martes, 26 de octubre de 2021

CLÁSICOS RIOPLATENSES: TORRE, J. C. INTERPRETANDO (UNA VEZ MÁS) LOS ORÍGENES DEL PERONISMO (1989)

 



"Como nuestro libre arbitrio no se ha extinguido,

creo que de la fortuna depende la mitad de

nuestras acciones, pero que nos deja a nosotros

dirigir la otra mitad, o casi.”

Maquiavelo, El príncipe


A modo de introducción

El sociólogo argentino Juan Carlos Torre (Bahía Blanca, 1940) es autor de varios trabajos sobre la historia del movimiento peronista; entre ellos destaca el libro La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (Buenos Aires, Sudamericana, 1990), de lectura imprescindible para todos los interesados en conocer los orígenes del peronismo. 

Entre la vasta producción de Torre se encuentra el artículo “Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo” (Desarrollo Económico, 1989, vol. 28, núm. 112, pp. 525-548) [1], donde ofrece un panorama del estado de la cuestión que, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, continúa  siendo útil como introducción al estudio del comienzo del movimiento liderado por Juan Perón (1895-1974).

Ficha

La introducción del artículo (pp. 157-162) presenta las dos explicaciones alternativas acerca del problema en cuestión. En primer lugar, la tesis  del sociólogo Gino Germani (1911-1979), según la cual los nuevos trabajadores, recién llegados del interior a la ciudad de Buenos Aires y empleados en la industria, se identificaron “con un liderazgo externo al mundo de trabajo” (p. 159) [2] Este argumento, elaborado por un antiperonista, coincidía con la versión desarrollada por los propios peronistas, quienes afirmaban que los trabajadores venidos del interior “desempeñaron el papel de fuerza regeneradora”, correspondiéndole a Perón los roles de intérprete y líder. En segundo lugar, la explicación expuesta por los sociólogos Miguel Murmis (n. 1933) y Juan Carlos Portantiero (1934-2007) [3], quienes plantearon que la vieja guardia sindical (dirigentes y militantes de larga actuación en el movimiento obrero) desempeñó un rol clave en el ascenso de Perón. Según estos autores:

“la respuesta positiva de los antiguos militantes a la gestión de Perón no podría ser vista como tributaria de un fenómeno de anomia colectiva o de un síndrome clientelista; más bien (...) fue el resultado de una deliberación racional, que opuso las desventajas del orden social y política anterior a las oportunidades nuevas que un orden también nuevo ofrecía.” (p. 159)

Torre elogia el aporte de Murmis y Portantiero porque permitió dejar de lado la distinción entre vieja y nueva clase obrera. Pero indica que posee un defecto: pone el acento en la racionalidad de los trabajadores y deja de lado la dimensión de constitución de nuevas identidades colectivas populares

“En su esfuerzo [de Murmis y Portantiero] por exorcizar la hipótesis del irracionalismo obrero, desplazan el foco del análisis del campo de la política - donde se plantea la cuestión del tipo de vínculo entre las masas y Perón - y dirigen su mirada hacia el campo de la lucha social en el que se articula el interés de clase.” (p. 160)

El punto de partida de Torre es el reconocimiento de la existencia de una conciencia política heterónoma entre los trabajadores, expresada en la adhesión al general Perón. Por ello es preciso ampliar la noción de la racionalidad de la clase: ya no se trata de mera búsqueda de utilidades, sino de reforzamiento de la cohesión y solidaridad de las masas obreras. El marco para comprender cómo la referencia a Perón sirve para cohesionar a la clase está dado por el estado de marginalidad política de los trabajadores en la década de 1930 y la modalidad de su acceso a la ciudadanía en 1943-1946.

El golpe de 1930 produjo la restauración conservadora y modificó el funcionamiento del sistema político, que: 

“Cesa de ser el vehículo de la presión de los sectores medios y populares y es confinado a un papel crecientemente marginal, mientras que el estado deviene el canal directo de las influencias del bloque económico dominante.” (p. 163)

Entre 1930-1943 la gran burguesía agraria capitalista (reunión de la oligarquía tradicional y la clase de los empresarios modernos) desempeñó “el papel económico dirigente junto con una gestión política volcada a la reproducción de su predominio político y sus privilegios” (p. 163). Esta situación fue rota por el golpe de 1943 y las ambiciones políticas de Perón. La coyuntura 1943-1946 

