La distinción entre lo normal y lo patológico ocupa un
lugar importante en la sociología
clásica. En este blog ya nos hemos ocupado del tratamiento de la cuestión
por Émile Durkheim (1858-1917) en su
obra Las reglas del método sociológico
(1895). La idea de normalidad conlleva una carga ideológica y política que es
preciso desentrañar, si se pretende evitar la naturalización de las relaciones
sociales existentes.
Georges Canguilhem (1904-1995) fue un filósofo
y médico francés, especializado en Epistemología y en Historia de la Ciencia. Influenciado
por Gaston Bachelard (1884-1962),
ejerció, a su vez, influencia sobre Louis Althusser
(1918-1990) y Michel Foucault
(1926-1984).
El ensayo “Acerca de
algunos problemas relativos a lo normal y lo patológico” es la tesis de
Doctorado en Medicina, presentada por Canguilhem en julio de 1943 ante la
Facultad de Medicina de Estrasburgo. En paralelo a la redacción de la tesis, el
autor dictó un curso sobre “Las normas y lo normal” en Clermont-Ferrand. [1]
Para la redacción de
estas notas trabajé con la traducción española de Ricardo Postchart:
Canguilhem, Georges. (1971). Lo normal y
lo patológico. Buenos Aires: Siglo XXI de Argentina (El ensayo mencionado
está incluido en las pp. 7-177).
El ensayo tiene la
siguiente estructura: en primer término, el prefacio a la 2° edición (publicada
en 1950); luego, la 1° parte, “¿Es el estado patológico sólo una modificación
cuantitativa del estado normal?” (pp. 15-80). Por último, la 2° parte, “¿Existen
ciencias de lo normal y de lo patológico?” (pp. 81-177).
Esta es la primera de
una serie de fichas de lectura sobre la obra, elaboradas sobre la base de los
apuntes incluidos en un cuaderno redactado en agosto-septiembre de 2003. Espero
que sea de alguna utilidad para los lectores.
Canguilhem comienza
indicando que los problemas que le interesaban en esa época [1943] eran “el de
las relaciones entre ciencia y técnica, el de las normas y lo normal.” (p. 11).
La filosofía aportaba a la cuestión “las exigencias del pensamiento filosófico,
que consiste en volver a abrir los problemas más que en cerrarlos.” (p. 13).
El punto de partida
es el reconocimiento de la existencia de dos concepciones de la enfermedad:
A] Teoría ontológica:
“Ya
significa tranquilizarse, en parte, considerar a todo enfermo como un hombre al
cual se le ha agregado o quitado un ser. (…) la enfermedad es algo que le
sobreviene al hombre.” (p. 17) “…si se confía a la técnica – mágica o positiva
– la tarea de restablecer la norma deseada al organismo afectado, es porque nada
bueno se espera de la naturaleza de por sí.” (p. 18).
B] Teoría dinamista o funcional.
Concepción
propia de la medicina griega (corpus hipocrático). “La naturaleza [Physis], tanto en el hombre como fuera
de él, es armonía y equilibrio. La enfermedad es la perturbación de ese
equilibrio, de esa armonía. (…) la enfermedad es una reacción generalizada con
intenciones de curación.” (p. 18). A
diferencia de la teoría ontológica, el optimismo está aquí en el sentido de la
naturaleza y no en el efecto de la técnica humana. (p. 18-19). Se trata de una
concepción naturista, que “poco espera de la intervención humana para la
restauración de lo normal.” (p. 19).
Ambas teorías tienen
en común que
“consideran
a la enfermedad – o mejor, a la experiencia del enfermo – como una situación
polémica, ya sea como una lucha entre el organismo y un ser extraño, ya sea
como una lucha interna de fuerzas enfrentadas. La enfermedad difiere del estado
de salud, lo patológico de lo normal, como una cualidad difiere de otra, ya sea
por presencia o ausencia de un principio definido, ya sea por reelaboración de
la totalidad orgánica (…) heterogeneidad de los estados normal y patológico.”
(p. 19).
