El historiador e hispanista británico John Huxtable Elliott (Reading, 1930) fue profesor en la Universidad de Cambridge (1957-1967), en el King’s College de Londres (1968-1973), en la Universidad de Princeton (1973-1990) y en la Universidad de Oxford (1990-1997). Elliott es especialista en historia de España y del imperio español en la Edad Moderna.
Esta
ficha se refiere a la colaboración de Elliott en la Historia de América Latina,
dirigida por Leslie Bethell (n. 1937): Elliot, John, (1990). “La conquista
española y las colonias de América”, en Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Barcelona:
Crítica. Tomo 1. Pp. 127-169. Todas las citas pertenecen a dicha edición.
Preludio a la
conquista. España (y un poco de Portugal también…)
El
profesor Elliott comienza examinando el significado de la conquista para los españoles del siglo XVI. El antecedente más
inmediato era la Reconquista
(denominación que recibió el movimiento de los reinos cristianos hacia el sur
de la península, con el objetivo de recuperar - conquistar - la región ocupada
por los moros), que fue a la vez: 1) guerra para ensanchar los límites de la fe
cristiana; 2) guerra de expansión territorial; 3) guerra de frontera; 4)
emigración de la gente y su ganado; 5) proceso de asentamiento y colonización
controlados, basado en el establecimiento de ciudades.
“Movilidad
significa aventura, y la aventura en una sociedad militar aumentaba enormemente
las oportunidades para mejorar la situación de uno mismo a los ojos de los
compañeros. El deseo de ≪ganar honra≫ y ≪valer más≫ era una ambición central en
la sociedad de la Castilla medieval, basada en la conciencia del honor y los
límites que imponía el rango. El honor y la riqueza se ganaban más fácilmente
con la espada y merecían formalizarse en una concesión de estatus más alto por
un soberano agradecido.” (p. 128).
La
Reconquista terminó al final del siglo XIII. Los grupos más dinámicos de la
sociedad ibérica comenzaron a buscar nuevas fronteras a través de los mares
(catalanes y aragoneses hacia Sicilia, Cerdeña, norte de África y este del
Mediterráneo; castellanos y portugueses hacia África y las islas del Atlántico)[1].
Además
de las tendencias específicas de la sociedad ibérica, pueden mencionarse las
tendencias generales de la sociedad europea del siglo XV, que todavía sufrían
la desarticulación social y económica derivada de la peste negra, algunos de cuyos efectos fueron: escasa oferta de
trabajo; disminución de los ingresos de los aristócratas; competencia entre los
monarcas y los nobles por incrementar su poder y el número de sus súbditos.
A
fines del siglo XV se desarrolló la carabela,
un tipo de embarcación capaz de navegar en el océano (era una combinación del
aparejo cuadrado europeo del norte con la vela latina del Mediterráneo). A esta
innovación hay que sumarle la utilización del astrolabio y el cuadrante,
instrumentos para medir las distancias y latitudes; compás magnético, que permitía la orientación y el trazado de la
posición en una carta de navegación; cartografía,
que desarrolló las ya mencionadas cartas
de navegación, que pasaron de Italia a la península ibérica.
Sevilla
pasó a ser una capital marítima y comercial. En ella se instalaron muchos
genoveses, que fueron allí en busca de fuentes alternativas de abastecimiento
de productos (dado el dominio turco en el este del Mediterráneo).
Sin
embargo, no fueron los reinos españoles, sino Portugal quien tomó la delantera en la expansión ultramarina. En
este país, la comunidad mercantil autóctona ayudó a subir al trono a la Casa de
Avis en la revolución de 1383-1385; la Corona y los comerciantes emprendieron
el camino del mar. Hacia 1460, los portugueses habían penetrado 2500 kms en
dirección al sur, en la costa occidental de África, y se habían adentrado
también en el Atlántico (archipiélagos de Madeira, Azores, Cabo Verde). En la
expansión utilizaron la fectoria (factoria), plaza comercial
fortificada; este sistema permitió prescindir de las conquistas y asentamientos
hechos a gran escala, y asegurar la presencia portuguesa en grandes extensiones
del planeta sin necesidad de profundas penetraciones en las regiones
continentales[2].
