Potosí (actual Bolivia) y sus iglesias |
Con esta ficha inauguramos una serie dedicada a obras de historia en general, e historia latinoamericana en particular. Se trata de proporcionar materiales que resulten útiles para los estudiantes de ciencias sociales.
El primer texto
de la serie es el capítulo 1 de la obra Historia de América Latina: De la Colonia
al siglo XXI, del historiador italiano Loris Zanatta (n. 1943),
especialista en América Latina y en el peronismo. Zanatta es profesor de
Historia de América Latina en la Universidad de Bologna (Italia).
Para la elaboración de la ficha utilicé la siguiente
edición: Buenos Aires, Argentina:
Siglo XXI. 288 p. (Biblioteca Básica de Historia). Traducción de Alfredo Grieco
y Bavio y Guillermo David. Todas las citas textuales pertenecen a esta edición.
Por último, mis comentarios personales van entre corchetes.
CAP. 1: EL PATRIMONIO ESPIRITUAL DE LA COLONIA (pp. 17-33)
América Latina
“fue Europa” entre la primera mitad del s. XVI e inicios del s. XIX (p. 17).
Pero hay que tener en cuenta que los casos de la América hispana (la más
extensa, rica y poblada) y la América portuguesa (poco habitada y hasta el s.
XVIII concentrada sobre las costas) son distintos. [En este primer capítulo el
profesor Zanatta no hace ninguna referencia directa a las colonias portuguesas.]
El autor postula
la centralidad del patrimonio espiritual, “sin el cual la historia de
los períodos siguientes perdería sus coordenadas” (p. 18).
[Zanatta obra aquí
de manera arbitraria y no fundamenta su elección. ¿Por qué no comenzar, por
ejemplo, por el patrimonio “material”? Que el autor tenga una concepción
idealista de la historia, según la cual las ideas pesan más que las formas de
vivir, no tiene nada de malo en sí mismo. La ciencia se construye en torno al
debate. Lo malo consiste en que no fundamenta su punto de partida.]
A partir de esa
afirmación, en este período surgió en América una nueva cultura, que
compartió “riesgos y destinos” de la civilización hispánica. [1] Su
elemento unitario y principio inspirador y fue la catolicidad; en ese
elemento la sociedad colonial encontraba su misión política.
El Imperio español bajo las Habsburgo
(1535-1707):
Combinaba un
principio de unidad y un principio de fragmentación. Se trató de un régimen
pactista, mediante el cual gobernó las relaciones entre el soberano y sus
reinos. El pacto fundaba la unidad imperial en el propósito de expandir la
Cristiandad. Su unidad política y espiritual era garantizada por el rey,
titular y de la ley y protector de la Iglesia. Los súbditos reconocían la
soberanía del rey: a cambio, se les concedía una amplia autonomía, cuya
expresión era la fórmula popular “la ley se acata pero no se cumple”. La ley
del rey era reconocida, pero en la práctica el gobierno se fundaba sobre los
usos, las costumbres y los poderes de las elites locales. Se daba así la unidad
en torno al rey y a la pertenencia a la misma civilización; se daba así la
fragmentación en torno a las elites locales. (p. 20).
La organización social de las colonias
americanas:
El profesor
Zanatta indica que “no existe un único modelo social válido para todos y cada
uno de los tantos territorios gobernados por las Coronas ibéricas.” (p. 20). [Esta
diversidad es el problema principal que afronta el historiador de América
Latina.]
En consecuencia,
sólo es posible formular algunas consideraciones generales:
a) Orden
corporativo: la sociedad estaba organizada en torno a corporaciones.
Esto significaba que,
“los
derechos y los deberes de cada individuo no eran iguales a los de cualquier
otro, sino que dependían de los derechos y deberes del cuerpo social al que
pertenecía.” (p. 20) [2]
Desde el vértice
hasta la base, cada grupo tenía sus propios fueros, sus privilegios y sus
obligaciones. El vértice superior de la sociedad colonial estaba constituido
por la población blanca de
origen europeo, cuyos integrantes controlaban la política, la
economía, la justicia, las armas y la religión. En un primer momento fueron los
encomenderos, que luego se transformaron en grandes terratenientes. Posteriormente,
las sucesivas olas migratorias desde la metrópoli hicieron más heterogéneo a
este grupo; se sumaron artesanos, funcionarios, profesionales, comerciantes.
