Tulio Halperín Donghi (1926-2014) es uno de los más destacados historiadores argentinos. Fue profesor en las Universidades de Buenos Aires, Nacional del Litoral, de la República (Uruguay) y Berkeley. En 1985 publicó: Reforma y disolución de los imperios ibéricos 1750-1850. Madrid, España: Alianza. 383 p. (Historia de América Latina; 3). La ficha que consta a continuación abarca el capítulo 4 de la obra, titulado “Las revoluciones hispanoamericanas” (pp. 115-153).
La crisis de la monarquía española y del lazo colonial (1808-1810)
La doble abdicación de Carlos IV
y Fernando VII (1808) no provocó una crisis inmediata en la relación entre
España y sus colonias americanas. Ello se debió, en buena medida, a la lealtad
dinástica de muchos americanos y al control británico de los mares. Pero la
calma en la superficie no pudo ocultar que la desaparición del monarca y la
guerra en el territorio metropolitano dieron origen a la crisis en el lazo colonial. En este sentido, la constitución de la Junta Suprema (Sevilla, septiembre de
1808) quebró la normal sucesión dinástica. El acatamiento de las colonias a
dicha Junta no fue gratuito y supuso el reconocimiento de la necesidad de
llevar a cabo una redefinición de la relación entre el gobierno metropolitano y
la administración colonial. La Junta Suprema buscó ser reconocida por las
colonias adoptando una política de identificación sin reservas con los grupos
que defendían la supervivencia del lazo colonial. [En verdad, la Junta de
Sevilla disponía de pocas alternativas, pues la abdicación de Fernando VII
rompió el núcleo ideológico de la obediencia de las colonias a las autoridades
de la metrópoli.]
¿Qué hicieron las autoridades
coloniales?
En principio, desplegaron la
tendencia a extender al máximo su esfera de atribuciones, siempre mal definida,
y aun a excederla” (p. 116). Bien miradas las cosas, era la consecuencia más
esperable de la crisis peninsular. Pero también aparecieron juntas, algo que no podía ser aceptado
por la Junta Suprema.
¿Cómo se resolvió esta última
cuestión?
En México, grupos de notables criollos quisieron conformar una
autoridad local que gobernase en nombre del rey cautivo (Fernando VII). Pero el
movimiento fue desarticulado el 15/09/1808 por los partidarios del rey.
En el Río de la Plata, el 1/01/1809 el Cabildo, liderado por el
comerciante español Martín de Álzaga (1755-1812), intentó derrocar a Santiago
de Liniers (1753-1810), el virrey interino. Las milicias criollas (creadas con
motivo de las Invasiones Inglesas) y algunas milicias formadas por peninsulares
abortaron el movimiento. La consecuencia fue que desde ese momento las milicias
criollas se convirtieron en árbitros de la situación política en Buenos Aires.
En el Alto Perú (la actual Bolivia) se formaron juntas en Chuquisaca
(ciudad controlada por la burocracia y un pequeño grupo terrateniente blanco) y
La Paz (donde el movimiento contó con la participación de mestizos). Ambas
entidades afirmaron que gobernarían en nombre de Fernando VII. Halperín señala
que “por un camino lleno de meandros, la revolución parecía llegar al Alto
Perú, donde cualquier prédica igualitaria parecía amenazar el precario
equilibrio entre la mayoría indígena y los distintos grupos que - a menudo
rivales - compartían los lucros de su explotación” (p. 120) La revolución
altoperuana fue aplastada por la combinación de tropas regulares y milicias
porteñas; la represión fue particularmente dura y abarcó a figuras de posición
social prominente. Esto último puede ser considerado como un indicador de la
ruptura del equilibrio entre la administración regia y los poderosos locales.
Los futuros revolucionarios recogieron la enseñanza: la alternativa era la
victoria o la muerte.
En Ecuador, la Audiencia fue
reemplazada en agosto de 1809 por una junta que declaró gobernar en nombre de
Fernando VII). Este organismo tomó medidas contra la presión fiscal de la
Corona. La rebelión fue aplastada en octubre por el virrey del Perú; los
cabecillas fueron encarcelados.
