sábado, 28 de mayo de 2022

LACLAU Y SU PREFACIO A LA RAZÓN POPULISTA (2004) Y LA NEGACIÓN DE LA TEORÍA SOCIAL



Ernesto Laclau (1935-2014), con suma ligereza, liquida dos siglos de teoría social en el prefacio de su obra, La razón populista (1). Sin entrar a discutir en este momento el conjunto de este libro, hay que decir que Laclau estudia al populismo en el marco de una investigación más general sobre la “lógica de formación de las identidades colectivas” (p. 9). En este contexto, Laclau concibe al populismo como “un modo de construir lo político” (p.11).

La pregunta por la naturaleza del populismo conduce a nuestro autor al clásico problema de la naturaleza de los lazos que mantienen unida a la sociedad. En un sentido, cabe decir que toda la teoría social moderna (y esta afirmación puede hacerse extensiva a la filosofía política clásica, desde los clásicos hasta los contractualistas) gira en torno a este tema; de la respuesta que se formule para el mismo se derivan las distintas corrientes que la componen. Así, por ejemplo, para los individualistas metodológicos la sociedad es un ente artificial en el que lo único verdaderamente existente son los individuos. Estos individuos se caracterizan por su esencia egoísta, y se mantienen unidos entre sí por razones de conveniencia. De este modo, el lazo social está determinado por la naturaleza humana (2). Para los marxistas, el lazo social está dado por las relaciones que se establecen entre los individuos, las cuales tienen por eje la producción y reproducción de esos mismos individuos y de la sociedad. El proceso de trabajo constituye el eje que permite entender las características que asume dicha producción y reproducción, y es la propiedad de los medios de producción la base para la formación de grupos de individuos (las clases sociales).

Laclau resuelve el tema en un solo párrafo: “Nuestro enfoque parte de una insatisfacción básica con las perspectivas sociológicas que o bien consideraban al grupo como la unidad básica del análisis social, o bien intentaban trascender esa unidad a través de paradigmas holísticos funcionalistas o estructuralistas. Las lógicas que presuponen estos tipos de funcionamiento social son, de acuerdo con nuestro punto de vista, demasiado simples y uniformes para capturar la variedad de movimientos implicados en la construcción de identidades. Resulta innecesario decir que el individualismo metodológico en cualquiera de sus variantes – incluida la elección racional – no provee tampoco ninguna alternativa al tipo de paradigma que estamos tratando de cuestionar.” (p. 9). No hay duda de que nuestro autor es, cuanto menos, un tipo audaz.

El párrafo citado merece varias consideraciones. En primer lugar, Laclau, exponente del “posmarxismo”, rehúye todo lenguaje terrenal y se expresa en términos académicos, cosa un tanto contradictoria con sus declaraciones acerca de la “desestimación del populismo” por los científicos sociales (3). La oposición entre grupo y holismo es una forma académica de negar la tradición de la teoría social. Bajo el término “grupo” se cobija todo tipo de agrupamientos, a los que Laclau (apurado por definir en un párrafo la cuestión) mete en la misma bolsa. Hablar de grupo le permite concentrarse en el estructuralismo y el funcionalismo, y dejar fuera al marxismo. En el mundo Laclau (que es el mundo académico, nuestro profesor es poco original en esto) pararse en una posición que reivindica la existencia de las clases sociales no está bien visto. En este punto, su “posmarxismo” consiste en rechazar la existencia de las clases hasta en el nombre mismo. En cuanto al holismo, hubo un tiempo en que se hablaba de la totalidad social o de la sociedad a secas. Pero Laclau tiene que rendir culto a la academia (anglosajona), y entonces nos enchufa el bendito holismo.

En segundo lugar, acusar tanto al funcionalismo como al estructuralismo de formular explicaciones “demasiado simples y uniformes” es, cuanto menos, una humorada. Laclau procede aquí con una liviandad extrema. Pero claro, el pecado de liviandad no puede ser atribuido a un tipo audaz como él. Ante todo, nuestro autor tendría que aclarar a qué versión del estructuralismo o del funcionalismo se refiere, y empezar allí el análisis. Tal como presenta las cosas, Laclau nos brinda las conclusiones sin haber formulado las premisas correspondientes, y esto no es, a mi juicio, una práctica correcta. En el párrafo mencionado, pasa con la misma liviandad por el individualismo metodológico (“no provee ninguna alternativa”) y ni siquiera menciona al marxismo. De este modo, toda la producción de la teoría social de los últimos dos siglos queda abolida, y Laclau puede vender su propia explicación de la naturaleza del lazo social.

