“Cuando
rajés los tamangos
buscando ese mango
que te haga morfar...
la indiferencia del mundo
-que es sordo y es mudo-
recién sentirás.”
buscando ese mango
que te haga morfar...
la indiferencia del mundo
-que es sordo y es mudo-
recién sentirás.”
Enrique
Santos Discépolo
En otras
oportunidades dediqué entradas de este blog a comentar artículos del economista
y periodista Alfredo Zaiat. Más allá de que Zaiat es una rara avis del periodismo económico, pues suele abordar problemas
fundamentales recurriendo (y citando) a la bibliografía especializada, y porque
procura debatir la argumentación del adversario, sus artículos presentan un
interés adicional, pues exponen de manera “popular” los lineamientos
principales de la política económica del “kirchnerismo”.
Zaiat puede ser
considerado como un exponente del progresismo en economía. El progresismo es
aquella corriente política e ideológica que acepta al capitalismo como su
horizonte intelectual, pero que se propone “organizarlo” y/o “humanizarlo”.
Cuando se produjo el agotamiento del régimen de acumulación de capital conocido
como “neoliberalismo” (agotamiento que en la Argentina se experimentó de manera
particularmente aguda en 2001-2002), el progresismo tomó la posta y fue creando
las condiciones para el surgimiento de un nuevo régimen de acumulación, que se
apoyaba en los “logros” de la década menemista (flexibilización laboral,
concentración de la producción, privatizaciones), pero adaptándolos a las nuevas
realidades del mercado mundial y a los límites impuestos por la rebelión
popular de 2001.
Como es lógico, Zaiat
defiende con tesón las políticas económicas del “kirchnerismo”. En su artículo
“Inflación y empleo”, publicado en la edición del 9 de diciembre de 2012 de
PÁGINA/12, se dedica a plantear la cuestión de cuál es el principal problema de
la economía argentina. Su argumento gira en torno a la inflación y el empleo, y
termina concluyendo que la temática del empleo constituye el problema principal
de la economía.
No es mi objetivo
realizar una discusión económica del argumento de Zaiat. Considero más interesante
discutir los supuestos políticos de su propuesta de política económica, pues
estos supuestos expresan cabalmente los rasgos principales del progresismo en
economía.
Para empezar,
corresponde situar la argumentación de Zaiat en su contexto concreto. Para
ello, nada mejor que sus propias palabras. Según nuestro autor, la inflación
representa un problema más (no el más importante) “para quienes no se incorporaron
al mercado laboral, que aún sigue fragmentado, por la existencia de una tasa de
desocupación del 7,6 por ciento, de subocupación del 8,9 por ciento y de empleo
informal de 33,8 por ciento”.
La primera herramienta para
comenzar a comprender la economía es saber sumar y restar. Siguiendo a Zaiat,
resulta que el 50,3% de los trabajadores argentinos padece importantes
problemas con el empleo. En otras palabras, luego de casi una década de
crecimiento económico ininterrumpido, la mitad de los trabajadores tienen una
relación precaria o muy precaria con el empleo. Esta constatación dice mucho
acerca del poder de los distintos actores sociales en la Argentina, pero
nuestro autor omite cualquier referencia al balance del poder político de las
distintas clases sociales en nuestro país. Esta omisión sirve de pilar y/o
refuerza la idea implícita de que el Estado representa el interés general y de
que su objetivo es preservar “la paz social”.
Zaiat utiliza los
datos de precariedad laboral para afirmar que la política centrada en la
generación de empleo es más importante que aquella tendiente a contener la
inflación. Si la mitad de los trabajadores argentinos sufren de precarización,
subocupación y/o desocupación, esto significa que para ellos se vuelve más
acuciante la cuestión de tener un empleo estable que la cuestión del aumento de
los precios. Zaiat, quien probablemente hace tres comidas al día y no tiene
problemas de empleo, deja de lado el hecho de que los precarizados, subocupados
y/o desocupados también precisan comer (aunque difícilmente hagan las tres
comidas al día de Zaiat), y que esto se les dificulta cada vez más en la medida
en que siguen subiendo los precios de los alimentos. Nuestro economista
prefiere pasar de largo, en buena medida porque el progresismo ha naturalizado
(es verdad que en varios casos a regañadientes) la desigual distribución del
ingreso en nuestra sociedad, y el hecho de que los “pobres” coman menos, se
vistan peor y no puedan acceder a cuestiones elementales de higiene, pasa a
formar parte del paisaje para nuestros progresistas. Para el progresismo es
fácil mentar la necesidad de una mejor distribución del ingreso, pero tiende a
volverse oscuro como la suerte del pobre al momento de plantear medidas
concretas para modificar dicha distribución en términos reales.
