Ruinas de la ciudad alemana de Dresde, 1945 |
Ariel Mayo (ISP Joaquín V. González /
UNSAM)
Antes de comenzar
esta nota conviene enunciar la regla que debe regir, en nuestra opinión, los
análisis políticos y económicos, regla que fue esbozada por Maquiavelo en El
príncipe: “De las acciones de los hombres, y más aún de las de los
príncipes, que no pueden someterse a reclamación judicial, hay que juzgar por
los resultados.”
El ministro de
Economía, Luis Caputo, anunció ayer un “paquete de urgencia” (son sus palabras)
para enfrentar la crisis. Como es lógico, no puede hablarse de resultados, dado
que las medidas no empezaron a implementarse y que, muchas de ellas, fueron
formuladas de manera muy imprecisa. Por lo tanto, nuestro análisis va a circunscribirse
a la perspectiva general adoptada por Caputo, a las posibles consecuencias de
las medidas concretas y a la orientación política que se vislumbra a partir del
contenido global del paquete.
Se trató de un
discurso grabado relativamente breve (17 minutos y 44 segundos), máxime si tenemos
en cuenta la magnitud de la crisis. No hubo conferencia de prensa posterior.
Desde el punto de
vista del contenido, el discurso se divide en dos partes, separadas por una
transición donde plantea la existencia de una “oportunidad histórica”: a) el diagnóstico
(los primeros 9 minutos); b) la enumeración de las medidas del paquete de
urgencia (minuto 10 en adelante).
Del diagnóstico, que
se encuadra en la línea de lo dicho por el presidente Milei en su discurso de
asunción, podemos decir dos cosas.
En primer lugar, la
notoria pobreza de las ideas expresadas (¿corolario intelectual de la consigna “No
hay plata”). Caputo hace del déficit fiscal la causa de todos los problemas de
la Argentina en los últimos cien años. Aceptemos, aunque sea a beneficio de
inventario, que esto es así. Pero entonces, ¿qué genera el déficit fiscal? Según
Caputo, la respuesta es “nuestra adicción al déficit fiscal”. ¿De dónde viene
esta adicción? Silencio. No va más allá de eso. Somos “políticamente adictos al
déficit” y punto.
Sobre esta
explicación nebulosa se apoya el diagnóstico del ministro, quien afirma que los
problemas de la deuda, del dólar y de la inflación son consecuencia del déficit
generado por la mencionada adicción. Pero no nos dice una palabra acerca de dónde
viene la adicción. Como sea, sabemos que un diagnóstico errado lleva a tomar
medidas equivocadas. Por eso hay que extremar los medios para no caer en diagnósticos
simplistas, como es el caso del realizado por el señor ministro.
En segundo lugar, el diagnóstico
se mete con los últimos 100 años de historia argentina, y lo hace de manera
ahistórica y bruta. ¿Por qué utilizamos calificativos tan duros? Desde 1923
hasta la fecha (tomemos lo de los 100 años en sentido literal) gobernaron
radicales, conservadores, peronistas de variado pelaje, dictaduras militares,
Macri. Cada uno de ellos afrontó problemas específicos y eligió diversas
alternativas para resolverlos. Caputo reduce toda esta complejidad a dos
términos: déficit fiscal y adicción al gasto. Se dan así algunas paradojas,
como por ejemplo el caso de Menem, quien para Milei es “el mejor presidente del
período iniciado en 1983”, o su aliado el Macri, quienes pasan a ser puestos en
la misma bolsa con los demás “adictos al gasto”.
Sobre esta historia
a-histórica se sustenta el diagnóstico de Caputo. Y vuelvo a repetir: un
diagnóstico errado conduce a soluciones equivocadas.
Caputo resume el diagnóstico
con una frase: “definitivamente estamos frente a la peor herencia de nuestra
historia”. Para el señor ministro, esto es lo que genera “una oportunidad histórica”,
dado que la ciudadanía votó a un político que sostuvo que el déficit fiscal es
la causa de todos nuestros problemas. Ahora bien, Caputo omite algunas
cuestiones: Milei hizo campaña prometiendo “ajustar a la casta”, “dolarizar”, “cerrar
el Banco Central”. Nada de eso fue mencionado en el discurso de ayer. Es cierto
que, dada la liviandad manifiesta del diagnóstico de Caputo, podemos permitirnos
dudar de su capacidad para interpretar las preferencias del electorado.
Pero mejor pasemos a
las medidas del “paquete de emergencia”. Al adoptar esta denominación, Caputo
dice una verdad. No hay plan económico, en el sentido de un conjunto orgánico
de medidas que permitan resolver la crisis y restablecer una senda de
crecimiento. Las circunstancias que rodearon el camino de Milei a la presidencia
hacen que la improvisación siga siendo la norma de sus funcionarios.
Dicho esto, Caputo
enumeró una serie de medidas, algunas de carácter concreto y otras imprecisas
(cuya aclaración se irá dando, suponemos, en los días subsiguientes).
