En la continuación de la
serie dedicada a la historia de América Latina llega el turno de un trabajo del
historiador inglés John Lynch (1927-2018), “Los orígenes de la independencia
hispanoamericana”. Lynch fue especialista en historia de España y en el proceso
de la independencia latinoamericana. Cursó estudios en la Universidad de
Edimburgo (MA, 1952) y en la de Londres (PhD, 1955). Fue profesor en las Universidades
de Liverpool (1954-1961) y Londres (desde 1961); en esta última institución
dirigió el Institute of Latin American Studies (1974-1987).
El trabajo
mencionado fue incluido en la obra colectiva Historia de América Latina,
dirigida por Leslie Bethell (n. 1937). Se ha utilizado la traducción española
de Ángels Solá: Bethell, L. (ed.). (1991). Historia de América Latina: 5. La
Independencia. Barcelona, España: Crítica. 264 p. (Serie Mayor). (pp. 1-40)
Lynch presta
especial atención al papel jugado por las RB en la desarticulación del viejo
pacto colonial que mantenía unificado al imperio español. Desde su perspectiva,
el camino a la independencia de América Latina tuvo un desencadenante exógeno.
Esta visión debe ser complementada con un estudio de los factores endógenos que
condujeron a la emancipación latinoamericana.
Abreviaturas:
AL
= América Latina / RB = Reformas
Borbónicas
En las postrimerías del
s. XVIII España era una “metrópoli antigua, pero sin desarrollo” (p. 1):
exportaba materias primas; dependía de una marina mercante extranjera; estaba
gobernada por una elite señorial sin tendencia al ahorro y a la inversión.
“Caso extraño en la
historia moderna: una economía colonial dependiente de una metrópoli
subdesarrollada.” (p. 1).
¿Cómo se llegó a esta
situación?
Lynch comienza por
describir los rasgos principales del Imperio
español en AL en el período anterior a las RB. Existía un equilibrio de
poder entre la Administración (1),
la Iglesia (2) y la elite local (3).
(1) Se trata de la
administración colonial. Poseía el poder político pero tenía escaso poder
militar. Basaba su poder en la soberanía de la Corona y en sus propias
funciones burocráticas. En vez de ser el instrumento de un Estado centralizado,
en la práctica cumplía el rol de intermediario entre la Corona y sus súbditos
americanos.
(2)Reforzaba la soberanía
secular.
(3)Eran los propietarios
rurales y urbanos; detentaban el poder económico. Constituidas por una minoría
de peninsulares y una mayoría de criollos. En el siglo XVIII controlaban el
poder en toda América. Poseían intereses territoriales, mineros y mercantiles;
lazos de amistad y alianza con la burocracia colonial [1]; fuerte sentido de la
identidad regional.
Las Reformas Borbónicas:
El proceso de reformas se
inició alrededor de 1750. Se trató de un conjunto de medidas que abarcaron
todas las áreas del gobierno imperial; su propósito fundamental consistió en
modernizar la economía, la sociedad y las instituciones españolas. Su núcleo era
atacar la disminución de la productividad
de la economía del Imperio.
El proceso se inspiró en
consideraciones de orden pragmático; coexistieron las ideas de los fisiócratas (primacía de la agricultura
y del papel del Estado); del mercantilismo
(la explotación más eficaz de los recursos de las colonias); liberalismo económico (la eliminación
de las restricciones comerciales e industriales – con la salvedad de que la
Corona jamás se planteó la supresión del monopolio comercial español); Ilustración (la preferencia por la
Razón y la experimentación, opuestas a la autoridad y la tradición). Por esto
sus formulaciones políticas fueron “inconsecuentes” [o, mejor dicho, fueron
consecuentes en la preservación del absolutismo]; la modernización coexistía
con la tradición.
