Ariel Mayo (UNSAM / ISP Dr. Joaquín V. González)
“El
ser humano es por naturaleza un animal social.”
Aristóteles
(384-322 a. C.)
“El ser humano es (...) un animal que sólo
puede
individualizarse en sociedad.”
Karl
Marx (1818-1883)
A modo de prefacio: las ciencias
sociales contra la concepción individualista de la sociedad
En
la actualidad las ciencias sociales (o la teoría de la sociedad, si se
prefiere) están obligadas a enfrentar el ascenso de las corrientes
individualistas, según las cuales la sociedad no es otra cosa que la suma
agregada de individuos. Que estas corrientes ocupan un lugar cada vez más
significativo en la actualidad es una afirmación que no merece mayor discusión.
El individualismo y la glorificación del egoísmo están a la orden del día. El
individualismo se encuentra en el centro de numerosos movimientos políticos que
combaten a los restos del Estado de bienestar (sea lo que fuere que esa
expresión signifique hoy en día), al socialismo (al que se identifica, en parte
capciosamente, en parte con mucho de razón, como estatista) y a cualquier
vestigio de derechos de los trabajadores. El individualismo, en suma, es una de
las piezas fundamentales en torno a los que se estructuran los movimientos y
partidos que se conocen como liberales (o “libertarios”, como es el caso de
Javier Miley en Argentina).
¿Por
qué las ciencias sociales están obligadas a combatir el ascenso del
individualismo?
La
razón es sencilla: el individualismo, al escindir al individuo de la sociedad y
al enfrentarlo a ella, no hace otra cosa que demoler los fundamentos sobre los
que se construyó, trabajosamente, la ciencia de la sociedad. Esa ciencia (no
importa aquí si se trata de la sociología o del marxismo) vio la luz planteando
que la sociedad es una entidad diferente a los individuos que la componían, que
la sociedad produce ideas y representaciones que no existen naturalmente en los
individuos, y que la vida en sociedad moldea a las personas y permite el
desarrollo de la individualidad. Por ende, postular que los individuos son
previos a la sociedad y que crean a ésta a su imagen y semejanza, implica echar
por tierra los fundamentos mencionados. En criollo, significa mandar al carajo
todo lo hecho en el terreno de las ciencias sociales en los últimos 250 años.
Para
las ciencias sociales, luchar contra el individualismo es luchar por su
supervivencia como ciencias.
En
este texto no podemos desarrollar en toda su extensión la crítica del
individualismo, entendido como concepción filosófico y sociológica. Al fin y al
cabo, este texto no es nada más ni nada menos que una ficha de trabajo; no
obstante ello, la relectura de los clásicos resulta un punto de partida
necesario para emprender la tarea de discutir las bases filosóficas que nutren
al liberalismo conservador de la actualidad.
En
sociología, al mencionar a los clásicos es imposible no tener en cuenta a Émile
Durkheim (1858-1917). El sociólogo francés sentó las de una sociología
científica; al hacerlo, confrontó inevitablemente con el individualismo. Para
muestra de ello basta con ir a su obra La
educación moral. Pero antes de
hacerlo corresponde decir algo sobre dicha obra en sí.
En
el año lectivo 1902-1903, Durkheim dictó en la Sorbona (la Universidad de
París) el primer curso sobre Ciencia de la Educación (hoy diríamos Sociología
de la Educación). El sociólogo francés redactaba in extenso las lecciones de
sus clases; gracias a ello poseemos el manuscrito de este curso, cuyo título es
L’Éducation morale [La educación
moral]. [1] Las lecciones cuarta, quinta y sexta están dedicadas al tratamiento
de los grupos sociales. [2] Se trata de un material ineludible al momento de
conocer las opiniones durkheimianas sobre el individualismo.
Información para bibliófilos:
Para
la redacción del presente texto se utilizó: Durkheim, E. (1997). La educación moral. Buenos Aires,
Argentina: Losada. 318 p. (Biblioteca Pedagógica). Todas las citas corresponden
a esta edición, salvo indicación en contrario.