Pero donde se hizo más patente
la ruptura del lazo colonial fue en el terreno económico: “La pérdida de la
metrópoli (...) ha abolido la dimensión mercantil del pacto colonial de modo
más radical que en las situaciones de aislamiento esporádicas conocidas en el
pasado.” (p. 121). Por razones económicas y financieras las colonias no podían
permanecer aisladas de la metrópoli. A su vez, Inglaterra buscaba la apertura
de mercados en las colonias, pero chocaba con el alto comercio peninsular, que
era el aliado más sólido de la burocracia peninsular en la defensa de la
relación colonial.
Dada la situación cuyos rasgos
principales fueron esbozados en el párrafo anterior, ¿Cómo resolver el
problema? Las autoridades coloniales optaron por conceder permisos comerciales
caso por caso. La excepción fue el Río de la Plata, donde el virrey Baltasar
Hidalgo de Cisneros (1756-1829) dictó el Reglamento
Provisional de Comercio Libre, que abrió las puertas del virreinato al
comercio con todas las naciones (menos Francia, por supuesto). Este Reglamento,
más allá de las intenciones de Cisneros, “ponía la base mercantil para un nuevo
orden al que la revolución dotaría de dimensión política” (p. 122). [1]
La crisis española se profundizó
en 1810 con la caída de Andalucía en manos francesas. Cádiz, bajo protección de
la flota británica, se convirtió en la sede del gobierno metropolitano. En
rigor, la mayoría del territorio español estaba bajo el control de los
franceses, a pesar de que continuaba la fiera resistencia de los guerrilleros.
La profundización de la crisis
metropolitana modificó las condiciones políticas en América Latina. La lucha
contra la metrópoli adoptó la forma de una querella
contra la sucesión. Debido a esto, adhirieron al movimiento revolucionario
personas que no lo habrían hecho normalmente. Según Halperín Donghi, fue una de
las causas de lo tortuoso del camino hacia la independencia.
Los movimientos revolucionarios de 1810: éxitos, fracasos, volver a
empezar...
En Buenos Aires el poder militar (en manos de los criollos desde la
victoria sobre las invasiones inglesas) se hallaba ganado de antemano para la
causa revolucionaria. Los jefes de los regimientos surgidos en 1806-1807
“gobiernan el ritmo de la crisis final del Antiguo Régimen” (p. 124). Las
noticias de Andalucía provocaron agitación popular. El jefe de las milicias
porteñas, Cornelio Saavedra (1759-1829) comunicó al virrey Cisneros que no
contaba con el apoyo militar; el 25/05/1810 el proceso concluyó con la
conformación de una Junta [la Primera Junta] presidida por Saavedra e integrada
por partidarios de la ruptura con España.
En el Río de la Plata, “la
revolución triunfa fácil y totalmente porque se apoya en un poder militar
organizado y localmente incontrastable.” (p. 125) La revolución fue dirigida
por oficiales revolucionarios [2] e intelectuales influidos por la Revolución
Francesa. [3]
Las milicias porteñas debieron
constituirse en ejército regular para hacer frente a las necesidades de la
revolución. “La nueva función incide en su reclutamiento: la incorporación
resulta menos apetecible, y los marginales y rurales, reclutados a la fuerza,
se hacen más abundantes en sus filas (...) la distancia crece entre tropa y
oficiales, que los gobiernan gracias a una disciplina cada vez más
autoritaria.” (p. 126).
La Primera Junta organizó
expediciones militares para enfrentar las disidencias al interior del
virreinato (Alto Perú, Córdoba [4], Paraguay, Banda Oriental). La expedición al
Paraguay, dirigida por Manuel Belgrano (1770-1820), concluyó en un fracaso y
marcó el comienzo de la separación de esa región. En 1811 la expedición al Alto
Perú fue derrotada decisivamente en la batalla de Huaqui; el Alto Perú quedó
definitivamente fuera del poder rioplatense.
La Primera Junta sufrió
tensiones en su interior: a fines de 1810 se incorporaron a ella los diputados
del interior; con ello la tendencia moderada se volvió dominante; Moreno salió
de la Junta y murió en alta mar, camino a una misión diplomática en Inglaterra.
