domingo, 10 de julio de 2016

MARXISMO Y DEMOCRACIA: LA POSICIÓN DE ENGELS EN 1895


La cuestión de la democracia atraviesa la historia del movimiento socialista desde sus orígenes. No es preciso esforzarse para demostrar su importancia. Ya las primeras organizaciones políticas de la clase (por ejemplo, el cartismo en Inglaterra) levantaron la consigna de la república democrática y del sufragio universal para los varones adultos. Carezco aquí del espacio suficiente para tratar la cuestión en toda su amplitud; basta mencionar el Manifiesto Comunista (1848), donde se encuentra el siguiente pasaje:

“El primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.”  (p. 62). (1)

La “Introducción” de Friedrich Engels (1820-1895) a Las luchas de clases en Francia de Karl Marx (1818-1883) ha sido calificada de verdadero “testamento político” del primero (2). Es un documento dirigido a la socialdemocracia alemana; por tanto, su lectura exige, para su cabal comprensión, cierto conocimiento de la situación del partido alemán en 1895 (en especial, de las tensiones existentes al interior de éste). (3) En este ensayo no voy a ahondar en esta cuestión; tampoco propondré un análisis del modo en que Engels caracteriza al libro de Marx. En otro lugar formularé un comentario de Las luchas de clases; esta postura puede justificarse a partir del mismo Engels, quien en la “Introducción” se concentra en el período posterior a las Revoluciones de 1848. El objetivo del presente trabajo consiste en presentar los puntos de vista de Engels sobre la democracia, tal como aparecen desarrollados en el texto mencionado.

La “Introducción” gira en torno a la idea de que los cambios en la estructura económica permiten explicar las transformaciones en la política. Así, las Revoluciones de 1848 son consideradas una consecuencia de la crisis comercial de 1846, en tanto que su derrota resultó un efecto del ascenso económico experimentado a partir de 1848.

“El trabajo que aquí reeditamos fue el primer ensayo de Marx para explicar un fragmento de la historia contemporánea mediante su concepción materialista, partiendo de la situación económica existente.” (p. 9).

¿En qué consiste el mecanismo explicativo empleado por Marx?

“…se trataba de poner de manifiesto, a lo largo de una evolución de varios años, tan crítica como típica para toda Europa, el nexo causal interno; se trataba pues de reducir, siguiendo la concepción del autor, los acontecimientos políticos a efectos de causas, en última instancia económicas.” (p. 9-10).

Desde el punto de vista engelsiano, la política no es autónoma. Esto significa que el político no crea la realidad a gusto, sino que el menú de opciones disponibles se encuentra limitado por las condiciones económicas con las que se encuentra el político. (4). El político tiene margen de elección, pero las opciones posibles son limitadas. Este es el significado de la “concepción materialista de la historia”. 

Es cierto que pasajes como el que hemos citado abonan la tesis de que el marxismo es un reduccionismo económico. Dicha tesis implica el desconocimiento de la concepción marxista del proceso de producción. A este respecto conviene tener presente la conocida afirmación del Manifiesto de que “la historia de todas las sociedades es la historia de la lucha de clases” (5). El énfasis en el papel de la economía no debe ser tomado como la negación de la lucha de clases, sino como un recordatorio de que esa lucha de clases se libra sobre un terreno concreto, que no es elegido por los contendientes y que limita las opciones que estos pueden elegir. Así, en el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, Marx afirma lo siguiente:

“Una formación social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia antigua sociedad. De ahí que la humanidad siempre se plantee sólo tareas que puede resolver, pues considerándolo más profundamente siempre hallaremos que la propia tarea sólo surge cuando las condiciones materiales para su resolución ya existen o, cuando menos, se hallan en proceso de devenir.” (6). (El resaltado es mío – AM-).

El pretendido determinismo económico es, en rigor, el reconocimiento de que la lucha de clases no es autónoma. Pero la concepción de fondo, el núcleo duro de la teoría de Marx, sigue siendo la tesis de que la historia es lucha de clases.

El desarrollo del capitalismo en Europa con posterioridad a 1848 es el segundo momento en el que Engels aplica la tesis del condicionamiento de la política por la economía. En su opinión, son las condiciones económicas las que permiten comprender tanto el crecimiento del movimiento socialista como los rasgos que asume la política obrera y socialista.

