Noticia
bibliográfica:
Para la redacción de esta
ficha utilicé la traducción española de Leandro Wolfson: Bendix, Reinhard. (1974).
Estado nacional y ciudadanía. Buenos
Aires: Amorrortu. La ficha está limitada al cap. 3 de la obra: Transformaciones
experimentadas por las sociedades de Europa occidental a partir del siglo XVIII
(pp. 61-104).
Título original: National
building and citizenship. Studies of out changing social order. Publicado por primera vez en 1964 por John
Wiley & Sons.
Advertencia: Los
textos que se encuentran entre corchetes se refieren a comentarios que exceden
los límites del texto.
Bendix estudia en este
capítulo la radicalización de las clases bajas en el curso de la industrialización europea, en el marco
del proceso de creación de los Estados nacionales. Para ello realiza
un análisis comparativo de los derechos de ciudadanía. (p. 61).
En este período, inaugurado
por las Revoluciones Francesa e Industrial, se produce la crisis del
“gobierno doméstico” (1) y su reemplazo por una relación individualista de
autoridad.
“En los incipientes
Estados nacionales de Europa occidental el problema político fundamental era la
posibilidad de adecuarse a la protesta social mediante la ampliación de la
ciudadanía a las clases bajas, y en qué medida hacerlo.” (p. 61).
Las Revoluciones Industrial
y Francesa dieron paso a relaciones individualistas de autoridad (pp. 62-66).
[En rigor, se trata de la
consolidación del capitalismo en Europa occidental. El capitalismo se
caracteriza por la doble liberación del trabajador (es liberado tanto de la
propiedad de los medios de producción como de toda forma de dependencia
personal). De ahí que la dominación deje de ser personal (Ej., el siervo
respecto al señor) y pase a ser impersonal. En otros términos, la coerción
extraeconómica – basada en la violencia y en la identificación entre la clase
dominante y el Estado – deja paso a la coerción económica (el trabajador
ingresa al mercado de trabajo porque necesita dinero para comprar mercancías y
satisfacer sus necesidades, no porque le den latigazos). Esto general el
espacio de posibilidad para la aparición del concepto de ciudadanía.]
¿Cómo operan las relaciones sociales?
Existe reciprocidad reglada
por pautas: “los hombres se orientan respecto a las expectativas de los demás
(…) cada acción del «otro» limita la gama de respuestas posibles.” (p. 62).
[Así planteadas las cosas estamos frente
a un modelo individualista metodológico, donde lo fundamental son las
expectativas de los individuos.]
Así las cosas, autoridad = los pocos que dirigen
cuentan con vasta gama de opciones; subordinación
= los muchos que acatan órdenes tienen un ámbito de elección restringido. Pero por más abrumador que sea el poder, sus
opciones están limitadas. Uno de esos límites son las posibilidades con que
cuentan sus subordinados, por más dura que sea esa dominación. (p. 62) (2)
[Ahora bien, estas
expectativas requieren de la existencia de una serie de condiciones materiales
para ser posibles (en la práctica o como posibilidad). Bendix se mantiene en su
posición individualista y omite la cuestión que menciono aquí. Un ejemplo es el
tratamiento del papel de la ideología feudal.]
La sociedad feudal se
apoyaba en la ideología tradicional.
Ésta última defendía los privilegios de la aristocracia feudal basándose en las
responsabilidades de ella. Del lado de los subordinados existía lealtad y
obediencia que en muchos casos era auténtica. Bendix reconoce la existencia de
conflictos violentos, pero mantiene su posición afirmando que “conviene
considerar a la pauta tradicional como si fuera en parte un esquema de conducta
y en parte un ideal.” (p. 62).
En síntesis, “las relaciones
tradicionales de autoridad permanecen incólumes en tanto las acciones y
creencias que se apartan de esta pauta, así como las que la sostienen, no
socavan la reciprocidad básica de expectativas.” (p. 62).
¿Cómo se produce el quiebre
de las relaciones de autoridad
tradicionales?
Se trata de un proceso que
abarca varios siglos. En el caso de la aristocracia feudal, son dejadas de lado
las responsabilidades mientras conservan y enfatizan sus privilegios consuetudinarios.
(p. 62-63).
¿Cómo se manifestó el
quiebre de la autoridad tradicional?
Bendix toma el caso de la actitud frente a
la situación de los pobres. Durante siglos se condeno a éstos por su indolencia
y su vida disipada, que hacía imposible que tomaran cualquier responsabilidad.
“Se cree que la calidad humana y la responsabilidad social marchan juntas. La
baja condición social de los pobres los exime de toda responsabilidad; no es
mucho lo que puede exigírseles. Por otro lado, un alto rango implica también
gran responsabilidad.” (p. 63). Consecuencia: paternalismo de los ricos respecto a los pobres. Pero durante la
primera etapa de la Revolución Industrial (RI a partir de aquí) se rechazó la
responsabilidad de proteger a los pobres. (p. 63).
