Coloso, pintura atribuida a Francisco de Goya |
"Si pudiéramos imaginar una gran multitud de individuos,
concordes con la
observancia de la justicia y de otras leyes de naturaleza,
pero sin un poder
común para mantenerlos a raya,
podríamos suponer
igualmente que todo el género humano hiciera lo mismo,
y entonces no
existiría ni sería preciso que existiera ningún gobierno civil
o Estado, en
absoluto, porque la paz existiría sin sujeción alguna."
Thomas Hobbes
En el Leviatán,
la obra maestra del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679), se encuentran
algunos capítulos especialmente importantes desde el punto de vista de la
ciencia de la sociedad. Ellos son el XIII, donde se describen las
características del estado de naturaleza, el cual precede a la vida en
sociedad, y el XVII, en el que se presentan las causas de la creación del Estado,
así como la manera en que esa creación se lleva a cabo. Ambos capítulos, que
por sí solos justifican la inclusión de Hobbes en cualquier antología del
pensamiento político, ya fueron reseñados y comentados en este blog. Pero el
trabajo quedaría incompleto si no procedemos a examinar el capítulo XVIII, que
da un cierre al tema de la cuestión del surgimiento del Estado abordada en el
capítulo que lo precede en la obra.
Antes de empezar es
preciso contentar a los amantes de las noticias bibliográficas. Todas las citas
del Leviatán fueron tomadas de la siguiente edición: Hobbes, T. (1998).
[1°edición: 1651]: Leviatán o la materia, forma y poder de una república,
eclesiástica y civil. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica. 618 p.
(Sección de Obras de Política y Derecho). Traducción de Manuel Sánchez Sarto.
Cumplidas las
formalidades, ya podemos comenzar con el análisis del capítulo XVIII, cuyo
título es “De los Derechos de los Soberanos por Institución”. [1]
Hobbes inauguró una
corriente de pensamiento político conocida como contractualismo, cuya
característica definitoria consiste en postular un estado presocial (el famoso
estado de naturaleza), del que se sale mediante la realización de un pacto
o contrato (de ahí el nombre de la corriente). A Hobbes no le importa si existió
históricamente el estado de naturaleza, pues éste es más que nada un recurso
lógico, que permite a nuestro autor modelar los rasgos del Estado. Para ser
precisos, hay que decir que en la base de la argumentación hobbesiana se
encuentra la noción de naturaleza humana. O sea, la serie argumental es
la siguiente: naturaleza (o esencia) humana - estado de naturaleza - contrato o
pacto - Leviatán (Estado). En entradas anteriores ya desarrollamos los
primeros tres puntos de la serie argumental y, además, indicamos que la nota
característica del Estado es el recurso al terror para lograr la paz. Nuestro
filósofo no es afecto a lo políticamente correcto y prefiere mostrarnos la
desnudez del Estado.
La necesidad del
Estado se deriva de la situación de guerra de todos contra todos, propia
del estado de naturaleza. El mismo egoísmo que provoca la confrontación entre
los seres humanos propone el remedio para superarla: surge así en cada
individuo la decisión de ceder a un tercero su derecho al autogobierno. De este
modo cobra vida el Leviatán, cuya potencia inflige terror a las personas y las
convence de respetar las reglas que impone.
Ahora bien, el Estado
utiliza el terror para imponer la paz. Con ese objetivo concentra el poder para
someter a los súbditos. Por ende, existe una asimetría brutal entre el poder
estatal y el poder de los ciudadanos; simplemente no hay equivalencia entre
uno y otro. Pero el gran poder del Estado tiene su contracara; los súbditos
pueden considerar que la asimetría mencionada les proporciona más desventajas
que utilidades.
A primera vista,
salir de la guerra de todos contra todos para pasar a la opresión estatal no
parece ser un buen negocio.
Hobbes resuelve el
problema mediante dos argumentos. El primero involucra la cuestión de la representación
y es desarrollado al comienzo del capítulo. El segundo consiste en la
comparación de la vida de las personas en estado de naturaleza y la vida bajo
el poder del Leviatán, y se encuentra al final del capítulo. Dado que el
segundo argumento remite a los fines del Estado y que, por tanto, toca la raíz
de la cuestión, es preciso comenzar por éste a los fines de la claridad de la
exposición, a pesar de que proceder así implica invertir la estructura del
capítulo.
Como es su costumbre,
Hobbes va al hueso:
“Puede objetarse aquí que la condición de los súbditos es muy miserable,
puesto que están sujetos a los caprichos y otras irregulares pasiones de aquel
o aquellos cuyas manos tienen tan ilimitado poder.” (p. 150)
La objeción es
plausible dada la asimetría de poder entre el Leviatán y los súbditos. Y es
todavía más pertinente si se acepta la concepción hobbesiana de la naturaleza
humana: los seres humanos son egoístas por naturaleza y luchan entre sí por
tres motivos, a saber, competencia, desconfianza, gloria. [2] Pues, si cada
individuo procura someter a los demás, ¿qué no haría uno - o varios de ellos -
colocado en una posición de poder?
