martes, 29 de noviembre de 2011

GRAMSCI Y LA REVOLUCIÓN RUSA DE 1917: COMENTARIOS AL ARTÍCULO "LA REVOLUCIÓN CONTRA 'EL CAPITAL'" (1918)


Las puertas del cementerio (1917), Marc Chagall



Antonio Gramsci (1891-1937) fue toda su vida un marxista revolucionario; como tal, siempre reconoció la existencia de la lucha de clases entre capitalistas y trabajadores, así como también la necesidad de que los trabajadores construyeran una organización política autónoma, capaz de enfrentar con éxito al Estado capitalista. Casi podríamos escribir que era un “primitivo”, que todavía no había llegado al conocimiento de que entre empresarios y trabajadores existe una armonía invisible. Sin embargo, todo llega en este mundo. El marxista revolucionario Gramsci, andando los años, fue transformado en un “revolucionario cultural” para quien la lucha de clases era tabú. Gramsci, cuya intransigencia frente al Estado burgués lo llevó a la cárcel, pasó a ser un defensor del uso del Estado para obtener reformas (y algunos buenos empleos, dicho sea de paso). ¿Cómo pudo suceder este “milagro”? En artículos posteriores iremos contando algunos pasajes de esta alquimia invertida, que hizo del oro plomo. En este momento nos parece más relevante rescatar del olvido al Gramsci revolucionario, sepultado tras los escritos y discursos de los académicos y de los reformistas.

Un punto tiene que quedar claro desde el principio. Reivindicar al Gramsci revolucionario frente a los “revolucionarios culturales” no significa santificarlo ni convertirlo en un teórico y político infalible. De ninguna manera. Si se intenta retomar a un clásico es preciso, ante todo, comenzar por discutir cada una de sus afirmaciones, someter sus textos y sus acciones a una crítica constante. Sólo así se muestra respeto hacia los clásicos.

Para empezar esta relectura de Gramsci hemos optado por comenzar con sus artículos sobre la Revolución Rusa de 1917. Hay que decir, ante todo, que Gramsci se encolumnó desde el primer momento entre los defensores de los bolcheviques, frente a quienes sostenían que la “correlación de fuerzas era desfavorable” o que Rusia no estaba preparada para el socialismo.

En enero de 1918 Gramsci publicó en IL GRIDO DEL POPOLO (órgano del Partido Socialista Italiano) su artículo “La revolución contra «El capital». (1) En este texto se encuentran expuestas tanto sus ideas juveniles sobre el marxismo como su concepción sobre la Revolución Rusa.

Es un artículo provocador, nada complaciente con los puntos de vista admitidos por los socialistas de la II Internacional. La provocación comienza en el título mismo. ¿Qué sentido tiene la caracterización de “la revolución contra «El capital»”?

De ningún modo cabe pensar que Gramsci está expresando una renuncia a los principios del socialismo revolucionario, aceptando en su formulación el punto de vista de los reformistas, quienes pensaban que la Revolución bolchevique era un error histórico, pues Rusia carecía de las condiciones necesarias para el desarrollo del capitalismo, esto es, una industria fuerte y un proletariado industrial numeroso y educado. Al contrario, Gramsci veía en la Revolución liderada por los bolcheviques la respuesta finalmente encontrada al problema de cómo romper la hegemonía del reformismo y del oportunismo en el movimiento socialista. Gramsci se había opuesto desde el principio a la participación italiana en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y había defendido durante la guerra los principios del socialismo revolucionario, afirmando que sólo mediante la revolución los trabajadores podrían obtener un final de la guerra que les resultara beneficiosa. Estos puntos de vista acercaban a Gramsci a las posiciones defendidas por Lenin (1870-1924) durante la contienda.

Gramsci expone así el sentido del título. “[La Revolución de los bolcheviques] es la revolución contra El Capital, de Carlos Marx. El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una Era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la Historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx, afirman con el testimonio de la acción cumplida, de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como podría creerse y como se ha creído.” (p. 34)

Gramsci dirige su crítica contra los socialistas de la II Internacional, quienes habían optado por seguir a sus gobiernos nacionales en la carnicería que fue la Primera Guerra Mundial (1914-1918), antes que adoptar un camino revolucionario. Para estos socialistas la teoría de Marx era un dogma multiuso, que servía tanto para justificar la participación en la guerra imperialista, la política colonial, las alianzas con los partidos de la burguesía. Pero, sobre todo, la teoría de Marx era empleada, paradójicamente, como una herramienta contra la Revolución. Así, estos socialistas consideraban que la conquista del poder por los trabajadores sólo sería posible cuando estuvieran dadas las condiciones, cuando la educación socialista de las masas estuviera completa, cuando las instituciones de la sociedad civil pasaran a manos de los socialistas. Por supuesto, todo esto en el marco del desarrollo de las fuerzas productivas, pues para estos socialistas era impensable una revolución en un país atrasado o colonial.

“La revolución contra El Capital” debe entenderse, por tanto, como la revolución contra el marxismo dominante en la II Internacional. Sin embargo, Gramsci, en su afán de combatir el reformismo termina metiendo un poco a Marx en la misma bolsa. En parte, Gramsci es consciente de ello; así, más adelante escribe: “si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No son «marxistas», y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere” (p. 34-35)

¿Cómo concebía Gramsci al marxismo en 1918?

En primer lugar, pensaba que el marxismo “es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas” (p. 35). En segundo lugar, sostenía que el pensamiento marxista “no sitúa nunca como factor máximo de la historia los hechos económicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad hasta que ésta se convierte en motor de la economía, en plasmadora de la realidad objetiva, la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter de materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee.” (p. 35).