En paralelo a la expansión
de la RI se formularon tres nuevas interpretaciones de las causas de la pobreza.
a) La
causa de la pobreza consiste en los mismos esfuerzos para mitigarla. Puesto que
los pobres no se empeñan en nada, las tentativas de auxiliarlos fortalecen su
estado de indolencia, proporcionándoles recursos para permanecer en la
inacción. Por el contrario, “la necesidad extrema es la motivación más natural
para el trabajo, pues ejerce en los pobres una presión permanente.” (p. 64). Supuesto:
aunque quisieran, los ricos no pueden ayudar a los pobres y éstos deben
bastarse a sí mismos. (p. 64) [Esta explicación no deja bien parado al trabajo,
pues sostiene que se trata de una actividad que es realizada sólo cuando se
está entre la espada y la pared. Parece una ser una crítica implícita al
carácter agobiante del lavoro.]
b) La
pobreza es una consecuencia del desenvolvimiento normal del mercado de trabajo.
La caridad perjudica al pobre, pues impide que los trabajadores pongan todo el
empeño en su tarea. Es la amenaza del hambre la que hace que las personas se
esfuercen en producir. El trabajo es una mercancía que está sometida como todas
las demás a las leyes del mercado. El empresario también debe obedecer a esas
leyes, so pena de poner en peligro su empresa. (p. 64). [Aquí hay un
reconocimiento implícito de la fuerza de la coerción económica.]
c) La
pobreza deriva de la combinación de la teoría del mercado con la teoría de la
población. Su principal exponente es el economista Malthus. No existe armonía
entre ricos y pobres, lo natural es el desarrollo de crisis periódicas. La
población crece más rápido que los recursos que se requieren para alimentarla. La
pobreza es un estímulo para el trabajo, mientras que la caridad no hace más que
reforzar la indolencia. Sin embargo, Malthus sostiene que las clases altas
deben comprender la ley de población mencionada y difundir su conocimiento
entre los pobres mediante la educación. (p. 64).
Surge el siguiente problema:
la difusión de mecanismos impersonales perjudica la dominación de la burguesía.
¿Cómo dirigir a las masas?: “ya no se confía sólo en fuerzas económicas
impersonales sino también en la influencia de las ideas y de la educación.” (p. 65).
Surge una nueva ideología empresarial, que constará
de la combinación temática de los tres elementos siguientes: “1) el elemento
paternalista, que toma como modelo la casa tradicional, en la cual la tónica
está dada por la dominación personal del señor sobre su familia y sus
servidores; 2) el elemento impersonal, que toma como modelo la concepción del
mercado de los economistas clásicos, en la cual la presión anónima de la oferta
y la demanda y de la lucha por la supervivencia obligan a los trabajadores a
prestar acatamiento a sus empleadores; y 3) el elemento educativo, que toma
como modelo la clase escolar, el laboratorio de psicología o la sesión
terapéutica, en los cuales se recurre a la instrucción, a incentivos y castigos
o a motivaciones indirectas para disciplinar a las personas y alentarlas a intensificar
sus esfuerzos.” (p. 65).
“En lo que respecta al curso
seguido por la industrialización de Europa occidental, podemos postular una
secuencia que, partiendo de una declinación del elemento paternalista y una
intensificación del elemento impersonal, pasa luego a una confianza cada vez
menor en las fuerzas del mercado y una confianza cada vez mayor en los
procedimientos educativos.” (p. 65).
Bendix apunta que “la
dimensión política de estas ideologías reviste (…) especial importancia.” (p.
65). Se trata de Estados nacionales incipientes, que ofrecen protección legal a
los empleadores y hacen un elogio de la frugalidad y el trabajo duro,
cualidades que permiten el ascenso social. (p. 65).
Las interpretaciones
individualistas de la relación de autoridad se prolongan más allá de la
empresa. La difusión de una ideología individualista puede desembocar en la
protesta política y social, antes que en la cooperación entre clases. Así, por
ejemplo, se propone una división de las clases bajas entre diligentes e
indolentes. Sólo a los primeros les es dado ascender. Pero resulta que muchos
trabajadores son diligentes y viven en la extrema pobreza. Esto se agrava
porque el éxito económico se convierte en sinónimo de virtud. Dicho éxito va a
ser propuesto como barrera a la extensión de la ciudadanía. “Desde este punto
de vista, la interpretación individualista de las relaciones de autoridad en la
industria se presenta como una tentativa de negar los derechos de ciudadanía a
los que fracasan en el terreno económico, tentativa que puede generar un nuevo sentido
del derecho en las clases bajas y conducir a esfuerzos tendientes a definir la
posición de estas clases en la comunidad política nacional.” (p. 66).
Él siguiente punto del cap.
