“Los pactos que no descansan en
la espada no son más que palabras,
sin fuerza para proteger al
hombre, en modo alguno.
Thomas Hobbes (1588-1679),
filósofo inglés.
Bienvenidas y bienvenidos a la undécima clase del
curso.
Hoy comenzaremos una serie de dos encuentros
dedicados al análisis del Leviatán
(1651) [1], la obra más conocida del filósofo inglés Thomas Hobbes. A la vez,
iniciaremos nuestro recorrido por el contractualismo,
una de las corrientes de la filosofía política más influyente de la Modernidad.
En ese recorrido examinaremos brevemente las teorías de Hobbes, John Locke (1632-1704)
y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). En el tratamiento de estos autores
privilegiaremos sus concepciones del Estado, dado que en ellas se encuentran
elementos significativos para abordar los problemas políticos de la actualidad.
Aunque esto será remarcado a lo largo de las clases, es importante señalar desde
un principio que la filosofía de los contractualistas es inseparable de la
expansión de la economía mercantil.
En este sentido, si los contractualistas fueron los primeros filósofos en enunciar
la tesis de la igualdad de los SH (a contrapelo de la filosofía anterior, basada
en la desigualdad humana), eso fue posible porque el mercado iguala a las
personas, en el sentido de que en él todos son compradores y vendedores de mercancía,
nada más ni nada menos. ¿Qué ocurre con quienes carecen de mercancías? Eso lo veremos
en las próximas clases, sobre todo cuando estudiemos la posición de los
socialistas.
En fin, dejo de adelantar cosas y paso a la clase.
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y
Thomas Hobbes ocupan un lugar destacado en el campo de la filosofía política por ser los principales teóricos del Estado moderno.
Maquiavelo puso en el centro del
escenario la cuestión de la violencia,
más específicamente, el papel de la misma en el surgimiento y consolidación de
los Estados. De ese modo, el florentino discute, si se me permite el
anacronismo, las obras de los filósofos contractualistas, quienes afirman que
el Estado es producto de un acuerdo entre los SH. No se trata, por cierto, de
que Maquiavelo haya estado dotado de las artes de la adivinación, sino que su
propia posición excepcional, a caballo entre el mundo feudal y el mundo
moderno, le permite tomar distancia de su época y percibir aquellos rasgos,
todavía incipientes, que luego formarán parte del sentido común de la sociedad
moderna. Mientras que los autores posteriores procuraron ocultar el papel
jugado por la violencia en el Estado moderno y presentar en todo momento a la
voluntad estatal como la voluntad del conjunto de la sociedad, Maquiavelo tiene
presente que ese Estado es producto de un acto de violencia, que la violencia
es ejercida por los poderosos para crear y consolidar su posición, y que la
lucha entre los distintos sectores sociales es la que va plasmando los rasgos
característicos del Estado.
A diferencia de Maquiavelo, Hobbes es
un contractualista. En otras palabras, afirma que existe un estado de naturaleza previo a la
sociedad, y que el Estado surge como resultado de un contrato (o pacto) celebrado entre los SH. No obstante ello, Hobbes
desborda en todo momento los límites de lo esperable para el contractualismo y
efectúa así una crítica implacable del Estado moderno, aún cuando sus
intenciones están muy lejos de ello. Al igual que Maquiavelo, Hobbes es un
pensador de transición, en el sentido de que vivió una época donde lo antiguo
todavía persistía y lo moderno se perfilaba confusamente. Fue contemporáneo de
la revolución burguesa inglesa (década
de 1640) [2], que culminó con el triunfo de Thomas Cromwell; en la contienda,
Hobbes apoyó a los monárquicos y marchó al exilio luego de la derrota de estos.
El Leviatán es producto de la reflexión sobre esa derrota; Paradójicamente,
la obra, concebida como una defensa de la monarquía, puso en discusión los
fundamentos de la misma al proclamar el principio de la igualdad de los SH.
En esta clase analizaremos el capítulo
XIII del Leviatán, titulado “De la Condición Natural del Género
Humano, en lo que Concierne a su Felicidad y su Miseria”. Constituye una
descripción del estado de naturaleza. Es una excelente introducción a la
concepción hobbesiana del Estado, en la medida en que obliga al lector a dejar
de lado sus preconceptos.
Hobbes comienza dicho capítulo
planteando que los SH son iguales:
“La
Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y
del espíritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de
cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando se considera en conjunto, la
diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a
base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no pueda
aspirar como él.” (p. 100).
Al hacer esto, rompe con la tradición
de la filosofía política, que defendía hasta el cansancio la tesis de la
desigualdad de los SH. [3] La monarquía en particular, y toda forma de gobierno
en las sociedades precapitalistas, era la consumación de esta desigualdad, pues
el príncipe ejercía el poder en virtud de que era diferente a la masa de sus
súbditos. [4] El pensamiento clásico sostenía que sólo unos pocos tenían la
sabiduría para gobernar, en tanto que la mayoría sólo estaba capacitada para
obedecer. Por ello, el planteo de Hobbes representa una verdadera revolución
copernicana en filosofía política.
