“Lo único que sé es que no soy
marxista.”
Karl Marx (1818-1883)
¿Marx defensor de la desigualdad
entre los seres humanos?
La pregunta misma parece un
despropósito. Por lo general, amigos y enemigos del marxismo concuerdan en que
Marx era un defensor de la igualdad. No es mi intención negar la lucha de Marx
contra la explotación capitalista ni su afirmación de la necesidad de eliminar
la propiedad privada de los medios de producción mediante una revolución
dirigida por la clase trabajadora. Pero este no es el eje del presente ensayo,
cuyos objetivos son bien diferentes. Tanto los detractores del socialista alemán como una parte
importante de sus defensores construyeron un Marx para uso propio, sin
preocuparse por revisar si ese maniquí que diseñaban guardaba relación con el
original. Este ensayo inaugura una serie dedicada a explorar algunos aspectos
del pensamiento del autor de El Capital
que han sido dejados de lado, ya sea por conveniencias de partido o por
resultar incómodos para la versión políticamente correcta de la obra de Marx
difundida por el mundo académico. Tampoco es mi intención reconstruir un “Marx
puro”, al que se llega luego de expurgarlo de las interpretaciones de sus
discípulos y/o enemigos. Nada de eso. Si estos escritos poseen alguna utilidad,
espero que la tengan como herramienta para comprender el carácter esencialmente
revolucionario de la obra de Marx y su resistencia obstinada al encuadramiento
en los corsés, conceptos y formas de actuar cristalizadas.
El mundo está dominado por los
estereotipos y los clichés. Los estereotipos consisten en atribuir un conjunto
de características a un grupo social determinado; los clichés, por su parte,
son afirmaciones consideradas como propias de un estereotipo determinado. El
mecanismo de construcción de los estereotipos es sencillo. Se asocia a una
persona o a un grupo una determinada característica y/o comportamiento, y a
partir de allí el matrimonio entre comportamiento y personaje es hasta
que la muerte los separa. Hace ya mucho tiempo que la teoría sociológica
demostró que el proceso de generación de estereotipos no es aleatorio, sino que
obedece a causas sociales, derivadas de la distribución del poder en la
sociedad. No obstante, el dominio al que hice referencia al comienzo de este
párrafo se mantiene incólume.
Desde el punto de vista del
conocimiento de lo social, los estereotipos ahorran el trabajo de informarse y
pensar. Constituyen una de las manifestaciones más concretas del poder de la
ideología. Como en la sociedad existen diversas ideologías, y puesto que estas
ideologías se encuentran entre sí en una relación de desigualdad, los
estereotipos nos ofrecen una ilustración de los rasgos centrales de la
ideología dominante. En otras palabras, los estereotipos más difundidos
expresan la visión del mundo de la clase dominante o la forma en que las clases
subordinadas decodifican dicha visión.
El propósito de este ensayo no es formular
una teoría de los estereotipos; mi objetivo es mucho más limitado. Consiste en
ilustrar, mediante un ejemplo, la función de los clichés. Para ello me remitiré
al tratamiento de la noción de igualdad en la obra de Marx, Crítica del
Programa de Gotha. (2).
El cliché sostiene que Marx (y por
extensión todo militante socialista) era un fanático de la igualdad. Por ende,
su propuesta política debe girar en torno a la búsqueda de la igualación de los
seres humanos, hasta llegar a convertirlos en una especie de copias idénticas
desprovistas de iniciativa propia. La diversidad y la diferencia de opiniones,
preferencias y gustos serían, siempre según el Marx cliché, manifestaciones del
pensamiento burgués, impropias del proletariado. De este modo, el marxismo
queda reducido a una teoría tosca, que atenta contra la libertad.
La concepción de Marx en lo referente
a la cuestión de la igualdad se encuentra en las antípodas de lo que dice el
cliché. En la Crítica, para horror de los amantes de los lugares
comunes, aparece defendiendo el derecho desigual frente a la noción de
igualdad. Veamos el argumento completo.
El proyecto de programa criticado por
Marx afirmaba lo siguiente:
“1. El trabajo es la fuente de toda riqueza y de toda cultura, y como el
trabajo útil sólo es posible dentro de la sociedad y a través de ella, todos
los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro
del trabajo.” (p. 329).
“3. La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se
eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado
colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo.” (p. 331).
Marx somete estos dos puntos a una
discusión minuciosa. En primer término, pone en cuestión el significado de la
noción de “equidad”.
“¿Qué es «reparto
equitativo»?