El todo es superior a las partes, o
hablemos de los fundamentos de la crítica de la concepción individualista de la
sociedad
Para
poner en contexto el argumento desarrollado en La educación moral, hay que comenzar diciendo que la sociología
construyó su espacio propio en el terreno de la teoría social por medio de la
crítica del individualismo. Esto es particularmente notorio en Las reglas del método sociológico
(1895). Allí Durkheim se esforzó por mostrar que la sociedad constituía un
sustrato diferente a los individuos y que ella producía normas y
representaciones que se imponían a las personas. [3]
En
La educación moral, Durkheim vuelve a
insistir en esta cuestión:
“porque los
hombres viven juntos en vez de vivir separados, las conciencias individuales
actúan unas sobre las otras y, a consecuencia de las relaciones que se
establecen de este modo, aparecen ideas y sentimientos que jamás se hubieran
producido en las conciencias aisladas.” (p. 76)
El
comportamiento de las multitudes sirve de prueba positiva para la afirmación
anterior:
“Los grupos
humanos tienen una manera de pensar, sentir y vivir diferente de la que es
propia de sus mismos miembros, cuando éstos piensan, sienten y viven
aisladamente. Ahora bien, todo lo que decimos de las multitudes, se aplica, a posteriori, a las sociedades que no
son otra cosa que multitudes permanentes y organizadas.” (p. 77)
Durkheim
sostiene que lo anterior se deriva del hecho de que el todo es más que las
partes que lo componen. O, dicho de otro modo, el todo posee propiedades
diferentes a cada una de las partes que lo integran.
“Es pues un hecho
constante que un todo puede ser diferente a la suma de sus partes. Nada hay en
ello de sorprendente por esta razón, a saber: que los elementos, en vez de
permanecer aislados, se asocian y se relacionan, actúan y reaccionan los unos
sobre los otros, por lo cual, es natural que de estas acciones y de estas
reacciones, que son producto directo de la asociación, que no habían tenido
lugar antes de que ésta se hubiera realizado, surjan fenómenos enteramente
nuevos, que no existían antes de verificarse aquélla.” (p. 76).
La
tesis de que el todo es diferente a las partes que lo integran es la base de la
crítica al individualismo y, a la vez, la justificación de la sociología como
ciencia. De esa tesis se deriva que el objeto de estudio de la sociología son
los hechos sociales [4] y no las conductas individuales. Más aun, las conductas
individuales no son (salvo que se trate de una actitud patológica) otra cosa
que los hechos sociales pasados por el tamiz de la experiencia individual.
La moral es lo que es y no lo que
debe ser, o de cómo la sociedad produce sus propias normas
Enunciar
las bases filosóficas de la crítica del individualismo y de la necesidad de la
sociología es apenas el comienzo del trabajo. La tarea queda trunca si no se
pasa a analizar las normas, costumbres y representaciones de una sociedad dada
en un momento histórico determinado. Pero La
Educación moral no emprende esa labor, sino que se concentra en el examen
de un tipo específico de normas: la moral.
Durkheim
deja de lado las concepciones que ponen el acento en la moral tal como debe
ser; por el contrario, se dedica a examinar la moral tal cual es. [5] Esto
supone concebir a ésta como “una infinidad de reglas especiales, precisas y
definidas, que fijan la conducta de los hombres para las diferentes situaciones
que se presentan con más frecuencia” (p. 35). En este sentido, el análisis de
la moral se enlaza con la crítica del individualismo.
Repasemos
lo visto hasta ahora. El núcleo de la crítica consiste en la afirmación de que
la sociedad es una entidad diferente de los individuos que la componen. Esta
tesis supone el rechazo de su contraria: la sociedad es una creación de los
individuos. Si los individualistas tienen razón, la fuente de origen de la
moral es cada uno de los individuos que viven en una sociedad dada. Ellos crean
la moral. Pero en este punto Durkheim afila el cuchillo y pasa a demostrar que
una moral nacida de los individuos sería amoral, es decir, una contradicción en
sí misma. Su argumento es el siguiente.
La
moral no consiste en la búsqueda de los fines personales de cada individuo.
