El “kirchnerismo”, encarnado en la figura de Cristina Fernández (n. 1953), constituye, pues, el eje en torno al cual gira el debate político en esta campaña electoral. Mejor dicho, es el “kirchnerismo” quien plantea los temas de los debates, y los “opositores” se ven obligados a seguirlo, mostrando a cada momento su desnudez conceptual. Por lo tanto, el renacimiento de lo “nacional y popular” es fogoneado por el oficialismo, que encuentra en las concepciones que genéricamente pueden agruparse bajo esa denominación el paraguas ideológico que justifica su programa político. Esta es la razón por la que he decidido dedicar varias notas a la crítica de algunos de los aspectos centrales de la corriente de pensamiento “nacional y popular”.
Para empezar, quisiera poner en discusión algunas tesis sobre el peronismo, tal como son planteadas por Hernán Brienza (n. 1971) en su nota editorial “Pareto y el miedo de los anticuarios”, publicada en TIEMPO ARGENTINO el domingo 6 de marzo de 2011 (1). Como ya señalé en otra ocasión, Brienza se caracteriza por la franqueza en que expone sus concepciones, lo cual facilita el análisis. No voy a encarar un examen exhaustivo de las cuestiones tratadas en la mencionada nota editorial; dejaré de lado las referencias a Vilfredo Pareto (1848-1923) y a la cuestión del periodismo, para concentrarme en la caracterización del peronismo (2).
Frente a la teoría de las élites, Brienza afirma la posibilidad de que una nueva élite se apoye en los "sectores postergados" para acceder al poder y democratizar a la sociedad: "...a veces, en democracia, se produce el milagro de que la élite gobernante no es la misma que la económica, cultural, sindical, entre tantas otras. (...) Las nuevas élites - por el sistema de alianzas que realizan con los sectores postergados para acceder al poder en cada uno de sus rubros (económico, empresarial, territorial, político, cultural) tienen un rol profundamente democratizador de las sociedades en las que emergen: horizontalizan, descentralizan, desmonopolizan. Allí obtienen su fuerza transformadora." Los pasajes citados no tienen desperdicio, pues expresan con claridad algunos de los elementos fundamentales del pensamiento "nacional y popular":
1) La sociedad capitalista, en tanto forma social caracterizada por la propiedad privada de los medios de producción y los antagonismos consiguientes entre clases y sectores sociales, se ha esfumado. Si el capitalismo es lo central, y si principal en el capitalismo es el conflicto irreductible entre empresarios y trabajadores, es muy difícil pensar la factibillidad de una alianza entre la "nueva élite" y los "sectores postergados", en la que ambos polos salgan contentos y felices. Omitir el capitalismo significa dejar de lado la explotación y la desigualdad como rasgos constitutivos de nuestra sociedad. Así, queda preparado el terreno para la alianza de clases (aunque este último concepto - las clases sociales - no resulte simpático a los "nacionales y populares").
2) El capitalismo deja paso a la "democracia", forma social en la que existe una pluralidad de poderes (económico, empresarial, territorial, político, cultural). De ese modo, se pierde la importancia de la explotación en el lugar de trabajo como una fuente de poder y de desigualdad política. Como no hay capitalismo, no existe ningún centro de poder, ninguna relación social que marque el tono a las demás. Como en Cambalache, "todo es igual, nada es mejor". Lo curioso del caso es que esto significa una desvalorización de aquello que hacen las mayorías populares la mayor parte de sus vidas, es decir, trabajar. El tlrabajo, en tanto lugar de explotación y creación de poder político, se pierde de vista entre la multiplicidad de poderes existentes. De manera paradójica, los defensores de lo "nacional y popular" adoptan una actitud elitista frente al trabajo de los sectores populares.
3) Como en las democracias el poder se encuentra dividido, las nuevas élites pueden establecer alianzas con los "sectores postergados" (Brienza se ha propuesto rechazar férreamente el concepto de clase) y democratizar así las sociedades. Nada se dice acerca del proceso de estas nuevas élites, pues ello implicaría tener que realizar un análisis concreto. Las nuevas élites aparecen, democratizan y punto. Pretender saber más equivale, probablemente, a convertirse en un izquierdista "híperracionalista", y eso no va con lo "nacional y popular", que parece preferir los "sentimientos". Otra vez se observa la paradoja de que los partidarios de lo "nacional y popular" adoptan una posición aristocrática frente a los sectores populares, a los que consideran capaces de sentir pero no de formular (y de exigir) argumentos racionales.
Mataderos, martes 8 de marzo de 2011
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