domingo, 9 de agosto de 2015

ENGELS Y LA CONCEPCIÓN JURÍDICA DEL MUNDO




NOTA BIBLIOGRÁFICA:
Para la redacción de estas notas utilicé la traducción española de la edición en inglés preparada por el Instituto de Marxismo Leninismo (1955): Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1959). Sobre la religión. Buenos Aires: Cartago. (pp. 231-234). Todos los libros tienen su historia. En este caso, el ejemplar que tengo en mis manos perteneció a mi abuelo materno, republicano convicto y confeso que pasó su vida en Argentina aborreciendo a Franco, a los curas y a los empresarios. Mi abuelo murió cuando yo tenía poco más de tres años, pero bastó ese tiempo para tenerlo siempre en el recuerdo.
En la traducción mencionada se utiliza el término “jurística” y sus derivados. Dado que la Real Academia Española no reconoce su uso, he optado por usar la palabra “jurídica” en su reemplazo.

Leer a Engels siempre es un placer, aún en el caso de escritos periodísticos o de coyuntura. Engels es un maestro de la síntesis y de la sencillez para exponer ideas complejas. Estas cualidades jugaron un papel importante en la difusión del marxismo en las dos últimas décadas del siglo XIX. La obra de Engels ha sido muchas veces rebajada al lugar de la divulgación (¡Cómo si la divulgación no fuera fundamental para una corriente política como el marxismo, que se propone algo más que interpretar el mundo!); pero lo cierto es que un examen atento de sus escritos muestra lo notable de su contribución al desarrollo del marxismo. Engels no es Marx, pero la teoría de Marx no hubiera llegado a ser lo que es sin Engels.

A modo de ejemplo, podemos considerar el artículo “Socialismo de juristas”, publicado en 1887 en la revista teórica de la socialdemocracia alemana DIE NEUE ZEIT. Engels aborda allí la cuestión de la ideología y su relación con la lucha de clases y el Estado.

El artículo gira en torno a la noción de concepción del mundo, examinando su papel en el feudalismo y el capitalismo. Engels reconoce que en la Edad Media la unidad del mundo europeo se soldó en torno al cristianismo. Sin embargo, esto no implica afirmar que la ideología es la fuerza que da forma a la sociedad; para distinguir el papel que juega la ideología es preciso comenzar por ubicar cada ideología concreta en un marco histórico determinado, que da sentido a ésta:

“Esta soldadura teológica no se realizó sólo en el plano de las ideas; existía en la realidad, y no sólo en el Papa, su centro monárquico, sino sobre todo en la iglesia feudal y jerárquicamente organizada, dueña de la tercera parte, aproximadamente, de la tierra en todos los países, y que ocupaba una posición de tremendo poderío en la organización feudal. La Iglesia, con su posesión feudal de la tierra, era el verdadero vínculo entre los distintos países; la organización feudal de la Iglesia proporcionó consagración religiosa al secular sistema estatal feudal. Además el clero era la única clase educada. Por lo tanto era natural que el dogma de la Iglesia fuese el punto de partida y la base de todo el pensamiento.” (p. 231).

En otras palabras, el papel de la Iglesia no era consecuencia de la ideología católica, sino que esa ideología tomaba su fuerza de la posición material que ocupaba la Iglesia en la sociedad feudal. La ideología no gira en el vacío, no constituye una fuerza independiente del conjunto de relaciones sociales. Sin embargo, rechazar la tesis de la autonomía absoluta de la ideología no significa descartar el peso de la misma en la lucha de clases. Al describir la importancia de la ideología cristiana en la lucha de la burguesía contra el feudalismo, Engels da un ejemplo de la persistencia de las construcciones ideológicas, y de cómo éstas pueden ser resignificadas por nuevos grupos sociales.

“Pero en el útero del feudalismo se desarrollaba el poder de la burguesía. (…) La concepción católica del mundo, modelada según el esquema del feudalismo, no era ya adecuada para esa nueva clase y para sus condiciones de producción e intercambio. Ello no obstante, esta nueva clase permaneció durante largo tiempo cautiva de los grilletes de la todopoderosa teología. Del siglo XIII al XVII, todas las reformas y las luchas realizadas bajo lemas religiosos y vinculadas a ellas, no fueron, en el plano teórico, otra cosa que repetidos intentos de los burgueses y plebeyos de las ciudades – y de los campesinos que se habían vuelto rebeldes en contacto con ambos -, de adaptar la antigua concepción teológica del mundo a las nuevas condiciones económicas y a las condiciones de vida de la nueva clase.” (p. 231-232).

