“Debo prevenir al lector que los episodios
importan
menos que la situación que los causa y los
caracteres.”
Jorge Luis Borges (1899-1986), “El duelo”
Bienvenidas y bienvenidos a la segunda clase del
curso de Sociología de la Educación.
Les pido disculpas por la demora en publicación de
las clases. Sé que canso mencionando la situación extraordinaria que estamos
viviendo, pero realmente ese es el motivo. Prometo, y espero regularizar el
ritmo de publicación.
El tema del segundo encuentre es el modo de producción capitalista. Para
ello me basaré en la bibliografía que les envié oportunamente. [1]
Dicho esto, pasemos al contenido.
Hablar
del capitalismo es hablar de nuestro modo de vida, de las costumbres, rutinas e
ideas cotidianas. Es por eso, por su omnipresencia en nuestras vidas, que
resulta tan difícil hablar del capitalismo.
Para
comenzar es necesario establecer un punto de partida. No es sencillo estudiar
la sociedad pues existen múltiples abordajes posibles. Podemos estudiar la
sociedad desde el punto de vista de la economía, de las leyes vigentes, de las
ideologías políticas, de la religión, etc., etc., etc. Pero es claro que no
podemos iniciar nuestro camino sin elegir uno de ellos, pues de lo contrario
nos extraviaríamos en la multitud de senderos posibles.
Para que
exista una sociedad es preciso que existan las personas que la componen. Esto .exige
la satisfacción de sus necesidades, comenzando por las más básicas: comer,
beber, vestirse, tener una vivienda. Estas necesidades se satisfacen mediante
alguna forma de proceso de trabajo.
Dicho de manera simple, el trabajo consiste en transformar materias primas
mediante herramientas para obtener un producto cuyas cualidades satisfacen una
necesidad de los SH.
Veamos
un ejemplo. Las rocas abundan en la naturaleza, las hay de todas formas y
tamaños. Sin embargo, quien necesita una casa no puede tomarlas tal como las
encuentra, sino que debe cortarlas, pulirlas, darles una forma adecuada para
construir las paredes con ellas.
Sin
el proceso de trabajo es imposible la existencia de toda sociedad. Sin
alimentos, bebidas, ropas y casas son imposibles las demás actividades humanas.
De ahí que toda sociedad se organice en torno a alguna forma de proceso de
trabajo. Entonces, estamos habilitados para iniciar nuestro recorrido por la
sociedad capitalista tomando como punto de partida el proceso de trabajo.
Para
que el proceso de producción se lleve a cabo se precisan ciertos elementos:
materias primas, herramientas y trabajadores. [2] Ahora bien, nadie trabaja
solo, sino que lo hace en relación con otras personas (así más no sea porque
utiliza el lenguaje, una creación social por excelencia, que se aprende a
partir de la relación con otros SH). Cabe hablar, por tanto, de relaciones de producción.
Existen
diversas relaciones de producción. No tenemos tiempo para detenernos en este
punto. Por eso vamos a limitarnos a un tipo específico de relaciones de
producción, las relaciones de propiedad.
Éstas determinan quién es propietario de las materias primas, de las herramientas,
de los trabajadores, del producto. Quien tiene la propiedad de estos elementos
tiene poder sobre las personas, pues determina qué producir, cómo producir, en
qué cantidad y para quién.
En
las sociedades precapitalistas los
trabajadores estaban sometidos a relaciones de dominación personal; en algunos
casos eran esclavos y, en muchos otros, siervos al servicio de una familia
determinada. De modo esquemático y omitiendo la gran variedad de situaciones
que engloban ambos términos, puede decirse que el esclavismo y el feudalismo
fueron dos formas de organizar el proceso de producción, distintas del
capitalismo. En estas sociedades la producción giraba en torno a la tierra
(agricultura y ganadería) y era realizada por campesinos; el excedente de la
producción campesina era apropiado por la nobleza, una clase social que poseía
el monopolio de las armas.
En
las sociedades anteriores al capitalismo la productividad del trabajador era
baja. No había incentivos para mejorar las técnicas de cultivo, porque la mayor
producción iría a parar a manos de los nobles, quienes no se dedicaban al
trabajo de la tierra. El resultado de esta situación era el lentísimo progreso
de las técnicas de producción, que permanecían inmodificadas durante siglos (y,
en algunos casos, durante milenios). Para resolver la cuestión del aprendizaje de
las nuevas generaciones (aprendizaje de los saberes necesario para el trabajo)
no hacían falta escuelas; bastaba con la relación maestro – aprendiz, con el
agregado de que muchas veces la función del maestro estaba personificada en la
familia.