“aparece como el marco de un proceso de cambio político que rompe las fronteras de ese orden excluyente, incorporando a las fuerzas populares consolidadas durante el impulso modernizador.” (p. 163)

La Argentina de la década de 1930 puede ser analizada por medio del esquema de la modernización: la creciente diversificación y complejidad de las actividades económicas requiere la reacomodación de las instituciones políticas y sociales. Esas transformaciones fortalecieron el mundo del trabajo, pero los trabajadores quedaron fuera de los frutos del crecimiento y sin un incremento de la influencia sindical. El hecho distintivo de la coyuntura 1943-1946 consiste en la quiebra de la deferencia tradicional de los trabajadores hacia la clase dominante y representó la ruptura de la marginalidad política de la clase obrera.

La otra dimensión para el análisis de los años ‘30 es la de los conflictos de clase

“A medida que la sustitución de importaciones desplaza el dinamismo del desarrollo hacia adentro, se va gestando el espacio para la confrontación entre trabajadores y empresarios en el terreno de la producción. Sin embargo, la persistencia de formas de organización y de autoridad tradicionales en las empresas, así como la falta de protección legal, obstaculizan las negociaciones y afirman el arbitrio patronal. La militancia obrera, que no puede imponer su reconocimiento en las empresas, se orienta fuera de ellas y toma la forma de huelgas dirigidas a atraer la atención de los funcionarios gubernamentales para su causa. Pero esa voluntad de insertarse en los mecanismos del patronazgo estatal raramente encuentra el eco esperado, y la desidia y la represión suelen ser las respuestas más frecuentes.” (p. 166)

Torre relaciona así las dos dimensiones de análisis: 

“Estamos en presencia de una sociedad que (...) cambia y se moderniza, pero que al mismo tiempo es una sociedad ya dominada por las realidades y los problemas de una economía industrial. Esto implica que, paralelamente a las demandas de participación que entraña la puesta en movimiento de los estratos populares, los conflictos de clase se desarrollan, aunque se manifiestan en forma indirecta. Para decirlo en términos de la acción social: estamos ante la formación de un movimiento social mixto, en el que coexisten tanto la dimensión de la modernización y la integración política, como la dimensión de las relaciones de clase y los conflictos en el campo del trabajo.” (p. 167)

El concepto de movimiento nacional-popular resulta inadecuado para comprender la confluencia de las dos dimensiones mencionadas. En las condiciones argentinas, el componente de clase se deriva del hecho de que el sujeto de las demandas de participación es el proletariado antiguo y nuevo. 

“Es, pues, la doble vertiente de la exclusión del orden político y de la inserción en el núcleo dinámico del desarrollo la que interviene para dar su complejidad y su fuerza al movimiento popular y obrero.” (p. 168)

Pero no se trata únicamente de la conformación de la clase trabajadora argentina. En la coyuntura de 1943-1946, los trabajadores se enfrentaron a un bloque en el poder en el que se complementaban el papel dirigente-empresario y el papel político y culturalmente conservador. 

La confluencia de las dimensiones se da en el nivel político. Por un lado se da la crisis de participación (la exclusión de los trabajadores del sistema político); por el otro, la limitada institucionalización de las relaciones del trabajo, a punto tal que puede decirse que a fines de los ‘30 el acceso de los sectores populares y obreros a la ciudadanía industrial ocupa un lugar importante en la agenda de la sociedad argentina. 

Torre dedica dos apartados a examinar los obstáculos a la emergencia de un nuevo movimiento social (pp. 168-174). La restauración conservadora bloqueó el acceso de los trabajadores y sectores populares al Estado y obturó el avance de la sindicalización. Además, la elite interna obrera tuvo dificultades para encauzar la afluencia de nuevos trabajadores a las ciudades. 

