viernes, 27 de abril de 2018

EL DEBATE SOBRE EL LEGADO DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA DE 1789-1799: NOTAS SOBRE UN TEXTO DE McPHEE




El historiador australiano Peter McPhee (1948-) es autor del libro La Revolución Francesa, 1789-1799: Una nueva historia (Barcelona, Crítica, 2007, traducción española de Silvia Furió).

McPhee dedica el capítulo 9 de la obra, titulado “La trascendencia de la Revolución”, a discutir los argumentos de las dos grandes posiciones en el campo de los historiadores respecto a la evaluación del carácter y las consecuencias de la Revolución Francesa de 1789-1799.

Los historiadores “minimalistas:

Este grupo de historiadores, cuyo representante más destacado es François Furet (1927-1997), sostiene “que las consecuencias de la revolución fueron mínimas en lo que se refiere a un verdadero cambio social” (p. 212). Furet, “argumenta que hasta bien entrado el siglo XIX la sociedad francesa permaneció prácticamente igual que bajo el antiguo régimen. Según su pensamiento, hasta que Francia no pasó por su propia revolución industrial en la década de 1830, las pautas de trabajo y de vida cotidiana eran muy similares a las de antes de la revolución.” (p. 212).

Los minimalistas no niegan que la política francesa sufrió una profunda transformación. También coinciden en la importancia ideológica de la Revolución. No obstante, la sociedad francesa permaneció invariante respecto al Antiguo Régimen en los siguientes aspectos fundamentales:

Ø  “En primer lugar, la gran masa de la gente trabajadora en las ciudades y en el campo continuó trabajando y subsistiendo del mismo modo que lo había hecho antes de 1789. Muchos franceses siguieron siendo, como sus padres, propietarios o arrendatarios de pequeñas parcelas de tierra.” (p. 215). La abolición de los tributos de señorío (1792-1793) y la compra de pequeñas parcelas de propiedades pertenecientes a la Iglesia y a la nobleza, fijaron a millones de campesinos a la tierra. “Francia siguió siendo una sociedad eminentemente rural dominada por pequeñas granjas en cuyos hogares se utilizaban antiguos métodos y técnicas para la propia subsistencia. En las áreas urbanas gran parte del trabajo continuó llevándose a cabo en pequeños talleres, donde los maestros artesanos trabajaban junto a tres o cuatro obreros cualificados o aprendices.” (p. 215-216). Durante décadas no hubo nada semejante a los grandes talleres mecanizados de Gran Bretaña. Más adelante, McPhee escribe: “El Argumento fundamental para la perspectiva «minimalista» acerca de la trascendencia de la revolución es que, como victoria del campesinado terrateniente y a causa de décadas perdidas de comercio con ultramar debido a la prolongada guerra, aquellos años retardaron el desarrollo de una economía capitalista o de mercado.” (p. 224). Los historiadores “maximalistas” sometieron a crítica [ver más adelante en ficha] esta afirmación.

Ø  En segundo lugar (…) los desposeídos continuaron siendo una nutrida clase urbana y rural a la que en tiempos de crisis se unían los jornaleros del campo y obreros urbanos en paro.” (p. 216). Bajo el Antiguo Régimen, los pobres dependían de la asistencia eclesiástica (una especie de caridad azarosa y poco adecuada). En 1791, la Asamblea Nacional abolió el diezmo y vedó las propiedades eclesiásticas; la Iglesia perdió la capacidad de implementar la caridad. En 1794 la situación empeoró, porque los gobiernos que sucedieron a los jacobinos eliminaron los controles de precios y las medidas de bienestar social implementadas por éstos. Malas cosechas, inviernos rigurosos: todo agravó la situación de los pobres urbanos. Napoleón I restauró a la Iglesia, pero nunca recuperó los recursos para implementar una caridad semejante a la anterior a 1789 (que ya era insuficiente).

Ø  “En tercer lugar, Francia siguió siendo una sociedad jerárquica y profundamente desigual, aunque en la nueva jerarquía el mejor indicador de mérito personal fuese la riqueza más que el apellido familiar.” (p. 217).

