De un tiempo a esta
parte, la gestión (o el gestionar) se ha convertido en uno de los caballitos de
batalla del “kirchnerismo”. La facilidad con que se usa el término no va de la
mano con la precisión en cuanto a su significado. En apariencia, al hablar de
gestión se alude a una forma de gobernar manteniendo el orden de las cuentas
públicas. Ese fue, palabras más palabras menos, el sentido que le dio al
término la presidenta Cristina Fernández al regañar públicamente al gobernador
de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, por el manejo de las finanzas
provinciales.
Pero si este es el
significado de gestionar, ¿cuál es la diferencia con el discurso de los ’90,
cuando se sostenía que había que evitar a toda costa el déficit fiscal? Además,
es claro (y no hay que fastidiar al lector con estadísticas), que el
“kirchnerismo” perdió el superávit fiscal que gozó hasta 2008:
“Desde
2007 en adelante, la tasa de expansión del gasto del Estado nacional se
incrementó significativamente, al punto de alcanzar el 19% del PBI (la mayor
participación desde fines de la década de 1980). Este fenómeno y el menor ritmo
de crecimiento de la recaudación – cuya desaceleración se intensificó al
desatarse la crisis internacional en 2008 – determinaron la progresiva erosión
del superávit fiscal, que tendió a desaparecer hacia fines de la década.”
(Costa, Augusto, comp., La anatomía del
nuevo patrón de crecimiento y la encrucijada actual, Buenos Aires, Atuel,
2010, p. 97).
Pero aquí nos
interrumpe un militante “kirchnerista”: “¡Usted razona como un neoliberal!
Nosotros no somos fundamentalistas del déficit fiscal, al estilo de los
ajustadores que gobiernan en España. Para nosotros gestionar significa hacer un
uso prudente de las dineros públicas, es decir, no endeudarnos con la banca
internacional o los organismos financieros tipo FMI y Banco Mundial, y utilizar
los recursos públicos para mejorar la vida de la gente.”
Para evitar
desviarnos del tema principal, aceptemos el argumento que nos presenta nuestro
amigo “kirchnerista”. Tomemos como válido que el gobierno de Cristina Fernández
no derrocha ni un peso de fondos públicos en gastos innecesarios, y que todos
los funcionarios son tan incorruptibles como dicen que era el viejo
Robespierre. Pero esto todavía no nos dice nada sobre el carácter social de la
política del gobierno.
Alfredo Zaiat,
columnista económico del diario oficialista Página/12,
suele defender con inteligencia las políticas del “kirchnerismo”. Es por ello
que preferimos cederle la palabra para hacer un diagnóstico de los resultados
de la gestión de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández:
“Los
niveles de pobreza siguen siendo significativos, la informalidad laboral
alcanza a un tercio de la población y aún persisten importantes bolsones de
desigualdad. El déficit habitacional es agudo, un porcentaje de la población no
accede a infraestructura básica de servicios esenciales y todavía existen
sustanciales brechas educativas según estratos socioeconómicos. El desempleo y
el subempleo involucran al 14,5 por ciento de la población económicamente
activa, el regresivo Impuesto al Valor Agregado se ubica en un elevado 21 por
ciento y las jubilaciones mínimas son insuficientes. Este marco general convive
con años donde han avanzando indicadores sociales, económicos y laborales,
mejoraron las condiciones materiales de los trabajadores y a la vez se revirtió
la tendencia negativa en la distribución del ingreso, ganando posiciones los
sectores postergados por décadas. Esto significa que pese a la recomposición de
la situación sociolaboral aún se mantienen rasgos estructurales de profunda
desigualdad.” (Página/12, 1/07/2012).
Hagamos algunas
cuentas.
En la actualidad, el empleo no registrado (es decir, los trabajadores
de 18 años y más en relación de dependencia a los cuales no se les efectúan
descuentos por aportes jubilatorios) asciende al 34,2% de la población
económicamente activa (La integran las personas que tienen una ocupación o que
sin tenerla la están buscando activamente. Está compuesta por la población ocupada
más la población desocupada). Este dato corresponde al 1° trimestre de 2012, y
fue elaborado por el Indec.
Sigamos. El
desempleo, misma fecha y misma fuente, asciende al 7,1%.
Zaiat, en el artículo
que hemos citado, sostiene que el desempleo y el subempleo sumados son el 14,5
de la población económicamente activa. En otras palabras, el 48,7% de los
trabajadores en Argentina son desocupados, subempleados, no registrados. La
mitad de los trabajadores tienen, por tanto, una situación laboral poco agraciada
según fuentes insospechadas de neoliberalismo. En este aspecto, la gestión
defendida por el “kirchnerismo” se ha mostrado cuanto menos poco eficaz para
mejorar las condiciones laborales de la mitad de los trabajadores argentinos.
