George Grosz, Escena callejera |
Ariel Mayo (UNSAM / ISP Dr. Joaquín V. González)
“Cuando
pienso en la vida que he llevado, en la desolación
de
la soledad en que me he movido, en esa ciudad amurallada
que
es el aislamiento de un capitán inasequible al encanto
de
las verdes campiñas que contempla a su alrededor.”
Herman
Melville, Moby Dick (1851)
Émile
Durkheim (1858-1917) acostumbraba redactar sus clases. Gracias a ese hábito de
perfeccionista, disponemos de un vasto material, compuesto por los borradores
de los diferentes cursos dictados por el sociólogo francés a lo largo de su
carrera académica. Entre esos materiales se encuentran las tres lecciones sobre
moral profesional, publicadas por primera vez en la Revue de Métaphysique et de Morale, julio y octubre de 1937, pp.
527-544 y 714-738, con una presentación de Marcel Mauss (1872-1950).
Dichas
lecciones forman parte del curso dictado por Durkheim en tres oportunidades
durante la década de 1890 en la Universidad de Burdeos. El curso recibió
sucesivamente los nombres de: 1) Física del Derecho y de las Costumbres; 2)
Fisiología del Derecho y de las Costumbres; 3) Moral y Organización. La última
redacción del curso fue efectuada de noviembre de 1898 a junio de 1900 y el
texto resultante es que se publicó sin alteraciones en 1937.
Durkheim
desarrolla en las lecciones una de las preocupaciones constantes de su
pensamiento: la búsqueda de las causas del conflicto social en la sociedad
capitalista de fines del siglo XIX. Su
análisis merece ser revisitado, en buena medida porque apunta a una cuestión
central: la tendencia del capitalismo al individualismo y la fragmentación de
la vida social (que va de la mano con el proceso de centralización del
capital), y sus consecuencias políticas y sociales. Esta tendencia no es
coyuntural sino estructural, algo que demuestra Durkheim en buena parte de su
obra (por ejemplo, en La división del
trabajo social), y no ha perdido vigencia en 2023. Durkheim, lejos de ser
un fantasma del pasado, sigue caminando junto a nosotros.
Noticia para bibliófilos:
Para
la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Federico Lorenc
Valcarce: Durkheim, É. (2003). Lecciones
de Sociología. Física de las costumbres y del derecho y otros escritos sobre el
individualismo, los intelectuales y la democracia. Buenos Aires, Argentina:
Miño y Dávila. Las tres lecciones se encuentran en pp. 65-103.
Como
es habitual en él, Durkheim no pierde el tiempo y entra rápidamente en tema. La
primera lección (pp. 65-76) es un verdadero cross
a la mandíbula. Luego de definir el objeto de la física de las costumbres y el
derecho [1], y de plantear cuáles son los dos problemas fundamentales de esta
ciencia [2], se preocupa por establecer la existencia de diversas morales en la
misma sociedad. [3] Todas estas cuestiones son, por decirlo así, una entrada en
calor antes de pasar al tema principal.
El
núcleo del texto es la crítica del economicismo
o, dicho de otro modo, de las soluciones liberal y socialista a los problemas
del capitalismo moderno. Estos
problemas tienen origen en la tendencia del capital a fragmentar los grupos y producir individualismo. [4] Ahora bien, dicha fragmentación tiene sus
costos. Desde la perspectiva durkheimiana, el más alto de esos costos consiste
en la ausencia de una moral profesional,
que regule las actividades de los grupos económicos (por ejemplo, de los
empresarios y de los trabajadores). Esto es especialmente peligroso para la
estabilidad del sistema social, puesto que la economía es la actividad
principal en la sociedad moderna y, si es correcta la tesis durkheimiana, el
desarrollo capitalista lleva a debilitar la regulación de esa actividad.
Durkheim
desarrolla metódicamente su argumento. Para empezar:
“Una moral es
siempre la obra de un grupo y no puede funcionar más que si este grupo la
protege con su autoridad. Está compuesta por reglas que dirigen a los
individuos, que los obligan a actuar de cierta manera, que imponen límites a
sus inclinaciones y les impiden ir más allá. Ahora bien, sólo hay un poder
moral - y, por consiguiente, superior al individuo- que puede imponerle
legítimamente una ley: el poder colectivo. En la medida en que el individuo es
abandonado a sí mismo, en la medida en que es eximido de toda obligación
social, es liberado también de toda obligación moral. La moral profesional no
podría sustraerse a esta condición de toda moral.” (p. 70)
Todo
grupo necesita de una moral para
funcionar adecuadamente, es decir, de un conjunto de normas que rigen los
derechos y deberes de sus miembros (y que sirve, también, para justificar la
jerarquía existente al interior del grupo). Pero la moral emana del grupo y no
del individuo, pues este último, en el marco de una economía de mercado, pone
su interés particular por sobre el interés colectivo. De modo que, si el grupo
se debilita (por acción de esa misma economía de mercado), la moral pierde
consistencia o, en el peor de los casos, desaparece. Sin moral, el grupo queda
sumido en la lucha de todos contra todos [5]: “Es imposible que una función social exista sin disciplina moral.