En abril de 1811 se produjo un movimiento popular que dio el triunfo a los
moderados, apoyados por los elementos marginales de la sociedad urbana. Sin
embargo, el triunfo fue efímero; pronto se conformó el Primer Triunvirato, que forzó la liquidación de la militarización
urbana y aplastó la conspiración proespañola liderada por Álzaga (julio de
1811). Se dio la transformación de la base militar del nuevo régimen con la
llegada de oficiales criollos que habían servido en España [5]; la organización
de las fuerzas armadas adquirió carácter más profesional. Alvear y San Martín
“comparten la noción de que los recursos deben ponerse al servicio de un
esfuerzo militar con miras más americanas que locales” (p. 129); impulsaron un
acercamiento a la oposición morenista, desplazada del poder desde abril de
1811. Los sucesos decantaron en el golpe militar de octubre de 1812, que dio
origen al Segundo Triunvirato y a la
Asamblea de 1813.
En 1814 el Estado porteño era
controlado por los herederos de la facción morenista + los oficiales que
aceptaban la orientación política de los recién llegados de Europa + la
clientela personal y familiar de Alvear. La dirigencia revolucionaria se aisla
para controlar y manipular a la clase política urbana. El círculo gobernante
pasa a coincidir cada vez más con el grupo organizado en torno de Alvear, quien
es designado Director Supremo en 1815. Pero Alvear, aislado políticamente,
perdió el apoyo militar y fue derrocado en abril de 1815. Halperín Donghi
afirma que la Revolución en el Río de la Plata se hallaba en su peor momento.
Chile fue una de las
regiones más desfavorecidas dentro del esquema propuesto por las Reformas
Borbónicas; ocupaba una posición subordinada respecto a Buenos Aires y sufrió
el aumento de las cargas fiscales.
El 18/10/1810 se conformó una
Junta de Gobierno, presidida por el criollo Mateo de Toro Zambrano, conde de la
Conquista (1727-1811), el militar de mayor jerarquía en la colonia. El grupo
partidario de una salida revolucionaria [6] era minoritario y tenía sus bases
en el sur del país, donde residían los elementos más radicales: Juan Martínez
de Rozas (1759-1813) y Bernardo O’Higgins (1778-1842). Este grupo promovió la
convocatoria de un Congreso Nacional, inaugurado el 4/07/1811. Pero el régimen
chileno, liderado por José Miguel Carrera (1785-1821) fue incapaz de enfrentar
con éxito la expedición española enviada desde Perú. Las fuerzas chilenas
fueron derrotadas en Rancagua (1-2/10/1814), hecho que marcó el final de la
denominada Patria Vieja.
Venezuela experimentó
desde 1750 la expansión de la agricultura
de plantación (cacao, cuyo mercado era la propia metrópoli); esa expansión
se dio con un crecimiento de la población esclava, pero también de los negros libres, que participaron de la
nueva prosperidad; esto último provocó alarma en la élite. Halperín Donghi
caracteriza la situación política venezolana en 1810 con estas palabras:
“sociedad tan preparada para volverse contra sí misma” (p. 136)
Venezuela inició la
experiencia revolucionaria con la conformación de una Junta en Caracas
(19/10/1810), surgida de un tumulto urbano fomentado por el Cabildo. Se trató
de un pronunciamiento de la élite criolla [7], cuyos integrantes eran conocidos
como los “mantuanos” o “los grandes cacaos” de Caracas, era la más rica de
todas las colonias americanas, con excepción de México. La élite se hallaba
tironeada por el temor a la revolución popular [8] y la apertura hacia la
innovación ideológica misma. La experiencia de la Revolución Francesa fue
retomada y procesada por los grandes revolucionarios: Francisco de Miranda
(1750-1816) retornó al país y fue apoyado por Simón Bolívar (1783-1830) y la Sociedad Patriótica (círculo de
intelectuales que buscaba dirigir el movimiento).
El Congreso (integrado por
propietarios con un patrimonio no inferior a los 2000 pesos) proclamó la
independencia. Se prohibió el tráfico de negros, mas la esclavitud permaneció
intacta, así como también la discriminación contra pardos y negros libres. El
profesor Halperín Donghi comenta: “los dirigentes del movimiento se lanzaban
con el corazón dividido a una acción que combinaba el radicalismo político con
el conservadurismo social” (p. 137)
Los realistas, en cambio,
comprendieron que había que ser implacables para vencer; por ello, apoyaron
rebeliones de esclavos en las plantaciones; José Boves (1782-1814) fue el
caudillo realista de los pastores del ganado llanero. Los peninsulares “no vacilaban
en emplear el conservadurismo de sus rivales para azuzar el rencor de los
sectores marginados contra quienes justamente se presentaban como la expresión
política de los plantadores” (p. 137) Ese extremismo se combinaba con un
conservadurismo político extremo, que aseguró el apoyo del clero a la causa realista.