¿No afirman los burgueses que el reparto actual es «equitativo»? ¿Y no
es éste, en efecto, el único reparto «equitativo» que cabe, sobre la base del
modo actual de producción? ¿Acaso las relaciones económicas son reguladas por
los conceptos jurídicos de las relaciones económicas? ¿No se forjan también los
sectarios socialistas las más variadas ideas acerca del reparto «equitativo»?”
(p. 332).
La noción jurídica de igualdad
aparece subordinada a las relaciones de producción. La igualdad jurídica se da,
por tanto, en el marco de determinadas condiciones económicas, que establecen
los límites de esa igualdad. Pretender instalar la igualdad social a partir del
derecho, sin tomar en consideración dichas condiciones, equivale a construir
castillos en la arena. (3).
Los progresistas se caracterizan por
criticar las injusticias sociales, tales como la pobreza, el hambre, la
creciente destrucción de la naturaleza, etc. Su indignación es sincera y muchas
veces conduce a la acción militante. Sin embargo, consideran que estas
injusticias son producto del egoísmo de las personas y no de la organización
social capitalista. El capitalismo debe ser perfeccionado para evitar o mitigar
las consecuencias del egoísmo. Por supuesto, existen numerosas variantes del
progresismo, algunas más radicales que otras, pero todas tienen en común la
convicción de que es imposible un sistema social alternativo al capitalismo.
Para la temática abordada en este ensayo resulta especialmente interesante un
grupo de progresistas, aquellos que piensan que el problema de la sociedad está
en las leyes. Por ello, atacan la igualdad jurídica existente en el capitalismo
con el argumento de que es formal y no real. Para volver concreta a la
igualdad, abogan por la sanción de otras leyes (más justas), que promuevan la
reducción de la desigualdad material, en el convencimiento de que por este
camino puede llegarse a una sociedad en la que coexistan armónicamente la
economía mercantil y la igualdad de oportunidades. En este punto corresponde
retomar el análisis de Marx.
Al criticar de este modo al derecho
burgués, los progresistas pasan por alto que dicha igualdad se corresponde con
las relaciones económicas capitalistas; decretar la igualdad, o pretender
avanzar hacia la igualdad con medidas jurídicas que mantienen intocado el
régimen de producción capitalista, lleva a una acumulación de contradicciones.
Tomemos, por ejemplo, el caso de la emancipación de la mujer. La legislación
actual asegura la plena igualdad entre los hombres y las mujeres...pero en la
medida en que son propietarios. Si una mujer es obrera, sirvienta, jornalera,
difícilmente tenga las mismas oportunidades que las mujeres de la alta
burguesía o las profesionales. Una hija de obreros asiste, por regla general a
peores colegios que una hija de profesionales, acumula menos relaciones (o,
como diría el sociólogo francés Pierre Bourdieu, menos capital simbólico), se
ve obligada a entrar al mercado laboral a una edad más temprana que las chicas
de clase media. Todo ello en medio de la plena vigencia de la igualdad
jurídica. Para gozar plenamente de los derechos es preciso tener dinero,
el equivalente universal que puede ser cambiado por cualquier mercancía. Pero
incluso en el caso de poseer dinero, la emancipación de la persona se realiza a
costa del cercenamiento de la libertad de otras. Por ejemplo, una mujer empresaria
o profesional puede gozar plenamente de los derechos que le garantiza el
derecho burgués; sin embargo, para poder concretar plenamente su emancipación
es preciso que alguien haga por ella las tareas del hogar (por más progresista
que es el mundo actual, los quehaceres hogareños siguen a cargo, fundamentalmente,
de las mujeres). Esa tarea queda a cargo de otra mujer, contratada muchas veces
en condiciones de precariedad; dicha mujer, luego de limpiar, cocinar y
planchar en la casa de la mujer emancipada, debe ir a realizar las mismas
tareas a su hogar.
El derecho no construye a
piacere las relaciones sociales; por el contrario, expresa el carácter
contradictorio y complejo de dichas relaciones. El derecho es el resultado de
la lucha entre las clases y grupos sociales, no el producto de la reflexión de
los juristas y/o los legisladores.
“Para saber lo que aquí hay que entender por la frase de «reparto
equitativo», tenemos que cotejar este párrafo con el primero. El párrafo que glosamos
supone una sociedad en la cual los «medios de trabajo son patrimonio común y
todo el trabajo se regula colectivamente», mientras que en el párrafo primero
vemos que «todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el
fruto íntegro del trabajo».
¿«Todos los miembros de la sociedad»? ¿También los que no trabajan?