Cabe hablar de reformas
porque sus impulsores (básicamente la Corona, los funcionarios de más alto
rango y varios intelectuales) [Lynch no aborda la cuestión de las clases y
grupos sociales que promovieron y apoyaron las RB] se propusieron reformar las
instituciones existentes antes que crear otras nuevas. Por ejemplo: se impulsó
la mejora de la agricultura en vez de la industria. [2]
Las RB no lograron su
objetivo primordial; España siguió siendo una potencia en decadencia. Sin
embargo, alteraron el equilibrio entre los grupos locales en AL. Esto fue la
consecuencia directa de los objetivos del proceso reformista. El profesor Lynch
examina una por una las áreas afectadas por las RB y analiza sus efectos en AL:
Reformas administrativas
En este campo la
finalidad de las medidas reformistas era la centralización del control y la
modernización de la burocracia. Pero las elites locales interpretaron [correctamente]
estos cambios como un ataque a sus intereses.
Las Ordenanzas de Intendentes (1784, Perú; 1786, México) se constituyó
en el instrumento central de la RB; desarmó el sistema administrativo anterior.
[3] Terminó con los repartimientos, sustituyó a los corregidores y a los
alcaldes mayores por intendentes, asistidos por subdelegados en los pueblos de
indios. Introdujo la figura de los funcionarios remunerados; garantizó a los
indios el derecho a comerciar y a trabajar como quisieran. La desarticulación
del régimen anterior produjo una crisis: los indios carecían de crédito;
disminuyó la producción y el comercio. Las elites locales sabotearon las
reformas y rechazaron lo que consideraban el nuevo absolutismo.
Reformas eclesiásticas
Los Borbones atacaron a
la Iglesia (a su poder secular, no a su doctrina) porque la consideraban un
poder corporativo, opuesto a la centralización del poder en torno a la Corona. En
este sentido, el hito principal de las reformas fue la expulsión de los jesuitas (1767), una de las órdenes
religiosas más poderosas. En AL había 2500 jesuitas; sus bienes fueron
comprados por las familias criollas más ricas. Las reformas avanzaron sobre los
fueros de la comunidad eclesiástica; esto golpeó sobre todo al bajo clero (para ellos, los fueros eran
prácticamente su única ventaja material). Todo esto genero descontento en las
colonias; de las filas del bajo clero, por ejemplo, salieron muchos oficiales
insurgentes y jefes guerrilleros de las guerras de Independencia.
Reformas militares
El Ejército era muy débil
en las colonias (por falta de recursos de la Corona); constituido por milicias
de americanos y unas pocas unidades peninsulares. En 1760 se creó una nueva
milicia, encargada de la defensa y cuyo financiamiento corrió a cargo de las
colonias. Sus miembros tenían fuero militar. La novedad es que los oficiales y,
a veces, los jefes, eran criollos. Lynch comenta: “España creó un arma que en
última instancia podía volverse contra ella” (p. 8). A pesar de las protestas
de los peninsulares (reacios a armar a criollos, mestizos y negros), la
americanización del ejército regular de las colonias “fue un proceso
irreversible” (p. 8).
Reformas económicas
Su eje consistió en
ejercer mayor control sobre las colonias, para obligar a las economías locales
a trabajar directamente para España y enviar a la metrópoli el excedente de la
producción y los ingresos.
En 1750 se aprobaron
medidas para incrementar los ingresos imperiales: a) monopolios sobre
mercancías (tabaco, aguardiente, pólvora, sal, etc.); b) la administración
directa de las contribuciones volvió a quedar en manos del gobierno (antes se
hallaba arrendada a particulares).
Los nuevos ingresos de la
Corona no se gastaban en las Colonias; se convertían en metálico que se enviaba
a España. [4] Las quejas de los productores americanos fueron in crescendo a partir de fines del s.
XVIII; muchos pensaban que el dominio español “era un obstáculo a la
productividad y el beneficio” (p. 10). La resistencia a los impuestos
imperiales se intensificó a partir de 1765. [5]
Ahora bien, los
reformadores no eran ingenuos. Ellos “quisieron ejercer una presión fiscal
creciente sobre una economía controlada y en expansión” (p. 11). O sea, el
aumento de impuestos era viable en la medida en que hubiera crecimiento
económico. Para ello se reorganizó el comercio colonial, con el objetivo de
rescatarlo de manos extranjeras: “su ideal era exportar productos españoles en
barcos nacionales a un mercado imperial” (p. 11). En síntesis, ello significaba
la instauración de un nuevo pacto
colonial.