Durkheim rechaza esta concepción afirmando que ningún pueblo entiende a la
moral de este modo, y que “lo que queremos conocer es esa moral tal como la
entienden y aplican todos los pueblos civilizados” (p. 72). O sea, en base al
principio metodológico que indica que tenemos que estudiar lo que existe antes
de plantear lo que debe ser, el sociólogo está obligado a indagar cuál es la
concepción de la moral que es aceptada por los distintos pueblos civilizados
(nótese al pasar el tufillo a colonialismo que se desprende de algunos
adjetivos empleados por Durkheim). Y esta concepción puede sintetizarse en la
frase: “los actos prescritos por las leyes morales presentan todos el carácter
común de perseguir fines impersonales” (p. 72)
Prosigamos.
Si los actos del individuo guiados por sus fines personales no son morales,
podemos calificarlos de amorales (en el sentido de que no pertenecen a las
reglas incluidas en la moral de una sociedad determinada). La moral persigue
fines impersonales. Pero fuera de los individuos no hay más que los grupos
formados por la reunión de los individuos. El más extenso de esos grupos es
precisamente la sociedad. [6] En otras palabras, la moral consiste en los actos
impersonales dirigidos hacia la sociedad. Mejor dicho, “los fines morales son
aquellos que tienen por objeto una sociedad. Obras moralmente es obrar en vista
de un interés colectivo.” (p. 74)
La
noción misma de interés colectivo resulta imposible de concebir si no se
contempla la existencia de una entidad superior a los individuos (la sociedad).
[7] La sociedad, esa totalidad de relaciones, acciones y representaciones,
desarrolla intereses que no surgen naturalmente en las personas que la
integran. Y esos intereses se expresan, entre otras cosas, en las normas
morales.
¡Yo soy Espartaco!, o el individuo
como ser social:
La
crítica del individualismo va más allá del debate respecto a qué es la
sociedad. La crítica apunta a la noción misma de individuo. El punto de partida
de Durkheim es que el ser humano es un ser social:
“El ser humano se
atiene tanto menos a sí mismo cuanto no se atiene más que a sí. ¿De dónde le
viene esto? Es porque el ser humano constituye, en su mayor parte, un producto
social. De la sociedad nos viene todo lo mejor de nosotros mismos, todas las
formas superiores de nuestra actividad. El lenguaje es cosa social, y ocupa el
primer lugar; la sociedad es la que lo ha elaborado y por la sociedad se
transmite de generación en generación.” (p. 84)
Si
esto es así, el ser humano sólo puede individualizarse en el marco de la
sociedad. Los individuos aislados, si fuera posible que vivieran fuera de la
sociedad, quedarían reducidos a las funciones orgánicas, encadenados a la
satisfacción incesante de las necesidades más elementales. [8] En una sociedad
moderna, donde la división del trabajo se ha extendido a niveles inimaginables
en siglos anteriores, cada persona depende de las demás para satisfacer sus
necesidades. Es precisamente esa extensión de la división del trabajo, de la
interdependencia entre los individuos, la que genera la realidad y la ilusión
de la autonomía del individuo. Realidad porque una división del trabajo
extendida libera a las personas de pasar todo el tiempo trabajando para
proveerse lo necesario para subsistir y abre un mundo de posibilidades para su
desarrollo material y espiritual. Ilusión porque la economía mercantil hace que
las personas se relacionen por medio del dinero y, por tanto, oscurece la
percepción de la interdependencia entre los individuos. Quien posee dinero
piensa que no necesita de los demás. La consecuencia de esta ilusión es el
individualismo exacerbado.
Si
se acepta que los seres humanos somos seres sociales, pierde consistencia el
planteo que postula la existencia del antagonismo individuo-sociedad. Este
planteo “está reforzado por viejos hábitos del espíritu que oponen la sociedad
al individuo como dos términos contrarios y antagónicos, que no pueden
desarrollarse el uno más que en detrimento del otro.” (p. 82). La antinomia
individuo-sociedad se apoya, pues, en una concepción distorsionada de la
relación social, que pone el acento en los extremos (el individuo por un lado,
la sociedad por el otro), a punto tal que sostiene que son los extremos los que
dan vida a la relación. Si se concibe de este modo a la relación, tiene sentido
plantear la existencia de antagonismos irreductibles entre los extremos, sean
cuales fueren estos (individuo-sociedad, individuo-Estado,
patriotismo-cosmopolitismo, etc., etc.). Sin embargo, los antagonismos
derivados de esa forma de pensar la relación no son otra cosa que abstracciones
que oscurecen la comprensión de la relación real.