Dicho
de modo más sencillo, en las sociedades precapitalistas los campesinos y los
artesanos aprendían trabajando junto a sus padres y/o los artesanos más viejos
(los maestros). No hacía falta más.
El
capitalismo es una forma de organización social en la que el trabajo es
realizado por trabajadores libres, que laboran por un salario. Los medios de
producción (materias primas y herramientas) son propiedad privada de los
capitalistas. Los productos del trabajo asumen la forma de mercancías, es decir, se fabrican para ser vendidos en el mercado.
Esto supone, además, la existencia de dinero como medio de cambio, es decir,
como elemento imprescindible para realizar las compras y las ventas.
Los
capitalistas contratan trabajadores para trabajar con las materias primas y las
herramientas de las que son propietarios. El empresario sabe que esas materias
primas y esas herramientas no son nada sin los trabajadores. Por su parte, los
trabajadores saben que ellos no son nada si no consiguen que alguien los
contrate. Unos y otros forman parte de una relación, el proceso de trabajo capitalista.
El
capitalista domina el proceso de producción, en tanto propietario de los medios
de producción. Su objetivo primordial es producir plusvalía (o plusvalor). La plusvalía es el valor que se produce
por encima del valor de suma total de los valores de las materias primas, las
herramientas y los salarios de los trabajadores. Veamos esto con más atención.
En el
proceso de trabajo se consumen las materias primas. Por ejemplo: para hacer un
suéter se requiere cierta cantidad de lana, la cual tiene un valor determinado.
Ese valor se transfiera íntegramente al suéter pues, de lo contrario, el
empresario habría perdido dinero. O sea, si la lana requerida para producir un
suéter cuesta 10 pesos, esos 10 pesos deben reaparecer en el valor final del
suéter. A su vez, quien teje el suéter cobra un salario por hacerlo, no trabaja
“por amor al arte”. Si le lleva un día tejer el suéter y su salario diario es
de 10 pesos, esos 10 pesos también deberán aparecer en el valor final del
suéter. Para simplificar el análisis dejamos de lado el desgaste de la máquina
de coser y/o las agujas que utiliza el tejedor (éste desgaste también se
transfiere al valor final del suéter). Cuando el suéter queda terminado,
tenemos que vale 20 pesos (10 pesos de materias primas y otros 10 pesos de
salarios). Pero la producción está dirigida por un empresario, a quien
pertenecen las materias primas y la máquina de coser. Ahora bien, si las cosas
son como venimos desarrollando, el empresario se quedaría sin nada al vender el
suéter, pues los 20 pesos del precio se transformarían en 10 pesos para pagar
la lana y 10 pesos para pagar salarios. El empresario quedaría en cero. Si esto
es así, ¿para qué se tomaría la molestia de invertir dinero en la producción?
El
empresario tiene un as bajo la manga. El salario que le paga al trabajador
cubre las necesidades básicas de éste, pero no paga el valor del trabajo
realizado. Como este punto es crucial, observemos la cuestión con detenimiento.
El
trabajador carece de medios de producción. Esto implica que no puede producir
por sí mismo lo que necesita para vivir.
Además, vive en una sociedad capitalista, donde las cosas se compran y
venden, son mercancía. Para comprar las mercancías que necesita el trabajador precisa
dinero. Pero, y esto lo sabemos por amarga experiencia, los trabajadores no
fabricamos dinero. ¿Cómo obtenerlo? Vendiendo nuestra fuerza de trabajo en el mercado a cambio de un salario.
Más
arriba ya indicamos qué es el salario. Ahora bien, la fuerza de trabajo posee
la propiedad de producir valor. Esto la diferencia del resto de las mercancías.
Veamos esto con nuestro ejemplo anterior. La lana transfiere su valor al
suéter, pero no agrega nuevo valor. El salario transfiere su valor al suéter,
pero no le agrega nuevo valor. Sin embargo, el suéter vale más que la lana y
los salarios. Esto es así porque el trabajo del tejedor produce nuevo valor,
que se materializa en el suéter, cuya forma y cualidades son diferentes a la de
la lana. Así, el suéter puede valer 30 pesos, 10 pesos más que el valor
conjunto de la lana y el salario del tejedor. Esos 10 pesos son el plusvalor,
es decir, el valor agregado por encima de las materias primas y los salarios. [3]
De
manera que la producción capitalista tiene por objetivo la producción de
plusvalía. Más adelante utilizaremos ampliamente esta afirmación. Por el momento
es conveniente volver atrás y examinar con más atención la cuestión de la
fuerza de trabajo.