Pero, ¿en qué condiciones
materiales se realizaría ese pacto?
El 80 % de las
exportaciones de América a España estaba conformado por metales preciosos; el
20 % eran materias primas comercializables. No se permitían industrias
manufactureras en las colonias, salvo molinos azucareros. [6] La agricultura y
la industria española experimentaron “cierta revitalización”. Pero, las
exportaciones españolas a América eran, en su mayoría, productos agrícolas
(aceite de oliva, vino y aguardiente, harina, frutos secos).
Las exportaciones
españolas competían, no se complementaban, con los productos americanos.
A lo anterior hay que
agregarle que una parte sustancial de las exportaciones españolas hacia las
colonias consistía en la reexportación de productos extranjeros (el 75 % del
comercio colonial era de origen extranjero).
“España continuó siendo
una cuasimetrópoli, apenas más desarrollada que sus colonias.” (p. 13)
¿Qué efectos tuvieron las
RB sobre las colonias?
Ante todo, “el comercio
libre dejó intacto el monopolio” (p. 13). Las colonias tenían vedado el acceso
a los mercados internacionales, a excepción del contrabando. En general, la situación empeoró porque las colonias
necesitaban más dinero para pagar las importaciones crecientes. [7]
El quid de la cuestión
radicaba en que:
“La
metrópoli no contaba con los medios o no tenía interés en ofrecer los diversos
factores necesarios para el desarrollo, para invertir en el crecimiento y para
coordinar la economía imperial.” (p. 14)
En consecuencia,
“El papel de América
continuó siendo el mismo: consumir las exportaciones españolas y producir
minerales y algunos productos tropicales. En estos términos, el comercio libre
iba ligado necesariamente al incremento de la dependencia, volviendo a una
concepción primitiva de las colonias y a una dura división del trabajo, después
de un largo período en que la inercia y quizás el consenso habían permitido
cierto grado de desarrollo autónomo.” (p. 14)
Las RB terminaron con la Revolución Francesa, que provocó el
miedo de las elites metropolitanas; toda reforma pasó a ser vista como un
germen de revolución. Se produjo una reacción
conservadora bajo el reinado de Carlos IV, cuyo gobierno se extendió entre
1788 y 1808.
El Imperio español no
soportó la prueba de las guerras contra Inglaterra. Durante la primera de ellas
(1796-1802), las colonias quedaron aisladas de la metrópoli, a punto tal que en
éstas se produjo la creación y/o renovación de las manufacturas textiles. Este
proceso se acentuó en la segunda guerra contra los británicos (1804-1808). La
Armada inglesa aplastó a la flota española en el Cabo de San Vicente (1797) y
Trafalgar (1805); Cádiz (el principal puerto español de exportación/importación
a las colonias) fue bloqueada y lo mismo ocurrió con los puertos
hispanoamericanos. El comercio español se derrumbó. Ante los hechos consumados,
la Corona emitió un decreto que permitía el comercio legal y cargado de
impuestos con Hispanoamérica en buques neutrales (1797); el comercio quedó en
manos extranjeras; España conservó las cargas del imperio pero ninguno de sus
beneficios. Si bien la autorización mencionada fue revocada (20 de abril de
1799), varias colonias (Cuba, Venezuela y Guatemala) hicieron caso omiso de la
revocación y siguieron comerciando con los neutrales.
El monopolio comercial
español concluyó de hecho en el período 1797-1801.
Perdido el monopolio
comercial, España sólo conservaba el control
político. Este control era precario y había empezado a ser cuestionado
varias décadas antes, en una serie de rebeliones que mostraron la agudización
de las tensiones entre criollos y españoles a partir de la implementación de
las RB. [8]
Bajo los Borbones, el
gobierno imperial procuro desamericanizar la administración colonial: reducción
de la participación criolla en la Iglesia y la administración; intento de
romper las relaciones existentes entre los funcionarios y las familias
poderosas a nivel local. Este nuevo
imperialismo acentuó las diferencias entre criollos y peninsulares.