Las dos teorías, pero
sobre todo la dinamista o funcional, enfrentan el mismo problema: ¿Cómo
sostener la alteración cualitativa que separa lo normal y patológico?
Para el filósofo
inglés Francis Bacon (1561-1626),
sólo se gobierna la naturaleza obedeciéndola. Por eso, “gobernar la enfermedad
significa conocer sus relaciones con el estado normal que el hombre vivo (…)
desea restaurar.” (p. 19).
Para poder llevar a
cabo esa restauración, es preciso fundar una patología científica. En esta línea hay que ubicar al médico inglés
Thomas Sydenham (1624-1689), quien
afirmaba que para ayudar al enfermo es necesario deslindar y determinar su mal.
(p. 19).
Como resultado del
desarrollo de esta línea de pensamiento médico, se dio la
“formación
de una teoría de las relaciones entre lo normal y lo patológico de acuerdo con
la cual los fenómenos patológicos sólo son en los organismos vivos variaciones
cuantitativas, según el más y el menos, de los respectivos fenómenos
fisiológicos. Semánticamente, lo patológico es designado a partir de lo norma
no tanto como a o dis, sino como hiper o hipo. Por más que
se conserve la confianza tranquilizante de la teoría ontológica en la
posibilidad de vencer por medios técnicos al mal, se está muy lejos de creer
que salud y enfermedad sean opuestos cualitativos, fuerzas en lucha. La
necesidad de restablecer la continuidad, para conocer mejor con el fin de
actuar mejor, es tal que en última instancia el concepto de enfermedad
desaparecería. La convicción de poder restaurar científicamente lo normal es
tal que termina por anular lo patológico.” (p. 20).
En el siglo XIX los
biólogos y médicos convirtieron en dogma la “identidad real de los fenómenos
vitales normales y patológicos” (p. 20). En Francia, los máximos representantes
de dicha concepción fueron Auguste Comte
(1798-1857) y Claude Bernard (1813-1878).
En el caso de Comte,
“el
interés se orienta de lo patológico hacia lo normal, con el fin de determinar
especulativamente las leyes de lo normal, puesto que la enfermedad se muestra
digna de estudios sistemáticos como substituto de la investigación biológica a
menudo impracticable, especialmente en el hombre. La identidad de lo normal y
de lo patológico es afinada para beneficio del conocimiento de lo normal.” (p.
21).
En Bernard,
“el
interés se orienta de lo normal hacia lo patológico, para actuar racionalmente
sobre lo patológico (…) La identidad de lo normal y de lo patológico es
afirmada para beneficio de la corrección de lo patológico.” (p. 21).
En este punto, Canguilhem
sintetiza así la relación entre ciencia y sociedad:
“La
historia de las ideas no es necesariamente congruente con la historia de las
ciencias. Pero como los científicos desarrollan su vida de hombres en un medio
ambiente y en un entorno no exclusivamente científicos, la historia de las
ciencias no puede dejar de lado a la historia de las ideas.” (p. 23).
Como se desprende del
párrafo anterior, es erróneo atribuir a Thomas Kuhn (1922-1996) la exclusividad en la introducción de la historia
a la epistemología. De ahí una de las razones para el estudio de la obra de
Canguilhem. En fichas posteriores seguiremos trabajando el tema.
Villa del Parque,
miércoles 11 de abril de 2018
NOTAS:
[1] Canguilhem
estudió Filosofía y luego comenzó la carrera de Medicina, dedicándose
paralelamente a la enseñanza de la Filosofía. En el prefacio de la 2° edición,
explica así su interés por la ciencia médica: “Lo que esperábamos estrictamente
de la medicina era una introducción a problemas humanos concretos. La medicina
se nos aparecía [como la] encrucijada de muchas ciencias, más que como una
ciencia propiamente dicha. (…) lo fundamental en ella [la medicina] seguía
siendo (…) la clínica y la terapéutica, es decir, una técnica de instauración o
de restauración de lo normal que no se deja reducir total y sencillamente al
mero conocimiento.” (p. 11-12).
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