Durkheim
propone un camino diferente. Individuo y sociedad constituyen una totalidad
orgánica, en la que lo importante es la relación (en rigor, el conjunto de
relaciones). El siguiente pasaje muestra con claridad la posición durkheimiana:
“Sin duda, lejos
de existir entre ellos un antagonismo, lejos de que el individuo pueda
adherirse a la sociedad sin abdicar total o parcialmente de su propia
naturaleza, sólo a condición de adherir a ella es como el individuo realiza
plenamente su naturaleza, es como llega a ser realmente él mismo.” (pp. 82-83).
La
disolución del antagonismo individuo-sociedad disuelve las bases filosóficas
del individualismo, pues el individuo no puede ser pensado por fuera de la
sociedad o desarrollándose a espaldas de ésta. Para bien o para mal, el
individuo está unido indisolublemente a la sociedad.
Un
corolario de la argumentación anterior es la manera de concebir el conflicto.
Para Durkheim se trata de conflicto social,
no del choque entre el individuo y la sociedad. Un ejemplo de ello es el
siguiente pasaje, que no tiene desperdicio:
“El individuo en
sí mismo reducido a sus solas fuerzas es incapaz de modificar el estado social.
No se puede actuar eficazmente sobre la sociedad más que agrupando las fuerzas
individuales de manera que se opongan fuerzas colectivas contra fuerzas
colectivas. Pero los males que procura curar o atenuar la caridad privada
provienen generalmente de causas sociales. Abstracción hecha de casos
particulares excepcionales, la naturaleza de la miseria, dentro de una sociedad
determinada, proviene del estado de la vida económica y de las condiciones dentro
de las cuales funciona, es decir, de su organización misma. Si existen hoy
muchos vagabundos sociales, gentes fuera de toda vida social regular, es que
hay dentro de nuestras sociedades europeas alguna cosa que impele a la
vagancia. (...) Males tan manifiestamente sociales exigen que se les trate
socialmente. Contra ellos nada puede el individuo aislado.” (pp. 98-99)
La
argumentación de Durkheim refuta la idea, tan de moda en nuestros días, de que
la posición de cada persona en la sociedad es el resultado de sus esfuerzos y
sus méritos. Para que esos esfuerzos y esos méritos den resultados es necesario
que existan determinadas condiciones materiales, sin las cuales el esfuerzo y
el mérito giran en el vacío. Más todavía, cada sociedad forma en los individuos
cierta idea del mérito y del esfuerzo. En definitiva, Durkheim aporta una
visión realista, no utópica, de la relación individuo-sociedad.
El
individualismo actual es cosa vieja. Sus fundamentos y su concepción de la
sociedad fueron discutidos y refutados por las ciencias sociales hace ya mucho
tiempo. Las razones de su elevación a verdadera moda también fueron analizadas
hace más de un siglo. Nada hay de novedoso en él. Sin embargo, refutar
teóricamente un argumento no implica refutarlo en la práctica. Con toda la
importancia que tiene la discusión científica de los argumentos (viejos) del
individualismo, no avanzamos un paso en su erradicación si la concepción
correcta de la relación individuo-sociedad no se plasma en el sentido común de
la sociedad. Parafraseando al viejo Marx, no alcanzan las armas de la crítica:
hace falta la crítica de las armas. Pues en la medida en que la refutación del
individualismo no se haga carne en lo cotidiano, se dará la paradoja de que lo
viejo (el individualismo) se presente como lo nuevo.
Villa
del Parque, jueves 18 de mayo de 2023
NOTAS:
[1]
La obra fue publicada por primera vez en 1925. La edición estuvo a cargo del
sociólogo francés Paul Fauconnet (1874-1938).
[2]
Estas lecciones abarcan las pp. 61-110 de La
educación moral.
