“El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo
le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en
pleno pecho”
Julio Cortázar (1914-1984), escritor argentino
Bienvenidas y bienvenidos a la octava clase del curso.
Hoy
continuaremos el análisis del texto del profesor Palma sobre la naturaleza
humana. [1] Se trata, tal como dijimos en la clase pasada, de tratar
el problema de la relación entre el todo y la parte, crucial para
las CS. Ya abordamos el tratamiento de la NH por la filosofía política antigua,
en especial cómo a partir de esa noción se justificaba la desigualdad (a modo
de ejemplo desarrollamos la justificación aristotélica de la esclavitud). Para
concluir el tema esbozaremos las líneas generales de la concepción
contractualista de la NH, tomando como ejemplo los argumentos del
filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679). Luego, diremos unas palabras sobre
el determinismo biológico.
Como no
quiero partir la unidad de esta clase (creo que eso agregaría confusión a la
comprensión de los argumentos), dejaré para nuestro próximo encuentro el
análisis del artículo del profesor Pardo sobre el surgimiento de las ciencias
sociales modernas. [2]
Vayamos ahora al contenido de la clase propiamente dicha.
En la Antigüedad, la filosofía
política tenía como núcleo conceptual la idea de la desigualdad de los seres
humanos, que servía como fundamento ideológico de la dominación de la nobleza.
[3]
El desarrollo de las RS capitalistas,
la expansión del comercio, de la manufactura y el trabajo asalariado, fenómenos
todos que se dieron a partir del siglo XVI, modificaron gradualmente la
estructura de las sociedades del Occidente europeo. Estos cambios se expresaron
en el plano del pensamiento: surgió una nueva corriente dentro de la filosofía
política, el contractualismo (también conocido como iusnaturalismo). Para estos
filósofos los SH somos iguales por naturaleza, la sociedad es una creación de
los individuos, que viven inicialmente en un estado presocial (denominado estado
de naturaleza por los filósofos). Ese EN está determinado por la NH;
es decir, reproduce las características de nuestra esencia como seres humanos.
Ya veremos cómo funciona esto en la obra de Hobbes. Lo importante en este
momento es comprender que la sociedad surge de un acuerdo entre los individuos
(el pacto o contrato), quienes procuran salir de los inconvenientes derivados
del EN. De ahí la denominación de contractualistas para los filósofos que
adhieren a esta corriente: la sociedad surge de un contrato entre individuos
libres e iguales.
Veamos ahora un ejemplo del uso de la
noción de NH por los contractualistas.
Hobbes es un contractualista; afirma
que existe un EN previo a la sociedad, y que el Estado surge como resultado de
un contrato celebrado entre los SH. No obstante, Hobbes desborda en todo
momento los límites de lo esperable para el contractualismo y efectúa así una
crítica implacable del Estado moderno, aun cuando sus intenciones están muy
lejos de ello. Hobbes es un pensador de una época de transición, en el sentido
de que vivió en un período histórico donde lo antiguo todavía persistía y lo
moderno se perfilaba confusamente. Fue contemporáneo de la Revolución Burguesa
inglesa, que culminó con el triunfo de Oliver Cromwell (1599-1640); en la
contienda, Hobbes apoyó a los monárquicos y marchó al exilio luego de la
derrota de estos. El Leviatán (1651), su obra más conocida, es
producto de la reflexión sobre esa derrota. Concebido como defensa de la
monarquía, el libro puso en discusión de un modo radical a los fundamentos de
la monarquía feudal.
El capítulo XIII del Leviatán se
titula “De la CONDICIÓN NATURAL del Género Humano, en lo que Concierne a su
Felicidad y su Miseria”. [4] Constituye una descripción del EN. Es una
excelente introducción a la concepción hobbesiana del Estado, en la medida en
que obliga al lector a dejar de lado sus preconceptos.
Hobbes comienza dicho capítulo
planteando que los seres humanos son iguales:
“La Naturaleza ha hecho a los hombres
tan iguales en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre
es, a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento
que otro, cuando se considera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre
no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un
beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él.” (p. 100).