Los
conquistadores. Hombres, Corona, Iglesia:
La
conquista de América fue llevada a
cabo mayoritariamente por los españoles. Los conquistadores eran caudillos que debían demostrar éxito en
movilizar hombres y armas, y luego triunfar en la guerra.
“Pero el gran
movimiento expansionista que llevó la presencia española a través del Atlántico
era algo más que un esfuerzo masivo de una empresa privada que adopta temporalmente
formas colectivas. Más allá de la unidad individual y colectiva había otros dos
participantes que colocaron un sello indeleble en todo la empresa: la iglesia y
la Corona.” (p. 131).
El
papel de la Iglesia y del Estado es presentado así por Elliott:
“La Iglesia
proveía la sanción moral que elevaba una expedición de pillaje a la categoría
de cruzada, mientras el Estado consentía los requerimientos para legitimar la
adquisición de señoríos y tierras.” (p. 131).
Respecto
a la Corona. Le correspondía al rey repartir las tierras conquistadas y
autorizar los asentamientos coloniales[3].
Los conquistadores debían aportar ⅕ del botín para el rey, el llamado quinto real. En pocas palabras, “la
monarquía era el centro de toda la sociedad medieval castellana” (p. 132)[4].
Durante
la Reconquista, Castilla “era la sociedad patrimonial, construida en torno a
una concepción de obligaciones mutuas, simbolizadas en las palabras servicio y
merced” (p. 132). Este modelo social se desmoronó a finales de la Edad Media;
fue reconstruida en Castilla durante el reinado de Fernando e Isabel
(1474-1504) y llevada a América para implantarse en las islas y el continente.
Los
Reyes Católicos fueron los primeros
soberanos autocráticos de España. La unión de Castilla y Aragón creó un poder
muy superior a las fuerzas de cualquier facción rebelde. La creciente clase de
los letrados proporcionó los
servidores necesarios para el fortalecimiento de la monarquía. La monarquía
renovada se presentó como jefa natural de una gran empresa colectiva: derribar
los últimos restos de la dominación árabe (Granada) y “purificar” la Península
de los “elementos contaminantes” (judíos). La agresividad de la nueva monarquía
pronto obtuvo frutos: en las décadas de 1480 y 1490, Castilla ocupó las islas
Canarias (bases para las expediciones en la costa de África y para los viajes
de exploración en el Atlántico). En abril de 1492, Colón acordó capitulaciones
con los Reyes Católicos. Fue nombrado virrey
hereditario[5]
y gobernador de todas las tierras que encontrara. Se le otorgó el 10 % de las
ganancias del tráfico y comercio.
En
1493, el papa Alejandro VI (1431-1503, cuyo papado se extendió entre 1492-1503)
emitió Bulas que aseguraron el derecho español sobre las tierras
“descubiertas”. Esto “elevó la empresa de Indias al grado de empresa santa
ligando los derechos exclusivos de Castilla a una obligación exclusiva para que
se ganaron a los paganos para la fe” (p. 134). Se trataba de la justificación
moral para la conquista y colonización.
Modelo de las
islas (1492-1519), o de cómo la búsqueda del oro terminó en la esclavitud y
exterminio de los pueblos originarios, más otros sucesos que merecen ser
mencionados
La Española (isla que acoge
en la actualidad a República Dominicana y Haití), primera zona conquistada y
colonizada en América, representó un problema para la Corona: ¿cómo imponer
estabilidad en un mundo donde todo estaba cambiando? Colón y sus hombres pronto
la transformaron en un “espacio yermo” (p. 136). Obtuvieron muy poco oro; Colón
optó por embarcar indios caribeños hacia España para venderlos como esclavos.