Parece ser que hemos
salido del terror de la guerra de todos contra todos para sumergirnos en el
terror del despotismo estatal.
Hobbes responde al
problema de la asimetría Estado-súbdito mediante otra asimetría: el terror de
la guerra de todos contra todos frente al terror estatal. El primero es la peor
situación imaginable para los seres humanos, pues “existe continuo temor y
peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca,
embrutecida y breve” (p. 103). En el estado de naturaleza impera “esa disoluta
condición de los hombres desenfrenados, sin sujeción a leyes y a un poder
coercitivo que trabe sus manos, apartándoles de la rapiña y de la venganza” (p.
150). Ese estado puede compararse a “la miseria y calamidades que acompañan a
una guerra civil” (p. 150).
Todos estos horrores
son consecuencia de la ausencia de un “poder coercitivo” que ponga freno a la
acción de las pasiones propias de la naturaleza humana.
Nuestro filósofo es
taxativo:
“Las leyes de naturaleza (...) [en suma, la ley que dice haz a los
otros lo que quieras que otros hagan para tí] son, por sí mismas, cuando no
existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a
nuestras pasiones, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la
venganza y a cosas semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son
más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.” (p. 137)
Por todo esto, el
terror de la guerra de todos contra todos es inconmensurable. En consecuencia,
el terror que impone el Leviatán es necesario, pues sin la existencia de un
poder coercitivo la vida humana no es otra cosa que miedo e
incertidumbre.
El poder estatal
provoca “incomodidades” a las personas, pero son insignificantes frente a los
efectos de la guerra de todos contra todos. Este es, palabras más palabras
menos, el argumento hobbesiano.
La historia nos
enseña las atrocidades cometidas por los Estados. Está fuera de discusión la
inigualable capacidad estatal para infligir daño y provocar sufrimiento. Pero
Hobbes nos propone ampliar la perspectiva e indagar las causas de la existencia
del Estado, pues el Leviatán existe con independencia de lo que pensemos de él.
Su razonamiento es sencillo, pero apunta al núcleo de la cuestión: la necesidad
de reglas para vivir en sociedad y, derivada de ella, la necesidad de un poder
que haga cumplir esas reglas.
Tal como se indicó
más arriba, Hobbes desarrolla otro argumento para resolver el problema de la
justificación del Estado. Según esta otra argumentación, el Leviatán es
instituido por la voluntad de cada uno de los individuos, expresada en el
pacto. No es una imposición; su institución expresa la autonomía del individuo.
Si bien Hobbes apenas menciona al pueblo (algo lógico, puesto que su postura es
individualista metodológica), puede afirmarse que el Leviatán surge de la
voluntad popular (entendida aquí como la agregación de cada uno de los
individuos que firma el pacto). [3] Por ende, cada una de las leyes
establecidas por el Estado debe ser considerada como la expresión de la
voluntad de cada individuo pactante.
“Cada uno de ellos, tanto los que han votado en pro como los que
han votado en contra [de la creación del Leviatán], debe autorizar
todas las acciones y juicios de ese hombre o asamblea de hombres, lo mismo que
si fueran suyos propios, al objeto de vivir apaciblemente entre sí y de ser
protegidos contra otros hombres.” (p. 142)
El terror de que se
sirve el Estado para imponer la paz es, por tanto, la manifestación de las
voluntades de los individuos. Esta es una diferencia radical respecto a la
situación del estado de naturaleza.
Hobbes profundiza el
camino abierto por Maquiavelo (1469-1527) en El príncipe [4]. El pueblo
es la fuente de la soberanía; el Leviatán es la representación del pueblo. Por
esto el terror estatal expresa la voluntad del pueblo de poner fin a la guerra
de todos contra todos.
Los dos argumentos
que acabamos de exponer le sirven a Hobbes para justificar la necesidad del
Estado. Ellos no agotan la variedad de temas desarrollados en el capítulo
XVIII, pues allí se abordan dos cuestiones más: i) la soberanía y la
representación; ii) los derechos y atributos del Estado. Pero aquí termina la
ficha. Ya habrá oportunidad para tratar ambas cuestiones.
Villa del Parque,
martes 12 de julio de 2022
NOTAS:
[1] Se encuentra en
pp. 142-150 de la edición mencionada.
[2] Hobbes escribió
en el capítulo XIII: “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas
principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza;
tercera, la gloria.” (p. 102).
[3] El pasaje clave
es el siguiente: “De esta institución de un Estado derivan todos los derechos
y facultades de aquel o de aquellos a quienes se confiere el poder
soberano por el consentimiento del pueblo reunido.” (p. 142)
[4] Ver al respecto
el capítulo 9 de El príncipe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario