Esta nota forma parte de la serie Historia del Movimiento Socialista
La nota anterior estuvo dedicada a Proudhon
Aclaración
previa. Todas las citas provienen, salvo
indicación en contrario, de: Cole, G. H. D. (1980). Historia del pensamiento
socialista. I: Los precursores, 1789-1850. México D. F.: Fondo de Cultura
Económica. La traducción es de Rubén Landa. En números romanos indico el número
de volumen, y en arábigos la página.
a) Introducción. El
socialismo en Gran Bretaña y Francia en la primera mitad del siglo XIX.
Por razones de organización
del material, resolví dividir el capítulo 20 del libro de Cole en dos partes:
a) el socialismo de matriz filosófica (I: 220-227); b) el socialismo de origen
obrero (I: 227-233).
Hasta 1848, el socialismo
estuvo circunscripto a Europa occidental, en especial a Francia e Inglaterra.
Fuera de esos países, las ideas socialistas constituían un fenómeno marginal, una
especie de reflejo generado por la enorme influencia que ejercía el pensamiento
francés en el mundo europeo.
Inglaterra, el país más
desarrollado en términos de producción industrial, se hallaba a la vanguardia
del capitalismo de la época. La clase obrera inglesa era la más numerosa, sus
tradiciones de lucha se remontaban a fines del siglo XVIII y había conseguido
organizar un movimiento político de masas, el cartismo, que planteó la unidad entre las reivindicaciones
económicas y políticas de los trabajadores. Además, y a través de la obra de
Owen, la clase obrera participó en experiencias cooperativistas, las que se
presentaron a sí mismas como alternativas a la organización capitalista. Los
sindicatos ingleses poseían cierto reconocimiento estatal y ya habían sido
aprobadas las primeras leyes laborales. No obstante esto, el movimiento obrero
no encaró una lucha frontal contra el capitalismo. Sus representantes más
avanzados, los cartistas, creían que la agitación, la movilización y los
petitorios, constituían el camino para acceder al gobierno y, desde allí,
promover reformas favorables a los trabajadores. En el plano teórico, los
economistas ricardianos de izquierda profundizaron en el campo de la teoría del valor-trabajo, llegando a la
conclusión de que el producto íntegro del trabajo tenía que pasar a los
trabajadores. Pero la crítica al capitalismo se hacía dentro de los marcos del
propio capitalismo. Owen, quien terminó por comprender que era preciso
transformar las condiciones de producción para superar al capitalismo, se
mostró escéptico respecto a las posibilidades de la acción política.
Cole propone la siguiente
explicación para dar cuenta de las características del socialismo inglés en
esta época:
“Londres
nunca fue como París: en la Gran Bretaña no había nada equivalente a los
obreros de París que hiciese sentir constantemente la ansiedad por el centro
mismo de la vida nacional. Ni los obreros ni los intelectuales eran bastante
fuertes para conmover las columnas mismas de la sociedad británica, o para
derribarlas, ni siquiera temporalmente. Francia estaba centralizada, e
Inglaterra no, ni en lo político ni en lo económico. El gobierno aristocrático
inglés se repartía por todo el país: Londres era la sede del gobierno, pero
nunca fue la fuente del poder gubernamental. Además, el nuevo mundo
industrializado se desarrolló en el norte y en los Midlands, lejos de Londres;
y por esto los centros principales de influjo obrero no estaban en la metrópoli,
de tal modo que pudiesen influir directamente en los políticos reunidos en el
parlamento y en los ministerios, sino lejos de ella. En Francia, París era el
centro principal de la actividad obrera, con sólo Lyon en las provincias, y en
menos proporción, Marsella para apoyarlo; mientras que, en Inglaterra, Manchester,
Birmingham, Newcastle, Nottingham, Leeds y una docena más de lugares
proporcionaban la fuerza impulsora, y Londres contaba poco y, en la mayor parte
de las ocasiones, podía ser fácilmente intimidado por la policía, que muy pocas
veces necesitaba ser reforzada con poder militar.” (I: 222-223).
Francia poseía menor
desarrollo industrial que Gran Bretaña, pero el movimiento obrero se
beneficiaba de las tradiciones políticas inauguradas por la Revolución
Francesa, que incluían las acciones de masas de la insurrección. Además, París
era el centro de la política francesa, y allí se hallaba concentrado el grueso
de la clase obrera francesa:
“A
la centralización francesa y a la concentración del proletariado francés se
debe, en gran parte, que Francia fuese la patria de la «revolución permanente».
Ningún otro país estaba situado de manera semejante. Sólo en Francia era la
revolución una fuerza constantemente viva, que nadie podía desconocer u
olvidar.” (I: 223).
Francia fue el centro del
movimiento revolucionario hasta 1848. Esto no era solo consecuencia de la
combatividad de los trabajadores y de los sectores populares, y de la
persistencia de las tradiciones de 1789. En la primera mitad del siglo XIX,
Francia fue un centro generador de teorías socialistas, entre las que se
destacaron las de Saint-Simon, Fourier y Proudhon, para mencionar sólo a las
más conocidas. Babeauf y Blanqui construyeron las primeras organizaciones
políticas que reivindicaron los intereses de la clase trabajadora.
“París,
hasta 1848, fue el lugar en donde toda clase de teoría de organización social
anarquista, socialista o comunista, fue lanzada, largamente discutida y
sometida al examen de los teóricos rivales, no sólo por rincones y por pequeños
grupos de maniáticos y «abogados sofistas», sino coram populo, en los periódicos más influyentes, en clubes y
sociedades que tenían muchos partidarios, en folletos, afiches y hojas
volantes, en los cafés y en las calles, en general por todas partes. Esto fue
así, porque Francia, y en especial París, había sido teatro de la gran
revolución de 1789, y había sufrido a continuación un cambio profundo, tanto en
las instituciones sociales como en las políticas. Se debía en gran parte a esto,
porque ningún orden nuevo había establecido efectivamente para sustituir al Ancien Régime y por todo el futuro del
país y de sus instituciones aún se debatía diariamente. También se debe a que
la Francia del siglo XVIII había sido la patria principal de la especulación
filosófica (…) En Francia bajo el antiguo régimen, la discusión había tomado ya
un sesgo político o social.” (I: 220-221).
Como ya indicamos, la
Revolución Francesa incorporó a las masas a la política, y ni Napoleón ni la
Restauración Borbónica en 1815, pudieron desarticular definitivamente esa incorporación.
Esto, más el progresivo desarrollo del capitalismo, constituyó el caldo de
cultivo para la aparición de las teorías socialistas.
Según Cole:
“desde
1789 en adelante, la Francia urbana se había dado cuenta de la presencia en su
seno de fuerzas poderosas y nuevas, capaces de una acción explosiva (…) El
campesino, habiendo obtenido la tierra o gran parte de ella, había dejado de
ser un elemento explosivo: las ciudades, sobre todo París, fueron los centros
tanto de acción como de conversación de la nueva era.” (I: 221).
“Sólo
en Francia el desarrollo de la nueva filosofía y de las relaciones económicas y
de la clase llegaron a relacionarse hasta tal punto, que dieron lugar a la gran
discusión acerca del socialismo, la cual llevó a los sabios a las barricadas y a
los obreros reflexivos al estudio; hizo de los teólogos iconoclastas y de los
ingenieros reformadores sociales, y dio lugar a la fascinadora acción mutua e
ideas que el desterrado Heine, y más tarde Alexander Herzen, tan perspicazmente
observaron y reseñaron.” (I: 222).
Antonio Gramci caracterizó
así la situación francesa:
“sólo
en 1870-1871 con la tentativa de la Comuna, se agotan históricamente todos los
gérmenes nacidos en 1789, lo cual significa que la nueva clase que lucha por el
poder no sólo derrota a los representantes de la vieja sociedad que se niegan a
considerarla perimida, sino también a los grupos más nuevos que consideran como
superada también la nueva estructura surgida de los cambios promovidos en 1789.
Dicha clase demuestra así su vitalidad frente a lo viejo y frente a lo más.
Además, en 1870-71 pierde eficacia el conjunto de principios de estrategia y
táctica política nacidos prácticamente en 1789 y desarrollados en forma
ideológica alrededor de 1848.” (Gramsci, Notas
sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, pág. 55).
El socialismo francés vivió,
en el largo período que va de 1789 a 1871, a la sombra de la Revolución
Francesa. La creencia en las virtudes de la “república” para eliminar las
diferencias sociales, el influjo de la pequeña burguesía, la confianza en la
insurrección y en el golpe de mano, fueron expresiones de la persistencia del
modelo de la Gran Revolución. El modelo revolucionario surgido en 1789 relegaba
a la clase obrera al papel de furgón de cola de la burguesía (no podía ser de
otra manera, dado el carácter burgués de la revolución). A lo largo del siglo
XIX, la pequeña burguesía reemplazó de ese lugar a la burguesía, pero la clase
obrera siguió en su rol subordinado.
Buenos Aires, viernes
13 de julio de 2012
NOTAS:
Los datos
bibliográficos del libro de Gramsci citado en el texto son los siguientes:
Gramsci,
Antonio. (2003). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el
Estado moderno. Buenos Aires: Nueva Visión.
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