El postulado de la igualdad de los
seres humanos determina que el gobierno ya no puede asentarse en el mero
reconocimiento de que unas personas son superiores a otras; a partir de este
momento, el pensamiento político tiene que dedicarse a reflexionar sobre cómo
legitimar el gobierno en una situación en donde las personas son iguales.
Ahora bien, el postulado de la
igualdad no surge de la cabeza de Hobbes. Pensar así equivaldría a caer en una
concepción idealista, que convierte a las ideas en autónomas, capaces de
reproducirse a sí mismas y de ordenar el mundo a su imagen y semejanza. Hay
toda una realidad social detrás de la afirmación de la igualdad por Hobbes, y
es esta realidad quien debe ser indagada si queremos conocer las razones por
las que el pensamiento político entroniza a la noción de igualdad, a punto tal
que la defensa de la desigualdad entre los SH va quedando confinada paulatinamente
a los teóricos del pensamiento conservador.
El éxito de la noción de igualdad va
asociado a la expansión de la economía mercantil. Los bienes y servicios
necesarios para la satisfacción de las necesidades son producidos como mercancías, es decir, como bienes y
servicios destinados a ser vendidos en el mercado por productores que son
propietarios privados de los mismos. La economía
natural, es decir, la producción para la satisfacción de las necesidades
del grupo sin pasar por el mercado va quedando relegada a bolsones cada vez más
reducidos de la sociedad.
En la economía mercantil todas las
mercancías son iguales en el sentido de que todas ellas son producto del
trabajo humano, y sólo se diferencian por la cantidad de trabajo que posee cada
una de ellas. Dicho de otro modo, las mercancías, en tanto mercancías, sólo
difieren entre sí por la cantidad de tiempo de trabajo que requiere su
producción. Si las mercancías fueran radicalmente desiguales sería imposible
cambiarlas en un mercado. Si un par de zapatos y un aire acondicionado no
tuvieran nada en común, todo cambio entre ellos sería irrealizable. ¿Qué tienen
en común el par de zapatos y el aire acondicionado? El ser mercancías, esto es,
productos del trabajo humano destinados a ser vendidos en el mercado. En este
sentido, el par de zapatos y el aire acondicionado son iguales y sólo difieren
en cuanto al precio (pues representan cantidades desiguales de tiempo de
trabajo). La igualdad de los bienes y los servicios en el mercado encuentra su
máxima expresión en el dinero. El
dinero puede comprar todas las mercancías existentes en el mercado y encuentra
únicamente como límite a la cantidad. Da lo mismo que el dinero sea producto de
picar piedra, cocinar tortas, alquilar taxis o realizar préstamos usurarios:
100 pesos son iguales a 100 pesos, independientemente de su procedencia. La
desigualdad en las cantidades requiere de la igualdad cualitativa: las
mercancías son producto del trabajo humano. Este es el terreno que permitió el
desarrollo de la noción de igualdad en la filosofía política.
Hobbes toma como punto de partida a
la igualdad entre los SH en el estado de naturaleza.
Ahora bien, ¿qué es el estado
de naturaleza?
Hobbes lo describe como “…el tiempo
en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos” (p.
102).
El estado de naturaleza no es una
etapa pacífica de la humanidad. Para Hobbes, se trata de un estado solitario y
de guerra de todos contra todos:
“Los hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el contrario, un
gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a
todos ellos. (…) “Todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra,
durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, es natural también en el
tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la que su propia fuerza
y su propia invención puedan proporcionarles. En una situación semejante no
existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por
consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni uso de los artículos que pueden
ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para
mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz
de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que
es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida
del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.” (pp. 102-103).
El estado de naturaleza es un estado
asocial, en el sentido de que los seres humanos viven dispersos, solitarios,
sin constituir una sociedad ni vivir bajo las reglas impuestas por un poder
común. Está marcado por la lucha de todos contra todos, que pone en permanente
riesgo la vida y las posesiones de las personas.
¿Cuál es la causa de la guerra de
todos contra todos?
Hobbes remite aquí a una explicación
esencialista [5], que lo ubica dentro de las coordenadas del individualismo metodológico (la
corriente que sostiene que el individuo tiene que ser el punto de partida de
todo análisis social). Es precisamente la igualdad entre las personas la que da
origen a la lucha:
“De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de
esperanza respecto a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que
si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos,
se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente,
su propia conservación y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse
o sojuzgarse uno a otro. (…) Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún
procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja a sí mismo,
como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la
astucia a todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que
ningún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que
requiere su propia conservación, y es generalmente permitido.” (p. 101).
En el esquema hobbesiano, la igualdad
genera la lucha porque los SH son egoístas y porque viven aislados. La cuestión
del aislamiento no es menor, pues determina que toda apropiación por el
individuo adquiere un carácter privado, no social. Como naturalmente viven
aislados, toda vez que un individuo consigue algo, se lo apropia para sí y lo
resguarda de sus congéneres. Este aislamiento, esta apropiación privada, se
asemeja a las condiciones del mercado, en el sentido de que en este último los
propietarios privados se apropian de manera privada el fruto de la venta de sus
mercancías. Además, la competencia
entre los individuos en un mercado se asemeja al estado de guerra de todos
contra todos que se verifica en el estado de naturaleza.