Esto planteó la cuestión del estatus de la población indígena, tema
estrechamente relacionado con la esclavitud.
Según el derecho romano, los bárbaros podían ser esclavizados; los teólogos
medievales equipararon bárbaros con “infieles” (las personas que habían
rechazado la “verdadera fe” - el cristianismo - ). Pero los indios eran paganos
(no conocían el cristianismo); por lo tanto, debía predicárseles el Evangelio;
sólo si lo rechazaban pasaba a ser infieles y podían ser esclavizados[6].
1498
= Fundación de Santo Domingo (La Española). Era notoria la necesidad de
equilibrar los recursos disponibles y la cantidad de colonos. La administración
de la isla, a cargo de la familia Colón, fue ineficaz. La Corona envió a fray
Nicolás de Ovando (1460-1511), gobernador de la isla entre 1502 y 1509. En 1503
la Corona aprobó el sistema de trabajo
forzoso (a pedido de Ovando), autorizando al gobernador a repartir mano de
obra indígena en las minas y en los campos, debiendo pagar los salarios
aquellos que recibieran el repartimiento. Se implantó así el sistema de encomienda[7],
que no incluía ni el reparto de tierras o de rentas: “Era simplemente una
asignación pública de mano de obra obligatoria, ligada a responsabilidades
especificadas hacia los indios asignados al depositario o encomendero.” (p.
138). El encomendero era el establecido
(propietario que tenía residencia urbana).
Ovando
utilizó su control sobre el suministro de manos de obra con el propósito de
fomentar el asentamiento de españoles en pequeñas comunidades urbanas, cada una
con su cabildo (según el modelo español). La mano de obra tenía que ser
asignada sólo a vecinos. Los indios también eran redistribuidos; sus caciques
se responsabilizaban de suministrar mano de obra a los españoles[8].
Con esta política, Ovando procuró crear “una sociedad armónica”, en la que
coexistieran las comunidades de pueblos originarios y españoles bajo el control
del gobernador real. En pocas palabras, “bajo el gobierno de Ovando, La
Española hizo la transición desde centro de distribución a colonia.” (p. 138).
Pero
la implantación del trabajo forzoso aceleró la casi total extinción de la
población indígena, consecuencia de la guerra, las enfermedades propagadas por
los españoles, los malos tratos, etc. Los colonos procuraron proveerse de mano
de obra invadiendo las islas Bahamas y trayendo su población lucaya a La
Española. La llegada de nuevos inmigrantes españoles acentuó la inestabilidad.
En 1509 Ovando fue cesado en su cargo y en 1511 se estableció la Audiencia de Santo Domingo. Los agentes
del gobierno legal pasaron a estar bajo control de los agentes de la justicia
real.
La
solución a la desaparición de la mano de obra indígena fue la importación de esclavos negros[9].
En 1505 arribó a La Española el primer embarque de negros ladinos (de habla
española). La introducción de esclavos se aceleró desde 1518. África vino a
compensar la balanza demográfica del Nuevo Mundo.
La
caída de la población originaria tuvo otra consecuencia: la necesidad de
exportar el exceso de población española en la isla. Se organizaron nuevos
viajes de exploración (1508, colonización de Puerto Rico; 1509, colonización de
Jamaica; 1511, comienzo de la conquista de Cuba[10]).
Además,
la Corona estaba expidiendo licencias para el descubrimiento y conquista de las
tierras ubicadas hacia el este. En 1513, Juan Ponce de León (1460-1521)
descubrió Florida, pero no la colonizó. Ese mismo año, Vasco Núñez de Balboa
(1475-1519) descubrió el océano Pacífico desde Darién. En 1519 Pedrarias Dávila
(1468-1531) fundó la ciudad de Panamá; ese año, Hernán Cortés (1485-1547)
desembarcó en México y Hernando de Magallanes (1480-1521) emprendió el viaje de
circunnavegación del globo.