3 se titula “La agitación de la clase baja se vuelve política: Inglaterra” (pp.
66-75).
El análisis está centrado en
la transición en las relaciones grupales a nivel nacional, marcada por el
cambio en las ideas concernientes a los derechos y obligaciones de las clases
bajas.
Las primeras teorías sobre
la evolución política planteaban que ésta obedecía a cambios socioeconómicos.
Así, las revoluciones de EE. UU. y Francia expresan el auge de la burguesía, en
tanto que la RI condujo a la movilización política de la incipiente clase
obrera. Bendix critica estas interpretaciones, porque “a la luz de estos
fenómenos históricos, todos los sucesos políticos se
interpretaron en un primer momento como subproductos más o menos directos de
procesos sociales y económicos.” (p. 67).
Frente a lo anterior, Bendix
plantea: “La ciudadanía nacional y el industrialismo moderno se han combinado
con una amplia variedad de estructuras sociales; es por ello que concebiremos
la democratización y la industrialización como dos procesos distintos, por estrecha que haya sido su vinculación
en ciertas ocasiones.” (p. 67).
En Inglaterra,
ciudadanía e industrialismo modernos
estuvieron íntimamente relacionados. Por eso se utilizó el caso inglés “como
modelo para comprender el crecimiento económico en relación con la
modernización política” (p. 67). Bendix se propone demostrar que también en
Inglaterra es posible distinguir “el elemento político en medio del cambio
económico” (p. 67).
La difusión de los
principios de igualdad de derechos para todos los hombres, a la que contribuyó
la industrialización, hizo que las clases bajas visualizaran otras formas de
protesta.
La protesta de las clases
bajas se orientó “hacia el logro de una plena participación en la comunidad
política existente o el establecimiento de una comunidad política nacional en
la cual fuera posible dicha participación.” (p. 68).
Bendix se refiere a los “disturbios
populares ocurridos en Inglaterra a comienzos del siglo XIX” [la destrucción de
máquinas]. Marx equiparaba esos sucesos a las rebeliones esporádicas de
campesinos y artesanos. Autores posteriores demostraron que la violencia se
ejercía también contra banqueros y prestamistas, y que estaba combinada con “un
sorprendente respeto por la propiedad ajena”. De este modo, al discriminar
entre el saqueo y la destrucción “justificada” de la propiedad, los
trabajadores “participaban en una «negociación colectiva mediante revueltas»,
en una época en que las asociaciones eran prohibidas por la ley.” (p. 68-69).
“Al enfrentarse cara
a cara con una evidente desigualdad legal, al impedírseles asociarse para la
negociación colectiva pacífica mientras se toleraba y aún se fomentaba la de
los empleadores, su «negociación colectiva mediante las revueltas» es el
concomitante directo de la demanda por los derechos civiles que se les han
negado, pese a la aceptación formal de su igualdad formal ante la ley.” (p.
69).
La lucha contra las
desigualdades legales es una nueva dimensión de la agitación social. (p. 69). En
especial se manifestó una creciente aversión hacia los cuestionamientos de
diversos intelectuales y de las clases medias hacia la respetabilidad popular.
(p. 70) (3)
En Inglaterra terminó por
imponerse “la idea de que es injusto privar al pueblo de sus derechos de
ciudadanía, ya que los trabajadores poseen tales derechos en virtud de su
aporte a la riqueza nacional” (p. 70).
Frente al rechazo de las
clases medias a la incorporación de los trabajadores a la ciudadanía, los socialistas
opusieron: “Esta concepción del «derecho a la subsistencia», con sus matices
tradicionales, la noción del «derecho de los trabajadores al producto total» y
la creencia de que todo trabajador apto tiene «derecho a trabajar» son los tres
derechos intrínsecos o naturales que se oponen a los contractualmente
adquiridos, los únicos que reconoce el sistema jurídico prevaleciente.” (p.
72).
En Inglaterra las protestas
de la clase baja tuvieron como objetivo el logro de la ciudadanía para los trabajadores.
Si bien hubo algunas explosiones violentas, el curso general del proceso fue
pacífico en comparación con el continente europeo. ¿Por qué? “Si la
modernización política de Inglaterra, pese a todos sus conflictos, siguió un
ritmo relativamente pacífico, una de las causas es, quizá, que durante gran
parte del siglo XIX ese país estaba a la vanguardia en la industrialización y
en la expansión de sus territorios de ultramar. Los obreros ingleses estaban en
condiciones de exigir que se les conceda el lugar que les correspondía en la
comunidad política de la primera nación del mundo.” (p. 72).
El debate nacional sobre la
incorporación de las clases bajas se efectuó en el marco del desarrollo
económico y empleando el lenguaje tradicional de la religión. Bendix sostiene
que “el sitio de prominencia ocupado por Inglaterra como potencia mundial y los
comunes antecedentes religiosos de los trabajadores pueden haber facilitado su
incorporación a la vida cívica, aunque el nuevo equilibrio nacional de derechos
y obligaciones no se alcanzó sin tropiezos.” (p. 72-73).
Bendix sintetiza así la
evolución inglesa: “Tocqueville ven en este período de transición una gran
amenaza revolucionaria. El señor sigue esperando servilismo pero se rehúsa a
hacerse responsable de sus servidores, al par que estos demandan igualdad de
derechos y se vuelven intratables. En el plano social, el caso de Inglaterra se
aproxima a este modelo. Muchos de los primeros empresarios ingleses rechazan,
sin duda, toda responsabilidad por sus empleados, pero esperan su obediencia;
rechazan toda interferencia del gobierno en la conducción de la empresa, pero
procuran hacerlo responsable de las consecuencias públicas infortunadas de sus
propios actos. Los funcionarios oficiales apoyan en muchos casos a los
empresarios porque la agitación truculenta les preocupa hondamente; más es
preciso hacer unas cuantas salvedades. Hay industriales que reconocen las
obligaciones tradicionales de la clase gobernante. Algunos magistrados adhieren
al principio de la no interferencia del Estado (incluso en las primeras décadas
del siglo XIX) con actitud de distanciamiento crítico. Por último, la exigencia
de igualdad de la incipiente clase obrera se vertió en un molde más o menos
conservador, en el sentido de que, en definitiva, no implicó más que el reclamo
de que se aceptara públicamente la igualdad de los ciudadanos. En otras
palabras: la sociedad inglesa demostró ser capaz de hacer lugar a la clase baja
en la comunidad política nacional como un participante igual a todos los
restantes, si bien incluso en Inglaterra esta evolución entrañó una lucha
prolongada, y la igualdad tal como hoy la entendemos, con todas sus
repercusiones, no se logró sino en forma paulatina.” (p. 75).
El punto siguiente se refiere
a las “Implicaciones teóricas” (pp. 75-78).
Bendix remarca que el
análisis esbozado en los párrafos anteriores se refiere exclusivamente al caso
de Inglaterra. Pero en el estudio comparativo del cambio social y político, la experiencia inglesa permite señalar
que tienen en común muchos otros casos. (p. 75-76).
En los países en los que no
existía una “comunidad política viable” o estaban muy atrasados desde el punto
de vista democrático e industrial respecto a Inglaterra y Francia, “la protesta
de clase baja puede pasar, de la exigencia de plena ciudadanía dentro de la
comunidad política prevaleciente, a la exigencia de que se modifique esa
comunidad para que la plena ciudadanía se vuelva posible.” (p. 76).
En este punto, Bendix
explicita sus diferencias con Marx. Este último remarca el papel de la
alienación de los trabajadores por “insatisfacciones creativas” [forma
rebuscada de referirse a la alienación respecto al trabajo analizada en los
Manuscritos de 1844]. Bendix hace hincapié en la alienación de los trabajadores
respecto a la comunidad política y afirma que a partir de ello es posible “ver
en conjunto dos movimientos de masas del siglo XIX, el socialismo y el
nacionalismo, a diferencia de Marx que explica el primero e ignora el segundo.”
(p. 76).
“El enfoque que aquí
proponemos no es una mera inversión de la teoría marxista. Marx concibe los
movimientos sociales del siglo XIX como protestas contra las privaciones
materiales y espirituales que el proceso capitalista contribuye a acumular, y
ve el anhelo fundamental de las masas por tener «satisfacciones creativas» en
una sociedad «buena». Yo interpreto tales movimientos como hechos políticos, y defino su carácter en
términos del contraste entre la comunidad política premoderna y la moderna.”
(p. 77).
El siglo XVIII constituye un
hiato en la historia de Europa Occidental. Antes de esa fecha, las masas no
podían ejercer sus derechos públicos; luego de ella, se convirtieron en
ciudadanos (participantes de la comunidad política). La era de la revolución democrática se extiende desde esa fecha hasta
la actualidad. (p. 77).
“…el problema de las clases
bajas en un Estado nacional moderno reside en el proceso político por el cual
se amplían y redefinen gradualmente, en el nivel de la comunidad nacional, los
derechos y deberes recíprocos. Es totalmente cierto que este proceso se ha
visto afectado en cada ocasión por fuerzas que emanaban de la estructura de la
sociedad; pero sostenemos que la distribución y redistribución de los derechos
y deberes no son meros subproductos de tales fuerzas, sino que en ellas influye
vitalmente la posición internacional del país, las concepciones acerca de la
distribución correcta en la comunidad nacional, así como también el toma y daca
de la lucha política.” (p. 77) (4).
