“A menudo la
respuesta sólo puede consistir en la crítica del problema
y la solución sólo puede encontrarse negando
el problema mismo.”
Karl Marx
La burguesía piensa
de manera fragmentada la sociedad. Basta con revisar una Guía del Estudiante para visualizar cómo concibe la clase dominante
en el capitalismo a la organización social: la sociedad es un número de
compartimentos separados unos de otros, cada uno de los cuales es estudiado por
una ciencia social específica. El auge del individualismo refuerza esta
reticencia de la burguesía hacia la totalidad social. Sólo en situaciones de
crisis los intelectuales del capitalismo procuran remontarse a la totalidad
(Ejemplos: Durkheim y Weber en la sociología clásica; Keynes en la teoría económica),
pero aún en esos casos enfrentan la desconfianza de la mayoría de su clase. No
es este el lugar para explicar dicha incapacidad de la burguesía; basta con
indicar que la fragmentación le resulta útil al momento de eludir la cuestión
de la explotación de los trabajadores, tal como veremos más adelante.
El caso de la clase
trabajadora es diferente. Por supuesto, en épocas normales el grueso de los
integrantes de la clase adopta el punto de vista de la burguesía. Así, los
sindicatos se dedican a negociar el precio de venta de la fuerza de trabajo sin
cuestionar el sistema social que genera la relación asalariada. Para hacerlo
mejor es conveniente limitarse a pensar que los trabajadores cumplen una
función particular en la sociedad (importante, necesaria, bla, bla, bla) y no
mentar nada parecido a la explotación. Para este tipo de sindicalismo, la
fragmentación de lo social es un bien preciado (también las teorías
organicistas de la sociedad, pero eso es tema para otro artículo).
No obstante lo
anterior, aún en épocas como la nuestra, en que la clase obrera se encuentra a
la defensiva, una parte de los trabajadores se resiste a quedar encerrada en
los límites del capitalismo. Eso los lleva a cuestionar las bases mismas de la
organización capitalista (la propiedad privada de los medios de producción).
Para poder hacerlo de manera consecuente requieren de una concepción de la
totalidad social. Este es el punto de encuentro entre la política de los
trabajadores y el marxismo en tanto teoría de la sociedad.
El Capital (1867)
es una obra esencialmente política. No hay nada novedoso en esta afirmación,
pero resulta un tanto extraña en un tiempo en que la producción académica sobre
temas sociales se caracteriza por banalizar todas las cuestiones. Fragmentación
y banalización son las notas dominantes en las ciencias sociales. El Capital propone una visión
completamente diferente de lo social, siendo su relación con las luchas de los
trabajadores la clave para comprender esa diferencia. La aplicación del método
dialéctico al análisis del proceso económico responde a la necesidad de
construir una ciencia de la totalidad social, que supere los enfoques
fragmentarios propios de las ciencias sociales. La lucha de la clase
trabajadora contra el capitalismo requiere como condición la formulación de una
teoría del capitalismo en tanto sistema. Dicha teoría permite la ruptura con
los planteos reformistas, que se basan en desgajar tal o cual aspecto del sistema
total que es el capitalismo, considerando que ese aspecto es responsable de
todos los males del sistema. Por ejemplo, las críticas recurrentes a los
bancos, a los que se achaca la culpa de las continuas crisis en el capitalismo
contemporáneo, se basan en la mencionada concepción fragmentaria de lo social.
Así, cada una de las propuestas de reformar al capitalismo parte de la
hipótesis de que es posible separar ese aspecto que se debe reformar de su “conexión
interna” con el sistema en su conjunto.
Los Grundrisse, si se deja de lado la
introducción metodológica (conocida como Einleitung),
comienzan con una crítica de un libro de Alfred Darimon sobre la reforma de los
bancos (1856). Darimon era un seguidor de las ideas de Proudhon, autor éste con
quien Marx seguía debatiendo desde la época de la Miseria de la filosofía (1847). Darimon no le llega ni a los
talones, pero supo plantear de un modo claro el punto de vista proudhoniano
sobre el tema bancario. Darimon afirma que el sistema bancario, con su política
de promover la circulación de oro y plata, no favorece las necesidades de la
circulación y constituye, por tanto, un freno a la economía. La solución pasa
por la abolición del fondo en metal (oro y plata) y su reemplazo por billetes
emitidos por el banco; esa reforma, sumada a la intervención de los bancos
sobre la economía (favoreciendo el crédito, etc.), modificaría radicalmente las
condiciones de producción.
