La Crítica del programa de Gotha (1875) es un texto clave para
comprender la teoría del Estado del Marx maduro. Dicha teoría está marcada por
la experiencia de la Comuna de París (1871) y por las reflexiones sobre el
Estado y la política esbozadas en El capital.
Dado que la posición de Marx acerca del Estado es poco conocida y/o
tergiversada escandalosamente, es oportuno retomar la lectura directa de esta obra,
sobre todo en tiempos en los que el Estado se ha convertido en un fetiche de
los partidos y movimientos “progresistas” en América Latina.
La Crítica está compuesta por un conjunto de textos (todos ellos
escritos por Marx y Engels en 1875), reunidos por Engels en 1891 para su
publicación en la revista teórica de la socialdemocracia alemana, DIE NEUE
ZEIT. En esta serie de artículos voy a concentrarme en el más importante de
ellos, las Glosas marginales al programa
del Partido Obrero Alemán, escrito por Marx entre abril y mayo de 1875.
Marx discute el programa resultante de la unificación de las distintas
corrientes del socialismo alemán, y desarrolla allí sus tesis sobre el Estado y
la actitud que deben tener los socialistas frente a él.
Para redactar este
comentario utilicé la traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels,
Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 329-346).
1. Introducción.
En líneas generales, el
socialismo del siglo XIX fue bastante refractario al Estado. Los distintos
socialismos, o bien caracterizaron al Estado como instrumento de opresión
(marxistas, anarquistas), o bien bregaron por el desarrollo de instituciones
socialistas al margen del Estado (por ejemplo, las cooperativas en Inglaterra,
las colonias de Cabet, los falansterios de Fourier, etc.). En cambio, y también
en términos generales, el socialismo del siglo XX fue mayoritariamente
estatista, en el sentido de postular que el Estado era el remedio para todos
los males de la sociedad. Así, en vez de debilitar la influencia estatal, tanto
los comunistas como los socialdemócratas procuraron fortalecer el aparato
estatal. Al revés de sus predecesores del siglo XIX, muchos socialistas del
siglo XX identificaron socialismo con propiedad estatal de los medios de
producción.
El progresismo
latinoamericano de principios del siglo XXI retomó la concepción de los
socialistas del siglo pasado, con el agregado sustancial de que ahora el
capitalismo ha sido aceptado como la única forma viable de organización de la
economía. Relegado el socialismo al reino de las utopías, sólo queda la
realidad concreta del capitalismo. Pero como el capitalismo genera desigualdad
y eso no se puede ocultar, nuestros progresistas apelan al Estado como
mecanismo para garantizar la “igualdad” y/o la “equidad” en la sociedad. En
este marco, el Estado, instrumento de opresión, es elevado a la condición de
herramienta de “liberación”. El kirchnerismo, el PT brasileño, el Frente Amplio
en Uruguay, Correa en Ecuador, Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, son
otras tantas variantes de este progresismo. Más allá de sus diferencias, que
existen pero que no podernos tratar aquí, todos ellos tienen en común la
aceptación de la propiedad capitalista y la apelación al fortalecimiento del
Estado como medio para enfrentar al “neoliberalismo”. Como la negación del
carácter opresor del Estado conlleva la de la lucha de clases (pues el carácter
opresor del Estado consiste en que sirve a una clase en su lucha contra la
otra), es lógico que los progresistas puedan cortejar sin pudor a la burguesía “nacional”
y al capital internacional. Como quiera que sea, nada de esto conduce a la emancipación
de los trabajadores y los demás sectores populares.