¿Dónde se queda, entonces, el «fruto íntegro del trabajo»? ¿O sólo los miembros
de la sociedad que trabajan? ¿Dónde dejamos, entonces, el «derecho igual» de
todos los miembros de la sociedad?
Sin embargo, lo de «todos los miembros de la sociedad» y el «derecho
igual» no son, manifiestamente, más que frases. Lo esencial del asunto está en
que, en esta sociedad comunista, todo obrero debe obtener el «fruto íntegro del
trabajo» lassalleano.” (p. 332).
Transcribí los pasajes anteriores
para que el lector pueda juzgar en detalle la forma en que Marx se burlaba de
los lugares comunes de la izquierda progresista (permítaseme el anacronismo) de
su época y a la liviandad con que ésta planteaba sus consignas. La referencia
de Marx “a los que no trabajan” sirve para hacer notas las inconsistencias del
“derecho igual”. Su afirmación de que las consignas planteadas en el
proyecto no son más que “frases” debe interpretarse como una crítica general a
estos progresistas, quienes formulaban sus reivindicaciones sin analizar
previamente las condiciones de la producción capitalista.
A continuación, Marx pone la
formulación abstracta del programa en la tierra de los hechos económicos. El
“fruto del trabajo” es el producto social global. Antes de poder
realizar el reparto del mismo, es preciso deducir de producto lo siguiente: 1)
una parte para reponer los medios de producción consumidos; 2) una porción
destinada a inversión, es decir, a ampliar la producción (imprescindible tanto
para satisfacer las necesidades del crecimiento de la población como para dotar
de más bienes a la población existente); 3) un fondo de reserva para compensar
el efecto de accidentes, catástrofes, etc.
Luego de las deducciones mencionadas,
lo que resta del producto constituye la parte destinada a servir de medios de
consumo. Sin embargo, todavía no es posible iniciar el reparto individual, pues
de dicha parte hay que deducir: 1) los gastos generales de administración; 2)
la parte destinada a la satisfacción colectiva de las necesidades (por ejemplo:
escuelas, hospitales, etc.); 3) los fondos para las personas no capacitadas
para el trabajo.
Sólo a partir de aquí se puede
efectuar la distribución del producto “parcial” (ya hemos visto que no puede tratarse
del producto “íntegro” del trabajo) entre los productores individuales. Marx
demuestra a continuación, tomando el caso de una sociedad recién salida del
capitalismo (a ella se refiere el punto 3 del proyecto de programa citado más
arriba), que el derecho igual preconizado por los socialistas alemanes se
transforma en su contrario. Veamos el argumento en toda su extensión.
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se
ha desarrollado sobre su propia base sino de una que acaba de salir precisamente
de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus
aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la
vieja sociedad de cuya entraña procede. Congruentemente con esto, en ella el
productor individual obtiene de la sociedad – después de hechas las obligadas
deducciones – exactamente lo que le ha dado. Lo que el productor ha dado a la
sociedad es su cuota individual de trabajo. Así, por ejemplo, la jornada social
de trabajo se compone de la suma de las horas de trabajo individual; el tiempo
individual de trabajo de cada productor por separado es la parte de la jornada
social de trabajo que él aporta en su participación en ella. La sociedad le
entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo
(después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono
saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la
cantidad de trabajo que ha rendido. La misma cuota de trabajo que ha dado a la sociedad
bajo una forma, la recibe de ésta bajo otra forma distinta.
Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio
de mercancías, por cuanto éste es el intercambio de equivalentes. Han variado
la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar
sino su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser
propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en
lo que se refiere a la distribución de éstos entre los distintos productores,
rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se
cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de
trabajo, bajo otra forma distinta.” (p. 333-334).
Una breve interrupción en el
argumento de Marx. El lector atento habrá notado que Marx refuta al pasar otro
de los clichés que los críticos le atribuyen al pensamiento socialista. Éstos
sostienen que el socialismo se propone abolir toda propiedad
(o la propiedad en general). Marx repite algo que aparece en todos sus textos:
el socialismo consiste en la propiedad colectiva de los medios de producción,
pero debe mantener la propiedad privada de los medios individuales de consumo.
Más allá de las afirmaciones de los críticos malintencionados, en ningún
momento Marx propuso la abolición de la propiedad privada de los calzoncillos o
de los ejemplares de la Biblia.
A continuación, Marx plantea la
cuestión en términos del derecho:
“Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en
principio, el derecho burgués, aunque ahora el principio y la
práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el régimen de intercambio
de mercancías no se da más que como término medio, y no en los
casos individuales.