La economía política
progresista ha descartado la posibilidad de construir una forma de organización
social distinta del capitalismo. Esta posibilidad ni siquiera es contemplada
como utopía; de hecho, para la economía progresista la utopía es alguna forma
de capitalismo “organizado” y no el socialismo. En esto hay una aceptación
acrítica del balance de fuerzas resultante de las derrotas experimentadas por
la clase trabajadora a nivel mundial en las décadas del ’70 al ’90. Si se tiene
en cuenta esto, se comprende que para el progresista sólo existe el
capitalismo, y que la explotación de los trabajadores es una característica
natural del proceso económico. Sin explotación no habría “eficiencia”. Claro
que los progresistas ni siquiera mencionan la palabra explotación, pues ella
les trae problemas de conciencia. En todo caso, prefieren hablar de
“injusticia” o de “desorganización” y/o “anarquía” del capitalismo. Pero, y por
más que se adorne la cuestión, el progresismo se ve obligado a girar en torno a
qué grado de explotación del hombre por el hombre es aceptable. Este es el
corolario necesario de aceptar al capitalismo como el horizonte intelectual.
Los progresistas
toman nota de las derrotas y convierten aquello que es el resultado de la lucha
de clases (siempre incierta, siempre indeterminada) en un resultado natural (en
el único resultado posible: la victoria del capital). Ellos leen el proceso
histórico que pasa por la dictadura militar de 1976, el alfonsinismo y su
reconocimiento de la irreversibilidad de los cambios sociales y económicos
promovidos por la dictadura, el menemismo y su exaltación del individualismo y
del dinero, y dicen: “- Cambiar el mundo es imposible, pues todos los intentos
por hacerlo llevan a la derrota. Hay que ser realista y entender que el
capitalismo vino para quedarse. Hasta ahora todos los revolucionarios han
procurado transformar al capitalismo, pero de lo que se trata es de aceptarlo
y, a lo sumo, de organizarlo.” Claro que no es bueno andar por ahí proclamando
verdades. Estamos en la época de lo “políticamente correcto” y nuestros progresistas
prefieren disfrazar su negación a pensar algo distinto bajo las vestiduras de
la “emancipación nacional y social”.
Zaiat expresa con claridad la tendencia
esbozada en el párrafo anterior. Luego de reconocer la enormidad de que la
mitad de la fuerza de trabajo en Argentina padece serios o muy serios problemas
de empleo, plantea la cuestión en términos economicistas, dejando de lado el aspecto
político de la cuestión: “Cuando la estrategia económica oficial ubica a la generación de empleo
como primordial, para cumplir con esa meta, instrumenta una serie de
iniciativas que, en gran medida, son de base inflacionaria. El dilema se
presenta de la siguiente manera: minimizar el crecimiento de la economía sin
resolver el frente laboral para tener una baja inflación, o alentar un firme
crecimiento de la economía para atender el tema empleo generando presión sobre
los precios.” O sea, el Estado, supuesto garante de un supuesto “interés
general” tiene que optar entre promover la generación de más empleo o bajar la
tasa de inflación. Ante este dilema, Zaiat sostiene, como ya señalamos, que el
empleo tiene que ser atendido como tema prioritario, pues garantiza un mayor
grado de “bienestar emocional” de las personas. Mientras tanto, los
trabajadores “en negro”, los desocupados y los subocupados siguen sufriendo
bajos niveles de felicidad.
Ahora bien y puesto que la felicidad es algo
esquiva en estos tiempos que corren o tiende a concretarse en una serie de
mercancías que pueden comprarse en un shopping, prefiero hablar un poco de
política, retomando las cifras que Zaiat analiza tan despreocupadamente.
Todo aquel que ha trabajado en “negro”, o ha
padecido la desocupación, sabe que encontrarse en estas condiciones implica
estar en una situación de extrema debilidad al momento de buscar trabajo o al
momento de aceptar las condiciones que imponen los empresarios en el trabajo
mismo. Cuando se tiene un trabajo precario, o se es desocupado o subocupado, no
hay derecho al pataleo. Estas situaciones suponen una profunda desigualdad
política entre el trabajador y el empresario. La precariedad en la situación
laboral refuerza el poder político que poseen los empresarios a partir de su
control sobre los medios de producción. La precariedad, la desocupación y la
subocupación son, pues, fuentes de ganancias extraordinarias para el capital,
pues debilitan profundamente la capacidad de resistencia de los trabajadores.