Cada uno de ellos se hallaba organizado en un estado (corporación), con sus
correspondientes derechos y deberes. Los criollos, por su parte, estaban
privados del acceso a los cargos civiles, militares y eclesiásticos más
importantes. Los pueblos originarios, por su parte, conservaron sus
formas de gobierno y sus divisiones sociales. Los negros (3 millones y
medio de africanos fueron llevados como esclavos a América durante el período
colonial) trabajaban en las plantaciones, en el servicio doméstico, o eran
intermediarios entre los blancos y los indios. Además, había un creciente mestizaje.
b) Sociedad
orgánica:
Las colonias
americanas compartían esta característica con todas las sociedades occidentales
de la época). Esta forma de sociedad poseía dos rasgos fundamentales: 1) era
una sociedad “sin individuos”, es decir, “los individuos se veían sometidos al
organismo social en su conjunto” (p. 20); 2) era una sociedad “jerárquica” (los
individuos – y los grupos – tenían funciones diferentes, asignadas por dios).
Zanatta señala
que los más oprimidos (por ejemplo: las comunidades de los pueblos originarios)
poseían amplias posibilidades de autogobierno (estos aspectos – sentido
comunitario, autonomía, protección – luego fueron idealizados). Esta generó una
resistencia al cambio.
c) Naturaleza segmentaria del orden
corporativo: a las barreras originadas por la riqueza o el linaje se
sumaban las barreras étnicas y culturales, más fuertes donde más fuerte era la
población indígena. El resultado fue la generación de “compartimentos que
separaban mundos extraños entre sí, aunque constreñidos a vivir en estrecha
relación” (p. 22).
La organización económica del período
colonial:
América Latina
fue desde la conquista la periferia
de un centro económico lejano. Sin
embargo, no se trató de una situación estática: en el s. XVI el centro (España)
era una potencia mundial; en el s. XVIII el centro (España) era la periferia de
otro centro (los países pujantes del norte de Europa).
“La
economía de América Latina tendió a organizarse hacia el exterior en función
del comercio, tanto para obtener ingresos financieros de la exportación de
materias primas como para dotarse, a través de la importación, de numerosos
bienes fundamentales que el centro del imperio le proporcionaban.” (p. 25)
El profesor
Zanatta sostiene que esta “vocación
periférica” de la economía latinoamericana fue el principal rasgo de la
herencia económica del período colonial.
Los corolarios
de la condición periférica fueron: a) la debilidad intrínseca del mercado
interno; b) la tendencia centrífuga, pues cada región especializada en producir
un bien de exportación procuraba establecer vínculos con el socio exterior más
conveniente.
La herencia
religiosa del período colonial:
La herencia que
más pesó fue el imaginario de tipo religioso. Éste era producto de la sociedad
orgánica (la cual se consideraba a sí misma como reflejo del orden divino
revelado, donde no había distingo entre unidad política y unidad espiritual
(ciudadano y feligrés eran lo mismo).
Los Imperios
ibéricos podían ser definidos como regímenes
de Cristiandad, es decir,
“lugares
donde el orden político se asentaba sobre la correspondencia de las leyes
temporales con la ley de Dios y donde el trono (el Soberano) estaba unido al
altar (la Iglesia).” (p. 27) [3]
A todo ello hay
que agregar que: a) América Latina quedó fuera de la Reforma Protestante. Por el contrario, fue la tierra de la Contrarreforma; 2) la Iglesia se
convirtió en el pilar ideológico del orden político. En este sentido, el rol de
la Iglesia en las colonias ibéricas no tuvo parangón. La catolicidad fue “el
eje de la unidad de un territorio y una comunidad muy fragmentada en todo otro
aspecto.” (28).
Lo expuesto en
el párrafo anterior tuvo consecuencias perdurables para América Latina: a) el
pasaje a la Modernidad política, entendida como la secularización del orden
político (separación de la esfera política y la esfera religiosa), fue complejo
y traumático; b) el pasaje del unanimismo al pluralismo político y económico
resultó arduo. [4]
Las Reformas borbónicas:
Las reformas del
siglo XVIII, impulsadas en España por los Borbones [5] y en Portugal por el
marqués de Pombal [6], erosionaron el pacto colonial. Detrás de los objetivos
declarados de las reformas, lo concreto es que se acentuó la brecha entre la
metrópoli y las colonias.