En marzo de 1812 Caracas fue
devastada por un terremoto. El clero movilizado proclamó que era la señal de la
cólera divina contra los patriotas. Los realistas iniciaron una ofensiva que
culminó en el derrumbe de la 1°
República: Miranda fue hecho prisionero.
Bolívar extrajo la lección de
que los realistas triunfaron por su “implacable decisión de alcanzar la
victoria a cualquier precio” (p. 138). La derrota lo impulsó a acentuar “los
motivos democráticos y también los autoritarios” en su sistema de ideas (p.
139). La derrota de la Patria Boba
[denominación que recibió este período de la historia venezolana] había sido
ocasionada porque se trató de una república patricia, en la que el poder era el
monopolio de una cerrada oligarquía. Esto tuvo dos consecuencias: 1) no se ganó
el apoyo de los sectores populares a los que, por el contrario, se excluía del
sistema político; 2) no se contaba con la capacidad para enfrentar la lucha sin
cuartel propuesta por los realistas.
Bolívar expuso sus conclusiones
político-militares de la experiencia de la Patria Boba en la Memoria, fechada el 15/11/1812 en
Cartagena. Según ese documento, la revolución requería un poder centralizado y
autoritario, dispuesto a someter a sus enemigos por el terror, sostenido por un
ejército regular y disciplinado. El texto trasunta el “desengaño acerca de la
vocación revolucionaria de los pueblos hispanoamericanos” (p. 139) Bolívar
redefine el compromiso revolucionario: la tarea de los revolucionarios es “hacer por la fuerza libres a los pueblos
estúpidos que desconocen el valor de sus derechos” (Bolívar citado por
Halperín Donghi, p. 139; el resaltado es mío - AM-). Bolívar manifiesta
desconfianza en la capacidad espontánea de las sociedades hispanoamericanas
(tanto en los “rústicos del campo” como en los “intrigantes moradores de las
ciudades”) y se acerca a la tendencia a buscar en ejércitos organizados,
disciplinados y obedientes la dirección revolucionaria, el instrumento imprescindible
para alcanzar la victoria.
En mayo de 1813 Bolívar marchó a
Venezuela desde Nueva Granada. El 6 de agosto entró en Caracas; su éxito fue
fulminante, sólo Maracaibo y la Guyana quedaron en manos realistas. Bolívar
puso en práctica las ideas expuestas en la Memoria
de Cartagena; instauró un poder concentrado en el Ejecutivo. Poco antes, el 15
de junio, había declarado la guerra a
muerte. Intentó imponer “como un tajo de sangre, un clivaje fundamental en
la sociedad venezolana, que al separar a los peninsulares, condenados en
principio a muerte excepto cuando habían brindado servicios efectivos para la
causa de la independencia, y los nativos” (p. 140) Pero la victoria tuvo
alcance limitado; los realistas tenían tropas y muchos jefes criollos. Boves se
alzó en los Llanos a favor de la causa realista. En julio de 1814 Bolívar
abandonó Caracas, que fue ocupada por Boves y sus llaneros, marcando así el
final de la 2° República. Nuevamente
derrotado, Bolívar se exilió.
En Nueva Granada la revolución comenzó en mayo de 1810 con alzamientos
en los llanos de Casanare; en julio siguieron el ejemplo varios cabildos; el 20
de julio, Bogotá. La insurrección fue del interior a la capital, pues ésta era
incapaz de integrar bajo su control a las heterogéneas regiones del país
(situación heredada del período colonial). Sin embargo, la rebelión terminó por
tener como centro la región de Cundinamarca (cuya capital era Bogotá). Los
realistas conservaron el control del sur (Pasto) y otras regiones.
En 1811 Cundinamarca, bajo el
mando de Antonio Nariño (1765-1823), se escindió de los demás centros
regionales. Estos últimos formaron una federación dirigida por Camilo Torres.