¿En qué consiste la explicación propuesta por nuestro autor?

Laclau sostiene que “la imposibilidad de fijar la unidad de una formación social en un objeto que sea conceptualmente aprensible conduce a la centralidad de la nominación en la constitución de la unidad de esa formación, en tanto que la necesidad de un cemento social que una los elementos heterogéneos – unidad no prevista por ninguna lógica articulatoria funcionalista o estructuralista – otorga centralidad al afecto en la constitución social. Freud ya lo había entendido claramente: el lazo social es un lazo libidinal.” (p. 10). Puesto que Laclau dedica el capítulo 4 a justificar esta afirmación sobre el carácter libidinal del lazo social, no voy a analizar aquí esta concepción. Pero es preciso decir algo respecto a la manera en que don Ernesto deja fuera de combate a estructuralistas, funcionalistas y otras yerbas, porque es característica de sus procedimientos intelectuales.

Laclau postula la existencia de “elementos heterogéneos” en la sociedad, pero no dice qué es lo que produce esa heterogeneidad-. Ahora bien, afirmar esto implica tirar debajo de la alfombre la producción teórica de las ciencias sociales. A modo de ejemplo. Emile Durkheim (1858 1917), que hasta donde sabemos no era marxista (pero que tampoco tuvo que lidiar con las locuras del “posmarxismo”), sostenía que la extensión de la división social del trabajo generaba el pasaje de las sociedades basadas en la solidaridad mecánica a las sociedades basadas en la solidaridad orgánica. Era la división del trabajo el factor que creaba “heterogenidad” en la sociedad A su vez, la división del trabajo, cada vez más desarrollada en las sociedades modernas, generaba la interdependencia entre los individuos, cimentando así nuevos lazos sociales. En su concepción del “lazo social” no había ninguna necesidad de “lazos libidinosos”.

El ejemplo de Durkheim es uno entre tantos. Con un poco de esfuerzo se encuentran diversas teorías acerca del “cemento” que da cohesión a la sociedad. Por supuesto, no estoy diciendo que las explicaciones propuestas por dichas teorías sean todas correctas o algo por el estilo. Se trata de otra cosa. Laclau sostiene que no hay soluciones adecuadas al problema porque de ese modo puede hacer entrar su solución por la “puerta grande”. En un trabajo posterior me dedicaré a analizar esta solución. En este momento me parece importante hacer notar que la preferencia de Laclau por el “afecto” deja de lado temas tales como el proceso de producción, las clases sociales y la ideología. Creo que esto es demasiado, aún para un “posmarxista audaz” como don Ernesto. Pero, sin esta apoyatura téorica no es posible siquiera intentar formular una teoría social que predique la inexistencia de la lucha de clases.Y no hace falta recordar que el “éxito” de Laclau se ha dado entre los gobiernos y los intelectuales que predican la armonía entre capital y trabajo. A esta altura se hace muy difícil inventar la pólvora.

Buenos Aires, jueves 8 de diciembre de 2011

NOTAS:

(1) Laclau, Ernesto. (2011). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. (pp. 9-12). El prefacio está fechado en Evanston, el 10 de noviembre de 2004. La primera edición de la obra data de 2004.

(2) Me refiero aquí al individualismo metodológico tal como aparece en los filósofos contractualistas (Hobbes, Locke, etc.) y en los economistas clásicos (Adam Smith). Con Max Weber (1864-1920), el individualismo deja de concentrarse en la naturaleza humana y pasa a concentrarse en los motivos de la acción de cada individuo.

(3) Laclau escribe que ha tenido la sospecha “de que en la desestimación del populismo hay mucho más que la relegación de un conjunto periférico de fenómenos a los márgenes de la explicación social. Pienso que lo que está implícito en un rechazo tan desdeñoso es la desestimación de la política tout court y la afirmación de que la gestión de los asuntos comunitarios corresponde a un poder administrativo cuya fuente de legitimidad es un conocimiento apropiado de lo que es la «buena» comunidad.” (p. 10). Ahora bien, esta desestimación del populismo es llevada adelante por los académicos; Laclau, tan rápido a la hora de criticarlos por su ignorancia de las formas reales en que se construyen las identidades políticas, asume punto por punto el discurso académico acerca de la sociedad. En mi barrio a esto se le llama oportunismo.

jueves, 26 de mayo de 2022

EL TERROR PARA LA PAZ: HOBBES Y EL ESTADO MODERNO

Bombardeo del barrio El Chorrillo, Panamá, 1989. 


