“La Comuna [de Paris] no fue una
revolución tendiente a transferir
el poder del Estado de una fracción
de la clase dominante a otra, sino
una revolución para romper esa
horrible máquina de dominación de clase.”
Karl Marx, La guerra civil en
Francia, primer borrador.
El título del presente ensayo puede
prestarse a confusión. Sobre todo para quienes identifican la causa del
socialismo con la expansión de las actividades del Estado o depositan en éste
las esperanzas de transformación social. No hace falta profundizar demasiado
para comprender las razones de esta posible confusión.
La izquierda del siglo XX, en sus
vertientes revolucionaria y reformista, fue estatista. Salvo honrosas
excepciones, sus representantes consideraron al Estado como la solución para
los problemas de la sociedad capitalista, ya sea como herramienta para
construir el socialismo, ya sea como instrumento para limar los aspectos más
“nocivos” del capitalismo. Si bien el estatismo fue defendido arguyendo razones
de Realpolitik, en diversas
oportunidades se recurrió a la autoridad de los clásicos. El objetivo de este
ensayo es mostrar la incompatibilidad entre el estatismo de la izquierda y las
posiciones de Marx sobre el Estado. Para ello recurriré al análisis de la Crítica
del programa de Gotha (1875). (1)
La Crítica es un texto clave para comprender la teoría del Estado del
autor de El Capital. Dicha teoría
está marcada por la experiencia de la Comuna de París (1871) y por las
reflexiones sobre el Estado y la política esbozadas en El capital.
Dado que la posición de Marx acerca del Estado es poco conocida y/o
tergiversada escandalosamente, es oportuno retomar la lectura directa de esta
obra, sobre todo en tiempos en los que el Estado se ha convertido en un fetiche
de los partidos y movimientos “progresistas” en América Latina, así como
también de los partidos revolucionarios.
La Crítica está
compuesta por un conjunto de textos (todos ellos escritos por Marx y Engels en
1875), reunidos por Engels en 1891 para su publicación en la revista teórica de
la socialdemocracia alemana, DIE NEUE ZEIT. En esta serie de artículos voy a
concentrarme en el más importante de ellos, las Glosas marginales al
programa del Partido Obrero Alemán, escrito por Marx entre abril y mayo de
1875. Marx discute el programa resultante de la unificación de las distintas
corrientes del socialismo alemán, y desarrolla allí sus tesis sobre el Estado y
la actitud que deben tener los socialistas frente a él.
En líneas generales, el socialismo
del siglo XIX fue refractario al Estado. Los distintos socialismos, o bien
caracterizaron al Estado como instrumento de opresión (marxistas, anarquistas),
o bien bregaron por el desarrollo de instituciones socialistas al margen del
Estado (por ejemplo, las cooperativas en Inglaterra, las colonias de Cabet, los
falansterios de Fourier, etc.). Esto contrasta con el socialismo del siglo XX que,
como dije, fue mayoritariamente estatista. Así, en vez de debilitar la
influencia estatal, tanto los comunistas como los socialdemócratas procuraron
fortalecer el aparato estatal. Al revés de sus predecesores del siglo XIX,
muchos socialistas del siglo XX identificaron socialismo con propiedad estatal
de los medios de producción.
El progresismo latinoamericano de
principios del siglo XXI retomó la concepción de los socialistas del siglo
pasado, con el agregado sustancial de que ahora el capitalismo ha sido aceptado
como la única forma viable de organización de la economía. Relegado el
socialismo al reino de las utopías, sólo queda la realidad concreta del
capitalismo. Pero como el capitalismo genera desigualdad y eso no se puede
ocultar, nuestros progresistas apelan al Estado como mecanismo para garantizar
la “igualdad” y/o la “equidad” en la sociedad. En este marco, el Estado,
instrumento de opresión, es elevado a la condición de herramienta de
“liberación”. El kirchnerismo, el PT brasileño, el Frente Amplio en Uruguay,
Correa en Ecuador, Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, son otras
tantas variantes de este progresismo. Más allá de sus diferencias (que no puedo
tratar aquí), todos ellos tienen en común la aceptación de la propiedad
capitalista y la apelación al fortalecimiento del Estado como medio para
enfrentar al “neoliberalismo”. Como la negación del carácter opresor del Estado
conlleva la de la lucha de clases (pues el carácter opresor del Estado consiste
en que sirve a una clase en su lucha contra la otra), es lógico que los
progresistas puedan cortejar sin pudor a la burguesía “nacional” y al capital
internacional. Como quiera que sea, nada de esto conduce a la emancipación de
los trabajadores y los demás sectores populares. La crisis de este progresismo
requiere un análisis minucioso de la concepción del Estado mencionada más
arriba.