El crecimiento del capitalismo a partir de 1848 puso en primer plano el antagonismo Capital - Trabajo. Engels justifica esta afirmación mediante la constatación de tres transformaciones fundamentales: en el plano económico, la concreción de una revolución industrial capitalista; en el plano social, y como consecuencia de lo anterior, el ascenso al centro del escenario “de una verdadera burguesía y de un proletariado auténtico, producto de la mayor industrialización” (p. 19). En el plano político, el reemplazo de la multitud de socialismos existentes antes de 1848 por el socialismo marxista, plasmado sobre todo en el crecimiento de la socialdemocracia alemana y en la II Internacional. 

Industrialización, simplificación de la estructura de clases (burguesía – proletariado), expansión del socialismo marxista: he aquí, según Engels, las condiciones de la política europea post 1848. Según su concepción, la expansión del marxismo es imposible sin la industrialización. Este es el núcleo del argumento “determinista” de Engels.

La industrialización y la aparición de un proletariado masivo modificaron las condiciones de la política en Europa occidental. Esto, sumado a la implementación de las revoluciones desde arriba, que  impulsaron la instauración de regímenes parlamentarios y del sufragio universal masculino, y los efectos de la Comuna de París (1871), generaron la necesidad de una nueva política del movimiento obrero.

El “testamento político” de Engels no es, pues, otra cosa que sus reflexiones acerca de la política obrera en las nuevas condiciones imperantes a partir del auge de la industrialización, la extensión del sufragio y la derrota de la Comuna. No es una receta universal ni el descubrimiento de los medios definitivos para llegar al socialismo. Al leer este texto hay que tener presente, en todo momento, su análisis de las condiciones económicas de la Europa post 1848. En vez de hablar de determinismo económico, tal vez sea mejor emplear la expresión “realismo revolucionario” para caracterizar a la posición de Engels.

Como ya indicamos, la base de su análisis es el proceso de industrialización. Es este factor el que creó las nuevas condiciones sociales: 

“Ha sido precisamente esta revolución industrial la que ha puesto en todas partes claridad en las relaciones de clase, la que ha eliminado una multitud de formas intermedias, legadas por el período manufacturero y, en la Europa oriental, incluso del artesanado gremial, creando y haciendo pasar al primer plano del desarrollo social a una verdadera burguesía y a un proletariado auténtico, producto de la mayor industrialización.” (p. 19).

La industrialización engrosó los efectivos de la clase obrera, transformando a campesinos, artesanos e inclusive pequeños burgueses en trabajadores asalariados. Sin embargo, esto no significa que la clase obrera tenga la victoria al alcance de la mano por el mero transcurso del tiempo y el aumento de su número. En el pasaje siguiente vemos que la interpretación mecanicista de la industrialización no calza con las opiniones de Engels:

“Si incluso este potente ejército del proletariado [se refiere al partido socialista alemán] no ha podido alcanzar todavía su objetivo, si, lejos de poder conquistar la victoria en un gran ataque decisivo, tiene que avanzar lentamente, de posición en posición, en una lucha dura y tenaz…” (p. 20).

Engels escribe como corolario:

“Esto demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en 1848, conquistar la transformación social simplemente de manera espontánea.” (p. 20).

O sea, ni en 1848 ni en 1895 el socialismo podía triunfar por decreto, por un acto de voluntad o por la mera acción de las fuerzas “económicas”. A nuestro entender, esto permite cerrar la discusión sobre el supuesto determinismo económico del texto.

Ahora bien, Engels apenas menciona que la industrialización conlleva también el desarrollo y el aumento del poder de la burguesía. Este punto es decisivo para la comprensión de las dificultades de la política obrera en las últimas décadas del siglo XIX.

La industrialización no sólo incrementa el número de trabajadores asalariados. También fortalece a la burguesía. Engels trata de un modo lateral la cuestión, a través del análisis de las perspectivas de la insurrección basada en la lucha de calles.

Engels toma nota de los cambios acaecidos tanto en la técnica militar como en el diseño y planificación urbanos, y comprende que la lucha callejera centrada en las barricadas ya no es viable en las condiciones de 1895.

