miércoles, 9 de septiembre de 2020

CIENCIA POLÍTICA CURSO 2020 – CLASE N° 6

 

“Mientras mantenga su derecho de hacer cuanto le agrade,

el ser humano se encuentra en situación de guerra.”

Thomas Hobbes (1588-1679), filósofo inglés.




Bienvenidas y bienvenidos a la sexta clase del curso.

El encuentro de hoy está dedicado al análisis del Leviatán (1651) [1], la obra más conocida del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679). A la vez, iniciaremos nuestro recorrido por el contractualismo, una de las corrientes de la filosofía política más influyente de la Modernidad. En ese recorrido examinaremos brevemente las teorías de Hobbes, John Locke (1632-1704) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). En el tratamiento de estos autores privilegiaremos sus concepciones del Estado, dado que en ellas se encuentran elementos significativos para abordar los problemas políticos de la actualidad. Aunque esto será remarcado a lo largo de las clases, es importante señalar desde un principio que la filosofía de los contractualistas es inseparable de la expansión de la economía mercantil. En este sentido, si los contractualistas fueron los primeros filósofos en enunciar la tesis de la igualdad de los SH (a contrapelo de la filosofía anterior, basada en la desigualdad humana), eso fue posible porque el mercado iguala a las personas, en el sentido de que en él todos son compradores y vendedores de mercancía, nada más ni nada menos. ¿Qué ocurre con quienes carecen de mercancías? Eso lo veremos más adelante, cuando estudiemos la posición de los socialistas.

Vayamos a la clase propiamente dicha.


Preludio: Maquiavelo y Hobbes

Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y Thomas Hobbes ocupan un lugar destacado en el campo de la filosofía política por ser los principales teóricos del Estado moderno.

El filósofo italiano puso en el centro del escenario la cuestión de la violencia, más específicamente, el papel de la misma en el surgimiento y consolidación de los Estados. Mientras que muchos de los los autores posteriores procuraron ocultar el papel jugado por la violencia en el Estado moderno y presentar en todo momento a la voluntad estatal como la voluntad del conjunto de la sociedad, Maquiavelo tiene presente que ese Estado es producto de un acto de violencia, que la violencia es ejercida por los poderosos para crear y consolidar su posición, y que la lucha entre los distintos sectores sociales es la que va plasmando los rasgos característicos del Estado.

A diferencia de Maquiavelo, Hobbes es un contractualista. En otras palabras, afirma que existe un estado de naturaleza previo a la sociedad, y que el Estado surge como resultado de un contrato (o pacto) celebrado entre los SH. No obstante ello, Hobbes desborda en todo momento los límites de lo esperable para el contractualismo y efectúa así una crítica implacable del Estado moderno, aún cuando sus intenciones están muy lejos de ello. Al igual que Maquiavelo, Hobbes es un pensador de transición, en el sentido de que vivió una época donde lo antiguo todavía persistía y lo moderno se perfilaba confusamente. Fue contemporáneo de la revolución burguesa inglesa (década de 1640) [2], que culminó con el triunfo de Oliver Cromwell (1599-1658); en la contienda, Hobbes apoyó a los monárquicos y marchó al exilio luego de la derrota de éstos. El Leviatán es producto de la reflexión sobre esa derrota. Paradójicamente, la obra, concebida como una defensa de la monarquía, puso en discusión los fundamentos de la misma al proclamar el principio de la igualdad de los SH.


La refutación de la filosofía clásica

Aristóteles (384-322 a. C.) es sin lugar a dudas el filósofo político más importante de la Antigüedad. Su defensa del principio de desigualdad natural de los SH ejerció gran influencia en el pensamiento filosófico. Era una concepción que calzaba perfectamente con la estructura de las sociedades precapitalistas, en las que la clase dominante basaba su poder en la apropiación mediante la violencia (o la amenaza de ella) del excedente producido por los campesinos. Una sociedad organizada de este modo no podía darse el lujo de defender la igualdad entre los SH. Pero las cosas cambiaron en la Modernidad. Como hemos dicho, se fue consolidando la producción mercantil. Si bien es erróneo plantear la existencia de una correlación mecánica entre la estructura económica y social y el pensamiento filosófico, cabe decir que era necesario ajustar las cuentas con el pensamiento clásico para adecuar la filosofía a las nuevas realidades. Esta tarea fue emprendida por muchos pensadores. Exagerando un poco, puede decirse que la construcción de la filosofía moderna fue, a la vez, la demolición de la filosofía aristotélica. Hobbes fue uno de los autores que llevaron adelante esa tarea. El capítulo XI (De la diferencia de maneras) sirve para entender las líneas principales de su refutación del pensamiento clásico.