Ø  “Por último, los minimalistas argumentan que el estatus inferior de la mujer apenas experimentó cambio alguno, al contrario, se afianzó.” (p. 218).

Los historiadores “maximalistas”:

Estos historiadores, entre los que se cuentan Albert Soboul (1914-1982) y Gwynne Lewis (1933-2015) sostienen que la Revolución “fue profundamente transformadora”. En este sentido, “aducen que la revolución fue un triunfo para la burguesía y para los campesinos terratenientes. Por otro lado, la revolución transformó las estructuras institucionales de Francia; es más, el significado mismo de la propia «Francia». Condujo también a cambios perdurables en la naturaleza de la Iglesia y de la familia.” (p. 221).

Los “maximalistas” ponen el acento en los siguientes cambios:

Ø  Hasta 1789 no existía el concepto actual de Francia. Las personas expresaban su lealtad a una región: “la unidad de Francia se debía tan sólo a la pretensión de la monarquía de que aquél era su territorio y los habitantes sus súbditos. La mayor parte de la gente no hablaba francés en la vida diaria y recurría a las élites de las ciudades como Toulouse, Rennes y Grenoble para que les defendiesen contra las crecientes exigencias de la corona en lo relativo a impuestos y reclutamiento.” (p. 221). La centralización monárquica se había logrado al costo de tolerar un mosaico de privilegios locales y regionales, exenciones y derechos.

“En vísperas de la revolución, todos y cada uno de los aspectos de las instituciones de la vida pública – en la administración, en las costumbres y medidas, en las leyes, en los impuestos y en la Iglesia – estaban marcados por exenciones regionales y privilegios. No sólo se beneficiaban de privilegios legales y contributivos el clero, la nobleza y ciertas organizaciones corporativas como los gremios, sino que las provincias tenían también sus propios códigos legales, grados de autogobierno, niveles de contribución, y sistemas de moneda, pesos y medidas.” (p. 221).

La Revolución modificó todo eso (1789-1791). El territorio francés fue dividido en 83 departamentos, administrados todos del mismo modo. Fue impuesto un sistema nacional de pesos, medidas y moneda basado en las nuevas medidas decimales. Se conformó un mercado nacional, aboliendo los peajes que se pagaban a las ciudades y a los nobles; se suprimieron las aduanas internas. Se estableció un único y uniforme código legal. Se establecieron impuestos proporcionales a la riqueza del contribuyente, especialmente sobre sus propiedades en tierras.

La Revolución acompañó la unidad administrativa con el desarrollo de una “entidad emocional, «la nación», basada en la ciudadanía.” (p. 222). Asumió “que todos los individuos era ahora en primer lugar y ante todo ciudadanos franceses, miembros de la nueva nación.” (p. 222).

Ø  La Revolución perjudicó a muchos burgueses. Este fue el caso de las ciudades costeras, que decayeron como consecuencia de las guerras, los bloqueos marítimos y la temporal abolición de la esclavitud (1794-1802). En 1815 el comercio externo francés era sólo la mitad del volumen de 1789, y recuperó los niveles prerrevolucionarios recién hacia 1830. Sin embargo, en otras ciudades florecieron las industrias del algodón, del hierro y del carbón, como resultado del bloqueo napoleónico, que protegió a la industria nacional de las importaciones británicas.

“La esencia del capitalismo es una producción orientada al mercado por grandes y pequeños empresarios en la ciudad y en el campo para obtener beneficios. [Agregar: la separación del productor directo y los medios de producción – la expropiación de los trabajadores -]. Aunque muchos empresarios, especialmente en los puertos de mar, sufrieron verdaderamente durante la revolución, en un sentido más general, ésta aceleró cambios fundamentales para la naturaleza de la economía francesa, cambios que facilitarían las prácticas capitalistas. Desde 1789 hubo una serie de cambios institucionales, legales y sociales que crearon el ambiente propicio en el que prosperaría la industria y la agricultura capitalista. La ley de libre empresa y libre comercio (laissez faire, laissez passer) de la revolución garantizó a los fabricantes, granjeros y comerciantes el poder dedicarse a la economía de mercado sabiendo que podían comerciar sin los impedimentos de las aduanas interiores y los peajes, ni los diferentes sistemas de medidas y una infinidad de códigos legales.” (p. 226).