El propósito de
las reformas
“era
encaminar un proceso de modernización de los imperios y la centralización de la
autoridad a través del cual la Corona pudiera administrarlas mejor [a las
colonias], gobernarlas de manera más directa y extraer recursos de modo más
eficiente.” (p. 30)
El rey de España
Carlos III se proponía el cobro el cobro efectivo de más impuestos en las
posesiones americanas, para abastecer la creciente demanda de la Corona y
asegurar la defensa de las colonias.
En el esquema
propuesto por las Reformas, la metrópoli producía manufacturas, en tanto que
las colonias suministraban materias primas. Con las medidas reformistas se
procuraba detener la decadencia de los imperios ibéricos y enfrentar a las
nuevas potencias mundiales (Gran Bretaña).
Hubo reformas
fiscales, cuyo resultado fue la triplicación de los ingresos de las arcas
reales; administrativas, como la creación de los virreinatos de Nueva Granada y
Buenos Aires, y la implementación del sistema de intendencias; militares, entre
las que destacó la americanización del ejército colonial, dirigido por
oficiales peninsulares; religiosas, cuyo objetivo era el debilitamiento del
poder de las órdenes (por ejemplo, la expulsión de los jesuitas en 1776). Se expropiaron
bienes de las órdenes y se fortaleció al clero secular, sobre el que ejercía
jurisdicción el rey mediante la aplicación del Real Patronato. [7]
Las reformas
tuvieron las siguientes consecuencias en América Latina: 1) la percepción en
las colonias de que el vínculo con la Madre Patria había cambiado. Si hasta ese
momento todas las partes del Imperio eran consideradas iguales, ahora existía
una jerarquía en la que la metrópoli ejercía la primacía sobre las colonias; 2)
la obediencia al rey fue reemplazada por la obediencia a España y Portugal (que
pasaban a ser modernos Estados-nación); 3) las elites criollas se sintieron
traicionadas, pues perdieron autonomía política y pasaron a estar sometidas a
las necesidades económicas de la metrópoli; 4) el surgimiento del sentimiento
patriótico en las colonias a fines del s. XVIII. Los viejos centros coloniales
perdieron peso frente a ciudades como Caracas y Buenos Aires, donde la influencia
hispánica era menor y mayor el peso del comercio inglés.
Villa del
Parque, miércoles 24 de marzo de 2021
NOTAS:
[1] El autor define
civilización del siguiente modo: “un complejo conjunto de instrumentos materiales
y valores espirituales, de instituciones y costumbres capaces de plasmar tanto
la organización social y política como el universo espiritual y moral de los
pueblos que pertenecen a ella.”
[2] En otras
palabras, existían derechos (y obligaciones) de los grupos (corporaciones),
pero no existían los derechos humanos, entendidos como derechos de los individuos
sin importar su grupo social, raza, religión, género, etc.
[4] La Corona
española ejercía el Real Patronato. Se trataba de un privilegio
concedido por el Papa que daba amplias facultades en el gobierno de la Iglesia
e incluso en el nombramiento de los obispos. Reforzó la trama que unía religión
y política.
[4] El profesor
Zanatta remarca la persistencia del “mito originario de la unidad política y
espiritual” (p. 29). El unanimismo designa la pretensión a la unanimidad, a que
un solo criterio rija el gobierno y el pensamiento de un país.
[5] La Casa de
Borbón, de larga historia en Francia, llegó al trono de España con Felipe V
(1683-1746), cuyo reinado se extendió de 1700 a 1746. La política de reformas (conocidas
como las reformas borbónicas) se extendió durante los reinados de Fernando VI,
cuyo reinado abarcó de 1746 a 1759, y Carlos III, que reinó entre 1758 y 1788.
[6] El marqués
de Pombal (1699-1782) fue un estadista portugués que se desempeñó como primer
ministro del rey José I (1750-1777).
[7] Zanatta
sostiene que las medidas reformistas en el plano religioso terminaron por
provocar el establecimiento de una alianza contra la Corona entre el bajo clero
y vastos sectores populares.
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