“Resumiendo los datos de la escena histórica tenemos, entonces, el germen de un nuevo movimiento social que no alcanza a constituirse, trabado por las restricciones de una dominación arcaizante y un sistema político cerrado. En una coyuntura en la que el espacio para la intervención de las fuerzas de base está casi congelado, el centro de gravedad se desplaza hacia arriba, hacia las elites dirigentes. Es allí, en el nivel del estado, donde se juega, sea el reforzamiento del orden excluyente, sea la reversión de las antiguas barreras y la extensión de la participación social y política. Arribamos así a las vísperas del golpe de 1943.” (p. 174)

Torre utiliza la conceptualización del sociólogo francés Alain Touraine (n. 1925) [4] para analizar la coyuntura abierta por el golpe de 1943. Argentina no era una sociedad reformista, donde la incorporación de nuevas fuerzas se daba a través de las instituciones políticas; por el contrario, era una sociedad en la que estaba clausurado el camino de las reformas por un aparato de dominación y control autoritario. En estas condiciones, 

es la intervención del estado, orientada por una elite de nuevo tipo, la que mediante el recurso a una acción de ruptura puede debilitar las interdicciones sociales y desbloquear el sistema político para, de un mismo golpe, abrir las puertas a la participación de los sectores populares. Aquí, la constitución del movimiento popular no preexiste sino que es posterior a la iniciativa transformadora del agente estatal; ello habrá de traducirse en la subordinación de ese movimiento, por falta de una expresión política propia, respecto de las orientaciones de la nueva elite dirigente en el poder.” (p. 175)

Esta última situación se configuró a partir de 1944, con el ascenso de la política de apertura social del núcleo militar que rodeaba a Perón. Esa política tenía dos vertientes: 1) la modernización de las relaciones laborales por decreto; 2) la liberación de las energías del mundo del trabajo, traducida en la expansión de los sindicatos.

La política de reforma social formaba parte de un proyecto más amplio, cuyo objetivo era resolver la crisis de participación y fortalecer al aparato estatal. En otras palabras: 

“Ampliación de las bases de la comunidad política, consolidación de la autonomía del estado: he aquí los contornos del proyecto que se propone levantar un verdadero estado nacional en el lugar ocupado por el estado parcial de la restauración conservadora.” (p. 176)

Pero el proyecto de Perón tropezó con serias dificultades. Ante todo, las clases dominantes no se sentían amenazadas por los trabajadores; por ello desoyeron los llamados del coronel. Los partidos políticos tradicionales se negaron a darle apoyo a la aventura política de Perón. Además, la política de apertura social generó la movilización de los trabajadores y el ascenso de las luchas reivindicativas. De este modo, Perón desató la lucha de clases que afirmaba venir a conjurar: 

“El proyecto del estado trasciende el terreno de la producción para acelerar la crisis de la deferencia que la vieja sociedad jerárquica acostumbraba a esperar de sus estratos más bajos. [En consecuencia, aceleró] la descomposición de un modelo hegemónico global y el desencadenamiento de un estado de movilización social generalizado.” (p. 177)

El bloque en el poder pasó a confrontar abiertamente con Perón en 1945; las clases medias acompañaron ese desafío, pues se sentían amenazadas por el ascenso de las masas. En síntesis, se conjugaron la oposición de clase y la resistencia cultural 

Torre adopta la definición de Touraine: a partir de 1943 se desarrolló un proceso de democratización por vía estatal. Pero la experiencia de la clase obrera argentina, muy anterior a 1943, afectó seriamente el proyecto de la elite militar dirigida por Perón. 

“La intervención disruptiva de la elite militar, al quebrar esas barreras, abrió el campo a una fuerza obrera previamente formada en el marco de la industrialización de la década del treinta. Esto nos coloca delante de una doble realidad: si las características de su incorporación política nos obligan a hablar de la heteronomía popular, no es menos cierto que, paralelamente a esa acción política subordinada a las orientaciones del estado, es también una acción de clase la que se organiza y pasa a animar los conflictos de la sociedad argentina.” (p. 181-182)

Lo anterior nos lleva al papel central de la coyuntura de 1945 en la conformación de las características del peronismo (y del movimiento obrero posterior a esa fecha). En el período 1943-1944 el proyecto de intervencionismo social liderado por Perón había conseguido hacer pie en el movimiento obrero; a pesar de que sus alcances reformistas eran inicialmente modestos y de la reticencia de la vieja guardia sindical, la movilización popular iba en aumento; sin embargo, el Estado mantenía el control. Pero las cosas cambiaron en 1945: Perón no logró el apoyo de los empresarios ni consiguió bases de sustentación entre los partidos tradicionales; por el contrario, se enfrentó a la cerrada oposición de la gran burguesía, las clases medias y los partidos. En ese marco, Perón sólo contaba con la clase obrera. Lo que siguió fue un proceso de radicalización, que culminó en la movilización del 17 de octubre de 1945. 

