martes, 12 de julio de 2011

FICHA DE LECTURA. GIDDENS, ANTHONY: PROFILES AND CRITICS IN SOCIAL THEORY (1982) (I)


Anthony Giddens




Nota: Para la redacción de esta ficha se ha utilizado la traducción realizada por la cátedra de Filosofía y Métodos de la Carrera de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.

Capítulo 3: Acción, estructura y poder

Anthony Giddens (1938-) se propone dar una respuesta coherente al problema del dualismo existente en la teoría de la acción. Su planteo epistemológico gira en torno a la respuesta a esa cuestión. Es por eso que, antes de pasar a presentar su respuesta, es preciso comenzar por explicar brevemente en qué consiste la teoría de la acción y cuál es el dualismo al que alude Giddens.

La teoría de la acción está dirigida a explicar el comportamiento social de los seres humanos desde una perspectiva individualista metodológica. Como es sabido, el individualismo metodológico es una corriente epistemológica que postula que todo el análisis social debe comenzar por el individuo y no por la totalidad (ya se trate de la sociedad en su conjunto o de un grupo social más reducido). La teoría de la acción, desarrollada inicialmente en sociología por Max Weber (1864-1920) sostiene que la teoría social tiene que concentrarse en la comprensión de los motivos de las acciones sociales realizadas por los individuos. No se trata, pues, de un motivo social, sino de un motivo individual, que puede ser explicitado por los actores sociales.

Giddens sostiene que la teoría de la acción, que luego de Weber fue ampliada en varias direcciones, presenta un dualismo, al que describe del siguiente modo: 

a) Por un lado, los filósofos de la acción se concentraron en el concepto de acción en sí, y en las intenciones, razones y motivos de la acción. Es, por tanto, una posición subjetivista. Estos autores, cuya expresión en las ciencias sociales es el interaccionismo simbólico de Erving Goffman (1922-1982), tienden a estudiar con atención la acción, pero descuidan las instituciones; 

b) Por otro lado, otra corriente tendió a acentuar el papel de las instituciones y descuidó la acción, concentrándose en los problemas de la organización y del cambio institucional, sin poder formular explicaciones adecuadas de las acciones. Es una concepción objetivista. En este lado del dualismo se ubican el estructuralismo y las distintas formas de funcionalismo

Ahora bien, Giddens sostiene que este dualismo es una base inadecuada para construir una teoría social productiva. Así, plantea que los filósofos de la acción no prestan atención a las consecuencias no intencionadas de la acción, esto es, aquellas que no son previstas ni calculadas por los actores, pero que se dan efectivamente como resultado de la acción emprendida por estos. En cambio, los estructuralistas caen en el error de descuidar al sujeto en detrimento del objeto (de la estructura social); de este modo, se ven impedidos para explicar las acciones desde los individuos y, además, para dar cuenta de las razones de los procesos de cambio social (al concentrarse en las estructuras, no pueden percibir los procesos por los cuáles las mismas se transforman). 

Para Giddens, una teoría de la acción social tiene que poner en el centro de su atención la cuestión de que los actores sociales son conocedores de las condiciones de la reproducción social en la que se encuentran inmersos; no son meros robots que actúan en función de lo que exigen las estructuras. De modo que la solución al dualismo imperante en la teoría de la acción requiere incorporar en una teoría coherente a: 1) las consecuencias no intencionadas de la acción (dejadas afuera por los filósofos de la acción); 2) las condiciones no reconocidas de la acción (el conocimiento que tienen los actores y que es ignorado por los estructuralistas). 

Giddens pone manos a la obra por medio de varias operaciones. En un primer momento, se preocupa por remarcar el carácter intencional del comportamiento cotidiano de los seres humanos. De esta manera, recorta el espacio para las concepciones estructuralista, que subordinan al individuo a las estructuras. Ahora bien, decir esto no significa que los individuos sean perfectamente conscientes de los motivos de sus acciones; por el contrario, Giddens incorpora también los impulsos inconscientes, rompiendo así con una tradición arraigada en el pensamiento individualista, que define a los seres humanos como seres que son perfectamente conscientes de las razones de sus actos. Por medio de la incorporación de lo inconsciente, Giddens procura superar el problema de las consecuencias no intencionadas de la acción. 

Giddens traza una distinción entre la conciencia discursiva, esto es, la “capacidad de dar cuenta” de sus acciones (que supone tener consciencia de los motivos de la mismas) y la conciencia práctica, a la que define como el conocimiento tácito que poseen las personas y que es utilizado en la realización de acciones sociales. La conciencia práctica va mucho más allá de la posibilidad de “dar cuenta” y es un puente hacia las consecuencias no intencionadas de la acción. 