Bendix señala su
coincidencia con Tocqueville: “Mis tesis armonizan con la importancia asignada
por Tocqueville a los derechos y obligaciones recíprocos como eje de la
comunidad política. En Europa, la creciente conciencia de la clase obrera
expresa, ante todo, una experiencia de alienación
política, o sea, el sentido de no ocupar una posición reconocida en la
comunidad cívica o de no tener una comunidad cívica en la cual participar. A
causa de que la participación política popular se ha vuelto posible por primera
vez en la historia europea la protesta de la clase baja contra el orden social
descansa (por lo menos en un comienzo) en los códigos de conducta
prevalecientes, y refleja por ende un espíritu conservador, aun en los casos en
que lleva a la violencia contra las personas y contra la propiedad. Más que ir
en busca de un nuevo orden social a la manera milenarista, las masas recién
politizadas protestan contra su ciudadanía de segunda categoría, y exigen
participar en términos de igualdad en la comunidad política del Estado
nacional. Si esta evaluación de los impulsos y anhelos a medias articulados que
caracterizaron gran parte de la agitación de las clases bajas de Europa
occidental es acertada, contaríamos con una clave para entender la decadencia
del socialismo, pues la posición cívica de estas clases ya no es un problema
primordial en aquellas sociedades que han logrado institucionalizar con éxito
la igualdad de los ciudadanos.” (p. 77-78).
La sección siguiente (“La
extensión de la ciudadanía a las clases bajas”, pp. 78-101) está dedicada al
análisis comparativo de la institucionalización de la igualdad de los
ciudadanos. (5)
Comienza planteando cuáles
son los “Elementos de la ciudadanía” (pp. 78-83).
La codificación de los
derechos y obligaciones de los ciudadanos es “un elemento nuclear de la
formación nacional”, pues en el Estado nacional cada ciudadano guarda una
relación directa con la autoridad soberana, a diferencia del feudalismo, en el
que sólo los grandes del reino mantenían esa relación. (p. 78).
En un principio se excluyó
de la ciudadanía a todas las
personas social y económicamente dependientes. Esta restricción se fue
reduciendo a la largo del siglo XIX. En Europa Occidental la integración en la
ciudadanía se distingue de lo ocurrido en el resto del mundo por la existencia
de las tradiciones comunes del Ständestaat
(Estado de estamentos). Cabe distinguir entre representación funcional,
o sea, hacer extensiva la ciudadanía a aquellos que estaban excluidos de ella
(6); y el principio plebiscitario, promulgado por la Revolución Francesa,
“según el cual debían eliminarse todos los poderes que mediaban entre el
individuo y el Estado (como los estamentos, las corporaciones, etc.) para que
todos los ciudadanos tuvieran, en su calidad de individuos, iguales derechos
ante la autoridad nacional soberana.” (p. 79) (7).
La ampliación de derechos se
llevó adelante por medio de transacciones entre el principio funcional y el
plebiscitario. (p. 79).
Bendix remite al ensayo Citizenship and social class (1950), de
T. H. Marshall, para la formulación de una tipología de los derechos. [Ver la
ficha correspondiente]. (8)
¿Cómo se desarrollaron los
derechos de ciudadanía?
En el principio, la igualdad
de derechos ante la ley. La igualdad jurídica gana espacio a expensas de los
privilegios hereditarios. Reconocimiento de la individualidad. Son beneficiados
los sectores inarticulados de la población. Pero, “ese incremento de la
igualdad legal va acompañado por la desigualdad social y económica” (p. 81). El
establecimiento de la igualdad jurídica barre con las medidas de protección
medievales (por ejemplo, los estatutos de las corporaciones) y no pone nada a
cambio: “por lo tanto, los prejuicios de clase y las desigualdades económicas
excluyen rápidamente a la vasta mayoría de la clase baja del goce de sus
derechos jurídicos.” (p. 81).
“El derecho del individuo a
establecer y defender sus libertades civiles básicas en igualdad con los demás
y mediante los procesos legales de rigor es un derecho formal, en el sentido de que se le garantizan facultades legales
sin ayudarlo en absoluto a hacer uso de tales facultades.” (p. 81). “En este
aspecto, la igualdad de ciudadanía y las desigualdades de clase social se
desarrollan juntas.” (p. 81). La igualdad jurídica beneficia a los hombres de
fortuna y no a los trabajadores pobres. Se genera la base de la agitación
política. “Ya no se busca únicamente la igualdad merced a la igualdad de
contrato sino merced al establecimiento de derechos sociales y políticos.” (p.
82).
A continuación se concentra
en “Un derecho civil fundamental: el derecho de asociación y organización” (pp.
83-89).
Bendix analiza aquí la incorporación cívica de las clases bajas.
(p. 83).
“Las decisiones vinculadas
con el derecho a la asociación y con
el derecho a recibir una educación formal
mínima son fundamentales, ya que
tales derechos establecer el marco para la incorporación de las clases bajas y
condicionan las estrategias y actividades de sus movimientos una vez que se les
permite formalmente tomar parte en la política.” (83).
Los derechos civiles
reconocen a cada persona la “facultad de intervenir como unidad independiente en la lucha económica.”
(p. 83). Pero traen aparejado el inconveniente de que reconocen únicamente a
los individuos que poseen medios para protegerse a sí mismos; por eso, la ley
sólo reconoce a los propietarios. Los no-propietarios, en cambio, eran
condenados por su fracaso en la lucha económica. “El principio abstracto de la
igualdad subyacente en el reconocimiento legal e ideológico del individuo independiente es a menudo la causa
directa de desigualdades gravemente acentuadas.” (p. 83). Así, se consideraba
al contrato salarial como un
contrato entre iguales, es decir, que empleador y trabajador estaban en iguales
condiciones de proteger sus derechos. De ahí que se rechazara el derecho a organizarse para negociar con
los empleadores. (p. 83).
Lo anterior generó un
conflicto jurídico: los derechos civiles comprenden los derechos de propiedad y
contrato, la libertad de palabra, de pensamiento y de fe, que incluyen la
libertad de unirse a otras personas en la prosecución de fines privados
legítimos. Estas libertades se fundan en el derecho de asociación (right
of association), principio legal aceptado por Francia, Inglaterra, Bélgica,
Holanda); sin embargo, esos países decidieron privar a sus trabajadores del derecho de organización (right of combination). Esa prohibición
no incluía el derecho a integrar asociaciones religiosas o políticas (). Inglaterra
es el país que fue más lejos en la sanción de leyes prohibitivas especiales
destinadas a eliminar las organizaciones obreras. (p. 84).
La combinación del
desarrollo económico acelerado y la decadencia del sistema medieval de
regulaciones corporativas hizo que se hicieran necesarias nuevas regulaciones.
Los países de Europa occidental respondieron con tres tipos de medidas. (p.
85).
A] Países escandinavos y
Suiza: mantuvieron la organización tradicional de los oficios hasta el período
moderno, preservaron el derecho de asociación y ampliaron la regulación legal
de las relaciones entre señores y servidores. “Esta variante representa, con
algunas modificaciones, el concepto medieval de libertad como privilegio, concepto que posibilita sin duda el
fortalecimiento legal de los ordenamientos sociales existentes.” (p. 85).
C] Política liberal: ejemplo clásico, Inglaterra. Mezcla de la
prohibición de las organizaciones obreras y el mantenimiento del derecho de
asociación en otras esferas. (p. 86).
“El derecho legal a crear
asociaciones combina el principio plebiscitario con el principio funcional.
Cuando todos los ciudadanos lo
poseen, estamos ante un caso de plebiscitarismo, en el sentido formal de que
todo el mundo goza de la misma capacidad legal para actuar. Sin embargo, en la
práctica solo ciertos grupos de ciudadanos aprovechan esa oportunidad, en tanto
que la gran mayoría permanece «desorganizada».” (p. 86).
El punto de quiebre que
permitió la legalización de las organizaciones
obreras fue la constitución de la sociedad
anónima. [Bendix sigue aquí el análisis de T. H. Marshall]. El
reconocimiento de los sindicatos significó para los derechos civiles el pasaje
de la representación de individuos a la de comunidades. (p. 88).
“La legalidad otorgada a los
sindicatos es un ejemplo de legislación habilitante. Ella les permite a los miembros de las clases
bajas organizarse y obtener de esa manera un poder de negociación equitativo,
que la igualdad legal formal impuesta previamente les había negado.” (p. 89).
Sin embargo, la organización
sindical termina beneficiando a sus miembros, en detrimento del resto de los
trabajadores que no se organizan. “Es así que el derecho a organizarse puede
ser utilizado para imponer reclamos vinculados con la participación en los
ingresos y beneficios, a expensas de los desorganizados y de los consumidores.”
(p. 89).
A continuación examina los derechos sociales (Un derecho social
fundamental: el derecho a la educación elemental, pp. 90-95).
El derecho a la educación elemental es análogo al derecho de
organización. Es inseparable del deber de asistir a la escuela. Su concreción
permite la realización de todos los demás derechos. Es probable que sea el
primer ejemplo de una prescripción mínima sancionada por todos los poderes del
Estado moderno.
“Como atributos de la
ciudadanía, los derechos sociales pueden considerarse beneficios que compensan
el consentimiento del individuo en ser gobernado por los agentes de su comunidad
política nacional y de acuerdo con sus reglas. Es importante advertir el
elemento de consentimiento o consenso que está en la raíz de la relación directa entre los órganos centrales
del Estado nacional y cada miembro de la comunidad. Pero al abordar el
examen de los derechos sociales, nos encontramos con que este principio plebiscitario
de la igualdad ante el Estado nacional soberano implica deberes además de
derechos. Cada individuo apto está obligado
a participar en los servicios que el Estado le proporciona.” (p. 90).