Cuando Hobbes responde a hipotéticas
objeciones sobre la pertinencia de la noción de estado de naturaleza, su
respuesta remite, precisamente, a las características que adquiere la
existencia humana en una economía mercantil:
“A quien no pondere estas cosas puede parecerle extraño que la
Naturaleza venga a disociar y haga a los hombres aptos para invadir y
destruirse mutuamente; y puede ocurrir que no confiando en esta inferencia
basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por la experiencia.
Haced, pues, que se considere a sí mismo; cuanto emprende una jornada, se
procura armas y trata de ir bien acompañado; cuando va a dormir cierra las
puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la llave a sus arcas; y todo
esto aun sabiendo que existen leyes y funcionarios públicos armados para vengar
todos los daños que le hagan. ¿Qué opinión tiene, así, de sus conciudadanos,
cuando cabalga armado; de sus vecinos, cuando cierra sus puertas; de sus hijos
y sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¿No significa esto acusar a la humanidad
con sus actos, como yo lo hago con mis palabras?” (p. 103).
La economía mercantil puede mirarse
al espejo del estado de naturaleza hobbesiano. La competencia entre productores
privados se asemeja a la guerra de todos contra todos; la incertidumbre acerca
de la posibilidad de mantener la posición en el mercado se parece
peligrosamente a la incertidumbre del hombre en estado de naturaleza, quien
sabe que el bien que ha conseguido no está a salvo de las asechanzas de sus
semejantes. En este punto, cabe acotar que el mismo Hobbes admite que la
existencia del estado de naturaleza es cuanto menos dudosa:
“Acaso puede pensarse que nunca existió un tiempo o condición en que se
diera una guerra semejante, y, en efecto, yo creo que nunca ocurrió
generalmente así, en el mundo entero” (p. 103).
Si Hobbes no está convencido de la
existencia misma del estado de naturaleza, ¿cuál es la necesidad de introducir
el concepto en el análisis de la sociedad?, ¿de dónde sacó los rasgos
característicos de dicho estado?
La noción de estado de naturaleza le
permite justificar las características del Estado moderno, haciendo de este un
elemento imprescindible para la existencia de la sociedad. Si el estado natural
de la humanidad es la guerra, sólo un poder capaz de someter por la fuerza a
las personas es capaz de asegurar la paz. La sociedad de individuos aislados,
egoístas, sólo puede sobrevivir en la medida en que exista un órgano represivo,
el Estado. A diferencia de los filósofos posteriores, Hobbes se permite hablar a
calzón quitado y decir aquello que los otros esconden con montañas de palabras:
el Estado está para preservar la propiedad, esa es su función primordial.
“En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada
puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia
están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe: donde no hay
ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes
cardinales. Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del
espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el
mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas,
cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario. Es
natural también que en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni
distinción entre tuyo y mío; sólo pertenece a cada uno lo que
puede tomar, y sólo en tanto que puede conservarlo.” (p. 104).
Además, Hobbes señala que la justicia no existe en estado de naturaleza.
De modo que la moral de una sociedad
es funcional a los objetivos del Estado, y surge con éste. Justicia y propiedad son creación del Estado,
quien es el encargado de refrendar una determinada distribución de los bienes.
De ese modo, la burguesía, la clase rectora en la sociedad moderna, no puede
recurrir a ninguna idea natural de justicia para defender su dominación; la
justicia es una creación estatal y remite a una determinada distribución del
poder entre los grupos sociales. El Estado es concebido, entonces, como el
estado de los propietarios, con la salvedad de que, a diferencia de Locke para
quien la propiedad nace en el estado de naturaleza, Hobbes afirma que el Estado
da origen a la propiedad, dando un nuevo estatus a la posesión precaria que se
da en el estado de naturaleza.
Con esto
concluimos el análisis del capítulo XIII. En la clase próxima trabajaremos los
capítulos XVII y XVIII.
Muchas
gracias por su atención y paciencia.
Villa
del Parque, lunes 31 de agosto de 2020
ABREVIATURAS:
CP = Ciencia política / SH= Seres humanos
NOTAS:
[1]
En esta clase utilizo la siguiente edición: Hobbes, T. (2005). Leviatán o la materia, forma y
poder de una república, eclesiástica y civil. Buenos Aires, Argentina:
Fondo de Cultura Económica de Argentina. La obra fue publicada por
primera vez en Londres en 1651.
{2] Bajo el término
revolución burguesa agrupamos a las revoluciones en las que la burguesía se
apoderó y/o pasó a controlar el Estado, desplazando a la nobleza feudal y a la
monarquía. El ejemplo más conocido es la Revolución Francesa de 1789.
[3] Ver, por ejemplo, la
defensa de la esclavitud por Aristóteles (384-322 a. C.) en el Libro Primero de
la Política.
[4] Por supuesto, esta
afirmación admite excepciones, como la democracia ateniense.
No hay comentarios:
Publicar un comentario