Constituyen un problema político fundamental, en la medida en que se entiende
por política a las relaciones entre las distintas clases sociales de una
sociedad. Claro que esto es invisible para los progresistas, quienes aceptan al
capitalismo como horizonte natural de su pensamiento.
Así, por ejemplo, Zaiat sostiene que la
inflación, con todos los inconvenientes que origina, expresa la mejoría de la
situación de los trabajadores bajo el “kirchnerismo”: “El desarrollo de esa puja
distributiva más que un problema es la expresión de vitalidad de la economía,
de la intervención activa de dos protagonistas centrales de la sociedad
(capital y trabajo) y de las resistencias estructurales a una mejora en el
reparto de la riqueza. La inflación es una manifestación de la puja
distributiva.” Hay que tener en cuenta que, según nuestro autor, “el aspecto
notable de este período inflacionario es que, a diferencia de episodios
similares pasados, los trabajadores formalizados y los jubilados no fueron los
perdedores por el alza de precios porque los salarios y haberes no
retrocedieron en términos reales. Las negociaciones colectivas permitieron
negociar aumentos salariales por arriba de cualquier índice de inflación
considerado. La suba de salarios, las paritarias y la creación de una
importante cantidad de puestos de trabajo, en el marco de un crecimiento
sostenido, mejoraron la situación relativa de los trabajadores formales.
También fortalecieron a los sindicatos.”
En el párrafo anterior, Zaiat habla de
“trabajadores formales”. Pero deja de lado el dato (presentado por él mismo) de
que la mitad de los trabajadores no pertenecen a esa condición. La situación
del movimiento obrero en la Argentina actual no puede entenderse si ignora el
hecho fundamental de que la mitad de los trabajadores se encuentran en una
situación laboral precaria y carecen de margen para discutir condiciones
laborales y/o salarios. El crecimiento económico experimentado bajo el
“kirchnerismo” requirió, entre otras cosas, de la debilidad política de los
trabajadores, expresada en los elevados niveles de precariedad (y en la
existencia de una enorme heterogeneidad de situaciones entre los trabajadores
del sector formal). Esa debilidad política se construyó a partir de la
fenomenal derrota del movimiento obrero en 1976 y de las transformaciones en
las relaciones laborales llevadas adelante por el peronismo menemista en la
década de 1990. No se trata, por cierto, del único factor que explica dicho
crecimiento, pero “curiosamente” es un factor ignorado prolijamente por
nuestros progresistas. La razón de esta “ignorancia” es simple: si la mitad de
los trabajadores tienen que agachar la cabeza y aceptar lo que venga, no es
factible pensar en ninguna “emancipación nacional y social” ni en la
“profundización de la democracia”. Ninguna autonomía puede construirse sobre la
explotación del hombre por el hombre. Reconocer el carácter político de la
precariedad laboral supone reconocer que, lejos de ser el estado natural del
ser humano, algo huele a podrido en el capitalismo. Significa, en fin, darse la
posibilidad de buscar otros horizontes intelectuales distintos al capitalismo.
Zaiat reconoce que el capital y el trabajo
son “dos protagonistas centrales de la sociedad”. Pero, fiel a la idea de que
el capitalismo es el horizonte de todo pensamiento, concibe a la relación entre
ambos como una articulación funcional, como algo necesario para llevar adelante
el proceso productivo, en tanto que el Estado opera como el garante de los
intereses generales, suprimiendo los abusos que puedan darse en dicha relación.
La declamada “emancipación nacional y social” del “kirchnerismo” es, en el
mejor de los casos, el intento de “organizar el capitalismo”.
¿Qué el capitalismo implica necesariamente la
explotación del hombre por el hombre? “- Es posible, dirán nuestros
progresistas, pero sin capitalismo la economía naufraga y los pobres están peor
que bajo la explotación capitalista”. Claro que quienes resuelven cuánta
explotación puede soportarse son aquellos que hacen tres comidas al día y no
ven a la existencia como una pelea cotidiana por sobrevivir.
Villa del Parque, miércoles 26 de diciembre
de 2012.
12.
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