En 1814 Nariño fue capturado y enviado a España; en diciembre, Bogotá fue
ocupada por Bolívar; éste fracasó en el intento de reducir los centros
realistas de la costa. El 8/05/1815, Bolívar partió para un nuevo destierro
antillano. Fin de la primera etapa de la revolución neogranadina. Por último,
en abril de 1815 una expedición realista de 10000 soldados llegó a la isla
Margarita; en mayo, los españoles entraron en Caracas.
En México la capital se
encontraba bajo el control político y militar de los realistas. La revolución
se inició en la región del Bajío [10] El párroco ilustrado Miguel Hidalgo y
Costilla (1753-1811) dirigió la rebelión: convocó a los fieles a la lucha en
favor de la Virgen de Guadalupe, la religión verdadera y el soberano legítimo y
cautivo. Hidalgo expresaba el ideal del clérigo secular iluminista, “capaz de
traducir las aspiraciones de una cultura y una ideología renovadas al lenguaje
tradicional que era el de sus fieles.” (p. 145) Dirigió multitudes y arremetió
contra los peninsulares: personas y propiedades. Declaró abolido el tributo
indígena.[11]
El levantamiento fue un
movimiento popular (aunque no indígena); sólo consiguió pocas adhesiones en la
élite criolla. “La revolución mexicana se definía, por las acciones de sus
seguidores más que por el lenguaje que prefería, como una guerra social que
necesariamente debía convocar en su contra la solidaridad de las clases
propietarias.” (p. 146) El movimiento no logró expandirse hacia el norte; Félix
Calleja (1753-1828), líder militar de las fuerzas peninsulares, organizó
milicias criollas para defender la causa del rey (que era la de las clases
propietarias amenazadas). En la batalla del Puente de Calderón (enero de 1811)
los españoles derrotaron a los rebeldes; al poco tiempo se produjo la captura y
ejecución de Hidalgo (marzo de 1811).
Halperín Donghi sostiene que el
fracaso de Hidalgo se “había debido a la unidad que había suscitado en su
contra entre todos los privilegiados de México (...), pero se debió también a
que no había suscitado una solidaridad igual entre los desposeídos.” (p. 146)
El movimiento consiguió apoyo en el Bajío y Jalisco, donde se estaba
consolidando una sociedad campesina y se corroía la organización comunitaria de
los pueblos; pero obtuvo poca adhesión en el norte (escasa población y
conflictos sociales poco marcados) y en el sur indio.
La revolución mexicana encontró
un nuevo foco en el actual estado de Morelos (que afrontaba la difícil
adaptación a la agricultura de plantación). Su principal dirigente fue el
clérigo mestizo José María Morelos (1765-1815); su liderazgo fue
político-militar [Hidalgo cometió errores serios en el plano militar]. Optó por
luchar con fuerzas reducidas, que aplicaban la táctica de la guerra de
guerrillas. Para ello necesitaba el apoyo de la población. Buscó redefinir el
movimiento: lucha de todos los criollos contra los peninsulares; llamó a
respetar el prestigio y la propiedad de los españoles americanos que se sumasen
al movimiento. Pero la lucha terminó por convertirse en guerra social: “porque los recursos de los enemigos opulentos no
deben usarse solamente para sostener el esfuerzo de guerra; también deben
servir para cimentar la solidaridad de otros grupos con el movimiento; el
contenido social de la revolución debe incluir una transformación profunda de
la situación campesina.” (p. 148)
Ha llegado hasta nosotros un
plan de autoría dudosa, las Medidas
políticas, que sintetiza la política de Morelos: despojar a los ricos de
sus riquezas es considerado un modo de debilitar al enemigo. Se trata de
reemplazar la sociedad dual (existencia paralela de la república de los
españoles y la de los naturales) por una comunidad única de criollos, castas,
negros e indios. Dicha comunidad debía servir de base a una nueva nación, la República de Anáhuac.
El movimiento arraigó en
Acapulco y en el valle del azúcar. El grupo letrado que apoya a Morelos (y
éste, a su vez, hace lo mismo con el grupo) agita consignas tradicionales (como
la defensa de la religión) para la defensa de la movilización, pero está cerca
del constitucionalismo liberal. El
objetivo: la independencia republicana.