“El 17 de Octubre instala en el centro de la escena la presencia de esa nueva fuente de legitimidad conjurada desde las alturas del poder, la de la voluntad popular de las masas. (...) entre Perón y la vieja guardia sindical se entabla una competencia por ocupar esa posición simbólica, por hablar en su nombre y apropiarse de la representatividad que emana de ella.” (p. 184)

En la campaña electoral de 1946 se dieron dos confrontaciones: por un lado, la que enfrentó a Perón contra la Unión Democrática (la unión de todos los partidos tradicionales); por el otro, la que se dirimió entre Perón y el Partido Laborista. Este último, conformado por la vieja guardia sindical apoyaba la candidatura del líder, pero bregaba por la autonomía de la clase trabajadora. El triunfo electoral del peronismo en las elecciones de febrero de 1946 precipitó el desenlace: la vieja guardia fue desplazada por dirigentes adeptos a Perón y el Partido Laborista fue disuelto. Sin embargo, el lugar alcanzado por la clase obrera gracias a su intervención en la coyuntura de 1945 no pudo ser recortado por Perón. 

“El triunfo del liderazgo de Perón es, paradójicamente, la instancia en la que el estado queda expuesto a la acción de los trabajadores sindicalizados y se convierte en un instrumento más de su participación social y política. El conjunto de derechos y garantías al trabajo incorporados a las instituciones públicas, la penetración del sindicalismo en el aparato estatal, todo ello aleja a Perón de su proyecto inicial, además de introducir límites ciertos a sus políticas, particularmente en el terreno económico. La tentativa de constitución de un estado nacional termina dando lugar a un estado que es - como lo era el de la restauración conservadora, si bien con un signo algo diferente - también un estado representativo, la congruencia de sus políticas con las demandas de un universo definido de intereses sociales habrá de debilitar su legitimidad política.” (p. 188)

Esa presencia de la movilización obrera obligará a Perón a renegociar de modo constante su hegemonía sobre las masas obreras, “y esto lleva al régimen a recrear periódicamente sus condiciones de origen” (p. 188). 

En conclusión, 

Estado, movimiento e ideología estarán marcados, pues, por el sobredimensionamiento del lugar político de los trabajadores, resultante de la gestación y el desenlace de la coyuntura en la que el peronismo llega al poder.” (p. 188)


Comentarios

No cabe duda que el texto de Torre provee una serie de elementos imprescindibles para la comprensión del peronismo. Sin embargo, hay que puntualizar varios problemas e insuficiencias en la argumentación del autor.

En primer lugar, en la apreciación de la situación del movimiento obrero en 1943-1945 deja de lado el problema de la inexistencia de unidad entre las diferentes corrientes. Autores como Hiroshi Matsushita (n. 1941) describieron las profundas diferencias al interior de la vieja guardia sindical. [5] Desde el golpe de mano de diciembre de 1935, cuando socialistas y comunistas desplazaron de la dirección de la CGT a los sindicalistas, la división había sido constante. En vísperas del golpe militar de junio de 1943 el mapa de la fragmentación era el siguiente: CGT N° 1 (dirigida por Domenech, socialista); CGT N° 2 (encabezada por Pérez Leirós, que agrupaba a socialistas y comunistas); FORA (anarquistas); USA (sindicalistas). Por tanto, hablar de vieja guardia sindical se presta a confusión, pues da idea de una homogeneidad que no era tal.

En segundo lugar, la desunión en el terreno de las organizaciones iba de la mano con la ausencia de homogeneidad ideológica en las filas de la vieja guardia sindical. Matsushita describe las transformaciones en la ideología de los trabajadores en la década del ‘30, las que pueden resumirse en dos hechos: 1) nacionalismo; 2) abandono de la prescindencia política. En este sentido, la mención a la clase oscurece la cuestión de los cambios ideológicos, que conducen al abandono de una posición clasista (entendida como la defensa de la autonomía política de la clase trabajadora). Además, estos cambios no pueden ser atribuidos a la incorporación de nuevos trabajadores provenientes del interior del país. La evolución del viejo sindicalismo revolucionario demuestra que el abandono de las posiciones clasistas venía de muy antiguo.

