media unos diez minutos y ni bien
terminábamos nos íbamos inmediatamente a trabajar. También almorzábamos rápido
para venirnos a trabajar.
(…)
¿A ellos les iba bien? ¿Vendían
bien?
Cada vez que podían se iban a Bolivia. Cada vez que había fiesta ellos se
iban para allá. (…)
¿Ellos producían para su marca o
trabajaban para otras marcas también?
Ellos tenían su propia marca. Trabajaban para su marca nada más. Era ropa
para nena: remeras, musculosas y cosas sencillitas que salían al toque y que
eran fáciles de hacer.
Iban al puesto de La Salada y se
vendía todo…
Sí. Tenían un puesto fijo que lo habían comprado y tenían otros dos puestos
más en alquiler. Ahí se vendía todo. Tenían una buena entrada. Incluso tenían
unas vendedoras que eran argentinas a las cuales les pagaban 20 pesos por feria
o algo así. A ellas también las habían acusado de robarles. Pero siempre
teníamos que aguantar porque no teníamos donde ir. Y la garantía que teníamos
era el documento que lo tenía ella. Y sin el documento no podés hacer nada.
No había contrato ni nada…
Había un contrato verbal. Pero ni siquiera eso se cumplía.
Les retenían el documento
diciéndoles que esa era la garantía para que ustedes se queden…
Sí. Las tres chicas somos las que estuvimos desde el principio hasta el
final. Pero cada vez que mi tía iba a Bolivia ella traía nueva gente, dos o tres
personas nuevas. Pero esas personas se escapaban o se iban de nuevo a Bolivia
porque no aguantaban. Pero con nosotras ella se aseguró de que no nos vayamos.
¿Vos cuando entraste no sabías usar
las máquinas?
Aprendí ahí. Una vez, recuerdo, nos habíamos enfermado. Nos picó algún
bicho. Se me infectó la pierna por el pus. Tenía el doble de tamaño. Yo seguía
trabajando. Quería ir al médico y no nos dejaban. Me había llegado hasta la
cola y no podía sentarme, pero igual tenía que seguir trabajando. No nos
dejaban salir porque tenían miedo de que nosotras saliéramos y dijéramos que
trabajábamos en un taller. Cuando nos dejó ir al hospital fue porque se
asustaron, porque las dos ya llorábamos de dolor. Fuimos a una salita de
Laferrere, y cuando la doctora nos vio se asustó. La doctora me puso un montón
de anestesia y me decía que no mire. Yo veía que me iba cortando la pierna para
que drene el pus. Me había dado unos antibióticos y tenía que ir un par de
veces a la semana.”
Buenos Aires, lunes 24 de septiembre de 2012
muy buen post; coincidimos en que esas son las bases de 8 años de crecimiento económico; el trabajo en negreo y la precarizacion laboral, que abunda en tierras sanmartinenses, justo alrededor de nuestra UNSAM, donde muy seguido se despacha el Kirchnerismo trayendo a personajes del Nac&Pop.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, Adrián. El kirchnerismo, como en general todos los progresismos, afirma que entre capital y trabajo existe una relación de complementación y no de antagonismo. Es por eso que la precarización laboral, el negreo, etc, son escondidos sistemáticamente debajo de la alfombra, pues hablar de ellos implicaría hablar de EXPLOTACIón, y la explotación de los trabajadores es el hecho maldito del país nacional y popular. En cuanto a la UNSAM, es llamativa la desconexión entre una universidad pública y las fábricas que están ahí, apenas cruzando una calle. Saludos,
ResponderEliminarla verdad es que es terrible trabajar en esas condiciones de trabajo.
ResponderEliminartiene que haber posibilidad de que todas esas personas tengan los mismos derechos que cualquier ciudadano. esa cantidad de horas y en ese estado no es saludable.
encima deben tener apartamentos en buenos aires, comida, y lo elemental para estar bien.
Clari: Lo peor, si cabe, es que esas condiciones de trabajo son la fuente de la riqueza de los dueños de las marcas de ropa. Como es habitual en el capitalismo, la pobreza engendra la riqueza. Y muchos de los que lucran con el laburo de los trabajadores textiles después pretenden darles lecciones de moral a la sociedad. Saludos,
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