El Congreso de Chilpancingo declaró la independencia de la República de Anáhuac
(6/11/1813). Pero la acción decidida del ahora virrey Calleja acorraló a los
rebeldes, cuya situación se tornó desesperada en 1814.
Las capas altas criollas
mantenían su desconfianza respecto al movimiento: “Las guerras entre los que
tienen y los que no tienen, en que la revolución mexicana se ha convertido
contra los deseos de sus dirigentes, no sólo les revela con brutal claridad
cuáles son sus solidaridades básicas dentro del orden social mexicano, sino que
atenúan los motivos de su insatisfacción.” (p. 149) Las élites criollas
luchaban contra la marginalidad política a la que las condenaban los
peninsulares: ése era su reclamo central al orden colonial.
Morelos fue capturado y
ejecutado en la capital (diciembre de 1815). Sólo Vicente Guerrero (1782-1831)
mantuvo la resistencia. En síntesis, “contra las rebeliones plebeyas se había
consolidado, pues, un orden monárquico, criollo y absolutista, que parecía
haber ganado la partida.” (p. 150)
España, entre el liberalismo y la Restauración absolutista
Mientras tanto, en España se
desarrolló el experimento constitucional en Cádiz (Constitución de 1812), que planteó nuevos problemas a quienes
defendían la autoridad metropolitana en las colonias: a) creación de una área
de libertades civiles y políticas; b) división de poderes (ejecutivo,
legislativo y judicial) y creación de órganos representativos (por ejemplo,
asambleas municipales y diputaciones provinciales electivas, que reemplazaron
al Cabildo y al Intendente, respectivamente). Estas innovaciones fueron
criticadas por los virreyes de México y Lima.
Halperín Donghi concluye el
capítulo caracterizando la influencia de la Restauración de Fernando VII: “Desde 1814 hasta 1820, la causa
española en Indias se identificaba así con la de la Restauración; en esos
mismos años la causa adversaria busca por el contrario distanciar la secesión,
que objetivamente persigue, de la revolución con la que había comenzado a
identificarse.” (p. 153)
Villa del Parque,
lunes 19 de julio de 2021
NOTAS:
[1] El virrey del Perú en
1806-1816, José Fernando de Abascal (1743-1821) pensaba que la liberalización
comercial promovía la irrevocable separación de España y las colonias
americanas.
[2] Eran figuras surgidas de la
militarización urbana y su orientación política era moderada.
[3] De orientación política más
definida que los militares, eran a menudo más radicales. El caso más notorio es
el de Mariano Moreno (1778-1811), de “ideología políticamente revolucionaria,
que aceptaba la herencia integral de la Revolución Francesa” (p. 128).
[4] En agosto de 1810 la ciudad
de Córdoba fue ocupada sin resistencia por la expedición cuyo destino era el
Alto Perú. Fueron apresados y luego fusilados los líderes de un movimiento
contrarrevolucionario, encabezado por el ex virrey Liniers.
[5] Los más destacados eran José
de San Martín (1778-1850) y Carlos María de Alvear (1789-1852).
[6] Proponían la “creación de un
poder local basado en la soberanía popular” (p. 133)
[7] En 1809 las autoridades
coloniales reaccionaron frente a una conspiración patricia haciendo un
llamamiento abierto al apoyo de las castas de color.
[8] Existían antecedentes
preocupantes: 1794, conspiración de negros y pardos en Coro; 1795, conspiración
en La Guaira, cuyosl objetivos eran la abolición de la esclavitud y el tributo.
[9] Se transformó en la
vanguardia de la zona realista, que iba de Quito al Alto Perú, convertida por
el virrey Abascal en el foco de la resistencia realista en América del Sur.
[10] La zona experimentó un
rápido crecimiento minero, artesanal y agrícola (crecimiento que estaba
menguando hacia 1810). Era una sociedad mestiza. Al momento del alzamiento la
minería sufría un progresivo estancamiento, seguido por una crisis de la
artesanía textil y un súbito empeoramiento del estado de subsistencia.
[11] La medida fue imitada por
el virrey Francisco Venegas (1754-1838), con el objetivo de restar apoyo a los
revolucionarios.
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