Hobbes entiende por maneras “aquellas cualidades del género humano que permiten vivir en común una vida pacífica y armoniosa” (p. 79). En este punto, señala que el error de la filosofía clásica radica en que no existen ni el finis ultimus (propósitos finales) ni el summum bonus (bien supremo). En este sentido, la quietud está reñida con la Modernidad:

“La felicidad en esta vida no consiste en la serenidad de una mente satisfecha (…) La felicidad es un continuo progreso de los deseos, de un objeto a otro, ya que la consecución del primero no es otra cosa sino un camino para realizar otro ulterior. La causa de ello es que el objeto de los deseos humanos no es gozar, una vez solamente, y por un instante, sino asegurar para siempre la vía del deseo futuro.” (p. 79).

Hobbes concluye:

“El objeto de los deseos humanos no es gozar una vez solamente, y por un instante, sino asegurar para siempre la vía del deseo futuro.” (p. 79).

Si se deja de lado el esencialismo (la idea de que existe una NH inmutable que fogonea esos deseos) y se reconoce el carácter histórico de los deseos, es decir, se reconoce que se desea aquello que resulta factible en las condiciones específicas de cada época histórica, la afirmación de Hobbes supone la existencia de un nuevo modo de producción, que permitió el pasaje de un estado relativamente estacionario de la sociedad a otro marcado por la reproducción ampliada de los bienes que satisfacen necesidades. Se trata de la producción mercantil, que no es otra cosa que la base material de la Modernidad. [3]

Lentamente, la filosofía se va acomodando a una nueva racionalidad, la racionalidad del capital. Ya no se trata de ganar un millón de golpe, sino de asegurar de modo regular una ganancia determinada para las inversiones. Por ello, por esa nueva manera de pensar que se asienta en una nueva forma de producir y comerciar, los SH pugnan no sólo por procurarse una “vida feliz”, sino por asegurarla en el tiempo:

“Señalo en primer lugar, como inclinación general de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte.” (p. 79).

Esto sucede porque el individuo no puede asegurar “su poderío y los fundamentos de su bienestar actual, sino adquiriendo otros nuevos.” (p. 80).

“La pugna de riquezas, honores, placeres u otra forma de poder, inclinan a la lucha, a la enemistad y a la guerra. Porque el medio que un competidor utiliza para la consecución de sus deseos es matar y sojuzgar, suplantar o repeler a otros.” (p. 80).

Luego de describir de este modo la competencia entre las personas, Hobbes introduce el tema del Estado (“el poder común”). El “afán de tranquilidad y de placeres sensuales” dispone a las personas a obedecer a ese poder común, porque por sí solos no podrían asegurarse ni esa tranquilidad ni esos placeres. En cambio, “los SH necesitados y menesterosos no están satisfechos con su presente condición” (p. 80). El “poder común” viene a garantizar el disfrute y la tranquilidad para aquellos que han sabido asegurarse bienes. Pero no nos adelantemos. Antes que nada, es preciso examinar en qué consiste el EN.


El estado de naturaleza, o de la forma de referirse a la sociedad mercantil en lenguaje filosófico

El capítulo XIII del Leviatán,  titulado “De la Condición Natural del Género Humano, en lo que Concierne a su Felicidad y su Miseria”., constituye la descripción del EN. Es una excelente introducción a la concepción hobbesiana del Estado, en la medida en que obliga al lector a dejar de lado sus preconceptos.

Hobbes comienza dicho capítulo planteando que los SH son iguales:

“La Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando se considera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él.” (p. 100).

Al hacer esto, rompe con la tradición de la filosofía política, que defendía hasta el cansancio la tesis de la desigualdad de los SH. [4] La monarquía en particular (y toda forma de gobierno en las sociedades precapitalistas en general), era la consumación de esta desigualdad, pues el príncipe ejercía el poder en virtud de que era diferente a la masa de sus súbditos. [5] El pensamiento clásico sostenía que sólo unos pocos tenían la sabiduría para gobernar, en tanto que la mayoría sólo estaba capacitada para obedecer. Por ello, el planteo de Hobbes representa una verdadera revolución copernicana en filosofía política.

El postulado de la igualdad de los SH determina que el gobierno ya no puede asentarse en el mero reconocimiento de que unas personas son superiores a otras; a partir de este momento, el pensamiento político tiene que dedicarse a reflexionar sobre cómo legitimar el gobierno en una situación en donde las personas son iguales.