Porque, de otro modo, no hay más que apetitos individuales - que son
naturalmente infinitos, insaciables - y, si nada los regula, no podrían
regularse a sí mismos.” (p. 74; el resaltado es mío - AM -)
En
este punto aparece una paradoja: el capitalismo, que produce la disolución del
grupo, no puede permitir, sin embargo, que el grupo profesional se disgregue y
que el conflicto escale, pues el capital demanda estabilidad. Sin moral
profesional, la sociedad se tambalea, pues el individualismo da paso a la
competencia y ésta se convierte en la lucha de todos contra todos.
La
inexistencia de moral profesional en los grupos económicos se encuentra en la
base de la crisis del capitalismo. Durkheim lo expone así:
“De allí [de la
ausencia de disciplina moral en los grupos profesionales] proviene,
precisamente, la crisis que sufren las sociedades europeas. La vida económica
ha adquirido, desde hace dos siglos, un desarrollo que no había tenido jamás;
de función secundaria que era, despreciada, abandonada a las clases inferiores,
ha pasado al primer lugar. Las funciones militares, administrativas y
religiosas pierden terreno frente a ella. Sólo las funciones científicas están
en condiciones de disputarle esta primacía, y aun la ciencia tiene prestigio
frente a la sociedad en la medida en que puede servir a la práctica, es decir,
en gran parte a las profesiones económicas. (...) Una forma de actividad que
tiende a ocupar tal lugar en el conjunto de la sociedad no puede estar
desprovista de toda reglamentación moral especial, sin que de ello resulte una
verdadera anarquía. Las fuerzas que han sido desatadas ya no saben cuál es su
desarrollo normal, dado que nada les indica donde deben detenerse. Se tropiezan
unas a otras en movimientos discordantes, reduciéndose, rechazándose
mutuamente. Sin dudas, los más fuertes logran destruir a los más débiles, o al
menos, colocarlos en un estado de subordinación. Pero, como esta subordinación
no es más que un estado de hecho que no está consagrado por ninguna moral, no
es aceptada más que por obligación y hasta el día en que llegue una revancha
siempre esperada. (...) De allí provienen los conflictos siempre renacientes
entre los diferentes factores de la organización económica.” (pp. 74-75)
De
modo que la principal actividad de las sociedades capitalistas, la vida
económica, adquiere el carácter de “competencia anárquica”, con la consiguiente
pulverización de los lazos sociales. Es cierto que Durkheim no ve la otra cara
del desarrollo capitalista, la centralización del capital; sin embargo, percibe
con agudeza las consecuencias disolventes de ese desarrollo para los grupos
sociales.
El
liberalismo económico (en el texto
recibe la denominación de “economicismo”) propone
una solución a la paradoja. Durkheim la sintetiza de la siguiente manera: “El
economicismo sostiene que el juego de las fuerzas económicas se regularía a sí
mismo y tendería automáticamente al equilibrio sin que fuera necesario ni
posible someterlo a un poder moderador.” (pp. 73-74) Pero es precisamente el
juego de las fuerzas económicas el que pone al grupo en respiración artificial;
en otras palabras, el economicismo recomienda apagar el incendio arrojando al
fuego más y más bidones de nafta.
Pero
la crítica durkheimiana va más allá del liberalismo económico y alcanza también
a los socialistas:
“El socialismo
admite, al igual que el economicismo, que la vida económica está en condiciones
de organizarse a sí misma, de funcionar regular y armónicamente sin que ninguna
actividad moral se ocupe de ella, a condición de que el derecho de propiedad
sea transformado, que las cosas dejen de estar monopolizadas por los individuos
y las familias para ser puestas en manos de la sociedad. Hecho esto, el Estado
sólo tendría que llevar una estadística exacta de las riquezas periódicamente
producidas y distribuirlas entre los asociados según una fórmula
preestablecida. “ (p. 74).
Liberales
y socialistas tienen en común el economicismo, la concepción que sostiene que
la economía se regula automáticamente, sin necesidad de una intervención
externa. Pero, tal como se explicó más arriba, esto es imposible.
La
teoría del automatismo de las leyes económicas parte del error de suponer que
los fenómenos económicos existen y pueden analizarse por separado del resto de
la organización social. Esta teoría se enlaza con el individualismo, pues ambas
concepciones postulan la inexistencia de los condicionamientos sociales sobre
los individuos y los fenómenos económicos.
La
causa principal de la crisis consiste, según Durkheim, en la incapacidad de la
economía de proveerse de un conjunto de reglas que la regulen: “El orden, la paz entre los hombres, no
puede resultar automáticamente de causas completamente materiales, de un
mecanismo ciego, por más sabio que sea. Es una obra moral.” (p. 75; el
resaltado es mío - AM-).