Marx somete el
planteo de Darimon a una crítica minuciosa. No obstante, el núcleo de su
crítica no está en los detalles, sino en la refutación de la concepción que
subyace a la propuesta de Darimon. El párrafo clave es el siguiente:
“Hemos llegado aquí al
problema fundamental, que no tiene ya vinculación con el punto de partida. El
problema, se dice, es de naturaleza general: ¿es posible revolucionar las
relaciones de producción existentes y las relaciones de distribución a ellas
correspondientes mediante una transformación del instrumento de circulación, es
decir, transformando la organización de la circulación? Además: ¿es posible
emprender una transformación tal de la circulación sin afectar las relaciones
de producción y las relaciones sociales que reposan sobre ellas? Si toda
transformación en tal sentido de la circulación requiriese a su vez como
supuesto previo transformaciones de las otras condiciones de producción y
sacudimientos sociales, es evidente que esto refutaría a priori tal doctrina,
que propone realizar malabarismos en materia de circulación precisamente para evitar, por un lado, el carácter
violento de las transformaciones, y por el otro, para hacer de estas transformaciones
mismas no un supuesto, sino viceversa un resultado gradual de la transformación
de la circulación. Bastaría la falsedad de esa premisa fundamental para
demostrar una incomprensión igual de la conexión interna de las relaciones de
producción, de distribución y de circulación.” (p. 45).
El eje del argumento
reside en la noción de “conexión interna”. En ella confluyen la dialéctica como
método de investigación y la política autónoma de la clase obrera. Como es
sabido, Marx sostiene que el proceso de producción es la clave para comprender
la organización social, pero dicho proceso es concebido como un conjunto de
relaciones sociales y no como una combinación técnica de factores. El punto es
fundamental. Si la producción es una combinación más o menos eficiente de
factores (medios de producción, trabajo, etc.), se vuelve más sencillo
abstraerla del resto de las condiciones sociales. Los medios de producción son
“naturalmente” capital, sin que sea pertinente la pregunta de qué condiciones
sociales se requieren para que funcionen como tal. De este modo, la propiedad
queda excluida del proceso de producción; es, a lo sumo, una condición del
mismo, que no se ve modificada por éste. El empresario es propietario de los
medios de producción, esto lo faculta para dirigir el proceso, pero ahí termina
el papel de la propiedad. El empresario dirige la organización de los factores,
eligiendo el procedimiento más eficiente para producir y obtener ganancias. No
existe otra relación entre propiedad y producción. Es, pues, una relación
externa al proceso laboral. Lo mismo puede decirse respecto al Estado. Éste es
el terreno fértil para fragmentar el objeto de la teoría social y para imaginar
reformas que modifiquen los rasgos más atroces del capitalismo sin cambiar al
sistema social. En este sentido puede afirmarse que las ciencias sociales son
reformistas, pues se basan en la mentada fragmentación de la sociedad. Al
respecto, hay que tener presente que todo conservador consecuente (y las
ciencias sociales tienen por objetivo preservar la sociedad capitalista) es
siempre reformista, pues es consciente de que es preciso cambiar algo para que
nada cambie.(2)
Al concebir el
proceso de producción como un conjunto de relaciones sociales en “conexión
interna” con las relaciones de distribución y de circulación, Marx rompe con el
esquema de pensamiento propio de las ciencias sociales. La propiedad es la
condición y el resultado del proceso, no un factor externo al mismo. Es
resultado porque la propiedad se actualiza constantemente como relación social
en el proceso de producción. La “conexión interna” indica que todas estas
relaciones constituyen la totalidad social, y que cada una de ellas tiene
sentido sólo en función del conjunto. Si, como lo hace Darimon, se pretende
reformar el sistema bancario como medio para lograr una reforma total de la
propiedad, el resultado será insignificante, pues la reforma ignora que ese
sistema está moldeado a imagen y semejanza de la producción capitalista.
En palabras de Marx,
“sería necesario examinar
(…) si las distintas formas civilizadas del dinero – moneda metálica, papel
moneda, moneda de crédito, moneda de trabajo (como forma socialista) – pueden
lograr lo que se pretende de ellas sin suprimir la relación misma de producción
expresada en la categoría dinero y preguntarse luego si no es por otra parte
una exigencia que se niega a sí misma el querer prescindir, a través de la
transformación formal de una relación, de las condiciones esenciales de la
misma. Las distintas formas del dinero pueden también corresponder mejor a la
producción social en los distintos niveles; una puede eliminar inconvenientes
para los cuales otra no está madura; pero mientras ellas sigan siendo forma del
dinero y mientras el dinero permanezca como una relación de producción
esencial, ninguna puede suprimir las contradicciones inherentes a la relación
del dinero; cuanto más una forma puede representarlas de modo diferente que
otra.” (p. 46).
Las ciencias sociales
y el reformismo comparten la misma posición epistemológica: la sociedad debe
abordarse de manera fragmentada, procurando ignorar o dejando en segundo plano
la cuestión de la totalidad. Por eso no es casualidad que Marx comience su
primera versión de El Capital, con
una discusión de las ideas del proudhonista Darimon. Para Marx, la crítica de
la ciencia burguesa y la crítica de la política del reformismo eran
inseparables.
Villa del Parque,
sábado 17 de octubre de 2015
NOTAS:
(1)
Marx,
Karl. (1997). Elementos fundamentales
para una crítica de la economía política: Borrador 1857-1858. México D. F.:
Siglo XXI. (Traducción española por Pedro Scaron).
(2)
“Si
queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.” (Tomasi de
Lampedusa, Giuseppe, El gatopardo,
Barcelona, Noguer, 1963, p. 40.