 “Por el terror que inspira es capaz de conformar 

las voluntades de todos ellos para la paz.”

Thomas Hobbes


Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y Thomas Hobbes (1588-1679) son los dos grandes teóricos del Estado moderno. Ambos ponen el acento en el papel de la violencia y en la importancia de contar con el apoyo del pueblo. Estas cuestiones dos, monopolio de la violencia y el pueblo como fuente de legitimidad, son temas centrales de la teoría del Estado.

Hobbes aborda el surgimiento del Estado en el capítulo XVII del Leviatán (1651). En rigor, este capítulo es la continuidad del capítulo XIII, donde analiza las características del estado de naturaleza. Por eso es recomendable leerlos juntos, pues de lo contrario se escapa una parte importante de la argumentación.

El filósofo inglés afirma que existe un estadio pre-social en la evolución de la humanidad, el ya mencionado estado de naturaleza. Éste se caracteriza por la guerra de todos contra todos, ocasionada por las tendencias egoístas de la naturaleza humana, que hacen que las personas luchen por poseer las mismas cosas. En esa guerra nadie saca ventaja y no existen ni propiedad, ni justicia, ni moral.

La condición de los seres humanos en el estado de naturaleza le sirve a Hobbes para plantear la necesidad de un poder que ponga fin a la guerra de todos contra todos. Si se deja a las personas libradas a su arbitrio, “sin un poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo” (p. 137), el resultado es la guerra. 

La naturaleza humana es tal que precisamos de un poder que ponga freno a nuestras “pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, el orgullo, a la venganza y a cosas semejantes” (p. 137). Hobbes concluye que “los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno” (p. 137).

La vida humana es inconcebible sin un poder común que utilice la fuerza para asegurar la paz. En este punto Hobbes comparte el pesimismo de Maquiavelo, quien pensaba que “de los hombres puede decirse generalmente que son ingratos, volubles, dados al fingimiento, aficionados a esquivar los peligros y codiciosos de ganancias” (Príncipe, p. 359).


Paréntesis. Tanto Maquiavelo como Hobbes conciben a la naturaleza humana como inmutable. Pero si se adopta otra concepción de la naturaleza humana, cambia la perspectiva sobre el estado de naturaleza. Así, si se define a la naturaleza humana como el conjunto de las relaciones sociales, y que éstas varían en la historia, puede inferirse que el estado de naturaleza no describe a la naturaleza humana, sino que se trata de un tipo específico de relaciones sociales, propios de una economía mercantil. De este modo, la guerra de todos contra todos es una representación filosófica de la competencia en una economía mercantil. En la misma línea de pensamiento, el Estado es la barrera frente a la tendencia a la atomización y disgregación propia de ese tipo de economía. Fin del paréntesis.


En algún momento, las personas deciden poner fin a la guerra de todos contra todos. No se trata de una decisión altruista, sino que los mueve el egoísmo. Cada uno quiere asegurar lo obtenido en la lucha (o implementar medios de adquisición que impliquen la conservación en el tiempo de lo adquirido). La razón aparece como auxiliar del egoísmo. Por este camino llegamos al pacto. 

Recapitulemos lo anterior. Los seres humanos viven naturalmente luchando entre sí; el motor de su existencia es el egoísmo. Pero ese mismo egoísmo, combinado con la razón, encuentra una salida a la guerra interminable: las personas renuncian conjuntamente a su derecho a gobernarse a sí mismas y lo ceden a un tercero, el Estado. 

Arribamos al centro de la historia. Una sociedad de individuos que luchan (compiten) entre sí sólo puede ser gobernada por medio del uso y/o la amenaza de una violencia desmesurada. En su origen y en su desnudez el Estado es eso: violencia concentrada. Hobbes utiliza una expresión que merece ser reproducida, dada su claridad y concisión:

“En virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y por la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero.” (p. 141)

El secreto del Leviatán sale a la luz: la Paz es fruto del Terror. El Leviatán posee muchas capas, pero su núcleo es la violencia, la acumulación y el monopolio de la violencia.