A pesar de este progreso este derecho igual sigue llevando
implícita una limitación burguesa. El derecho de los productores es proporcional al
trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el
mismo rasero: por el trabajo.” (p. 334).
Interrumpo otra vez la argumentación
de Marx para enfatizar la relación que éste establece entre el derecho igual y
el derecho burgués, a partir de la constatación de que el derecho igual se
manifiesta, ante todo, en el intercambio de las mercancías. Simplificando con
fines didácticos la cuestión, en el mercado se intercambian las mercancías por
su valor, medido en el tiempo de trabajo socialmente necesario para su
producción.
“Pero unos individuos son superiores física o intelectualmente a otros y
rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tiempo; y
el trabajo, para servir de medida, tiene que determinarse en cuanto a duración
o intensidad; de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es
un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase,
porque aquí cada individuo no es más que un obrero como los demás; pero
reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales
aptitudes de los individuos, y, por consiguiente, la desigual capacidad
de rendimiento. En el fondo, es, por tanto, como todo derecho, el
derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por
naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos
desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo
pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que se les mire solamente
en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso
concreto, sólo en cuanto obrero, y no se vea en ellos ninguna otra
cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: unos obreros están
casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc., etc. A igual
rendimiento y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de
consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros,
etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser
igual, sino desigual.” (p. 334-335; el resaltado es mío).
Marx parte del reconocimiento de que
los seres humanos somos desiguales. Esto significa que tenemos distintas
habilidades, preferencias, gustos. El derecho burgués, en la medida en que está
dirigido a plasmar la igualdad, sólo puede igualar en la medida en que toma un
aspecto unilateral de la personalidad de los individuos; la igualación se
logra, pues, mediante una operación de negación de la diversidad existente
entre los individuos. De modo que colocar el “derecho igual” como el eje de las
reivindicaciones del socialismo implica adoptar el punto de vista de la
burguesía, que construye una igualdad formal (unilateral), pasando por encima
de la multiplicidad de facetas de la individualidad de la persona. Como puede
observarse, el pensamiento de Marx se encuentra, en esta cuestión, a años luz
de las toscas exposiciones que formulan algunos de sus críticos.
Marx tenía en mente una forma de
organización social capaz de garantizar el desarrollo pleno del individuo. En
su crítica de la economía política planteó que la división del trabajo
capitalista conduce a una personalidad unilateral, empobrecida, despojada de la
posibilidad misma de seguir distintos caminos de expansión de sus capacidades.
En ningún momento hizo un reclamo de originalidad en esta cuestión, pues
autores como Adam Smith también habían alertado sobre los peligros de la
división del trabajo para la personalidad del individuo. (4) Pero Marx fue más
allá de la advertencia. Sostuvo que la unilateralidad generada por la división
del trabajo no es una maldición divina ni un efecto colateral e inevitable del
progreso (al estilo de la consideración de la burocracia en la obra de Max
Weber). (5) Es el resultado de determinadas relaciones de producción históricas
y, por tanto, transitorias.
“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido
la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y
con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando
el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital;
cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan
también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la
riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho
horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De
cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!” (p. 335).
El comunismo para Marx (6) debía ser
la forma de organización social capaz de asegurar el desarrollo pleno de la
individualidad, donde cada persona podría dar rienda suelta a sus preferencias
y habilidades sin tener que pagar el precio de la miseria y/o la persecución.
En vez de aplastar la individualidad, el comunismo marxista busca potenciar al
máximo dicha individualidad. A diferencia del pensamiento liberal, Marx
considera que esa potenciación de la persona sólo es posible en un marco colectivo,
es decir, requiere para su plena realización que en el individuo se encuentre
plenamente integrado en la comunidad, que considere que ella es parte
indisoluble de su persona.
Villa del Parque, sábado 10 de junio
de 2016
NOTAS:
(1) La versión original de este
ensayo, titulada “La crítica de Marx al concepto de igualdad: Apuntes sobre las
Glosas marginales al Programa de Gotha”, se publicó en el blog Miseria de la
Sociología, el 1 de enero de 2014. Se encuentra disponible en el siguiente link.
(2) Para la redacción de este ensayo
utilicé la siguiente traducción española: Marx, Karl y Engels, Friedrich.