La Glosas marginales sirven
para recuperar lo mejor de la tradición socialista del siglo XIX y para
discutir desde la teoría las concepciones progresistas acerca del Estado. El
hecho de no estar viviendo un período de crisis revolucionaria de ningún modo exime
de la responsabilidad de combatir desde una posición de clase las concepciones
dominantes sobre el Estado. En esta tarea es fundamental la recuperación
crítica de la teoría y la práctica socialistas de los siglos XIX y XX. La tarea
es todavía más urgente si se tiene en cuenta que todavía vivimos en un mundo
signado por las derrotas del movimiento obrero en las décadas del ’70, del ’80
y del ’90 del siglo XX. Las variantes más radicales del progresismo
latinoamericano, aun cuando se hagan llamar “socialistas”, naturalizan al
capitalismo en la medida en que no cuestionan la propiedad privada y que, a lo
sumo, proponen la propiedad mixta en algunos sectores de la economía. La
revolución está lejos, es verdad. Pero más lejos estará si se insiste en hacer
del Estado el instrumento de liberación y si no se cuestiona la propiedad
privada. Pensar sinceramente que el capitalismo es la única forma posible de
organización económica de la sociedad moderna es un acto valorable de
honestidad intelectual; en cambio, es deshonesto y profundamente destructivo
desde el punto de vista de una política revolucionaria afirmar que el Estado
capitalista puede conducir al socialismo. Y es todavía peor si se denomina
“socialismo” a esta concepción.
Como intentaré demostrar en este
ensayo, la reflexión de Marx en sus Glosas marginales apunta hacia
el futuro y no a un pasado perimido. Marx es un clásico porque interpela a
nuestro presente y porque parte de la tesis de que toda ciencia es
política.
Marx parte del reconocimiento de la
relación estrecha entre el Estado y la sociedad capitalista; sin la segunda, la
existencia misma del Estado moderno sería imposible:
“…los distintos Estados de los distintos países civilizados, pese a la
abigarrada diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se
asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle
en unos sitios más desarrollada que en otros, en el sentido capitalista.” (p.
342).
Estado moderno y sociedad burguesa
son las dos caras de la misma moneda. La complejidad del aparato estatal bajo
el capitalismo es la contracara de la división del trabajo de la producción
mercantil. La igualdad de los ciudadanos es la forma política de la igualdad de
las mercancías en el mercado. La existencia misma del Estado, como esfera
diferente de la sociedad burguesa, requiere de la presencia de esta última. El
Estado puede crear la igualdad jurídica precisamente porque existe la
desigualdad de las condiciones de existencia de las distintas clases
sociales.
El desarrollo incesante de la
maquinaria estatal bajo el capitalismo conduce, además, a una creciente
autonomía del Estado respecto a la sociedad:
“por «Estado» se entiende, en realidad, la máquina de gobierno, o el
Estado en cuanto, por efecto de la división del trabajo, forma un organismo
propio, separado de la sociedad.” (p. 343).
Esta autonomía relativa obedece no
sólo al proceso de división del trabajo, sino también a su condición de órgano
encargado de la representación de los intereses comunes de la burguesía. (2) Para
cumplir con eficacia dicha función debe mantenerse relativamente alejada de
cada una de las fracciones de la clase dominante; siempre una de ellas ejerce
el rol predominante en la hegemonía burguesa, pero ese predominio debe aparecer
oscurecido para dotar de mayor legitimidad a la dominación.
La mencionada autonomía relativa crea
el ambiente propicio para que el aparato estatal pase a ejercer un dominio
creciente sobre la sociedad.
“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por
encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella” (p. 341).
Es significativo que Marx considere
que la libertad es imposible si el Estado ejerce su control sobre la sociedad.