La medida más concreta
está referida, como cabía esperar al valor del dólar. Caputo anunció la
fijación del tipo de cambio oficial en 800 pesos, esto es, una devaluación de
más del 100% respecto a la cotización anterior. Pero esto no es todo. También
dijo que se aumenta provisoriamente (aunque no precisó el monto) el impuesto
país para las importaciones y las retenciones de las exportaciones no
agropecuarias.
Sobre esta medida podemos
hablar con cierta precisión: 1) favorece claramente al sector agroexportador,
algo que señaló expresamente el ministro; 2) el Estado se beneficia con el
aumento del impuesto país a las importaciones y retenciones a exportaciones no
agropecuarias, algo que le permitirá, en principio, reducir la magnitud del
ajuste fiscal (mediante impuestos, algo “curioso” desde el punto de vista del
ideario de La Libertad Avanza); 3) la mayoría de la población verá reducidos
sus ingresos por un nuevo salto de la inflación, dada la magnitud de la
devaluación (que superó a los 650 pesos mencionados por el ministro del
Interior Guillermo Francos hace algunos días); 4) los importadores se verán en
serios problemas para importar insumos necesario para la producción, sobre todo
la pequeña y mediana industria, algo que se traducirá en caída de la actividad
económica (recesión) y aumento del desempleo. A todo esto hay que agregar otra
cosa curiosa: parece que “las ideas de la libertad” incluyen aumentos de
impuestos y mantenimiento de las retenciones. Como ocurre casi siempre, la
realidad y las necesidades políticas matan ideología.
Otra medida significativa,
aunque aquí también faltan precisiones, es el anuncio de la cancelación de las
licitaciones de obra pública aprobadas (pero que todavía no han comenzado), y
la decisión de no hacer nuevas licitaciones. Las consecuencias son previsibles:
caída de la actividad económica y desempleo. Además, si la medida se mantiene
en el tiempo habrá un deterioro todavía mayor de la infraestructura necesaria
para la producción (por ejemplo, autopistas y caminos, puertos, etc., etc.),
pues pensar que la inversión estatal en el área puede ser reemplazada por los capitales
privados es algo bastante utópico.
Mención aparte merece
el anuncio de la reducción de los subsidios a la energía y al transporte. Si
bien no se anunciaron ni montos ni plazos, lo cierto es que esto implica una
reducción de ingresos para buena parte de la población, ya sea por el aumento
de las tarifas de los servicios (luz, gas, etc.), ya sea por el aumento del boleto
de colectivos, trenes, etc.
Por último, algunas
palabras sobre otras dos medidas. Por un lado, la no renovación de los
contratos laborales del Estado que tengan menos de un año de vigencia se traducirá
en aumento de la desocupación. Por el otro, la reducción al mínimo de las
transferencias discrecionales del Estado nacional a las provincias debe leerse
como aumento de la discrecionalidad (pues no se eliminan completamente). O sea,
Milei combatirá la discrecionalidad con más discrecionalidad. Esto se traducirá
en mayor rosca para lograr el apoyo de las provincias a los proyectos de ley
presentados por el Ejecutivo.
El “paquete de
urgencia” tiene una orientación general clara, más allá de su improvisación y
falta de precisiones. El gobierno de Milei busca el apoyo, fundamentalmente, de
la burguesía agroexportadora y, más en general, de la burguesía con capacidad
de exportar y/de conseguir dólares. El Estado reduce su capacidad de intervenir
en el proceso económico y se concede al capital privado la responsabilidad de
reactivar la economía. La recesión y el ajuste fiscal (ayer faltaban
precisiones sobre su magnitud, aunque se habla de una reducción de dos puntos y
medio del PBI, pues otros tres puntos surgirían de los ingresos generados por
el aumento del impuesto país – veremos-) son las herramientas elegidas para resolver
los desequilibrios de la economía. Eso y algo de contención para los más pobres
(duplicación de la AUH y un aumento del 50% de la Tarjeta Alimentar),
probablemente para evitar algún estallido. Por el momento no hay mucho más. Se
busca reducir el gasto, pero no hay ninguna indicación acerca de cómo se alcanzará
el crecimiento ni como recuperarán poder adquisitivo el salario real, las jubilaciones
y las pensiones. Demasiado poco, demasiado endeble, demasiado improvisado, para una crisis la que sufre nuestro país. Todo parece dirigirse a una tormenta inflacionaria y a una reducción extraordinaria de los ingresos de los trabajadores y demás sectores populares, mayor aún
que la experimentada por Argentina en los últimos años.
En los próximos días
habrá más precisiones. Pero podemos afirmar que la remera vendida en estos días
tendría que tener como inscripción “No hay plata ni ideas”, pues ello daría
cuenta de la situación en la que está en este momento la política económica de
Milei.
Balvanera, miércoles 13 de diciembre de 2023
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