Las elites locales, que
mantenían estrechos vínculos con la administración colonial, sabían que su
influencia alcanzaba sólo al ámbito de su región; sin embargo, eso no los hacía
partidarios per se de la
independencia. Pero también tenían puesta la atención en los de abajo:
procuraban por todos los medios mantener a distancia a la gente de color. Así,
de un lado estaban los blancos (peninsulares y criollos, ricos y pobres); del
otro, los indios, los mestizos, los negros libres, los mulatos y los esclavos.
La política borbónica intentó favorecer la movilidad social: los pardos (negros libres y mulatos) fueron
admitidos en la milicia; luego la ley del 10 de febrero de 1795 ofrecía a los
pardos la dispensa del estado de infame: los solicitantes que obtuvieran dicha
dispensa eran autorizados a recibir educación, a casarse con un blanco, a tener
cargos públicos y a entrar al sacerdocio. Como era de esperarse, los blancos se
opusieron a estas concesiones y perdieron la confianza en el gobierno español;
en otras palabras, comenzaron a dudar de la voluntad española de defenderlos.
Hacia 1810,
“El gobierno hacía poco
que había reducido su influencia política mientras que las clases populares
estaban amenazando su hegemonía social. En esas circunstancias, cuando la
monarquía se derrumbó en 1808, los criollos no podían permitir que el vacío
político se mantuviera así, y que sus vidas y sus bienes quedaran sin
protección. Tenían que actuar rápidamente para anticiparse a la rebelión
popular, convencidos como estaban de que si ellos no se aprovechaban de la
situación, lo harían otros sectores más peligrosos.” (p. 26)
En la última parte del
trabajo, el profesor Lynch examina varios fenómenos previos a la rebelión
general de 1810:
a) aparición de
incipiente nacionalismo (criollo, no
indio). Las diferentes colonias rivalizaban entre ellas. El concepto de América
resultaba demasiado vago en un continente demasiado vasto;
b) la influencia de la Ilustración, que en AL fue un
instrumento de la modernización planteada por los Borbones. Su contenido
político (por ejemplo: la igualdad) quedó en segundo plano ante el énfasis
puesto en la importancia del conocimiento práctico y la ciencia. En otros
términos,
“En general
(…) la Ilustración inspiró en sus discípulos criollos, más que una filosofía de
la liberación, una actitud independiente ante las ideas e instituciones
recibidas, significó una preferencia por la razón frente a la tradición, por la
ciencia frente a la especulación. Sin duda estas fueron influencias constantes
en la América española, pero por el momento fueron agentes de reforma y no de
destrucción.” (p. 35)
Pero también algunos
criollos comenzaron a mirar más allá de la reforma, hacia la revolución. Así,
en julio de 1797 estalló una rebelión en La Guaira (Venezuela), liderada por
Manuel Gual y José María España, cuyo objetivo central era establecer una
república independiente en Venezuela. Participaron pardos y blancos pobres,
trabajadores y pequeños propietarios. Exigían libertad e igualdad, abolición
del tributo indio y de la esclavitud de los negros, libertad de comercio. Fue
aplastado, pues su radicalismo unió a criollos y españoles.
Por último, destaca la
influencia de las revoluciones de Estados Unidos, Francia y Haití.
Villa del Parque, jueves
1 de abril de 2021
NOTAS:
[1] La debilidad del gobierno colonial y
su perenne necesidad de recursos permitió a las elites desarrollar formas
efectivas de resistencia frente a los funcionarios de la Corona.
[2] El énfasis en la agricultura obedecía,
también, a un problema demográfico. La población de España pasó de 7,6 millones
de habitantes a principios del siglo XVIII a 12 millones en 1808. Esto motivó
la aparición de una fuerte presión sobre la tierra y el incremento de la
demanda de alimentos.