“La rebelión al viejo estilo, la lucha de calles con barricadas, que hasta 1848 había sido decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.” (p. 27).

Las innovaciones en la tecnología militar (fusiles, artillería), en la táctica (utilización de la técnica de rodeo de las barricadas) y en la organización de los ejércitos (aumento del número de soldados en las grandes ciudades, uso del ferrocarril para transportar refuerzos) tuvieron como consecuencia la superioridad aplastante de las tropas sobre cualquier insurrección. Todas estas innovaciones son la aplicación de los logros de la industrialización a los asuntos militares.

La transformación del ejército se vio acompañada por una transformación del diseño de las grandes ciudades. Calles anchas y medios de comunicación modernos permitieron el mejor desplazamiento de las tropas y dificultaron la tarea de armar barricadas. Ahora bien, también la transformación de las ciudades es consecuencia de la industrialización.

Llegados a este punto, corresponde decir que nuestro autor aborda la cuestión de los cambios en la lucha de clases desde un punto de vista unilateral, como si se tratase únicamente del producto de transformaciones tecnológicas. Aquí, la técnica reemplaza a la política en el análisis engelsiano. Se deja de lado la relación entre la industrialización y el fortalecimiento político de la burguesía.

La hegemonía de la burguesía se muestra de soslayo en el examen del uso del sufragio universal masculino por la socialdemocracia alemana. Engels elogia la utilización del sufragio por el partido alemán, pero no dice una palabra sobre su empleo eficaz por la burguesía. Así, el sufragio, el voto de los sectores populares, lejos de ser una amenaza para la clase dominante, se convirtió en un elemento de legitimación para esta. De ahí la fortaleza del poder burgués, a pesar del crecimiento de los partidos socialistas.

A partir de lo expuesto hasta aquí es posible pasar a la evaluación engelsiana del uso del sufragio universal masculino por los socialistas alemanes. Engels comienza indicando que los socialistas europeos habían adoptado, inicialmente, una actitud de desconfianza hacia la extensión del sufragio. Así, por ejemplo: 

“Los obreros revolucionarios de los países latinos se habían acostumbrado a ver en el derecho de sufragio una añagaza, un instrumento de engaño en manos del gobierno.” (p. 25).

Es verdad que en el Manifiesto Comunista se afirmaba la necesidad de luchar por la democracia y, por ende, por la extensión del derecho de voto, “como una de las primeras y más importantes tareas del proletariado militante.” (p. 25). Pero sólo en la década de 1860 los socialistas alemanes emprendieron en serio la lucha electoral. El éxito de su acción, medido por el crecimiento de los votos del partido (la socialdemocracia alemana pasó de 102.000 votos en 1871 a 1.787.000 votos a principios de la década de 1890) es considerado por Engels como uno de los méritos del partido alemán.
“El primer gran servicio que los obreros alemanes prestaron a su causa fue  mero hecho de su existencia como Partido Socialista (…) Pero además prestaron otro: suministraron a sus camaradas de todos los países un arma nueva, muy afilada, al enseñarles a utilizar el sufragio universal.” (p. 24).

¿Cuáles son, según Engels, las propiedades de esta “arma nueva”?

Tres son las virtudes del sufragio:

a) Permite realizar un recuento periódico de las fuerzas del proletariado, contribuyendo así a evitar las acciones a destiempo;

b) Extiende la propaganda socialista a lugares donde sería muy difícil llegar de otro modo;

c) crea una tribuna (el Parlamento) en la que los dirigentes socialistas están a salvo de persecuciones.
Como puede verse, las virtudes del sufragio se concentran en la propaganda. No obstante, va más allá y parece vislumbrar en el sufragio un medio de transformación social. Engels retoma la tesis del Partido Socialista francés y afirma que el sufragio, tal como lo emplearon los socialistas, dejó de ser un medio de engaño y se convirtió en “instrumento de emancipación” (p. 25).

La experiencia histórica muestra que la “emancipación” por medio del sufragio universal tiene límites muy precisos, que son los de la misma sociedad burguesa. Y, si se entiende por emancipación (o por condición imprescindible para lograr dicha emancipación) la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, es claro que el sufragio no lleva en esa dirección. El Estado capitalista es, nos guste o no, capitalista; como Estado en general es, además, un instrumento de opresión. 

Las afirmaciones anteriores no implican, por cierto, desconocer la importancia de las libertades democráticas para los trabajadores y demás sectores populares. Significan, en cambio, tener conciencia de los límites de ese camino.

En el caso de Engels, la lectura de la experiencia alemana con el sufragio le hace pensar que por esa vía es posible traspasar las condiciones políticas existentes y avanzar hacia la revolución: 

“Hoy podemos contar ya con dos millones y cuarto de electores. Si este avance continúa, antes de terminar el siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas medias de la sociedad, tanto los pequeños burgueses como los pequeños campesinos y nos habremos convertido en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse, quiéranlo o no, todas las demás potencias.” (p. 34).

El pasaje que hemos citado tiene una importancia fundamental en el texto, en la medida en que plantea de modo preciso la concepción de Engels acerca de los cambios acaecidos en las condiciones de la lucha revolucionaria en el período posterior a 1848.

Antes de comenzar a examinar la concepción engelsiana, corresponde formular una observación. En 1895 Alemania no era una república democrática, sino una monarquía constitucional. De ahí que los avances electorales de la democracia no se tradujeron en modificaciones sustanciales del sistema político alemán. La dominación de la burguesía y de los junkers no corría ningún riesgo. No había ninguna situación revolucionaria a la vista. De modo que la afirmación acerca de que la socialdemocracia podía convertirse en la “potencia decisiva” tiene que ser considerada dentro de márgenes muy estrechos. En el mejor de los casos, los socialistas podían convertirse en la “potencia decisiva” en el Parlamento (y esto en el sentido de alcanzar la mayoría parlamentaria). El avance electoral no era, por tanto, el camino para la conquista del poder en las condiciones de Alemania.

En el pasaje que estamos comentando, Engels afirma que antes de terminar el siglo XIX “habremos conquistado” a la mayor parte de las capas medias de la sociedad. En 1895 (como también, por ejemplo, en 1900) no existía una crisis revolucionaria. La dominación de la burguesía no estaba puesta en discusión. La “conquista” de las capas medias se llevaba a cabo, pues, en condiciones de hegemonía burguesa. Y la hegemonía burguesa supone, precisamente, la aceptación de las reglas de juego impuestas por la burguesía. La participación en las elecciones significaba la renuncia momentánea (o definitiva, según el caso) a la vía revolucionaria para la conquista del poder. La historia de Alemania entre 1895 y 1914 muestra que la dirigencia de la socialdemocracia consideraba a la revolución, a lo sumo, como un ideal.

En un terreno más práctico, la participación (exitosa, por cierto) en las elecciones abría una variedad de posibilidades de ascenso social a los dirigentes revolucionarios. Además, la exigencia de mantener en pie una maquinaria electoral eficiente se traducía en el desarrollo de un aparato partidario cada vez más vasto. Este aparato, que ofrecía oportunidades de vida a un importante número de dirigentes y militantes, pasaba a ser un fin en sí mismo. Algo de esto aparece reflejado en el texto:

“Al comprobarse que las instituciones estatales en las que se organiza la dominación de la burguesía ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones, se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales industriales, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba a su vez una parte suficiente del proletariado.” (p. 26). 

La participación en las elecciones para una multiplicidad de organismos obligaba, como es de esperarse, a destinar una parte cada vez mayor de los recursos del partido a esas actividades. El crecimiento de la estructura partidaria era una consecuencia de ello. La lógica de la organización devora a la lógica revolucionaria.

Pero, además, la “conquista” de las capas medias en el marco de una situación no revolucionaria tiene impacto sobre la ideología del partido socialista. Tanto los pequeños burgueses como los pequeños campesinos (en general, todas las “capas medias”) respetan la propiedad. En todo caso, su radicalismo consiste en proponer medidas que defiendan la pequeña propiedad y fijen limitaciones a la gran propiedad. Esto tiene poco que ver, por cierto, con la reivindicación socialista de la propiedad colectiva de los medios de producción. El hecho de que las capas medias voten al partido socialista no significa que hayan adherido a la ideología socialista. La conquista (sin comillas) de las capas medias es un proceso complejo, que sólo puede concretarse plenamente en el marco de una situación de crisis revolucionaria, donde los pequeños burgueses vacilan en su convicción sobre el carácter “natural” del capitalismo. 