El término
fuerza de trabajo puede llevar a pensar que se trata únicamente de la fuerza
muscular del trabajador. Nada de esto. Bajo esta denominación nos referimos al
saber obrero, a las habilidades y conocimientos que poseen los trabajadores. La
costumbre de vivir en el sociedad capitalista hace que adoptemos la ideología dominante en esa forma de
organización social. Esa ideología tiende a oscurecer y minimizar el papel de
los trabajadores en la producción. Mejor dicho, se presenta al saber de los
trabajadores como parte del saber de los empresarios, quienes son los únicos
capaces de organizar el proceso productivo. Sin embargo, el capitalismo
requiere del saber de los trabajadores en un grado inimaginable para las formas
sociales anteriores.
El
capitalismo tiende a desarrollar de modo incesante las fuerzas productivas de la sociedad. Como indicamos, su objetivo es
la producción de plusvalor y para ello se requiere modificar constantemente la
tecnología y, por ende, los conocimientos de los trabajadores. Esto no ocurría
en otras sociedades. En el feudalismo, el campesino producía con las mismas
técnicas y herramientas de sus padres. Las modificaciones eran extremadamente
lentas.
El
desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo modifica
constantemente el saber de los trabajadores. Ya no basta con los conocimientos
que se aprenden en la casa, en el seno de la familia, o en el trabajo. Los
trabajadores operan máquinas, de modo que tienen que saber leer y escribir y
nociones de matemática elemental. No es casualidad que el capitalismo haya
desarrollado los sistemas de educación nacionales, que abarcan a la totalidad
de los niños y jóvenes durante un tiempo prolongado.
El
capitalismo parió la escuela.
Ahora
bien, tal como señalamos, el objetivo de la producción capitalista es la
producción de plusvalor. De ahí que desde el punto de vista del capital la
educación está dirigida a mejorar las capacidades productivas de los futuros
trabajadores y, también, a capacitar a otras personas para ejercer las
funciones empresariales, directivas y administrativas.
En
síntesis, el análisis del proceso de producción capitalista muestra que la educación
adquiere rasgos particulares bajo esta forma de organización social. Estos
rasgos no son casuales sino que obedecen a las necesidades del capitalismo.
En la
próxima clase analizaremos las reflexiones del sociólogo francés Emile Durkheim
(1858-1917) sobre la educación. Enviaré por correo electrónico la bibliografía
correspondiente.
Villa
del Parque, jueves 21 de mayo de 2020
ABREVIATURAS:
SH = Seres humanos
NOTAS:
[1] Mayo, A. (2005). La ideología del conocimiento. Buenos Aires: Jorge Baudino. (Cap. 1).
[2] Adelanto aquí algo que será uno de los
núcleos de la materia: el saber de los trabajadores. Es decir, no se trata
únicamente de su fuerza física; el trabajador sabe lo que está haciendo, conoce
su oficio. En el capitalismo, por razones que iremos desarrollando, ese
conocimiento se adquiere, en buena medida, en la escuela. Esto no ocurría en
las sociedades precapitalistas, en las que los saberes se adquirían en el seno
de la familia.
[3] El ejemplo presentado simplifica la
cuestión, que es mucho más compleja. El plusvalor no es apropiado íntegramente
por el capitalista dado que, por ejemplo, tiene que abonar impuestos al Estado,
el alquiler de la fábrica a otros capitalistas, etc. De ahí que los empresarios
hablen de ganancia, esto es, del
plusvalor una vez que se dedujeron de él los impuestos, alquileres, intereses
por préstamos bancarios, etc.
[4] La noción de fuerzas productivas ha
generado fuertes debates en las ciencias sociales. Para este curso nos basta
con la definición formulada por Karl Marx (1818-1883) en El capital: “La fuerza productiva del trabajo está determinada por
múltiples circunstancias, entre otras por el nivel medio de destreza del
obrero, el estadio de desarrollo en que se encuentran la ciencia y sus
aplicaciones tecnológicas, la coordinación social del proceso de producción, la
escala y la eficacia de los medios de producción, las condiciones naturales.” (K. Marx, El capital, México D. F., Siglo XXI, 1996, p. 49).
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