“No basta tener un buen entendimiento,
sino que lo principal es aplicarlo bien”.
René Descartes
René Descartes (1596-1650) es uno de los filósofos más importantes de la Modernidad. El conocimiento de sus obras, en especial las dedicadas al método, puede ser considerado como una propedéutica indispensable para toda persona interesada en dedicarse a la ciencia de la sociedad. Esta afirmación, lanzada sin mayor preámbulo, resulta abstracta. Para demostrar su validez no encuentro mejor camino que pasar a comentar el trabajo más conocido del filósofo francés, haciendo hincapié en algunas cuestiones que interesan especialmente a los científicos sociales.
Discurso del método no requiere presentación. [1] A lo sumo, pueden formularse unas pocas referencias para poner en contexto al lector. En este sentido, hay dos cuestiones que no pueden soslayarse: a) la crisis del pensamiento medieval [2], producto del efecto combinado de desarrollo de la economía mercantil, el surgimiento de los Estados nacionales y la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII; b) el clima de miedo y persecución generado por la Contrarreforma y el juicio al físico y astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642).
Descartes trabajó en elaborar una respuesta a la crisis de la filosofía medieval. Esa respuesta fue el racionalismo; sus resultados (aplicación del método al estudio de la Naturaleza) y se plasmaron en un manuscrito que iba a ser publicado. Pero el proceso a Galileo cambió radicalmente las cosas. Descartes tuvo miedo y optó por un silencio prudente. [3]
Pero el poder de la Iglesia tenía límites. Descartes decidió salir del closet y presentar las conclusiones de su labor. Lo hizo por medio de una obra sobre el método. Vistas las cosas desde la distancia fue una excelente decisión. El manuscrito sobre el mundo envejeció rápido debido al progreso científico; el método, en cambio, mantuvo su frescura porque expresó con nitidez el corte con la antigua forma de pensar.
El Discurso es el grito de juventud de la razón, donde esta manifiesta una confianza ilimitada en su poder para conocer y transformar el mundo. [4] A pesar del miedo a la censura (y la consiguiente prudencia cartesiana), la obra constituye el elogio de la razón, que es puesta por encima de cualquier otro instrumento conocido, hasta tal punto que ella se atreve a concebir el funcionamiento del mundo despojado de la intervención divina. [5]
La estructura de la obra es sencilla. Descartes narra las peripecias de su viaje de descubrimiento, para luego describir las características del método hallado y algunas aplicaciones del mismo. [6]
La bibliografía sobre el método cartesiano es inmensa; por ello es innecesario desarrollar aquí lo expuesto infinitamente mejor por otros. Basta con indicar un par de cosas.
En primer lugar, la crisis del pensamiento medieval ocasionó una profunda desconfianza hacia los caminos para llegar a la verdad; la autoridad de los libros sagrados y de los autores reconocidos perdió fuerza y, a la vez, se exaltó la observación, lo empírico. Pero Descartes notó que los sentidos podían engañarnos y que el conocimiento empírico presentaba fallas. De ahí su búsqueda de un conocimiento cierto, del no que no podía dudarse, la cual lo condujo a la conclusión célebre: “Je pense, donc je suis” [7], idea núcleo del racionalismo.
En segundo lugar, transforma la debilidad en fortaleza y eleva a la duda al lugar de principio fundamental del método para llegar a la verdad. El cambio respecto al pensamiento medieval es notorio; mientras que los medievales postulaban la fe para alcanzar la verdad, Descartes recomienda dudar de todo y poner a prueba lo sabido hasta llegar a demostrar que es indudablemente cierto. De este modo lleva al proceso de secularización iniciado en el siglo XV a su conclusión lógica. No importa que luego intente probar la existencia de Dios o defienda el dualismo cuerpo-alma; la duda, convertida en sistema, socava los cimientos de la ideología medieval.
El uso de la duda como herramienta metodológica abrió las puertas para la construcción de una ciencia de la sociedad libre de las ataduras religiosas. Sin embargo, abrir la puerta no implica necesariamente entrar. En la práctica Descartes fue extremadamente renuente a aplicar su método a las cuestiones sociales y políticas.
Ahora bien, el nuevo método no tenía por objetivo la búsqueda de la verdad en sentido abstracto. Si bien Descartes enaltece repetidamente los goces que provoca encontrar la verdad, su propósito no es la contemplación de lo hallado. En este punto se observa otra de las rupturas con el pensamiento medieval. Para los modernos, el conocimiento es una herramienta para mejorar las condiciones materiales de la vida humana; por ejemplo, Descartes confía en poder encontrar los medios para preservar la salud y prolongar la existencia de las personas. En pocas palabras, el conocimiento está ligado a la acción. [8]
Por último, el Discurso presenta otro aspecto interesante para la ciencia de la sociedad. El racionalismo no fue la primera tentativa de resolución de la crisis de la filosofía medieval; el empirismo primereó en la formulación de un método para obtener nuevo conocimiento. Los empiristas, con su defensa de la validez de los sentidos para conseguir un saber verdadero, parecían haber descubierto la respuesta a todas las dificultades. ¿Cómo dudar de lo que ven nuestros ojos, de lo que escuchan nuestros oídos, etc.? Sin embargo, Descartes se atrevió a dudar y demostró que el empirismo es incapaz de garantizar una certeza infalible.
Mostrar los límites del empirismo no equivale a rechazar el conocimiento empírico; nada de eso. Significa desacralizar lo existente, pues lo asequible a los sentidos es el último bastión de lo sagrado, dado que reviste la fortaleza de lo que podemos ver y tocar, de lo que no exige esfuerzo para ser conocido. El rey y la Iglesia existen, pero eso no garantiza que sean infalibles. Dudar de lo empírico es un paso necesario para construir la ciencia de la sociedad, liberándola de la adoración de lo que existe. Descartes dio ese paso y, sin quererlo, despejó el terreno para edificar la ciencia de la sociedad.
Villa del Parque, martes 29 de marzo de 2022
NOTAS:
[1] La obra, cuyo título original es Discours de la méthode, pour bien concluire sa raison et chercher la vérité dans les sciences, plus La Dioptrique, Les Météores, La Géométrie qui sont des Essais de cette Méthode, se publicó por primera vez en Leyden en 1637, sin indicación de autor. Contra la costumbre de la época, la obra vio la luz en francés, algo que Descartes justificó así al final de la obra: “Y si escribo en francés, que es la lengua de mi país, más bien que en latín, que es la de mis preceptores, es porque espero que quienes sólo se sirven de su razón natural toda pura, juzgarán mejor de mis opiniones que quienes no creen más que en los libros antiguos. Y respecto de aquellos que unen el buen sentido al estudio, que son los únicos que deseo por jueces, estoy seguro de que no serán tan parciales en favor del latín que se nieguen a escuchar mis razones por el hecho de que las explique en lengua vulgar.” (p. 118).
Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de José Rovira Armengol (1903-1970): Descartes, R. [1° edición: 1637]. (1977). Discurso del método. Buenos Aires, Argentina: Losada. 120 p. (Biblioteca clásica y contemporánea; 284). La edición incluye una introducción redactada por el filósofo argentino Francisco Romero (1891-1962), titulada “Descartes y el Discurso del método” (pp. 7-24) y una orientación bibliográfica (p. 25)
[2] Utilizo el término “pensamiento medieval” y no “filosofía medieval” para destacar que la crisis abarcó el conjunto del pensamiento, tanto el de los eruditos e intelectuales, como el del resto de las personas.
[3] El tratado titulado El Mundo, o Tratado de la luz (en francés: Le Monde / Traité du monde et de la lumière) fue redactado por Descartes entre 1629 y 1633. Pretendía reunir en una única obra el conjunto de la filosofía cartesiana, así como también su física y su biología. El autor desistió de publicarlo cuando tuvo noticia del proceso seguido a Galileo. El Mundo sólo vio la luz de manera póstuma, siendo publicado de manera completa en 1677.
[4] La razón es definida como “la potencia de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso” y “es por naturaleza igual entre todos las personas” (p. 28) [El traductor escribe “los hombres”, me permití modificar ligeramente el texto - AM-]
[5] El pasaje crucial se encuentra en la Quinta parte del Discurso, dedicada a la naturaleza: “Yo no quería inferir de todo eso que este mundo haya sido creado del modo que yo proponía, pues es mucho más verosímil que desde el principio lo hiciera Dios tal como debía ser. Pero es seguro - y opinión comúnmente aceptada entre los teólogos - que la acción mediante la cual él lo conserva, es exactamente la misma mediante la cual lo creó; de suerte que aunque al principio no le hubiera dado otra forma que la del caos, con tal de que, habiendo establecido las leyes de la naturaleza, le prestara todo su concurso para obrar como ella tiene por costumbre, puede creerse sin menoscabo del milagro de la creación que por esto sólo todas las cosas que son puramente materiales habrían podido con el tiempo llegar a ser en ella tal como nosotros las vemos actualmente. Y su naturaleza es mucho más fácil de concebir cuando se las ve nacer poco a poco de esta suerte que cuando solamente se las considera ya hechas del todo.” (p. 82; el resaltado es mío - AM-).
[6] Descartes dividió el discurso en seis partes. En la primera “se hallarán diversas consideraciones acerca de las ciencias”. En la segunda, “las principales reglas del método”. En la tercera, las reglas de la moral obtenidas a partir del método. En la cuarta, la prueba de la existencia de Dios y del alma humana, “que son los fundamentos de la metafísica”. En la quinta se encuentra “el orden de las cuestiones de física”. En la sexta indica las cosas requeridas para desarrollar la investigación de la naturaleza (p. 27)
[7] Cogito, ergo sum, en latín. Puede traducirse al español como Yo pienso, luego soy.
[8] “Es posible llegar a conocimientos que sean muy útiles para la vida, y que, en lugar de esa filosofía especulativa que se enseña en las escuelas es posible encontrar una práctica mediante la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, el agua, el aire, los astros, los cielos y todos los demás cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, los podríamos emplear del mismo modo para todos los usos que se prestan y convertirnos así en una especie de dueños y poseedores de la naturaleza. Lo cual no es sólo de desear para la invención de una infinidad de artificios que harían que sin esfuerzo alguno se disfrutara de los frutos de la tierra y de todas las comodidades que en ella se encuentran, sino principalmente también para la conservación de la salud, que sin duda en el primer bien y fundamento de todos los demás bienes de esta vida.” (p. 101)