Ricardo Forster escribe un
artículo ("La cuestión Milani", Página/12, 5/01/2014) sobre el debate suscitado
en torno al ascenso de César Milani,
actual jefe del Estado Mayor del Ejército argentino, al cargo de teniente
general. Forster, devenido “filósofo oficial” del kirchnerismo, realiza la
hazaña de intervenir en la discusión sin decir una palabra sobre el núcleo de
lo que se está debatiendo. Ya sólo por esto podemos decir que se trata de un
texto antológico. Pero su artículo presenta interés, además, porque expresa con
precisión los límites de la intelectualidad progresista que adhirió al
kirchnerismo.
Forster calla sobre Milani.
No es que no tenga nada para decir. Simplemente considera innecesario hacerlo. Le
basta con afirmar que los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández
han realizado una tarea de “reparación” en el campo de los derechos humanos, la
cual no tiene precedentes en el mundo. Eso, y la mención al pasar de que los
cargos contra Milani son acusaciones que no han sido probadas en sede judicial,
es lo único que nuestro filósofo se digna a darnos como opinión sobre el caso
en sí.
En este punto, nuestro
filósofo es, por una vez, claro. El caso Milani forma parte de una disputa
mucho más general, que se da entre quienes habitan el “reino de las ideas” y
quienes moran en el “espacio de la política”. En otras palabras, de un lado
están los intelectuales que anteponen la crítica y la discusión de principios;
del otro, quienes anclan su reflexión en el terreno complejo de la política,
donde hay que hacer concesiones y los compromisos están al orden del día. De un
lado, los “principistas”; del otro, los “realistas”. De un lado, los intelectuales
de café; del otro, los intelectuales que meten las patas en el “barro de la
historia”. Como es obvio, Forster se ubica en el segundo grupo; los
intelectuales kichneristas que se atrevieron a mostrar dudas en el tema Milani
(por ejemplo, Horacio González), son clasificados en el primero.
Forster no habla de Milani
porque escuchó decir que en política hay que hacer concesiones. La enormidad de
designar a un militar sobre el que pesan acusaciones de complicidad en la desaparición
de personas durante la dictadura es una de esas concesiones. Pero para Forster
la cuestión es simple. La lógica política se impone sobre la lógica
intelectual. Colorín colorado, este cuento se ha terminado. Hegel es un poroto
al lado de nuestro maestro de la dialéctica.
Forster está hablando, en
definitiva, de la relación entre la política y los intelectuales. Más
concretamente, la relación entre el kirchnerismo y los intelectuales que le son
afines. La forma en que Forster concibe el carácter de la relación deja en
claro que espera el kirchnerismo de los intelectuales.
Los intelectuales pueden
rumiar algún rezongo respecto a Milani. Pueden aludir a principios éticos, a la
moral, etc. Pero no pueden cuestionar las razones políticas que motivan el
ascenso de Milani. No pueden hacerlo porque la fijación de la política está a
cargo de Cristina Fernández. Ella sabe lo que hay que hacer. En el límite, el
intelectual sólo puede aplaudir los actos de gobierno, le gusten o no. Si le
aprietan los zapatos, si le salen callos, debe sonreír. El zapato es bueno, por
más que su pie le indique lo contrario. En el fondo, años de parlotear sobre el
pluralismo, sobre la diversidad, sobre la expansión de la democracia, quedan
reducidos a la consigna: “Subordinación y valor”.
Pero, ¿es posible acometer
transformaciones estructurales recurriendo a la política de la “subordinación y
valor”?
Si a Forster le interesara
el socialismo, la única “anomalía” posible en tiempos de hegemonía mundial del
capitalismo, la respuesta sería no. Pero está claro que el kirchnerismo no es
socialismo, ni liberación ni nada que se le parezca. Es, ni más ni menos, un
proyecto político dirigido a estabilizar la dominación del capital en
Argentina, luego de la crisis de 2001. Alguna vez Perón dijo que “el bolsillo
era la víscera más sensible en el ser humano”. Retomando a Perón, una forma de
calibrar la naturaleza del proyecto kirchnerista consiste en evaluar las
ganancias de los empresarios. Cuando se observa el período 2003-2013 puede
verse que los empresarios fueron los grandes ganadores de la Argentina
kirchnerista. Es por ello que no ha podido avanzarse ni en la reducción del
trabajo informal ni de la pobreza. Si Forster piensa que aumentar las ganancias
del empresariado significa oponer un modelo alternativo al “neoliberalismo”,
allá él. La regla del bolsillo enunciada por Perón sigue vigente y ella no
miente. “Lo que falta”, para usar una expresión tan cara a los progresistas que
militan en el kirchnerismo, no es otra cosa que el resultado del funcionamiento
del “modelo”.
En este contexto, cobra
sentido la relación que propone Forster entre intelectuales y política. En una
sociedad tan desigual como la nuestra, donde los ricos viven en barrios
privados y los asalariados en barrios donde se corta la luz, los intelectuales
pueden parlotear acerca de los principios. Pero no demasiado. En lo concreto,
deben acatar las directivas de la conducción. La desigualdad no es buena amiga
del debate sobre cuestiones concretas. La filosofía, tal como se desprende del
artículo de Forster, cumple dos funciones: por un lado, sirve de adorno al
poder, es decir, opera como un diccionario de donde puede extraerse lo
políticamente correcto; por otra lado, aliena a muchos intelectuales, que, ya
sea por obtener una colocación en alguna repartición estatal, o ya sea para
avanzar en la carrera académica, se condenan a sí mismos a una genuflexión
continua frente al gobernante de turno y frente a los lugares comunes del
pensamiento progresista.
Es por todo esto que Forster
se queda sin palabras frente al caso Milani. Es por eso, también, que prefiere
ubicar la cuestión en el terreno abstracto del choque entre los “principios” y
la “política”. Su rol de intelectual acostumbrado a las agachadas y la ingesta
de sapos le impide pensar en el plano de la política concreta. Con el ascenso
de Milani, el kirchnerismo puso al ejército en el primer plano de la política argentina.
Ello no ocurría desde 1983. Y lo hizo recurriendo a un militar especialista en
Inteligencia que participó activamente de la dictadura militar. Aquí no hay
ninguna traición a los principios, salvo que se crea que el kirchnerismo
encarnó alguna vez un camino de liberación social. Se trata, hablando en
criollo, de que el modelo hace agua y de que, por tanto, la represión comienza
a vislumbrarse en el centro de la escena. En un contexto de crisis económica,
la extrema desigualdad existente en la sociedad argentina requiere de la represión
para sostenerse.
Como diría el general, “la
única verdad es la realidad”.
General Paz y Avenida
San Martín, jueves 9 de enero de 2014
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