Al hacer esto, rompe con la tradición
de la filosofía política, que defendía hasta el cansancio la tesis de que los SH
eran desiguales. La monarquía en particular, y toda forma de gobierno en
general, era la consumación de esta desigualdad, pues el príncipe ejercía el
poder en virtud de que era diferente a la masa de sus súbditos. El pensamiento
clásico sostenía que sólo unos pocos tenían la sabiduría para gobernar, en
tanto que la mayoría sólo estaba capacitada para obedecer. Si se tiene presente
esto, puede comprenderse la magnitud de la ruptura planteada por la afirmación
de Hobbes.
El postulado de la igualdad de los SH
determina que el gobierno ya no puede asentarse en el mero reconocimiento de
que unas personas son superiores a otras; a partir de este momento, el
pensamiento político tiene que dedicarse a reflexionar sobre cómo legitimar el
gobierno en una situación en donde las personas son iguales.
Ahora bien, el postulado de la
igualdad no surge de la cabeza de Hobbes. Pensar así equivaldría a caer en una
concepción idealista, que convierte a las ideas en autónomas, capaces de
reproducirse a sí mismas y de ordenar el mundo a su imagen y semejanza. Hay
toda una realidad social detrás de la afirmación de la igualdad por Hobbes, y
es esta realidad quien debe ser indagada si queremos conocer las razones por
las que el pensamiento político entroniza a la noción de igualdad, a punto tal
que la defensa de la desigualdad entre los SH va quedando paulatinamente
confinada a los teóricos del pensamiento conservador.
El éxito de la noción de igualdad va
asociado a la expansión de la economía mercantil. Los bienes y
servicios necesarios para la satisfacción de las necesidades son producidos
cada vez más como mercancías, es decir, como bienes y servicios destinados a
ser vendidos en el mercado por productores que son propietarios privados de los
mismos. La economía natural, es decir, la producción para la
satisfacción de las necesidades del grupo sin pasar por el mercado va quedando
relegada a bolsones cada vez más reducidos de la sociedad. En la economía
mercantil todas las mercancías son iguales en el sentido de que todas ellas son
producto del trabajo humano, y sólo se diferencian por la cantidad de trabajo
que posee cada una de ellas. Dicho de otro modo, las mercancías, en tanto
mercancías, sólo difieren entre sí por la cantidad de tiempo de trabajo que
requiere su producción. Si las mercancías fueran radicalmente desiguales sería
imposible cambiarlas en un mercado. Si un par de zapatos y un aire
acondicionado no tuvieran nada en común, todo cambio entre ellos sería
irrealizable. ¿Qué tienen en común el par de zapatos y el aire acondicionado?
El ser mercancías, esto es, productos del trabajo humano destinados a ser
vendidos en el mercado. En este sentido, el par de zapatos y el aire
acondicionado son iguales y sólo difieren en cuanto al precio (pues representan
cantidades desiguales de tiempo de trabajo). La igualdad de los bienes y los
servicios en el mercado encuentra su máxima expresión en el dinero. El dinero
puede comprar todas las mercancías existentes en el mercado y encuentra
únicamente como límite a la cantidad. Da lo mismo que el dinero sea producto de
picar piedra, cocinar tortas, alquilar taxis o realizar préstamos usurarios:
100 pesos son iguales a 100 pesos, independientemente de su procedencia. La desigualdad
en las cantidades requiere de la igualdad cualitativa: las mercancías son
producto del trabajo humano. Este es el terreno que permitió el desarrollo de
la noción de igualdad en la filosofía política.
Hobbes toma como punto de partida a
la igualdad entre los SH en el EN. Ahora bien, ¿qué es el EN? Responde “…el
tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos”
(p. 102).
El EN no es una etapa pacífica de la
humanidad. Para Hobbes, se trata de un estado solitario y de guerra de todos
contra todos: “Los hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el
contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de
imponerse a todos ellos.” (p. 102).
Agrega, en su estilo característico:
“Todo aquello que es consustancial a
un tiempo de guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, es
natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la
que su propia fuerza y su propia invención puedan proporcionarles. En una
situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es
incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni uso de los artículos
que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos
para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de
la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y
lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y
la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.” (p. 103).