“El derecho a votar es
facultativo, en tanto que los beneficios de la asistencia escolar son
obligatorios; pero en ambos casos, se trata de principios igualitarios que
establecen una relación directa entre los órganos centrales del Estado nacional
y cada miembro de la comunidad, y esta relación directa es la que da
significado concreto a la ciudadanía nacional.”
(p. 90).
Luego, desarrolla: “Derechos
políticos: el sufragio y el voto secreto” (pp. 95-101).
Se plantea la tirantez entre
la orientación estamental y la orientación nacional. Esto se nota en los
debates legislativos sobre los derechos
de participación política: el derecho de actuar en calidad de
representante, el derecho a elegir representantes y el derecho de elección
independiente. (p. 95).
La condición básica del
proceso fue la unificación del sistema
nacional de representación. (p. 95). Al finalizar la Edad Media (y salvo el
caso de Inglaterra) la representación territorial cedía lugar a la representación estamental. Además, “solo
los jefes de familia económicamente independientes podían tomar parte en la
vida pública. Esta participación era un
derecho derivado, no de su pertenencia a una comunidad nacional, sino del
territorio y capital que poseían, o de su status dentro de corporaciones
funcionales legalmente definidas, como la nobleza, la Iglesia o los gremios de
mercaderes o artesanos. No existía la representación individual: los intereses
de las asambleas representaban intereses en juego reconocidos en el sistema, ya
fuera en forma de propiedades o de privilegios profesionales.” (p. 95).
La Revolución Francesa
modificó radicalmente la concepción de la representación: la unidad básica no
fue más ni la familia, ni la propiedad, ni la corporación; fue el ciudadano individual. (p. 95). La
representación se canalizó a través de una asamblea
nacional unificada de legisladores. (p. 96).
Se emplearon cinco series de
criterios para limitar el sufragio:
v Criterios
estamentales tradicionales:
restricción del sufragio a los jefes de familia dentro de cada grupo de status
definido por la ley.
v Régime censitaire:
restricciones basadas en el valor de la tierra, el capital o el monto de los
impuestos anuales.
v Régime capacitaire:
restricciones fundadas en el grado de instrucción, la educación formal.
v Criterios
de responsabilidad familiar:
restricción a los jefes de familias residentes en fincas de su propiedad.
v Criterios
de residencia: restricción a los
residentes desde cierto tiempo en una comunidad local.
El ingreso de las clases
bajas planteó problemas para la administración
de las elecciones. “En lo sociológico, el más importante es la salvaguardia
de la independencia de la decisión
electoral del individuo.” (p. 100). La imposición del voto secreto “es, en
esencia, una apelación a la mentalidad liberal urbana: es un elemento más de la
cultura anónima y privatizada de la ciudad que describió Georg Simmel. El
factor decisivo, empero, es la aparición de los votos de la clase baja como un
elemento de política nacional, así como la necesidad de neutralizar a las
peligrosas organizaciones de la clase obrera: las providencias tomadas para que
el voto sea secreto no sólo aíslan al trabajador de sus superiores sino también
de sus pares. (…) parece probable que, allí donde exista un monto mínimo de
comunicación entre las clases, aquel reduce la posibilidad de que la vida
política se polarice sobre la base de la clase social.” (p. 101).
“…el voto secreto
representa el principio nacional y plebiscitario de integración cívica, en
contraste con las organizaciones de la clase obrera, que ejemplifican el
principio de la representación funcional. (…) La cláusula del voto secreto
coloca al individuo frente a una elección personal y le confiere, siquiera
temporariamente, independencia respecto a su ambiente inmediato: en el cuarto
oscuro puede ser un ciudadano nacional. Ello posibilita a la masa inarticulada
escapar a las presiones políticas partidarias y a la vez hace recaer en los
activistas del movimiento obrero el peso de la visibilidad política. En
términos sociológicos, podemos afirmar (…) que el sistema electoral nacional
abre canales para la expresión de las lealtades secretas, mientras que la lucha
política obliga al activista de un partido a sacar a luz sus opiniones y
exponerse a las censuras cuando se aparta del «orden establecido».” (p. 101).
Consideraciones finales (pp.
102-104).
Bendix sintetiza la
argumentación: “La extensión de la ciudadanía a las clases bajas de Europa
occidental puede ser observada desde diversos puntos de vista complementarios.
En su comparación de la estructura política medieval con la moderna, el
análisis ejemplifica las tendencias simultáneas hacia la igualdad y hacia la
creación de una autoridad gubernamental de alcances nacionales. Típicamente, la
constitución del Estado nacional moderno es la fuente originaria de los
derechos de ciudadanía, y estos derechos un signo de igualdad nacional. La propia
política se ha extendido ahora a todo el ámbito nacional, y las «clases bajas»
tienen la oportunidad de participar en forma activa.” (p. 102).