Se ha dicho muchas veces que aquél que enfrenta a un enemigo termina por parecérsele. Algo de esto le sucede a Gramsci en su lucha contra los socialistas de la II Internacional. Hay que insistir en que se trataba de socialistas que habían apoyado una de las peores matanzas de la historia (la guerra mundial) y que, por tanto, toda crítica dirigida contra ellos resultaba escasa. Esto permite comprender el ánimo de los socialistas revolucionarios como Gramsci. Sin embargo, Gramsci termina incorporando algunos elementos del pensamiento de los socialistas de la II Internacional acerca del marxismo. Vayamos por partes.

Como hemos visto, Gramsci afirma que el marxismo es la continuación del pensamiento idealista alemán e italiano. Más allá de la mayor o menor certeza de esta afirmación (y de su toque de localismo al incluir a los italianos), hay que decir que dicha afirmación deja fuera algunas de las influencias fundamentales en los orígenes de la teoría social de Marx. En primer término, omite a la economía política, cuyo influjo fue para Marx especialmente estimulante en lo que hace a prestar atención al proceso de producción como un elemento fundamental para entender la organización social. En segundo lugar, deja de lado al influjo que ejerció la crítica de la experiencia de la Revolución Francesa en la constitución del pensamiento político de Marx. En tercer lugar, quita de la escena el papel determinante que jugó el desarrollo del movimiento obrero en el acercamiento de Marx al socialismo y en su caracterización de la democracia. Tal como está planteada, la formulación de Gramsci encierra a Marx en el formato de la filosofía, cosa que está muy lejos de las intenciones y los planteos de éste último.

Gramsci acepta la pertinencia de una concepción reduccionista de la teoría de Marx, que concibe que el núcleo del marxismo se encuentra en el proceso de producción entendido en términos exclusivamente económicos. En otras palabras, el marxismo es concebido como la teoría que sostiene que la explicación última de todo proceso social debe buscarse en la economía. Gramsci compra aquí la interpretación de los teóricos de la II Internacional, que construyeron un Marx a imagen y semejanza de sus necesidades políticas.

Por último, Gramsci también reconoce implícitamente la validez de la atribución a Marx de una concepción etapista y lineal del proceso histórico, atribución realizada por los principales dirigentes de la II Internacional. Según esta tesis, la historia repite en todos los países las mismas etapas. De este modo, al esclavismo le sigue necesariamente el feudalismo y al feudalismo el capitalismo, sin que sea imposible saltar etapas o modificar el orden “natural” del desarrollo histórico. Era justamente esta concepción la que justificaba el cuestionamiento de la Revolución Rusa por los socialistas reformistas, pues éstos sostenían que el socialismo sólo era posible a partir de un desarrollo fenomenal de las fuerzas productivas, cosa que no había sucedido en Rusia. Según ellos, el socialismo se daría primero en los países capitalistas centrales, y de allí se expandiría a la periferia. Ahora bien, y a pesar de que pueden aducirse escritos de Marx que parecen postular una concepción lineal del proceso histórico, un examen de conjunto de la obra de Marx muestra que éste era refractario a la teleología y al finalismo en la historia. No estamos haciendo referencia aquí a textos que se publicaron bien entrado el siglo XX y que, por tanto, estaban fuera del alcance de Gramsci (como las cartas entre Marx y la militante rusa Vera Zasúlich), sino que tenemos en mente el Libro Primero de El Capital, que contiene numerosas indicaciones en las que se refuta la concepción lineal de la historia.

Lo expuesto en los párrafos anteriores no quita mérito al artículo de Gramsci, quien defiende a la Revolución bolchevique de los ataques del socialismo reformista. La lectura de su posición resulta interesante, además, frente a la multitud de análisis post facto sobre la Revolución Rusa, cuyos autores, muchos años después de la Revolución y con los resultados puestos, esbozan una mirada burlona y dicen: “¡Qué tipos ingenuos los bolcheviques! ¡Cómo se les ocurría pensar en el socialismo en Rusia en 1917!” Gramsci, con buen tino y sin tener a manos los “diarios del lunes”, escribe:”El capitalismo no podría hacer inmediatamente en Rusia más de lo que podrá hacer el colectivismo. Y hoy haría mucho menos que el colectivismo, porque tendría en seguida contra él un proletariado descontento, frenético, incapaz ya de soportar en beneficio de otros los dolores y las amarguras que acarrearía la mala situación económica. Incluso desde un punto de vista humano absoluto tiene su justificación el socialismo en Rusia.” (p. 37).

Gramsci, a despecho de sus intérpretes modernos, nuevos y novísimos, consideraba que la Revolución, entendida como conquista del poder político por los trabajadores, era el camino a seguir por los socialistas. The rest is silent.

Buenos Aires, martes 29 de noviembre de 2011

NOTAS:

(1) Todas las citas del texto han sido tomadas de la traducción española de Manuel Sacristán: Gramsci, Antonio. (2011). Antología. Buenos Aires: Siglo XXI. (34-37). El artículo está disponible en formato electrónico en: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/nov1917.htm

2 comentarios:

  1. Me parece un muy buen artículo. El texto de Gramsci es cortito, lo voy a tipear y te lo mando para que lo adjuntes... es un muy buen texto de época. Los usos académicos que se hacen del pobre Gramsci son perversos. Digo pobre porque no puede desmentir.

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  2. Mario:

    Coincido plenamente con vos en cuanto a la perversidad de los usos académicos a los que es sometido Gramsci (y agregaría también los usos políticos). Muchas gracias por el ofrecimiento de tipear el texto del artículo, pero está en formato electrónico en marxists.org
    Ya agregué el enlace al final de la nota.
    Saludos,

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