[3]
En el prólogo a la 2° edición de la obra se encuentra este pasaje: “Sí (...)
esta síntesis sui generis que
constituye toda sociedad da lugar a fenómenos nuevos, diferentes de aquellos
que tienen lugar en las conciencias aisladas, no se puede por menos de
reconocer que esos hechos específicos residen en la propia sociedad que los
produce y no en sus partes, es decir, en sus miembros. Así pues, en ese sentido
son exteriores a las conciencias individuales” (Durkheim, É., Las reglas del método sociológico,
Barcelona, Altaya, 1998, p. 42).
[4]
La noción de hecho social fue desarrollada por Durkheim en el capítulo 1 de Las reglas del método sociológico: “un
orden de hechos que presentan caracteres muy particulares: consiste en modos de
actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y que están dotados de
un poder de coerción en virtud del cual se imponen a él. Por consiguiente, no
podrían confundirse con los fenómenos orgánicos, que consisten en
representaciones y en acciones, ni tampoco con los fenómenos psíquicos, que no
tienen existencia más que en la conciencia individual y por ella. Por
consiguiente, constituyen una nueva clase y es a ellos, y sólo a ellos, a los
que se debe dar el calificativo de sociales; éste es el calificativo adecuado,
pues resulta claro que al no tener por substrato al individuo, no pueden tener
otro que la sociedad, sea la sociedad política en su totalidad, sea alguno de
los grupos parciales que encierra: confesiones religiosas, escuelas políticas y
literarias, corporaciones profesionales, etc.” (Durkheim, É., Las reglas del
método sociológico, Barcelona, Altaya, 1998, pp. 58-59)
[5]
Durkheim sigue aquí la indicación metodológica propuesta por Maquiavelo en El Príncipe. Los fenómenos sociales,
cualesquiera que sean, no pueden ser abordados desde el deber ser (nuestros
deseos, nuestros ideales), sino que debemos estudiarlos tal como se presentan
en la realidad. Maquiavelo lo expresa así: “mi intento es escribir cosas útiles
a quienes las lean, y juzgo más conveniente irme derecho a la verdad efectiva
de las cosas, que a cómo se las imagina; porque muchos han visto en su
imaginación repúblicas y principados que jamás existieron en la realidad. Tanta
es la distancia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que quien prefiere
a lo que se hace lo que debería hacerse, más camina a su ruina que a su
preservación” (Maquiavelo, El príncipe,
Madrid, Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente, 1955, p. 342).
[6]
“Las relaciones morales son relaciones entre conciencias. Pero por fuera y por
encima del ser consciente que soy y por fuera y por encima de los seres
conscientes que son los otros individuos humanos, no hay otra cosa que el ser
consciente que es la sociedad. Y yo entiendo por esto todo lo que es el grupo
humano, tanto la familia como la patria o como la humanidad en la medida, al menos,
como se realiza. (...) me limito a plantear este principio, a saber, que el
dominio de la moral comienza allí donde comienza el dominio social.” (p. 74)
[7]
Adam Smith (1723-1790) era consciente de esta dificultad y desarrolló la idea
de “la mano invisible” del mercado para solucionarla. Pero la solución
smithiana consiste en un reconocimiento tácito de la existencia de fuerzas
sociales que se encuentran por encima del individuo y que se realizan a través
de las acciones individuales, independientemente de los fines perseguidos por
los individuos al realizarlas.
[8]
Thomas Hobbes (1588-1679), el primero de los autores contractualistas (quienes
pensaban que existía un estado de naturaleza, previo a la vida en sociedad),
describió en estos términos como sería la situación de las personas fuera de la
sociedad: “todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el
cual el hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que
los hombres viven sin otra seguridad que la que la propia fuerza y su propia
invención pueden proporcionarles. En una situación semejante no existe
oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no
hay cultivo de la tierra, ni navegación, ni uso de los artículos que pueden ser
importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover
y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la
tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letra, ni sociedad; y lo que es
peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta, y la vida del
hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.” (Hobbes, Thomas, Leviatán, México D. F., Fondo de Cultura
Económica, 1998, p. 103).