Cada
nueva expedición española amplió el radio de destrucción. Disminuyó la
población indígena y se enviaron expediciones a sitios más lejanos para reponer
la mano de obra. En el período que siguió a la ocupación del istmo de Panamá y
el descubrimiento y conquista del Perú, “las incursiones se convirtieron en una
forma de vida regulada y sumamente organizada” (p. 141). El lucrativo negocio
del tráfico de esclavos indígenas aumentó el conocimiento geográfico, ya que
los invasores exploraron las costas de Tierra Firme, Panamá, Honduras y
Florida. Se trazaron los mapas de las Bahamas y de las pequeñas Antillas.
Conquista de la
América continental (1519-1540), o de como unos pocos se impusieron a los
muchos:
En
esta época España tenía una superficie de más de 500000 km² en la Península
(con 6 millones de súbditos en Castilla y 1 millón en Aragón). En el transcurso
de dos décadas la Corona conquistó 2 millones de km², con una población (luego
diezmada) de 50 millones de habitantes.
Desde
las Antillas partieron dos grandes líneas de conquista:
A]
Salió de Cuba y aplastó al Imperio azteca (1519-1522). Después se irradió desde
la meseta central mexicana hacia el norte y el sur. Precisamente en el sur, se
realizaron las conquistas de Guatemala y El Salvador (1524). Hacia 1540, los
centros mayas más importantes de Yucatán habían sido sometidos.
B]
Salió de Panamá. En un primer momento marchó al norte (conquista de Nicaragua,
1523-24); luego, hacia el sur (conquista del Imperio inca, 1531-1533). Desde
Perú se llevó adelante el avance sobre Quito (1534) y (1536). Pero en el sur la
conquista de Chile se estancó, como consecuencia de la guerra con los
araucanos.
Por
fuera de esas grandes líneas estaba la región del Río de la Plata. Allí se
produjo el fracaso de Pedro de Mendoza (1499-1537), quien fue derrotado por los
originarios en 1535-36. Buenos Aires sólo pudo ser fundada definitivamente en
1580.
En
este punto surge la pregunta de rigor: ¿por qué fue tan rápida la conquista de
las zonas más densamente pobladas del continente americano?
La
respuesta de Elliott es compleja. En primer lugar, señala que la arrolladora
superioridad numérica de la población indígena sobre los españoles fue
contrarrestada por la gran diversidad de esa población, que hizo muy difícil su
unidad frente al invasor. En segundo lugar, en las áreas muy pobladas de
Mesoamérica y los Andes existían formas de control central (imperios azteca e
inca), las cuales eran enfrentadas por grupos sometidos. Los españoles
aprovecharon esas diferencias para confrontar a un grupo contra otro[11].
En tercer lugar y a modo de prueba inversa, los pueblos de la periferia de los
imperios azteca e inca fueron más difíciles de someter, debido a que
aprendieron la forma de combate de los españoles y emplearon también caballos y
armas de fuego.
No
obstante lo anterior, los invasores enfrentaron una resistencia fuertemente
militarizada en varias zonas. El caballo les dió la ventaja de la sorpresa
inicial y les proporcionó movilidad, pero la importancia de los equinos no debe
ser exagerada: Cortés tenía sólo 16 caballos en su marcha hacia el interior de
México. Los españoles también tenían la ventaja de la “superioridad tecnológica
decisiva” (p. 145). Pero los españoles estaban “pobremente equipados” en
comparación con el modelo europeo del siglo XVI. Por ejemplo, los soldados
contaban con espadas, picas y cuchillos; sólo contaban con 13 mosquetones[12],
10 cañones de bronce y 4 cañones ligeros. Pero las armas de madera no se podían
comparar con el acero de los españoles:
“En una batalla
campal, las fuerzas de los aztecas e incas, a pesar de su amplia superioridad
numérica, tenían pocas esperanzas de emplazar a una fuerza española compuesta
de caballería e infantería, con tan sólo 50 hombres, a menos que consiguieran
reducirlos por agotamiento. La mejor posibilidad consistía en atrapar pequeños
grupos de españoles desprevenidos fuera de sus guarniciones, o atacarlos en
lugares donde no tuvieran oportunidades de reorganizarse ni maniobrar.” (p.