En tercer lugar, hay que matizar las ideas de Torre sobre el Partido Laborista en base a lo expuesto en los dos puntos precedentes. En 1945-1946, el movimiento obrero no defendía posiciones clasistas en el sentido indicado más arriba. Luchaba por reivindicaciones económicas y por el reconocimiento pleno de los sindicatos como interlocutores de los empresarios y del Estado. El Partido Laborista expresa la voluntad de las direcciones sindicales de mantener su margen de maniobra en la mesa de negociaciones. No había margen para un partido autónomo de la clase obrera, siquiera con objetivos reformistas. Esto le facilitó las cosas a Perón.

En cuarto lugar, las menciones al proyecto reformista encarnado en una nueva elite estatal sobredimensionan la supuesta coherencia de ese proyecto. En los hechos, las constantes luchas por el poder en el seno del gobierno militar (especialmente agudas en 1943-1944) muestran la debilidad de esa coherencia.

En quinto lugar, la ambición de poder de Perón aparece oscurecida en un análisis demasiado racional. Si, como dice Torre, la coyuntura de 1945 [6] marcó el final (temporario) de la dirección estatal del proceso de reforma, la ambición de Perón pasó a ser un factor fundamental. Esa ambición facilitó el abandono de todo prejuicio ideológico. Sólo así pudo expresar Perón las aspiraciones (reivindicaciones económicas) de la clase obrera.



Villa del Parque, martes 26 de octubre de 2021


NOTAS

[1] Para la elaboración de este texto se utilizó la siguiente edición: Torre, J. C. (2012). Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo. En Ensayos sobre movimiento obrero y peronismo. (pp. 157-188). Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

[2] Torre menciona el libro de Germani, G. (1962). Política y sociedad en una época de transición. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

[3] Murmis, M. y Portantiero, J. C. (1971). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. 

[4] Touraine, A. (1976). Las sociedades dependientes. México D. F.: Siglo XXI.

[5] Matsushita, H. [1° edición: 1983]. (2014). Movimiento obrero argentino 1930-1945: Sus proyecciones en los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: RyR. (Biblioteca Militante. Colección Historia Argentina; 8).

[6] Para un análisis pormenorizado del período 1943-1946 consultar: Campo, H. del. [1° edición: 1983]. (2005). Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores Argentina. (Historia y cultura).

sábado, 9 de octubre de 2021

CLÁSICOS RIOPLATENSES: VILLANUEVA, "EL ORIGEN DE LA INDUSTRIALIZACIÓN ARGENTINA" (1972)


Puente de Barracas, Benito Quinquela Martín


Uno de los rasgos distintivos de la formación social argentina es el carácter temprano de su industrialización, si se la compara con el resto de América Latina; ella permite comprender el peso de la clase obrera en la vida política del país. Esto es ampliamente reconocido por los científicos sociales; sin embargo, no existe acuerdo respecto a la datación del desarrollo industrial. En años recientes, varios historiadores revisaron la teoría tradicional, que situaba el comienzo del desarrollo industrial en la década de 1930. Hay antecedentes de esta revisión: uno de ellos es el artículo de Javier Villanueva, “El origen de la industrialización argentina”, publicado en la revista Desarrollo Económico. [1]

Villanueva se propuso discutir algunos aspectos fundamentales de la versión “olímpica” de la génesis de la industria; la denomina así porque observa los hechos desde las alturas, perdiendo de vista los detalles en los que se encuentran las claves para entender el proceso. La resume así: 

“Como resultado de las dificultades para exportar (e importar bienes y capitales) emergentes de la Gran Depresión, mejoraron los precios relativos de los productos manufacturados localmente en nuestros países. Con el apoyo de una política económica destinada a mantener el nivel de la demanda interna, la rentabilidad de la industria local resultó acrecentada con relación al tradicional sector agroexportador. La consecuencia de este cambio en las posiciones relativas entre ambos sectores dio origen a una transferencia interna de recursos a favor de los bienes importables. [La cual] permitió el crecimiento de la industria local a niveles no conocidos hasta entonces. La depresión, a través del mecanismo descripto, había (...) logrado producir una ruptura en la tendencia anterior en materia de crecimiento industrial.” (p. 451)

La versión olímpica se basa en : a) efecto reajuste, entendido como mayor utilización de la capacidad industrial preexistente; b) efecto transferencia, consistente en la ampliación de la capacidad de producción manufacturera por reorientación de los recursos locales.