NB: “De acuerdo con la idea
plebiscitaria, todos los individuos adultos deben gozar de iguales derechos
bajo un gobierno nacional; de acuerdo con la idea funcional, se acepta que los
individuos se unan por diferentes motivos, y que haya ciertas formas de representación
colectiva.” (p. 102).
“…la extensión de la
ciudadanía a las clases bajas implica, en muchos niveles, una
institucionalización de criterios abstractos de igualdad que da origen a nuevas
desigualdades y a nuevas medidas para hacer frente a tales secuelas
colaterales.” (p. 104).
Villa del Parque,
viernes 13 de mayo de 2016
NOTAS:
(1) La
expresión pertenece a Alexis de Tocqueville (1805-1859). Bendix escribe que “la
vida política medieval se funda en el lazo existente entre el rango hereditario
o espiritual en la sociedad, el control de la tierra como principal recurso
económico y el ejercicio de la autoridad pública.” (p. 61).
(2) “Los
subordinados tienen una capacidad de raciocinio que los lleva a cooperar o
negarse a cooperar en diversos grados, y esto introduce importantes variables
en toda pauta establecida de autoridad.” (p. 62).
(3) Bendix
sostiene que durante este período de transición el pueblo experimentó muchas
vacilaciones. “Parece haber alternado entre la insistencia en los antiguos
derechos y los violentos levantamientos contra las causas más notorias de la
opresión, entre la afirmación de su respetabilidad y el clamor por una
revolución sangrienta, entre la propuesta de reformas concretas y una
sorprendente gama de planes utópicos.” (p. 69-70). Emplea la caracterización de
Tocqueville, quien escribió en La
democracia en América “casi siempre sobreviene una época en que la mente de
los hombres fluctúa entre la noción aristocrática de sometimiento y la noción
democrática de obediencia. Esta última pierde entonces importancia moral ante
los ojos de quien obedece, que ya no la considera como una especie de
obligación divina, pero aún no la concibe en sus aspectos puramente humanos;
para él no presenta ninguna característica de santidad o justicia, y se somete
a ella como a una situación degradante pero que reporta beneficios.” (p. 70).
(4) Bendix
desarrolla en nota al pie los puntos en que su enfoque difiere del marxismo.
Así, el materialismo histórico postula que “la política y el Estado sin
variables dependientes de la cambiante organización de la producción. El
marxismo no llega a abordar la cuestión de la autonomía relativa de las
acciones del Estado ni la existencia continua de comunidades políticas
nacionales. También difiere del enfoque sociológico de la política y de las
instituciones formales, que interpreta la primera como un mero subproducto de
la interacción de los individuos, y las segundas como la «caparazón exterior»,
dentro de la cual las interacciones proporcionan la clave para una comprensión
realista de la vida social.” (p. 77).
(5) Fue
escrita en colaboración con el doctor Stein Rokkan, del Instituto Christian
Michelsen, Bergen, Noruega. Bajo el término clases bajas se alude a la categoría (…) integrada por todos
aquellos que han sido excluidos de la participación directa o indirecta en los
procesos políticos de toma de decisiones dentro de la comunidad.” (p. 78).
(6) El
término “función” se refiere a todo
tipo de actividad que se considera propia de un estamento (en el sistema
político medieval). “Empleado con mayor amplitud, designa actividades, o derechos y obligaciones, específicas de un grupo.
Como tal comprende tanto la observación de determinada conducta cuanto los
mandatos éticos sobre lo que se estima correcto.” (p. 79).
(7) El
término “plebiscito” designa “a la
votación directa, sobre un importante problema público, de todos los electores
calificados de una comunidad. Cuanto más amplia es la comunidad, menores
son los requisitos estipulados para los electores, y, por consiguiente, cuanto mayor es el número de sujetos que
mantienen relación directa con la autoridad pública, mayor será también el
conflicto del principio plebiscitario con el funcional.” (p. 79).
(8) Marshall
distingue entre derechos civiles, derechos políticos y derechos sociales, a los que
corresponden cuatro grupos de instituciones públicas: los tribunales, los organismos
representativos locales y nacionales, los servicios locales y las escuelas.
(p. 80).
Un muy útil texto en estos tiempos donde poco se piensa y se cree que la indignación es un sustituto suficiente.
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario. Y si, la indignación y la rabia, por sí solas, no son eficaces para transformar las instituciones existentes. Hace falta el estudio sistemático de la organización social para comprenderla y actuar así con eficacia. Saludos,
ResponderEliminarAgradezco su respuesta. Pensé que mi comentario se perdería en el enredo de la Web.
ResponderEliminarGracias por el Texto, muy claro y bien explicado para mi trabajo práctico de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la ciudad de Santa Fé. Argentina.
ResponderEliminarSaludos.
Lucas, muchas gracias por el comentario. Saludos,
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