Durkheim
no se queda en la constatación de la impotencia de liberales y socialistas para
resolver la crisis del capitalismo; viene a proponer un sueño: las corporaciones como remedio a la
inexistencia de reglas morales en la vida económica. Este propuesta se
desarrolla en las Lecciones 2° y 3° (pp. 77-103)
Aquí
no tenemos espacio para desarrollar la solución durkheimiana, que será tratada
en un texto futuro. Pero hay que enfatizar que el aporte más sustancial de las
lecciones se encuentra en la crítica del economicismo, cuyo postulado
fundamental (el de la crítica) es la afirmación de la incapacidad de la
economía para regularse a sí misma. Si se acepta esta incapacidad, el homo oeconomicus no puede ser el
fundamento de toda la vida social, pues el individuo carece de la facultad de
autogenerar las normas que regulan las relaciones entre las personas.
En
nuestra época, las invocaciones a la autorregulación del mercado y sus poderes
mágicos para resolver los problemas económicos se hallan en boca de muchos
políticos, periodistas y opinólogos. En medio de tanto ruido economicista es
bueno tener presente otra perspectiva sobre la crisis, así más no sea para
preservar la salud mental (la propia y la del prójimo). La soledad que menta el
capitán Ahab no suele ser buena consejera.
Villa
del Parque, sábado 29 de abril de 2023
Notas:
[1]
“La física de las costumbres tiene por objeto el estudio de los hechos morales
y jurídicos.” (p. 65)
[2]
Los dos problemas fundamentales que debe resolver la física de la costumbre
son: “1°) Cómo se han constituido históricamente estas reglas, es decir, cuáles
son las causas que las han suscitado y los fines útiles que cumplen; 2°) La
manera en que funcionan en la sociedad, es decir, el modo en que son aplicadas
por los individuos.” (p. 65)
[3]
Existen las reglas de moral universal,
que “se aplican a todos los hombres indistintamente. Son las relativas al
hombre en general, considerado en cada uno de nosotros” (p. 67). Estas reglas
se dividen en dos grupos: a) la moral
individual, que involucra las relaciones de cada uno consigo mismo; b) “las
relaciones que conciernen con los otros hombres, haciendo abstracción de todo
grupo particular” (p. 67). Pero entre ambos extremos existen deberes propios de
grupos particulares (no abarcan a todas las personas). Entre ellos se encuentra
la moral profesional, que abarca las
reglas que rigen cada una de las actividades que realizan las personas en tanto
productores, empleados, profesionales, funcionarios públicos, etc. Presenta una
gran diversidad, pues abarca profesores, comerciantes, sacerdotes, soldados,
etc. Ahora bien, “el rasgo distintivo de esta moral , el que la diferencia de
las otras partes de la ética, es el desinterés con el que la considera la
conciencia pública. No hay reglas morales cuya violación, al menos en general,
sea vista con más indulgencia por la opinión. Las faltas que sólo conciernen a
la profesión son objeto de una reprobación que pierde intensidad fuera del
medio propiamente profesional. Son consideradas veniales. (...) Este carácter
de la moral profesional se explica fácilmente. Esta moral no puede interesar
vivamente a la conciencia común, precisamente porque está fuera de esta
conciencia común. Precisamente porque impera sobre funciones que no todo el
mundo cumple (...) He aquí por qué el sentimiento público es ofendido débilmente
por este tipo de faltas. Sólo le atañen aquellas que por su gravedad son
susceptibles de tener repercusiones generales.” (pp. 69-70)
[4]
La relación entre capitalismo e individualismo fue descripta por Karl Marx
(1818-1883) en un pasaje de la Introducción a los Grundrisse: “Solamente al llegar al siglo XVIII, con la ≪sociedad
civil≫, las diferentes formas de conexión social aparecen ante el individuo
como un simple medio para lograr sus fines privados, como una necesidad
exterior. Pero la época que genera este punto de vista, esta idea del individuo
aislado, es precisamente aquella en la cual las relaciones sociales
(universales según este punto de vista) han llegado al más alto grado de
desarrollo alcanzado hasta el presente. El hombre es, en el sentido más
literal, no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede
individualizarse en la sociedad.” (Marx, K., Elementos fundamentales para la crítica de la economía política,
Buenos Aires, Siglo XXI, 1997, vol. 1, p. 4).
[5]
Es casi inevitable recordar aquí la formulación del estado de naturaleza
efectuada por Thomas Hobbes (1588-1679): “En esta guerra de todos contra todos,
se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e
ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay un poder
común, la ley no existe: donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la
fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales. Justicia e injusticia no son facultades ni
del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que
estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones.
Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no es estado
solitario. Es natural también que en dicha condición no existan propiedad ni
dominio, ni distinción entre tuyo y mío; sólo pertenece a cada uno lo que puede
tomar, y sólo en tanto que puede conservarlo.” (Hobbes, Th., Leviatán, México D. F., Fondo de Cultura
Económica, 1998, p. 104).
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