Ahora bien, el postulado de la igualdad no surge de la cabeza de Hobbes. Pensar así equivaldría a caer en una concepción idealista, que convierte a las ideas en autónomas, capaces de reproducirse a sí mismas y de ordenar el mundo a su imagen y semejanza. Hay toda una realidad social detrás de la afirmación de la igualdad por Hobbes, y es esta realidad quien debe ser indagada si queremos conocer las razones por las que el pensamiento político entroniza a la noción de igualdad, a punto tal que la defensa de la desigualdad entre los SH va quedando confinada paulatinamente a los teóricos del pensamiento conservador.

El éxito de la noción de igualdad se encuentra asociado a la expansión de la economía mercantil. Los bienes y servicios necesarios para la satisfacción de las necesidades son producidos como mercancías, es decir, como bienes y servicios destinados a ser vendidos en el mercado por productores que son propietarios privados de los mismos. La economía natural, es decir, la producción para la satisfacción de las necesidades del grupo sin pasar por el mercado va quedando relegada a bolsones cada vez más reducidos de la sociedad.

En la economía mercantil las mercancías son iguales en el sentido de que todas ellas son producto del trabajo humano, y sólo se diferencian por la cantidad de trabajo que posee cada una de ellas. Dicho de otro modo, las mercancías, en tanto mercancías, sólo difieren entre sí por la cantidad de tiempo de trabajo que requiere su producción. Si las mercancías fueran radicalmente desiguales sería imposible cambiarlas en un mercado. Si un par de zapatos y un aire acondicionado no tuvieran nada en común, todo cambio entre ellos sería irrealizable. ¿Qué tienen en común el par de zapatos y el aire acondicionado? El ser mercancías, esto es, productos del trabajo humano destinados a ser vendidos en el mercado. En este sentido, el par de zapatos y el aire acondicionado son iguales y sólo difieren en cuanto al precio (pues representan cantidades desiguales de tiempo de trabajo). La igualdad de los bienes y los servicios en el mercado encuentra su máxima expresión en el dinero. El dinero puede comprar todas las mercancías existentes en el mercado y encuentra únicamente como límite a la cantidad. Da lo mismo que el dinero sea producto de picar piedra, cocinar tortas, alquilar taxis o realizar préstamos usurarios: 100 pesos son iguales a 100 pesos, independientemente de su procedencia. Este es el terreno que permitió el desarrollo de la noción de igualdad en la filosofía política.

Hobbes toma como punto de partida a la igualdad entre los SH en el EN.

Ahora bien,  ¿qué es el EN? Hobbes lo describe como “…el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos” (p. 102).

El EN no es una etapa pacífica de la humanidad. Para Hobbes, se trata de un estado solitario y de guerra de todos contra todos:

“Los hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos. (…) “Todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la que su propia fuerza y su propia invención puedan proporcionarles. En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni uso de los artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.” (pp. 102-103).

El EN es un estado asocial, en el sentido de que los seres humanos viven dispersos, solitarios, sin constituir una sociedad ni vivir bajo las reglas impuestas por un poder común. Está marcado por la lucha de todos contra todos, que pone en permanente riesgo la vida y las posesiones de las personas.

¿Cuál es la causa de la guerra de todos contra todos?

Hobbes remite aquí a una explicación esencialista [6], que lo ubica dentro de las coordenadas del individualismo metodológico (la corriente que sostiene que el individuo tiene que ser el punto de partida de todo análisis social). Es precisamente la igualdad entre las personas la que da origen a la lucha:

“De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. (…) Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es generalmente permitido.” (p. 101).

En el esquema hobbesiano, la igualdad genera la lucha porque los SH son egoístas y porque viven aislados. La cuestión del aislamiento no es menor, pues determina que toda apropiación por el individuo adquiere un carácter privado, no social. Como naturalmente viven aislados, toda vez que un individuo consigue algo, se lo apropia para sí y lo resguarda de sus congéneres. Este aislamiento, esta apropiación privada, se asemeja a las condiciones del mercado, en el sentido de que en este último los propietarios privados se apropian de manera privada el fruto de la venta de sus mercancías. Además, la competencia entre los individuos en un mercado se asemeja al estado de guerra de todos contra todos que se verifica en el EN.

Cuando Hobbes responde a hipotéticas objeciones sobre la pertinencia de la noción de EN, su respuesta remite, precisamente, a las características que adquiere la existencia humana en una economía mercantil:

“A quien no pondere estas cosas puede parecerle extraño que la Naturaleza venga a disociar y haga a los hombres aptos para invadir y destruirse mutuamente; y puede ocurrir que no confiando en esta inferencia basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por la experiencia. Haced, pues, que se considere a sí mismo; cuanto emprende una jornada, se procura armas y trata de ir bien acompañado; cuando va a dormir cierra las puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la llave a sus arcas; y todo esto aun sabiendo que existen leyes y funcionarios públicos armados para vengar todos los daños que le hagan. ¿Qué opinión tiene, así, de sus conciudadanos, cuando cabalga armado; de sus vecinos, cuando cierra sus puertas; de sus hijos y sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¿No significa esto acusar a la humanidad con sus actos, como yo lo hago con mis palabras?” (p. 103).

La economía mercantil puede mirarse al espejo del  EN hobbesiano. La competencia entre productores privados se asemeja a la guerra de todos contra todos; la incertidumbre acerca de la posibilidad de mantener la posición en el mercado se parece peligrosamente a la incertidumbre del hombre en estado de naturaleza, quien sabe que el bien que ha conseguido no está a salvo de las asechanzas de sus semejantes. En este punto, cabe acotar que el mismo Hobbes admite que la existencia del EN es cuanto menos dudosa:

“Acaso puede pensarse que nunca existió un tiempo o condición en que se diera una guerra semejante, y, en efecto, yo creo que nunca ocurrió generalmente así, en el mundo entero” (p. 103).

Si Hobbes no está convencido de la existencia misma del EN, ¿cuál es la necesidad de introducir el concepto en el análisis de la sociedad?, ¿de dónde sacó los rasgos característicos de dicho estado?

La noción de EN le permite justificar las características del Estado moderno, haciendo de este un elemento imprescindible para la existencia de la sociedad. Si el estado natural de la humanidad es la guerra, sólo un poder capaz de someter por la fuerza a las personas es capaz de asegurar la paz. La sociedad de individuos aislados, egoístas, sólo puede sobrevivir en la medida en que exista un órgano represivo, el Estado. A diferencia de los filósofos posteriores, Hobbes se permite hablar a calzón quitado y decir aquello que los otros esconden con montañas de palabras: el Estado está para preservar la propiedad, esa es su función primordial.

“En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe: donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales. Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario. Es natural también que en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío; sólo pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sólo en tanto que puede conservarlo.” (p. 104).

Además, Hobbes señala que la justicia no existe en EN. De modo que la moral de una sociedad es funcional a los objetivos del Estado, y surge con éste. Justicia y propiedad son creación del Estado, quien es el encargado de refrendar una determinada distribución de los bienes. De ese modo, la burguesía, la clase rectora en la sociedad moderna, no puede recurrir a ninguna idea natural de justicia para defender su dominación; la justicia es una creación estatal y remite a una determinada distribución del poder entre los grupos sociales. El Estado es concebido, entonces, como el estado de los propietarios, con la salvedad de que, a diferencia de Locke para quien la propiedad nace en el estado de naturaleza, Hobbes afirma que el Estado da origen a la propiedad, dando un nuevo estatus a la posesión precaria que se da en el EN.

Para no hacer demasiado extensa la clase opté por cortarla aquí, y continuar el análisis de los capítulos del Leviatán que faltan para concluir lo estipulado en el programa en la siguiente clase, que será nuestra clase N° 6 bis.

Muchas gracias por la paciencia.

 

Villa del Parque, miércoles 9 de septiembre de 2020


ABREVIATURAS:

EN = Estado de naturaleza / NH = Naturaleza humana / SH = Ser humano (o seres humanos)


NOTAS:

[1] Todas las citas utilizadas en esta clase corresponden a la siguiente edición: Hobbes, T. (2005). Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica de Argentina.

[2] Bajo el término revolución burguesa agrupamos a las revoluciones en las que la burguesía se apoderó y/o pasó a controlar el Estado, desplazando a la nobleza feudal y a la monarquía. El ejemplo más conocido es la Revolución Francesa de 1789.

[3] Apelando a un reduccionismo grosero, podemos decir que la Modernidad es la economía mercantil en tránsito a una economía capitalista, por lo menos en la época de Hobbes.

[4] Ver, por ejemplo, la defensa de la esclavitud por Aristóteles en el Libro Primero de la Política.

[5] Por supuesto, esta afirmación admite excepciones, como la democracia ateniense.

[6] Hobbes sitúa en la NH las causas de la discordia: “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primero, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.” (p. 102). Nuestro autor tiene muy claro la conexión entre la primera de las causas y la economía: “La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio (…) La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres…” (p. 102).

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