En este sentido, su reflexión sobre la expansión de las funciones estatales
resulta de enorme interés, sobre todo porque, como hemos afirmado, muchos
socialistas del siglo XX pensaron que el Estado era la panacea para todos los
problemas de la sociedad. Marx, a partir de la experiencia de la Comuna de
París, llegó a la convicción de que el socialismo era imposible si no se
modificaba radicalmente la estructura estatal, heredada del capitalismo. En su
pensamiento, transformación del Estado (por ejemplo, eliminación de su aparato
represivo) y abolición de la propiedad privada de los medios de producción van
juntos.
El rasgo fundamental del Estado en
general es su carácter opresor, su papel de instrumento privilegiado para el
ejercicio de la dominación de clase. El Estado detenta el monopolio de la
violencia legítima (3) con el objetivo de mantener la estructura de poder
existente en la sociedad. Lejos de ser autónomo, el Estado se encuentra
limitado en su “capacidad creadora” por las luchas de clases, por los
resultados de éstas. Además, el Estado moderno es el Estado capitalista, es
decir, tiene por objetivo el mantenimiento de la explotación del trabajo por el
capital.
El Estado capitalista, por tanto, no
representa (ni puede representar jamás), el “interés general”. En una sociedad
dividida en clases con intereses antagónicos, el “interés general” no puede ser
otra cosa que el interés de la clase dominante. Dicho en otros términos, la
forma en que en cada sociedad concreta se expresa el “interés general”
constituye la manifestación de la hegemonía (en el sentido gramsciano del
término) de la clase dominante. En la sociedad capitalista, la burguesía es la
clase dominante porque tiene la propiedad privada de los medios de producción.
Lo expuesto en los dos párrafos
anteriores sirve para continuar la lectura de las Glosas marginales de
Marx. Su crítica al proyecto de programa del socialismo alemán debe leerse en
este marco conceptual.
Los socialistas alemanes habían
incluido en el proyecto la aspiración a constituir un “Estado libre”. Hay que
recordar que el Estado alemán en 1875 era muy diferente a un Estado moderno. El
juicio de Marx es lapidario:
“Un Estado que no es más que un despotismo militar de armazón
burocrático y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto
con ingredientes feudales e influenciado ya por la burguesía.” (p. 343).
El Imperio alemán no era, por cierto,
nada comparable a una “república democrática”. En consonancia con esta
realidad, los socialistas alemanes incluían en el proyecto una serie de
reivindicaciones democráticas: “sufragio universal, legislación directa,
derecho popular, milicia del pueblo.” (p. 342).
El socialismo alemán ponía el acento
en la transformación del Estado. La lucha democrática reemplazaba a la lucha
socialista. Subyacía la tesis de la separación entre el ámbito político (eje de
las preocupaciones inmediatas de los socialistas) y el ámbito económico (el
proceso de producción, cuya transformación socialista quedaba relegada a una
etapa posterior). Una consecuencia de esta separación era la creencia en las
virtudes del Estado para transformar la realidad. En otras palabras, el Estado
era el camino privilegiado para conquistar la democracia y el socialismo. Como
la adopción de la vía estatal implicaba la aceptación de las reglas de juego
impuestas por el Estado, la revolución quedaba descartada, en la práctica, del
menú de opciones del socialismo.
En este punto comienza la crítica de
Marx al proyecto. Mucho tiempo atrás, en su artículo “Sobre la cuestión judía”,
había sometido a discusión los límites de la “emancipación política” (la
Revolución Burguesa). (4) En dicho artículo, la argumentación marxista todavía
se desenvolvía en un marco más filosófico que político. En las Glosas marginales, la crítica de Marx se
sitúa en la lucha de clases, partiendo del carácter de clase del Estado.
“La misión del obrero, que se ha librado de la estrecha mentalidad del
humilde súbdito, no es, en modo alguno, hacer «libre» al Estado. En el Imperio
alemán el «Estado» es casi tan «libre» como en Rusia.” (p. 341).
Cuando Marx dice que el Estado alemán
es “libre”, está afirmando que constituye un órgano separado de la sociedad y
que ejerce la dominación sobre ella. El Estado en tanto organización, desarrolla
fines que le son propios y que le llevan a ejercer cada vez mayor presión sobre
la sociedad. De modo que defender la consigna de un Estado “libre”, como lo
hacían los socialistas alemanes, significaba en las condiciones de Alemania un
reconocimiento a la dominación del Estado libre sobre la sociedad. Constituía
el surgimiento en las filas socialistas de la tendencia a “adorar” al Estado, a
convertirlo en remedio para todos los males. Y la naturaleza de ese remedio
pasaba por las relaciones burocráticas de “ordeno y ejecuta”, no por el
establecimiento de relaciones horizontales, democráticas. En esta concepción,
la libertad era una concesión del Estado, no un derecho del ser humano.