Pero nuestro amigo
“kirchnerista” vuelve a alzar la voz: “Tu análisis es gorilismo puro, que le
hace el juego a la «corpo». Nosotros asumimos el gobierno de un país que se
incendiaba, con índices de desocupación, pobreza e indigencia siderales. Y
logramos que la gente tuviera trabajo y empezar a planificar su futuro. Esto
significa gobernar, gestionar, y no plantear utopías irrealizables que dividen
al campo popular”.
Otra vez optamos por
tomar como bueno el argumento de nuestro amigo. Sin embargo, hay algo que no
cierra en su planteo. En diciembre de 2001 quedó claro que la continuidad del
modelo económico imperante en la década del ’90 era absolutamente inviable.
Pero no hubo salida popular a la crisis, en el sentido de que los empresarios
siguieron gobernando en las fábricas, en los campos, en las oficinas y en los
comercios. De hecho, la misma legislación laboral imperante en los años del
peronismo menemista siguió vigente bajo el “kirchnerismo”. Como sucedió tantas
veces en estos casos, el capital se recompuso y se puso en marcha un nuevo
modelo económico, que permitió que los empresarios levantaran sus ganancias
“con pala” (son palabras de la señora presidenta). Ahora bien, el nuevo modelo
económico requería un manejo diferente de la fuerza de trabajo. La desocupación
no era conveniente para el capital. Si lo eran la precarización y los bajos
salarios:
“los
salarios reales de la economía crecieron el 48% desde 2003 hasta fines de 2009.
(…) Sin embargo, lo que parece ser un sustancial avance en las condiciones de
vida de los trabajadores queda relativizado por la dificultad que ha tenido el
poder adquisitivo de los salarios para superar los valores alcanzados durante
la década de 1990. Más aún, pese al fuerte crecimiento que experimentó la
economía en los últimos años, los salarios reales son relativamente bajos en
comparación con la etapa de sustitución de importaciones.” (Costa, op. cit., p.
26).
“la
oportunidad para el surgimiento de una (re) naciente industria sustitutiva se
vio reforzada por dos elementos estructurales remanentes del período anterior:
por un lado, la existencia de una considerable capacidad productiva ociosa; por
el otro, la abundante oferta de mano de
obra desocupada y dispuesta a trabajar a niveles salariales extremadamente
bajos, ya que las remuneraciones habían sido devastadas por la crisis y la
devaluación.” (op. cit., p. 42 – El resaltado es mío).
La persistencia de
niveles elevados de trabajo no registrado, más la desocupación remante y el
subempleo, constituyen la garantía que tienen los empresarios para que los
salarios reales del conjunto de los trabajadores no consigan levantar cabeza.
El “saber gestionar”
del “kirchnerismo” demuestra, por tanto, ser muy efectivo para los intereses
del capital. Hernán Brienza, editorialista político del diario “kirchnerista” Tiempo Argentino, escribió en su columna
del domingo pasado:
“La
política es eso. Optar entre dirigir el gasto público a la publicidad y a la
seguridad –como hizo Macri y en cierta medida también Scioli– o dirigirla a
procesos productivos y de redistribución de la riqueza. Es aquí donde mueren
los discursos ideológicos. Compartir el proyecto nacional y popular significa
reasignar los recursos en una dirección determinada: en la construcción de la
felicidad del pueblo, como diría Juan Domingo Perón.” (Tiempo Argentino, 22/07/2012).
Por una vez estamos
de acuerdo con Brienza: “Es aquí donde mueren las palabras”, cuando se abandona
la retórica y se pasa a los hechos, cuando la política deja de ser vista como
una especie de técnica para administrar y se convierte en el terreno de la
lucha entre las distintas clases sociales. El “kirchnerismo” ha demostrado en
casi una década de gobierno su capacidad para administrar la transición entre
dos modelos de acumulación capitalista. La tan mentada capacidad de “gestión”
no es ni más ni menos que esto. Aclaramos que no estamos afirmando que
“gestionar”, entendido de este modo, sea sencillo. Pero si queda claro que esto
tiene poco que ver con la “emancipación nacional y social” pregonada por la
izquierda del “kirchnerismo”.
Eduardo Aliverti,
periodista defensor del “kirchnerismo”, se sincera y da la clave para cerrar
esta nota:
"Lo expresado por esta implosión de la
derecha criolla es que lo mejor del capitalismo epocal y vernáculo lo significa
Cristina. ¿Nadie se pregunta por qué no existe la oposición? Sí. Se lo
preguntan muchos. Pero el problema es la respuesta. Cristina o, si se prefiere, la tensión dramática encarnada en el
kirchnerismo, es que no hay absolutamente nada mejor que ella –o que lo que
ella representa– para vivir mejor o para seguir zafando. Si se toma nota de
eso, se entenderá qué sentido mayor o menor puede darse a los avatares de la
tarjeta SUBE, los gendarmes de Santa Cruz, la cotización del dólar blue, o si
les avisaron a los trabajadores del Sarmiento que hay una reestructuración
operativa." (Página/12,
23/07/2012; el resaltado es mío).
El
resto es silencio…
Buenos Aires, lunes
23 de julio de 2012