Más allá de que la afirmación de Engels es esquemática (¿podría ser de otra manera, tratándose de un artículo breve?) y precisa ser matizada, el hecho mismo de la persistencia de la concepción católica del mundo y su reaparición en los movimientos revolucionarios, muestra a las claras el reconocimiento tanto del poder de la ideología, como de las dificultades para construir una nueva concepción del mundo, acorde con las necesidades de los nuevos grupos sociales. Dicha dificultad se entronca, por supuesto, con el problema de los intelectuales; más concretamente, con el problema de cómo una nueva clase se da los intelectuales que precisa para elaborar su propia concepción del mundo. De la exposición de Engels parece deducirse que la clase en ascenso no está en condiciones de ejercer la dominación hasta que no es capaz de formular su propia concepción del mundo.

El núcleo del artículo consiste en la presentación de los rasgos principales de la concepción jurídica del mundo, ideología de la burguesía que vino a reemplazar a la concepción católica del mundo. Engels la describe así:

“Fue la secularización de la concepción teológica. El derecho humano ocupó el lugar del dogma, del derecho divino; el Estado ocupó el lugar de la iglesia. Las condiciones económicas y sociales, que anteriormente se pensaba que habían sido creadas por la iglesia y el dogma, ya que habían sido aprobadas por la iglesia, fueron consideradas entonces como basadas en el derecho y creadas por el Estado. Como el intercambio de mercancías en escala social y en pleno desarrollo – especialmente a través de los adelantos y el crédito – produce complicadas relaciones contractuales, y por consiguiente exige reglas aplicables en términos generales, que sólo pueden ser dictadas por la comunidad – normas de derecho determinadas por el Estado -, se imaginó que tales normas de derecho surgían, no de los hechos económicos, sino de su establecimiento formal por el Estado. Y como la competencia, forma básica del comercio de los productores libres de mercancías, es el máximo igualizador, la igualdad ante la ley se convirtió en el principal grito de combate de la burguesía. El hecho de que la lucha de esta nueva clase contra los señores feudales, y contra la monarquía absoluta que protegía a éstos tuviese que ser, como todas la luchas políticas, una lucha por el poder del Estado, y que tuvieses que librarse sobre la base de exigencias jurídicas, contribuyó a fortalecer la concepción jurídica.” (p. 232).

En el párrafo que hemos reproducido, Engels realiza una serie de importantes afirmaciones. En primer lugar, en el terreno de la ideología se verifica corrobora una vez más un principio que se manifiesta en diversos ámbitos: nada surge de la nada, sino que todo se desarrolla a partir de elementos ya existentes; en el caso particular de la concepción burguesa del mundo, la misma se plasmó a partir de la concepción católica del mundo. En este sentido, es significativo que Engels considere que el Estado burgués ocupa el lugar de la Iglesia. Esta idea nos parece fructífera, en la medida en que permite entender el desplazamiento de lo sagrado desde la esfera religiosa a la secular. En segundo término, Engels enfatiza cómo el Estado convierte las relaciones sociales que son producto de las luchas entre individuos y grupos sociales, en una creación estatal (a través del Derecho). Así como en el plano económico, las relaciones entre las personas aparecen como relaciones entre cosas (fetichismo de la mercancía), en el plano político las relaciones entre individuos se presentan como creaciones del Derecho (fetichismo jurídico). En tercer término, Engels explica la ideología burguesa a partir de las relaciones sociales, y no a la inversa, siguiendo el mismo procedimiento adoptado para el análisis del feudalismo. Como señalamos más arriba, la ideología sólo puede comprenderse a partir de su ubicación en la totalidad de las relaciones sociales.

Además de lo anterior, Engels sostiene que las luchas políticas son luchas por el control del Estado y que, en el caso específico de la burguesía en su período revolucionario, se trató de luchas que giraban en torno a exigencias jurídicas, hecho que contribuyó a reforzar la influencia del fetichismo jurídico en el pensamiento político.

Engels dedica la parte final del artículo a mostrar cómo la clase obrera, en los comienzos de su lucha contra el capitalismo, adoptó la concepción jurídica de la burguesía.

“El proletariado se apoderó al comienzo de la concepción jurídica de su oponente y buscó en ella las armas contra la burguesía. Los primeros elementos del partido proletario, así como los representantes teóricos de éste, se mantuvieron totalmente en el «terreno jurídico del derecho», siendo la única distinción la de que construyeron para sí un terreno distinto del «derecho» que aquel con que contaba la burguesía. Por una parte la exigencia de igualdad fue ampliada de modo que la igualdad en el derecho fue completada con la igualdad social. Por la otra, de la proposición de Adam Smith, de que el trabajo es la fuente de todas las riquezas, en tanto que el producto del trabajo tiene que ser compartido con el terrateniente y el capitalista, se extrajo la conclusión de que esta división del producto era injusto y que debía ser abolida o modificada en favor del trabajador.” (p. 233).

Otra vez se verifica el principio de que el pensamiento construye a partir de elementos anteriores. El socialismo constituyó así, en sus orígenes, una versión radical del pensamiento burgués. Al hacer esto, mostró en la práctica las limitaciones de dicho pensamiento, su incapacidad para garantizar la libertad y la igualdad entre los seres humanos. Engels señala con perspicacia que los socialistas utópicos comprendieron estas limitaciones y, por ello, abandonaron la lucha política para concentrarse en el terreno de la elaboración de planes de reformas destinados a una sociedad ideal. Se planteó así un callejón sin salida para el movimiento socialista: de un lado, los seguidores de la concepción jurídica, que proponían la acción política dentro de los marcos ideológicos de la sociedad burguesa; del otro, los utopistas que negaban la acción política.

“La exigencia del producto total del trabajo, así como la de la igualdad, se perdieron en contradicciones insolubles en cuanto fueron formuladas en forma jurídicamente detallada y dejaron más o menos intacto el meollo del problema: la transformación del modo de producción. El rechazo de la lucha política por los grandes utopistas fue al mismo tiempo el rechazo de la lucha de clases, es decir, de la única forma de actividad de la clase cuyos intereses representaban. Ambas concepciones hacían abstracción de los antecedentes históricos a que debían su existencia; ambas apelaban a los sentimientos: unas al sentimiento de justicia, otras al de humanidad. Ambas revestían sus exigencias con las formas de piadosos deseos acerca de los cuales no se podía decir por qué habían de ser cumplidos en ese momento y no mil años antes o después.” (pp. 233-234).

Engels afirma, a continuación, que:

“La clase obrera, que con el paso del modo de producción feudal al modo capitalista fue despojada de toda propiedad de los medios de producción, y que gracias al mecanismo del modo capitalista de producción es engendrada continuamente en ese estado hereditario de desposeimiento, no puede encontrar en la ilusión jurídica de la burguesía una expresión exhaustiva de sus condiciones de vida. Sólo puede conocer esas condiciones de vida, plenamente y por sí misma, si contempla las cosas en su realidad, sin vidrios jurídicamente coloreados.” (p. 234).

La respuesta al problema es el desarrollo de la concepción proletaria del mundo, elaborada por Marx. Esta solución no deja de ser problemática. Ante todo, no quedan claras las razones por las que la clase obrera no puede seguir atada a la concepción burguesa. Engels deja de lado aquí la posibilidad de concesiones de la burguesía a la clase obrera, cuestión que modifica que radical desposesión a que alude nuestro autor. Pero, y en esto se da de bruces con el resto del artículo, Engels subestima la eficacia del fetichismo jurídico, su capacidad para convertir a la lucha de clases en un “conflicto legal”. Cuando sostiene que Marx “ofreció la concepción del mundo correspondiente a las condiciones de vida y de lucha del proletariado” (p. 234), pasa por alto que la forma que asumen las relaciones sociales bajo el capitalismo (su cosificación) recrea permanentemente la vigencia del fetichismo jurídico. A diferencia de lo expuesto aquí por Engels, pensamos que si el marxismo logra imponerse como ideología de la clase obrera, será por medio de una lucha encarnizada contra la ideología burguesa, parte de la lucha de clases más general entre capital y trabajo.


Villa del Parque, domingo 9 de agosto de 2015

2 comentarios:

  1. Un muy buen estímulo para pensar tu artículo, Ariel
    Y es clave lo que vos concluís, como la pista que da Engels sobre el porqué el proletariado no ha podido aún realizar su revolución victoriosa y mantenerla.
    Engels dice que “El proletariado se apoderó al comienzo de la concepción jurídica de su oponente y buscó en ella las armas contra la burguesía." y está claro que con las armas -ideología, política, programa- de la burguesía no se puede ni romper ni terminar con ella. Era lógico en un primer momento, pero no 150 años después.
    Si vos te fijás, la mayoría de los programas, políticas y consignas de la izquierda se limitan a variaciones de las consignas de la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad, poder del pueblo, justicia social (un salario justo, un salario digno, trabajo, etc. No han roto con las concepciones de la burguesía y así no se consigue la independencia de clase.
    Es más, el arma más extrema y radicalizada de la burguesía en lo ideológico y en su propuesta política era la democracia. Y dentro de ella es imposible realizar ningún cambio contra las relaciones de producción capitalista. Cuanto más se puede pasar de una propiedad individual a una estatal, pero en ambos casos capitalista.
    Y esa democracia, como vos bien decís para el catolicismo, no descansa en la mera ideología, sino en las relaciones materiales, en las relaciones de producción mercantiles, que necesitan hombres (y mujeres) libres, sin ningún tipo de atadura, que puedan circular, que tengan la capacidad de comprar y vender, pues deben estar capacitados para vender su fuerza de trabajo. Y se ha logrado, gracias a las ideas de la socialdemocracia y sus continuadores, y al sindicalismo, que la clase obrera se autoidentifique como una propietaria de una mercancía, su capacidad de trabajo, que debe organizarse y luchar para vender mejor su mercancía, lo que también la hace "interesada" (leer sometida) en mantener el mercado, el sistema de propiedad, todo, en vez de plantearse que lo que debe cuestionar es el derecho burgués (obviamente y la propiedad en la cual se asienta) mediante el cual aquel que le compra su mercancía, es decir, su capacidad de trabajo, tiene el derecho de quedarse con el fruto de su trabajo. Por eso Marx y Engels insistieron en que la consigna de "un trabajo justo por una jornada justa" debía ser reemplazada por "la abolición del sistema de trabajo asalariado". Muy pocos años de que Engels escribiera el artículo que comentás, en 1881, escribiría una serie de artículos dirigidos a la clase obrera: Los artículos en "The Labour Standard" donde cuestiona esa vieja consigna e incluso cuestiona los sindicatos por no ir contra el sistema del salario, y plantea con claridad que no es la subida o la bajada de los salarios lo que constituye la degradación económica de la clase obrera: esta degradación viene dada por el hecho de que en vez de recibir, a cambio de su trabajo, el producto total de este, la clase obrera tienen que contentarse con una porción de su propio producto llamada salario" y sigue pero no voy a alargar esto demasiado. Lo que sí queda claro en tu artículo que desde esas concepciones jurídicas, politicas, ideologicas, no existe ninguna posibilidad de cambio revolucionario, ni siquiera de que el proletariado incremente su fuerza contra la burguesía. Aníbal

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  2. Anibal:

    Como suelo hacer últimamente, postergué enormemente la respuesta a tu comentario. Alegar razones personales no es excusa, así que redacto unas líneas para no demorar más la cuestión. Por supuesto, va con la respuesta un pedido de disculpas. En primer lugar, muchas gracias por tomarse el trabajo de escribir un comentario tan extenso y fundamentado. En segundo lugar, y yendo al fondo de la cuestión, coincido con vos en que buena parte de la izquierda se mueve dentro de las reglas de juego de la burguesía, siendo la democracia la más importante de éstas. Estoy de acuerdo también en que hay que buscar las raíces de este problema en cuestiones materiales, no sólo en el nivel de la ideología (es decir, el bloqueo de la izquierda no es, únicamente, el producto de la acción ideológica de la burguesía). La imposibilidad de la izquierda de saltar la barrera de las concepciones capitalistas es consecuencia, en buena pedida, de las formas peculiares que asume la organización del trabajo en el capitalismo. La libertad jurídica de los trabajadores en el plano de las relaciones laborales y la igualdad jurídica de los individuos que intervienen en el mercado, tienen su correlato en el concepto de ciudadano (todos ellos libres e iguales entre sí en el plano de los derechos políticos). Así, la condición de trabajador queda diluida en las identidades del ciudadano y del consumidor que va al mercado. Además, el hecho de que el Estado ejerza la representación de los intereses generales de la burguesía, obliga a éste a enfrentar a algunas fracciones de la burguesía. Al hacer esto, aparece (es apariencia, pero tiene eficacia) como el representante de los intereses de toda la sociedad. Si a esto se le suma la capacidad más o menos importante de realizar concesiones a la clase trabajadora, se entiende el poder que tiene el Estado para obturar el desarrollo de la conciencia socialista. Por último, coincido en que el socialismo debe luchar por la abolición del régimen del trabajo asalariado y no por mejorar las condiciones de venta de la fuerza de trabajo (aunque también deba ocuparse de esto último en lo cotidiano). Saludos, Ariel

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