146).
El
profesor Elliott describe las distintas formas de organización de las
expediciones de conquista. La financiación de incursiones (como en el mar
Caribe, donde se organizaban expediciones para atacar islas y capturar esclavos)
requería poco capital. Pero las expediciones más grandes eran otra cosa.
“La conquista de
América fue posible gracias a una red de créditos que circulaban por intermedio
de agentes locales y empresarios respaldados por funcionarios reales y ricos
encomenderos de las Antillas, y aun más lejos (...) por Sevilla y las grandes
casas bancarias de Génova y Austria.” (p. 148).
A
los factores militares, tecnológicos y financieros hay que agregar la acción
del factor espiritual o ideológico [que el lector elija el término que más le
guste]:
“Esta confianza
en su propia superioridad sobre los enemigos que los superaban en número,
estaba basada, al menos en parte, en una actual superioridad de técnica, organización y equipamiento.
Pero, detrás de cualquier factor material estaba un conjunto de actitudes y
reacciones que daban a los españoles ventajas en muchas de las situaciones en
las que se encontraron; una creencia instintiva en la natural superioridad de
los cristianos sobre simples bárbaros; un sentido de la natural providencia de
su empresa, que hacía cada triunfo contra unas fuerzas en apariencia
abrumadoramente superiores una nueva prueba del favor de Dios; y un sentimiento
de que había una recompensa última para cada sacrificio a lo largo de la ruta. (...)
Sentían también que tomaban parte en una aventura histórica y que la victoria
significaría una inscripción de sus nombres en una lista de inmortales juntos a
los héroes de la antigüedad clásica.” (p. 149)
La conquista
después de la conquista, o de la organización de los territorios conquistados
A
mediados del siglo XVI los españoles controlaban vastas zonas de la América
central y del sur. Sin embargo y en palabras del profesor Elliott, “pero la
verdadera conquista apenas había empezado.” (p. 155)
En
los actuales territorios de México y Perú, los españoles destruyeron los
imperios azteca e inca y consolidaron rápidamente su posición. Para ello,
aprovecharon tanto la supervivencia de la maquinaria fiscal y administrativa
del período prehispánico como la docilidad de la población, aliviada por el
derrocamiento de sus antiguos señores. Pero los españoles fracasaron al
enfrentar a adversarios que carecían de estructuras centralizadas: los
chichimecas del norte de México y los araucanos de Chile.
Los
conquistadores no estaban solos. Junto con ellos (o inmediatamente después)
llegaron los misioneros.
Posteriormente llegó una masiva migración desde España (conquista demográfica); también arribaron los burócratas, decididos a imponer la autoridad de la Corona. Respecto
al primer grupo, Elliott indica que no es cierto que la conquista haya sido
realizada por militantes profesionales y/o nobles; si se toma la lista de
encomenderos de la ciudad de Panamá (1519), de un grupo de 96 conquistadores, sólo
la mitad eran soldados o marineros de profesión, 34 habían sido campesinos o
artesanos y otros 10 procedían de las clases medias y profesionales de las
ciudades (p. 157). Si bien se trata de un caso particular, no hay razón para
pensar que esta composición no haya sido semejante a la de los otros grupos de
conquistadores.
Una
vez reconocido lo anterior, puede afirmarse que los hombres con algún título de
nacimiento noble - procedentes de capas inferiores de caballeros e hidalgos -
estuvieron presentes en un número considerable en la conquista. Por lo tanto,
“las actitudes y aspiraciones de este grupo [los hidalgos] tendieron a inspirar
todo el movimiento de la conquista militar” (p. 157) Las expediciones de
conquista eran el medio más rápido para enriquecerse; los hombres de entre 20 y
30 años tenían en mente el modo de vida del magnate castellano y andaluz:
“un hombre que vivía para gastar” (p. 157)
La
Corona estaba en contra de la formación de una nueva sociedad feudal en
América; muy pocos conquistadores recibieron títulos de nobleza. Las
recompensas de la conquista (saqueos, encomiendas, repartimientos de la tierra,
cargos municipales, prestigio) eran muy considerables. Muchos conquistadores
hicieron fortunas y muchos las perdieron (pues, por ejemplo, eran jugadores
natos).
Era
muy difícil arraigar a los conquistadores. Cortés procuró convertir a los
soldados en ciudadanos. Se fundaron ciudades según un plano de parrilla con
intersección de calles, como en Santa Domingo. Cada soldado pasaba a ser vecino
con un terreno; pero, dado el desdén por el trabajo manual, era preciso contar
con mano de obra forzada para trabajarlo. La encomienda de indios tomó su
puesto al lado de la ciudad. Cortés, que era un constructor antes que un
destructor, tenía en mente crear una Nueva
España, entendida como
“sociedad de
colonización en la cual la Corona, los conquistadores y los indios, estuvieran
vinculados todos ellos en una cadena de obligaciones recíprocas” (p. 160).
En
esa sociedad nueva, la Corona debía constituir encomiendas hereditarias para
los conquistadores, garantizando así mano de obra india a perpetuidad; los
encomenderos asumirían una doble obligación: defender el país y velar por el
bienestar espiritual y material de sus indios; los originarios, por su parte,
desempeñarían sus servicios de trabajo en sus propios pueblos.
La
casta de gobernantes comenzó a constituirse al ritmo de la concesión de
encomiendas en Nueva España, América Central y Perú. Se trató de un grupo de
élite entre los soldados de la conquista: no había más de 600 encomenderos en
Nueva España en la década de 1540; en Perú no pasaban de 500. Vivían de la mano
de obra de sus indios y se consideraban a sí mismos como “señores naturales de
la tierra” (p. 160). Sin embargo, el poder de los encomenderos no era tan
sólido como parecía:
“La encomienda no
era un estado y no comportaba título alguno sobre la tierra ni derecho de
jurisdicción. (...) no podía llegar a convertirse en un feudo en embrión. A
pesar de sus esfuerzos, los encomenderos no lograrían transformarse en una
nobleza hereditaria de tipo europeo.” (p. 160).
La
Corona se opuso a que las encomiendas fueran hereditarias. En 1542 promulgó las
Leyes Nuevas, en las que decretó que
las encomiendas volvían a manos de la Corona luego de la muerte del propietario
ordinario. Los encomenderos eran una minoría en la creciente población
española. Los desposeídos y los excluidos miraban con bronca a los
encomenderos. En Perú, los virreyes se sirvieron del reparto de encomiendas
como medio de consolidar su poder. La Corona también procuró limitar los
derechos de los encomenderos sobre los indios. En 1549 se dictó la abolición
del deber de los indios de efectuar el servicio personal obligatorio; en
adelante, los indios quedaron sujetos al tributo,
que se estableció en una cantidad menor que la que antes habían tenido que
pagar a sus señores. En otras palabras, se produjo la transformación de la encomienda basada en servicio personal
a encomienda basada en el tributo.
Los
encomenderos más ricos empezaron a utilizar su riqueza en inversiones
diversificadas; se apuraron para adquirir nuevas tierras y construir haciendas
agrícolas.
Respecto
a los resultados de la evangelización de América, Elliott es tajante. A pesar
de algunos éxitos iniciales, en el largo plazo las cosas no salieron como se
pensaba y terminó por conformar una religión
sincrética.
Durante
el siglo XVI se produjeron grandes cambios demográficos: caída de la población
indígena e inmigración española[13].
Hubo un intenso proceso de mestizaje (españoles e indios). Fuerte corriente de
inmigración africana (importados como esclavos). Los descendientes de sus
uniones con blancos eran los mulatos; los de sus uniones con indias, los zambos.