Marx plantea un punto de vista
diametralmente opuesto:
“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por
encima de la sociedad en un órgano complemente subordinado a ella.” (p. 341).
A contrapelo de la opinión habitual,
el “estatista” Marx sostiene que el socialismo pasa por la liberación de la
sociedad respecto a la tutela del Estado.
“El Partido Obrero Alemán – al menos si hace suyo este programa –
demuestra cómo las ideas del socialismo no le calan siquiera la piel, ya que,
en vez de tomar a la sociedad existente (y por lo mismo podemos decir de
cualquier sociedad en el futuro) como base del Estado existente
(o del futuro, para una sociedad futura), considera más bien al Estado como un
ser independiente, con sus propios «fundamentos espirituales, morales y
liberales».” (p. 341).
Los socialistas alemanes, en vez de
partir de la sociedad capitalista y del Estado engendrado por ella, parten de
un Estado separado de la sociedad, que nace y flota en el vacío. La crítica a
esta última concepción es de rigurosa actualidad.
El progresismo sostiene la tesis de
que el Estado, justamente por ser independiente de la sociedad, puede remediar
los problemas sociales. La “justicia social” es posible en la medida en que se
postule la existencia de un juez imparcial respecto a los antagonismos de las
clases sociales. Ese juez es el Estado. El Estado toma nota de las diferencias
entre ricos y pobres, y busca un equilibrio más justo. El marxismo parte de la
lucha de clases, del reconocimiento de la explotación capitalista. El
progresismo concibe las relaciones entre clases en términos de justicia. La
explotación deja de ser un fenómeno económico y pasa a ser pensada como abuso,
como transgresión a las normas de la justicia eterna. En suma, el capitalismo
es elevado a la categoría de fenómeno natural.
La actualidad de las Glosas marginales radica en que Marx
asume una posición realista en la teoría del Estado. El realismo proviene de su
posición de clase, que le hace concebir al Estado como un aparato destinado a
la opresión de clase. Este punto de partida le permite escapar tanto del
progresismo como del utopismo, que hacen del Estado un ente que flota por
encima de las miserias humanas. Pero el reconocimiento del carácter capitalista
del Estado representa el comienzo del análisis, no el cierre del mismo. Marx
observa la creciente concentración de poder en el Estado (concentración que va
de la mano, precisamente, con el desarrollo del capitalismo y de la división
del trabajo) y señala que éste es cada vez más un parásito que oprime a la
sociedad. De ahí el énfasis de la reflexión marxista en la necesidad de que el
Estado se subordine a la sociedad. A diferencia del liberalismo, que convierte
al Estado en una mal en sí mismo, en una abstracción metafísica, el realista
Marx prefiere estudiar los mecanismos concretos por los que el Estado domina a
la sociedad en el capitalismo.
Capitalismo y desarrollo del carácter
parasitario del Estado son las dos caras de la misma moneda.
Villa del Parque, domingo 26 de junio
de 2016
NOTAS:
(1) Para redactar este
comentario utilicé la traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels,
Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 329-346).
(2) “El gobierno del
Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de
toda la clase burguesa.” (Marx, Karl y Engels, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, Buenos Aires, Anteo, 1986, p.
37).
(3) Max Weber, de quien
no puede decirse que fuese marxista, sostiene la misma opinión: “«Todo Estado
está fundado en la violencia», dijo Trotsky en Brest-Litowsk. Objetivamente
esto es cierto. (…) Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un
determinado territorio (…) reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia
física legítima.” (Weber, Max, El político y el científico,
Madrid, Alianza, 1986, pág. 83.
(4) “La emancipación política
es la reducción del hombre, de una parte, a miembro de la sociedad burguesa, al
individuo egoísta independiente y, de
otra, al ciudadano del Estado, a la
persona moral.” (Marx, Marx, “Sobre la cuestión judía”, en Marx, Karl, Escritos de juventud sobre el derecho.
Textos 1837-1847, Barcelona, Anthropos, p. 197.