El EN es un estado asocial, en el
sentido de que los SH viven dispersos, solitarios, sin constituir una sociedad
ni vivir bajo las reglas impuestas por un poder común. Está marcado por la
lucha de todos contra todos, que pone en permanente riesgo la vida y las
posesiones de las personas.
¿Cuál es la causa de la guerra de
todos contra todos? Para responder a esta pregunta, Hobbes remite a una
explicación esencialista [5], que lo ubica dentro de las coordenadas del individualismo
metodológico (la corriente que sostiene que el individuo tiene que ser
el punto de partida de todo análisis social). Es precisamente la igualdad entre
las personas la que da origen a la lucha:
“De esta igualdad en cuanto a la
capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de
nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y
en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino
que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación y a veces su
delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. (…) Dada
esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe
para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el
dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda,
durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle.
Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es
generalmente permitido.” (p. 101).
En el esquema hobbesiano, la igualdad
genera la lucha porque los SH son egoístas y viven aislados. La cuestión del
aislamiento no es menor, pues determina que toda apropiación por el individuo
adquiere un carácter privado, no social. Como naturalmente viven aislados, toda
vez que un individuo consigue algo, se lo apropia para sí y lo resguarda de sus
congéneres. Este aislamiento, esta apropiación privada, se asemeja a las
condiciones del mercado, en el sentido de que en este último los propietarios
privados se apropian de manera privada el fruto de la venta de sus mercancías.
Además, la competencia entre los individuos en un mercado se asemeja al estado
de guerra de todos contra todos que se verifica en el EN.
Cuando Hobbes responde a hipotéticas
objeciones sobre la pertinencia de la noción de EN, su respuesta remite,
precisamente, a las características que adquiere la existencia humana en una
economía mercantil:
“A quien no pondere estas cosas puede
parecerle extraño que la Naturaleza venga a disociar y haga a los hombres aptos
para invadir y destruirse mutuamente; y puede ocurrir que no confiando en esta
inferencia basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por la
experiencia. Haced, pues, que se considere a sí mismo; cuanto emprende una
jornada, se procura armas y trata de ir bien acompañado; cuando va a dormir
cierra las puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la llave a sus
arcas; y todo esto aun sabiendo que existen leyes y funcionarios públicos
armados para vengar todos los daños que le hagan. ¿Qué opinión tiene, así, de
sus conciudadanos, cuando cabalga armado; de sus vecinos, cuando cierra sus
puertas; de sus hijos y sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¿No significa esto
acusar a la humanidad con sus actos, como yo lo hago con mis palabras?” (p.
103).
La economía mercantil puede mirarse
al espejo del EN hobbesiano. La competencia entre productores privados se
asemeja a la guerra de todos contra todos; la incertidumbre acerca de la
posibilidad de mantener la posición en el mercado se parece peligrosamente a la
incertidumbre del hombre en el EN, quien sabe que en dicho estado el bien que
ha conseguido no está a salvo de las asechanzas de sus semejantes. En este
punto, cabe acotar que el mismo Hobbes admite que la existencia del EN es
cuanto menos dudosa: “Acaso puede pensarse que nunca existió un tiempo o
condición en que se diera una guerra semejante, y, en efecto, yo creo que nunca
ocurrió generalmente así, en el mundo entero” (p. 103).
Si Hobbes no está convencido de la
existencia misma del estado de naturaleza, ¿cuál es la necesidad de introducir
el concepto en el análisis de la sociedad?, ¿de dónde sacó los rasgos
característicos de dicho estado?
La noción de EN le permite justificar
las características del Estado moderno, haciendo de este un elemento
imprescindible para la existencia de la sociedad. Si el estado natural de la
humanidad es la guerra, sólo un poder capaz de someter por la fuerza a las
personas es capaz de asegurar la paz. La sociedad de individuos aislados,
egoístas, sólo puede sobrevivir en la medida en que exista un órgano represivo,
el Estado. A diferencia de los filósofos posteriores, Hobbes se permite hablar
a calzón quitado y decir aquello que los otros esconden con montañas de
palabras: el Estado está para preservar la propiedad, esa es su función
primordial.