El
aumento del número de mestizos y zambos creó una población de desocupados
voluntarios o involuntarios. Paulatina desintegración de la “república de
indios”, que sólo pudo conservarse en las regiones remotas, donde había pocos
españoles, donde había pocos españoles.
Como
consecuencia de la catástrofe demográfica, “a mediados del siglo XVI, la
América española era un mundo completamente diferente del que se había previsto
en las consecuencias inmediatas de la conquista” (p. 167)
A
mediados del siglo XVI se intensificó el conflicto entre los colonos, y entre
la Corona y los colonos, en torno a una participación mayor en el suministro de
una mano de obra en disminución. El descubrimiento de los yacimientos de plata
en México y Perú (1540) marcó el comienzo de la actividad minera a gran escala:
se concedió la prioridad a la extracción minera y actividades auxiliares en la
distribución de mano de obra india.
El
descenso de la población indígena provocó la desocupación de amplias
extensiones de tierra. Coincidió con el aumento de la demanda de alimentos por
las ciudades. Encomenderos y pobladores ricos obtuvieron mercedes de la Corona:
origen de los terratenientes.
En
resumidas cuentas, luego de la 1° generación de la conquista, en América estaba
surgiendo una nueva sociedad. Pasado el tiempo de los conquistadores, llegó el
tiempo de los funcionarios reales. Pero esa es otra historia…
Villa
del Parque, viernes 16 de julio de 2021
NOTAS:
[1] En 1248 la conquista de Sevilla y el avance
consiguiente sobre el estrecho de Gibraltar, dotaron a la corona de Castilla y
León de un nuevo litoral atlántico. En esta zona, la combinación de
conocimientos norteños y mediterráneos dio origen a una raza de marinos que
promovieron y aprovecharon avances en la construcción naval y las técnicas de
navegación.
[2] Cristóbal Colón (1451-1506) estaba
familiarizado con este tipo de colonización y la aplicó en el Caribe.
[3] “La tierra y el subsuelo se
encontraban dentro de las regalías que pertenecían a la corona de Castilla y,
por consiguiente, cualquier tierra adquirida a través de una conquista por una
persona privada no le correspondía por derecho, sino por la gracia y el favor
reales.” (p. 131)
[4] La ideología que legitimaba este
sistema político y social se encuentra desarrolla en las Siete Partidas, del rey Alfonso X.
[5]
Título que los monarcas de Aragón concedían al diputado nombrado para gobernar
los territorios que el rey no podía administrar en persona.
[6]
En 1500 la Corona declaró a los indios “libres y no sujetos a servidumbre''.
Pero siguieron siendo esclavizados en las “guerras justas”. Sólo en 1542, con
la aprobación de las Leyes Nuevas,
quedó abolida la esclavitud de los indios.
[7] Utilizado durante la Reconquista.
Consistía en la asignación o encomienda de poblados moros a miembros de las
órdenes militares.
[8]
La mano de obra estaba constituida por: a) indios de encomienda; 2) naborías, quienes servían a las
familias españolas como servidores domésticos.
[9]
La institución de la esclavitud negra ya existía en la sociedad medieval
mediterránea. Los comerciantes portugueses importaban negros en Portugal desde
el siglo XIII; el número de esclavos negros en la península ibérica aumentó
desde el siglo XV (penetración portuguesa en el Golfo de Guinea).
[10] La Habana, fundada en 1519, reemplazó
a Santo Domingo como puerto hacia las Indias.
[11] “La conquista de Cortès fue tanto una
revuelta de la población sometida contra sus señores supremos, como una
solución impuesta desde el exterior.” (p. 151).
[12]
Su frecuencia de fuego era inferior a las de los arcos de los nativos.
[13] A mediados del siglo XVI había en América unos 100000 blancos.
2 comentarios:
Me sirvió mucho para repasar el texto. ¡Muchas gracias!
Me alegro de que te haya sido de utilidad. Saludos,
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