[3] El sistema anterior giraba en torno a
los alcaldes mayores y los corregidores, que no percibían un salario de la
Corona y obtenían sus ingresos de actividades mercantiles relacionadas con el
ejercicio de su cargo (por ejemplo, comerciar con los indios que se encontraban
bajo su jurisdicción, proporcionar capital, crédito e instrumentos de trabajo,
monopolio económico en su distrito). Estos funcionarios poseían avaladores
financieros, quienes eran comerciantes especuladores en las colonias; los
avaladores garantizaban los ingresos de alcaldes mayores y corregidores;
también abonaban sus gastos. A cambio, los funcionarios forzaban a los indios a
tomar préstamos en metálico para cultivar productos exportables o para que
consumieran productos adicionales. Los avaladores recibían su capital y los
intereses. A este régimen se lo denominaba repartimiento
de comercio y estuvo muy extendido en México y Perú. Visto desde una
perspectiva general, este sistema implicaba abandonar el control imperial
frente a las presiones locales.
[4] En los años buenos, los ingresos
proporcionados por las colonias representaban el 20 % de los ingresos totales
del erario español. Estos ingresos cayeron casi a cero durante la guerra con
Inglaterra (1796-1802 y 1804-1808).
[5] Hay que tener en cuenta que la presión
impositiva sobre las colonias se intensificó al compás de las necesidades
bélicas españolas: en 1796 el estallido de la guerra con Inglaterra produjo un
aumento de las contribuciones; lo mismo sucedió en 1804, cuando se reanudó el
conflicto con los ingleses.
[6] La real orden del 28 de noviembre de
1800 prohibió el establecimiento de manufacturas en las colonias.
Posteriormente, la real orden del 30 de octubre de 1801 ordenaba a destruir los
talleres en las colonias.
[7] La Corona tampoco promovió el comercio intercolonial: “el imperio
continuaba siendo una economía integrada, en la a que la metrópoli trataba con
una serie de partes separadas a menudo a costa de la totalidad” (p. 14).
[8] El profesor Lynch caracteriza así a
las rebeliones acaecidas a lo largo del s. XVIII: “Aunque no eran auténticas
revoluciones sociales, pusieron de relieve conflictos sociales velados hasta
entonces. Esto es lo que puede verse en la reacción de los dirigentes criollos.
Después de haberse implicado en lo que era una simple agitación antifiscal,
generalmente veían el peligro de una protesta más violenta desde abajo,
dirigida no sólo contra las autoridades administrativas sino también contra
todos los opresores. Los criollos entonces se unían a las fueras de la ley y el
orden para suprimir a los rebeldes sociales.” (pp. 26-27). Con anterioridad al
desarrollo de las RB se produjeron la rebelión de los comuneros de Paraguay
(1721-1735) y la de Venezuela (1749-1752); ambas expresaron un incipiente
despertar regional y el surgimiento de la conciencia de que los intereses
americanos eran diferentes a los de España. Posteriormente se produjeron la
revuelta de Quito (1765), protesta urbana y movimiento antifiscal en un área
con una industria en decadencia; la rebelión de Nueva Granada (1781),
movimiento antifiscal y contra los funcionarios españoles, que involucró la
participación de los elementos populares, pronto controlado por la elite
criolla de propietarios y funcionarios. El acuerdo de Zapaquira (8 de junio de
1781) selló el acuerdo entre los comuneros (los rebeldes) y la elite de Bogotá.
Se realizaron concesiones a los rebeldes (reducción de impuestos, reformas
administrativas, acceso de los americanos a los cargos públicos, mejoras de las
condiciones de los indios). Luego, peninsulares y criollos aplastaron a los
grupos que continuaron la lucha.
La rebelión más importante fue la del Perú
(1780-1782), liderada por José Gabriel Tupac Amaru. Se combinaron una revuelta
criolla antifiscal y una revuelta india. El movimiento se radicalizó a tal
punto que terminó por provocar la unión de peninsulares y criollos. La rebelión
fue aplastada y sus líderes ejecutados.
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