La Glosas marginales sirven para recuperar lo mejor de la tradición
socialista del siglo XIX y para discutir desde la teoría las concepciones
progresistas acerca del Estado. El hecho de no estar viviendo un período de
crisis revolucionaria no nos exime de la responsabilidad de combatir desde una
posición de clase las concepciones dominantes sobre el Estado. En esta tarea es
fundamental la recuperación crítica de la teoría y la práctica socialistas de
los siglos XIX y XX. La tarea es todavía más urgente si se tiene en cuenta que
todavía vivimos en un mundo signado por las derrotas del movimiento obrero en
las décadas del ’70, del ’80 y del ’90 del siglo XX. Las variantes más
radicales del progresismo latinoamericano, aun cuando se hagan llamar “socialistas”,
naturalizan al capitalismo en la medida en que no cuestionan la propiedad
privada y que, a lo sumo, proponen la propiedad mixta en algunos sectores de la
economía. La revolución está lejos, más vale. Pero más lejos estará si se
insiste en hacer del Estado el instrumento de liberación y si no se cuestiona
la propiedad privada. Pensar sinceramente que el capitalismo es la única forma
posible de organización económica de la sociedad moderna es un acto valorable
de honestidad intelectual; en cambio, es deshonesto y profundamente destructivo
desde el punto de vista de una política revolucionaria afirmar que el Estado
capitalista puede conducir al socialismo. Y es todavía peor si se denomina “socialismo”
a esta concepción.
Como intentaré demostrar en
estas notas, la reflexión de Marx en sus Glosas
marginales apunta hacia el futuro y no a un pasado perimido. Marx es un
clásico porque interpela a nuestro presente y porque parte de la tesis de que
toda ciencia es política.
2. La caracterización
marxista del Estado.
A los fines de ordenar estos
comentarios, es conveniente comenzar por la concepción marxista del Estado,
pues a partir de su caracterización Marx va enhebrando la crítica al programa
de la socialdemocracia alemana.
Marx parte del
reconocimiento de la relación estrecha entre el Estado y la sociedad
capitalista; sin la segunda, la existencia misma del Estado moderno sería
imposible:
“…los
distintos Estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada
diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre
las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios
más desarrollada que en otros, en el sentido capitalista.” (p. 342).
Estado moderno y sociedad
burguesa son las dos caras de la misma moneda. La complejidad del aparato
estatal bajo el capitalismo es la contracara de la división del trabajo de la
producción mercantil. La igualdad de los ciudadanos es la forma política de la
igualdad de las mercancías en el mercado. La existencia misma del Estado, como
esfera diferente de la sociedad burguesa, requiere de la presencia de esta
última. El Estado puede crear la igualdad jurídica precisamente porque existe
la desigualdad de las condiciones de existencia de las distintas clases
sociales.
El desarrollo incesante de
la maquinaria estatal bajo el capitalismo conduce, además, a una creciente
autonomía del Estado respecto a la sociedad:
“por
«Estado» se entiende, en realidad, la máquina de gobierno, o el Estado en
cuanto, por efecto de la división del trabajo, forma un organismo propio,
separado de la sociedad.” (p. 343).
Esta autonomía relativa
obedece no sólo al proceso de división del trabajo, sino también a su condición
de órgano encargado de la representación de los intereses comunes de la
burguesía. Para cumplir con eficacia dicha función debe mantenerse
relativamente alejada de cada una de las fracciones de la clase dominante;
siempre una de ellas ejerce el rol predominante en la hegemonía burguesa, pero
ese predominio debe aparecer oscurecido para dotar de mayor legitimidad a la
dominación.
La autonomía relativa a la
que hice referencia en el punto anterior crea el ambiente propicio para que el
aparato estatal pase a ejercer un dominio creciente sobre la sociedad.
“La
libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la
sociedad en un órgano completamente subordinado a ella” (p. 341).
Es significativo que Marx
considere que la libertad es imposible si el Estado ejerce su control sobre la
sociedad. En este sentido, su reflexión sobre la expansión de las funciones
estatales resulta de enorme interés, sobre todo porque, como hemos afirmado,
muchos socialistas del siglo XX pensaron que el Estado era la panacea para
todos los problemas de la sociedad. Marx, a partir de la experiencia de la
Comuna de París, llegó a la convicción de que el socialismo era imposible si no
se modificaba radicalmente la estructura estatal, heredada del capitalismo. En
su pensamiento, transformación del Estado (por ejemplo, eliminación de su
aparato represivo) y abolición de la propiedad privada de los medios de
producción van juntos.
Villa del Parque,
domingo 6 de octubre de 2013
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