“En esta guerra de todos contra
todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de
derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay
poder común, la ley no existe: donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra,
la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales. Justicia e injusticia no
son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un
hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y
pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no
en estado solitario. Es natural también que en dicha condición no existan
propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío; sólo
pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sólo en tanto que puede
conservarlo.” (p. 104).
Como vimos recién en la cita, Hobbes
señala que la justicia no existe en el EN. De modo que la moral de una sociedad
es funcional a los objetivos del Estado, y surge con éste. Justicia y propiedad
son creación del Estado, quien es el encargado de refrendar una determinada
distribución de los bienes. De ese modo, la burguesía, la clase rectora en la
sociedad moderna, no puede recurrir a ninguna idea natural de justicia para
defender su dominación; la justicia es una creación estatal y remite a una
determinada distribución del poder entre los grupos sociales. El Estado es
concebido, entonces, como el estado de los propietarios, con la salvedad de que,
a diferencia del filósofo John Locke (1632-1704) para quien la propiedad nace
en el EN, Hobbes afirma que el Estado da origen a la propiedad, dando un nuevo
estatus a la posesión precaria que se da en el EN.
En este punto creo
que ha quedado clara la concepción hobbesiana del EN. El profesor Palma
describe las líneas generales del contractualismo, así que es innecesario
proseguir la explicación. [6]
Para cerrar la clase
de hoy es preciso decir unas palabras sobre la cuestión del DB.
En el siglo XIX la
filosofía política fue desplazada por las CS. Éstas últimas pasaron a
proporcionar el conocimiento sobre la sociedad. Ya examinaremos en la próxima
clase los rasgos de estas ciencias y las condiciones de posibilidad de su surgimiento.
Ahora corresponde señalar que ese desplazamiento general fue acompañado, a su
vez, por otro: las ciencias biomédicas reemplazaron a la
filosofía política en el campo de la NH. El profesor Palma desarrolla la
cuestión en la última parte del artículo [7], donde describe diversas formas de
DB, entre las que destaca la eugenesia. Lo importante es tener presente
que la noción de NH sirve también, en el DB, para justificar las desigualdades
entre los SH.
Ha sido todo por hoy.
En nuestra próxima clase comenzaremos el análisis de las ciencias sociales
modernas. Agradezco mucho su atención.
Villa del Parque, viernes 2 de octubre de
2020
ABREVIATURAS:
CC = Conocimiento científico / CS = Ciencias sociales (o Ciencia
social) / DB = Determinismo biológico / NH = Naturaleza humana / SH = Seres
humanos
NOTAS:
[1] Palma, H. (2012), “El problema de la «naturaleza
humana» en los estudios sobre la sociedad”, en Palma, H. y Pardo, R. (edit.), Epistemología de las ciencias
sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de
lo social. Buenos Aires: Biblos. (pp.
177-222).
[2] Pardo, R. (2012), “El desafío
de las ciencias sociales: desde el naturalismo a la hermenéutica”, en Palma, H. y Pardo, R. (edit.) (2012), Epistemología de las
ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas
de lo social, Buenos Aires, Biblos. (pp. 102-126).
[3] Utilizo el término nobleza del modo más general posible,
a sabiendas de que engloba multitud de situaciones diferentes. Mi objetivo es
la comprensión de los aspectos fundamentales de la cuestión, no profundizar en
los casos específicos.
[4]
Todas las citas del Leviatán están tomadas de: Hobbes, Thomas. (1998). Leviatán, o la materia, forma y poder de una república,
eclesiástica y civil. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. Traducción
española de Manuel Sánchez Sarto.
[5] Referida a la esencia, a la NH. Hobbes sitúa en la NH las
causas de la discordia: “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas
principales de discordia. Primero, la competencia; segunda, la desconfianza;
tercera, la gloria.” (p. 102). Nuestro autor tiene muy claro la conexión entre
la primera de las causas y la economía: “La primera causa impulsa a los hombres
a atacarse para lograr un beneficio (…) La primera hace uso de la violencia
para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros
hombres…” (p. 102).
[6] Ver al respecto Palma, H., op. cit., pp. 187-195.
[7] Palma, H., op. cit., pp. 203-222. En especial, hay que
prestar atención a la definición de DB: p. 203.
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