El otro tema central del capítulo XVII es la cuestión de la fuente del poder. En el capítulo IX del Príncipe, Maquiavelo escribió que existían dos grandes grupos en la sociedad, los nobles y el pueblo, y que el príncipe tenía que apoyarse en el pueblo para consolidar su gobierno. Más todavía, Maquiavelo enfatiza la importancia para el príncipe de obtener el “amor del pueblo”. Estas reflexiones inauguraron una nueva era en la ciencia de la política: el pueblo va copando el centro del escenario.

En el capítulo XVII el poder del Leviatán emana del acuerdo de sus súbditos, expresado en el pacto. Los individuos son la fuente del poder; dios y la sangre (la familia) quedan afuera de la cancha. El pueblo (el conjunto de los individuos) es la fuente de la soberanía.

Las consecuencias del paso dado por Hobbes son inmensas. Basta decir que, de acuerdo con la perspectiva hobbesiana, las instituciones políticas dejan de ser naturales; por el contrario, son creaciones de los seres humanos y, por tanto, pueden ser modificadas por la voluntad de las personas. El espíritu de la revolución está presente en Hobbes, el enemigo de la Revolución. Paradojas propias de un genio del pensamiento político.


Villa del Parque, jueves 26 de mayo de 2022


Noticia bibliográfica

Todas las citas del Leviatán corresponden a la traducción española de Manuel Sánchez Sarto: Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 1998. Por otra parte, las citas de Maquiavelo fueron tomadas de la traducción española de Luis Arocena: El príncipe. Madrid, España: Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente. 621 p. (Biblioteca de Cultura Básica).

lunes, 23 de mayo de 2022

MARXISMO TIKTOC: LA IDEA FUNDAMENTAL DEL MATERIALISMO HISTÓRICO EN 400 PALABRAS

Ciudad de Singapur


 Toda idea simple encierra una extraordinaria complejidad.

Frase oída por allí.


Cuando me preguntan qué es el MH salgo del paso recomendando la lectura del prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, escrito por Marx allá por 1859. Pieza breve, con problemas importantes y esquematismo a granel, pero un texto fantástico en muchos sentidos.

La idea fundamental del prólogo y piedra basal del MH puede dividirse en dos proposiciones: 

1) “en la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad” (p. 4); 

2) “no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social la que determina su conciencia” (p. 5)

Dicho de otro modo, hay RS que son independientes de la voluntad de los SH (1); la vida social determina las ideas, no a la inversa (2).

La idea contenida en las proposiciones (1) y (2) es la condición necesaria para la fundamentación de una sociología materialista

En primer lugar, porque establece que el sustrato de lo social está conformado por las RS, no por los individuos. Se establece así una distinción respecto al individualismo metodológico, el cual considera que lo natural son los individuos, en tanto que la sociedad es artificial.

En segundo lugar porque plantea que las ideas no gobiernan el mundo, sino que las ideas están condicionadas por las RS.

De la idea fundamental del MH se desprenden dos corolarios. 

Primer corolario: el objeto de estudio de la ciencia de la sociedad son las RS. Tiene una derivación, resultante del peso del proceso de producción en la vida social: hay que dedicar especial atención al estudio de las RS de propiedad, pues ellas condicionan el carácter del proceso de producción.

Segundo corolario: “El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general” (pp. 4-5) o, lo que es lo mismo, las ideas políticas, jurídicas, filosóficas, etc., están condicionadas por la producción de la vida material. 

Sobre estas bases se edificó el edificio del MH. Son ideas sencillas, pero sintetizan una concepción compleja y en construcción permanente. 

Una vez comprendidas estas ideas se puede pasar al análisis del resto del prólogo, no a la inversa. Pero eso será en otra ocasión…



Villa del Parque, lunes 23 de mayo de 2022


Abreviaturas

MH = Materialismo histórico / RS = Relaciones sociales / SH = Seres humanos

Noticia bibliográfica

Las citas del prólogo fueron tomadas de la siguiente edición: Marx, K. (2000). Contribución a la crítica de la economía política. 6° edición. México: Siglo XXI. xxv, 410 p. (Biblioteca del pensamiento socialista, Serie Los clásicos). Edición, advertencia y notas a cargo de Jorge Tula. Traducción de Jorge Tula, León Mames, Pedro Scaron, Miguel Murmis y José Aricó. Incluye: Advertencia del editor, por Jorge Tula.- Introducción, por Maurice Dobb, fechada en Cambridge, 1968. El prólogo, fechado en Londres en enero de 1859, se encuentra en pp. 3-7.