La afirmación engelsiana del sufragio no tiene, pues, validez universal. Su sentido debe buscarse en las condiciones concretas del movimiento europeo de fines del siglo XIX. Aquí el hito fundamental es la Comuna de París (1871). Engels atribuye la derrota al aislamiento político de los obreros parisinos, que no pudieron o no supieron armar una alianza con otras clases y sectores sociales. La caída de la Comuna marcó el final de una etapa del movimiento obrero europeo.

“La rebelión al viejo estilo, la lucha de clases con barricadas, que hasta 1848 había sido decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.” (p. 27). 

Después de la Comuna, el centro del movimiento obrero se desplazó desde Francia hacia Alemania. En este marco, la preocupación de Engels pasaba por evitar que la burguesía forzara a los trabajadores a una insurrección aislada de los otros sectores populares. Engels tiene presente en todo momento la derrota de los obreros franceses. Evitar el aislamiento político, impedir que una insurrección apresurada desangrara a la clase obrera: he aquí los ejes de la reflexión engelsiana. 

“En Francia, los socialistas van dándose cada vez más cuenta de que no hay para ellos victoria duradera posible a menos que ganen de antemano a la gran masa del pueblo, lo que aquí equivale a decir a los campesinos.” (p. 32).

La lucha electoral, al permitir la difusión de las ideas socialistas entre el conjunto de los sectores populares, contribuía a evitar el aislamiento político de la clase trabajadora. La insurrección aislada era la pesadilla de Engels, quien pensaba que esta podía provocar una sangría entre el proletariado y retrasar la victoria de este por décadas. La valoración positiva del sufragio va de la mano, entonces, con la preocupación por evitar que la burguesía llevara al proletariado hacia acciones inútiles.

Villa del Parque, domingo 10 de julio de 2016


NOTAS:


  1. Marx, Karl y Engels, Friedrich. [1° edición: 1848]. (1986). Manifiesto del Partido Comunista. Buenos Aires: Anteo.
  2. Para la redacción de este trabajo utilicé la traducción española de la “Introducción” de Engels, incluida en la siguiente edición: Marx, Karl. (1973). Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Buenos Aires: Anteo. (pp. 9-38). Engels fechó el texto en Londres, el 6 de marzo de 1895.
  3. Para la situación del socialismo alemán, consultar Cole, G. D. H.  [1° edición: 1956]. (1986). Historia del pensamiento socialista III: La Segunda Internacional (1889-1914). México D. F: Fondo de Cultura Económica. Ver los capítulos V (Alemania: la controversia revisionista)  y VI (Alemania después de la controversia revisionista: apariencia y realidad).
  4. En La ideología alemana, Marx y Engels abordaron la cuestión: “en cada una de sus fases [se refieren a cada fase de la historia de las sociedades] se encuentra un resultado material, una suma de fuerzas de producción, una relación históricamente creada con la naturaleza y entre unos y otros individuos, que cada generación transfiere a la que le sigue, una masa de fuerzas productivas, capitales y circunstancias, que, aunque de una parte sean modificadas por la nueva generación, dictan a ésta, de otra parte, sus propias condiciones de vida y le imprimen un determinado desarrollo, un carácter especial; de que, por tanto, las circunstancias hacen al hombre en la misma medida que éste hace a las circunstancias.” (p. 41; el resaltado es mío – AM -). (Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1985). La ideología alemana. Buenos Aires: Cartago y Ediciones Pueblos Unidos.). Cabe señalar que Marx y Engels rechazan explícitamente la concepción que sostiene que son las circunstancias (económicas) las que determinan exclusivamente la conducta de los hombres. En la aceptación de la tesis que afirma que los hombres hacen las circunstancias está contenida en germen la tesis de la historia como lucha de clases.
  5. El pasaje completo dice: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases.” A continuación, Marx y Engels agregan: “Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.”  (p. 32-33). La cita está tomada de: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. 
  6. Marx, Karl. [1° edición: 1859]. (2000). Contribución a la crítica de la economía política. México D. F.: Siglo XXI. El fragmento citado se encuentra en p. 5.

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