(1981). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 325-353). La obra
está constituida por una serie de manuscritos y cartas en los que Marx y Engels
discuten con la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán. Los socialistas
alemanes estaban divididos en dos corrientes principales: una de ellas,
liderada por August Bebel (1840-1913) y Wilhelm Liebknecht (1826-1900), se
encontraba cercana a los planteos de Marx; la otra reunía a los seguidores de
Ferdinand Lassalle (1825-1864). Lassalle abogaba por la colaboración entre el
movimiento obrero y el Estado prusiano para obtener mejoras en la condición de
los trabajadores. Lassalle y sus seguidores (Lassalle murió muy joven en un
duelo) preferían negociar con el Estado y conseguir concesiones antes que
desarrollar un movimiento obrero políticamente autónomo. Hay que decir, para
complicar un poco las cosas, que Lassalle cumplió un papel significativo
en el desarrollo del movimiento obrero alemán luego de la derrota de las Revoluciones 1848-1849. En 1875 ambos
grupos del socialismo alemán, marxistas y lassalleanos, emprendieron
negociaciones tendientes a la unificación. En este marco, los marxistas
elaboraron un proyecto de programa para el partido unificado; en el documento
estaban contempladas muchas de las posiciones de los lassalleanos. Marx, quien
no participó de las negociaciones ni de la redacción del proyecto, se indignó
ante lo que consideró una claudicación inconcebible e inútil frente a los
lassalleanos.
(3) En la Crítica, Marx
formula la siguiente observación sobre el derecho: “El derecho no puede ser
nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la
sociedad por ella condicionado.” (p. 335).
(4) “El espíritu de la mayor parte de
los hombres se desenvuelve necesariamente a partir de sus ocupaciones diarias.
Un hombre que pasa su vida entera ejecutando unas pocas operaciones simples (…)
no tiene oportunidad de ejercitar su entendimiento (…). En general se vuelve
tan estúpido e ignorante como es posible que llegue a serlo un ser humano (…). De
este modo su destreza en su actividad especial parece haber sido adquirida a
expensas de sus virtudes intelectuales, sociales y marciales. Ahora bien, en
toda sociedad industrial y civilizada, es ésta la condición en la que tiene
necesariamente que caer el pobre que trabaja, o sea la gran masa del pueblo, a
no ser que el gobierno se tome la molestia de evitarlo.” (Smith, Adam,
Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones,
México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1958, p. 687-688).
(5) Marx expuso su posición sobre la
división del trabajo en un célebre pasaje de La ideología alemana: “a partir del momento en que comienza a
dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de
actividades, que le es impuesto y del que no puede salirse; el hombre es
cazador, pescador, pastor o crítico crítico, y no tiene más remedio que
seguirlo siendo, si no quiere verse privado de sus medios de vida; al paso que
en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo
exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama
que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general,
con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a
aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche
apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin
necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los
casos.” (Marx, Karl y Engels, Friedrich, La
ideología alemana, Buenos Aires, Ediciones Pueblos Unidos y Cartago, 1985,
p. 34).
(6) “Imaginémonos (…) una asociación
de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y empleen,
conscientemente, sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social.” (Marx,
Karl, El capital, México D. F., Siglo
XXI, 1996, p. 96).
Excelente! Un trabajo absolutamente necesario por lo absolutamente silenciado.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Quiero aclarar dos cosas: a) este ensayo no es fruto de una iniciativa individual, sino que forma parte de una serie de trabajos emprendidos por los compañeros que integramos el colectivo que edita la Revista Propuesta Marxista; b) usted apunta a una cuestión fundamental, esto es, las razones por las que suele silenciarse o dejarse de lado la complejidad del pensamiento de Marx. En lo que hace a este último punto, me interesan especialmente las razones que llevan a los partidos de la izquierda revolucionaria a construir un Marx cuadrado, tosco, que termina por jugar en contra para el desarrollo de la conciencia socialista. Una explicación plausible de esta actitud consiste en que una lectura meticulosa de la obra de Marx conspira contra las pretensiones de infalibilidad de las dirigencias de dichos partidos. Por supuesto, no pretendo afirmar que esta sea la única causa, pero ella constituye un obstáculo importante tanto para el estudio desprejuiciado de la obra del socialista alemán como para la formación de militantes capaces de discutir la línea política y las tácticas de las organizaciones. Saludos,
ResponderEliminarHay un error de disposición de los textos... Debajo del epígrafe debe estar su firma... Como está induce al error al lector que puede creer que esa expresión es de Marx... CUALQUIERA con algo de rigor sabe que lo único precido a esa expresión por parte de Marx (y que a la que s erefirió también Engels) es que Marx, refiriéndose a su yerno Paul Lafargue y otros activistas que se decían (a veces) marxistas, exclamó algo así como: SI [nótese bien el condicional] ELLOS son marxistas entonces yo no soy marxista...
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