A continuación, Giddens reconoce que los funcionalistas están en lo cierto al negar que la historia sea un proceso intencional, en el sentido de que está motorizada únicamente por las intenciones de los individuos. Así, las consecuencias no intencionadas de la acción son fundamentales para la teoría social, pues forman parte de los procesos de reproducción de las instituciones. La acción no se reduce, por tanto, a las intenciones de los actores que la realizan; las consecuencias no intencionadas son, también, condiciones para la acción al estar arraigadas en las instituciones (las instituciones son estables y los actores deben contar con ellas al momento de realizar sus acciones). En este punto, Giddens sostiene que su concepción está alejada tanto de la explicación de los procesos sociales por la intención de los actores, como de las teleologías funcionalistas, que postulan que la historia se rige por los “motivos” de las instituciones. Para Giddens, no existen ni “razones” ni “necesidades” de las instituciones; las razones o necesidades son siempre de los individuos, con la salvedad de que hay que tener presentes en todo momento las consecuencias no intencionadas de las acciones de esos individuos. 

Toda la discusión planteada hasta este momento va a conducir a Giddens a replantear la noción de estructura, que pasa a ser concebida de un modo diferente a como lo hace el estructuralismo. En este punto desarrolla de un modo positivo su intento de superar el dualismo mencionado anteriormente. Lo hace a través de la formulación de tres conceptos, cuyo objetivo es demarcarse de las posiciones estructuralistas y funcionalistas: 

a) Estructura: Está constituida por un conjunto de reglas y recursos que existen sólo como “propiedades estructurales”. A diferencia de los estructuralistas, la estructura no es concebida como una cosa. 
b) Sistema: Son las relaciones entre los actores sociales, que se organizan como prácticas sociales regulares. En otras palabras, se trata de relaciones que se repiten regularmente, y que requieren de la estructura, pues ésta proporciona las reglas y recursos que rigen las relaciones entre los actores. De ahí que para Giddens la estructura es una propiedad del sistema. Las prácticas más profundamente enraizadas reciben la denominación de instituciones. 
c) Estructuración: Es el conjunto de condiciones que gobiernan tanto la continuidad como la transformación de los sistemas. En este punto es fundamental la acción de los actores. La estructuración incluye tanto las intenciones de los actores como las consecuencias no intencionadas de sus acciones. En otras palabras, engloba a la conciencia discursiva (la posibilidad de “dar cuenta” de los motivos de las acciones) como la conciencia práctica (el conocimiento tácito que poseen los actores). Además, y a diferencia de los enfoques estructuralistas, permite entender el cambio social. 

Todo lo expuesto hasta aquí sirve de base para pasar del dualismo de sujeto y objeto, mencionado anteriormente, a la dualidad de la estructura. Este dualismo se encuentra implicado en toda reproducción social y consiste en que la vida social (el conjunto de las acciones sociales) se caracteriza porque las propiedades estructurales de los sistemas sociales son tanto medio como resultado de las prácticas que constituyen esos sistemas. Esto remite directamente al problema analizado al principio, referido a la necesidad de integrar en la teoría social las consecuencias no deseadas de la acción como las condiciones no reconocidas de la misma. En otras palabras, un sistema social está conformado tanto por estructuras (reglas y recursos que rigen los comportamientos) como por prácticas. Estructuras y prácticas no pueden ser separadas, so pena de caer otra vez en el dualismo que separa objeto y sujeto. 

Por último, Giddens utiliza el concepto de recurso para poner en relación la acción social con el poder. ¿Qué significa esto? Los recursos son los medios por los cuales el poder es empleado en lo cotidiano, pero también son elementos estructurales de los sistemas sociales, que se reconstituyen en la interacción social. De este modo, el poder no es solamente algo dado, derivado de la estructura en el sentido estructuralista (es decir, algo que no puede ser modificado y que domina a las personas), sino que es producido en las relaciones sociales. Así, puede hablarse de una dialéctica del control en los sistemas sociales. Las relaciones de poder, que no están dadas de una vez para siempre a partir de la estructura, se constituyen a partir de una interacción que supone autonomía y dependencia. De esta manera, los débiles pueden explotar su debilidad contra los poderosos, pues las relaciones de autonomía y dependencia son recíprocas. En síntesis, todo el planteo de Giddens va dirigido a superar las dificultades que surgen tanto de una concepción estructuralista de la sociedad (anclada en el objeto), como de las distintas teorías de la acción (centradas en el sujeto).

Buenos Aires, martes 12 de julio de 2011

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