La existencia de capacidad industrial ociosa a principio de los años ‘30 nos pone sobreaviso: ya había industria en Argentina antes de esa fecha. Villanueva indica que el fenómeno de la expansión industrial en esa década debe ubicarse “dentro de un proceso de evolución que arranca desde muchos años antes de la década de la Depresión mundial” (p. 454) Para fundamentarlo compara distintos indicadores: 

  • La tasa de crecimiento industrial fue igual o mayor en 1911-1929 que en el período 1929-1939. En la década de 1930 no hubo una clara discontinuidad con el pasado. 

  • La participación porcentual de la industria en la producción total del país tampoco muestra cambios abruptos entre los dos períodos.

  • La composición del producto manufacturero muestra que en los años ‘30 se produjo cierto despegue en productos metálicos y, sobre todo, en textiles.

  • La comparación de establecimientos industriales según fecha de fundación (fuente: Censos Industriales de 1935 y 1946) muestra que en 1935 el 78 % de la producción industrial se realizaba en establecimientos fundados antes de 1930, número que cae al 60 % en 1946.

  • Respecto a la inversión: la inversión bruta fija en el sector manufacturero tuvo tres picos máximos: 1913, 1929-1930 y 1937. La tasa de inversión más elevada en el sector industrial se dio en 1923-1929, en tanto que la inversión en equipo y maquinaria industrial alcanzó su pico en 1924-1930 (cifra no superada hasta la SGM). En 1930 se verificó el pico en inversiones en construcciones, que no volvió a darse hasta 1946.

El autor concluye que es preciso modificar nuestra imagen del proceso de industrialización argentino. Se trató de una expansión paulatina, que fue generando cambios importantes dentro de la estructura industrial. Para la comprensión del proceso hay que poner la lupa en los cambios en la composición de la producción industrial. Aquí jugó un rol central el aumento de la inversión, y esto obliga a poner la mirada en la década de 1920, en la se produjo la confluencia de dos factores: por un lado, la oleada de inversiones de empresas internacionales (sobre todo norteamericanas), que introdujeron nuevos bienes y nuevas formas de producción y organización; por otro, la política del presidente Alvear, quien en su discurso inaugural en 1923 se distanció de la interpretación tradicional de la industrialización (que postulaba que había que utilizar materias primas locales) y apoyó el desarrollo de industrias que usaran materias primas extranjeras. El gobierno alvearista promovió una mejora en la protección aduanera a la industria. Como resultado de todo esto comenzaron a producirse localmente caucho, artefactos eléctricos, subproductos del petróleo, etc.

La radicación de empresas extranjeras, tecnológicamente avanzadas y que detentaban posiciones oligopólicas en sus países de origen, requirió dos condiciones: a) seguridad del mercado local en vías de expansión a través de protección tarifaria adecuada; b) preservación de los derechos de exclusividad sobre tecnologías y marcas por la vía de las patentes. 

En la década de 1920 Argentina importaba de Gran Bretaña bienes terminados; las nuevas empresas importaban equipos, partes, materias primas y patentes. La Gran Depresión cortó este circuito: las divisas se volvieron escasas; las empresas inglesas y norteamericanas compitieron por ellas. El Pacto Roca-Runciman (1933) benefició a GB, al establecer una política comercial de neto corte bilateral; se instauró el control de cambios y las divisas disponibles se destinaron al intercambio financiero y de bienes entre Argentina y GB.

Las empresas norteamericanas (y de otras naciones) respondieron por medio de la instalación local de sus firmas. Entre 1936-1938 se produjo el crecimiento de la IED. El control de cambios generó barreras a las importaciones (importar era más caro que producir localmente); sin embargo, el gobierno siguió promoviendo la instalación de nuevas empresas, pues ello estimulaba el empleo industrial. La prioridad en el uso de divisas era proveer los insumos necesarios para la industria. Las empresas norteamericanas aprovecharon la situación y se instalaron en el país (sobre todo en el rubro textil). 

En síntesis, la estrategia adoptada por Argentina en 1933 constaba de dos patas complementarias: a) mantenimiento de las relaciones con GB y el equilibrio de poderes interno (ganaderos); b) estímulo del empleo industrial y la IED.


Villa del Parque, sábado 9 de octubre de 2021



Abreviaturas

GB = Gran Bretaña / IED = Inversión extranjera directa / SGM = Segunda Guerra Mundial

Notas

[1] Villanueva, J. (1972). El origen de la industrialización argentina. Desarrollo Económico, 12, (47), pp. 451-476.