Entre las leyes que resultaron fundamentales para el desarrollo capitalista, la principal fue la ley de Le Chapelier (junio, 1791), que declaraba ilegales las asociaciones de trabajadores. Napoleón I restableció el livret, una cartilla que llevaban los trabajadores durante el Antiguo Régimen y en la que se detallaban su historia laboral y su conducta.

La venta de tierras de la Iglesia aceleró el cambio económico en el campo. Alrededor de un 20 % de las tierras cambió de manos a consecuencia de la expropiación de la Iglesia y de los emigrados. En 1793 se concretó la abolición final de los tributos feudales, que “hizo que los ingresos que los nobles obtenían de sus propiedades procedieran a partir de entonces de los alquileres que imponían a los arrendatarios y aparceros o de la explotación directa de las tierras de los nobles por parte de capataces que contrataban jornaleros. Ahora la base de la riqueza rural era el uso eficiente de los recursos agrícolas más que el control sobre las personas.” (p. 227 – la bastardilla es mía – AM-).

Los campesinos dueños de tierras fueron “los beneficiarios directos y más sustanciales de la revolución” (p. 227). “Tras la abolición de los tributos feudales y del diezmo eclesiástico, ambos normalmente pagados en especie, los granjeros se vieron en una posición inmejorable para concentrarse en el uso de las tierras para cultivos más productivos.” (p. 227). Los efectos de las reformas y de las guerras napoleónicas fueron dispares en el campo. Hubo resistencia de los campesinos pobres, que lucharon por retener los derechos colectivos a la tierra. Sin embargo, el historiador ruso Ado afirma que los obstáculos más fuertes al progreso del capitalismo en la agricultura estuvieron relacionados con la supervivencia de grandes propiedades arrendadas en alquileres a corto plazo o por aparceros. (p. 228-229). Otro de los beneficios obtenidos por los campesinos terratenientes consistió en liberarse de las ciudades que parasitaban el campo de sus alrededores (los campesinos debían pagarles tributos feudales y el diezmo al cabildo catedralicio, a las órdenes religiosas y los nobles residentes).

Los campesinos adoptaron una nueva actitud. Se produjo “un cambio revolucionario en las relaciones sociales rurales, expresadas en la conducta política después de 1789. La autoridad social que muchos nobles conservaban en la comunidad rural estaba ahora basada en la estima personal y el poder económico directo sobre los subordinados más que en las pretensiones de deferencia debidas a un orden social superior.” (p. 230).

Ø  McPhee plantea el problema de si los cambios institucionales favorables al desarrollo del capitalismo derivaron en el acceso al poder de una nueva clase social. (p. 232). Los “minimalistas” señalan la preeminencia económica de la vieja nobleza: “A pesar de la pérdida de los derechos de señorío y de tierras, en el caso de los emigrados, los nobles permanecieron en la cúspide de la posesión de tierras y la posesión de tierras siguió siendo la mayor fuente de riqueza en Francia.” (p. 232). McPhee acota que, no obstante lo anterior, la pérdida de los tributos feudales, de las rentas y de los peajes fue enorme.

“Sin embargo, los acaudalados supervivientes de la élite de terratenientes del antiguo régimen eran ahora sólo una parte de una élite mucho más amplia que incluía a todos los ricos, fuera cual fuese su extracción social, y abarcaba a los burgueses de la agricultura, negocios y administración. La rápida expansión de la burocracia después de 1789 derribó barreras en el reclutamiento y ofreció oportunidades a los jóvenes burgueses capaces. Más que en las décadas de 1780 y 1790, la clase gobernante a principios del siglo XIX unió a los que se encontraban en la cima del poder económico, social y político.” (p. 232). La clase en el poder estaba integrada por viejos “notables” del Antiguo Régimen y los nuevos hombres que habían aprovechado las oportunidades brindadas por la venta de las tierras de la Iglesia, la disponibilidad de contratos con el ejército y las nuevas libertades ofrecidas por la abolición de los gremios.

Aquellos que tomaron la iniciativa en la creación de la nueva Francia después de 1789 fueron los burgueses, ya fueran profesionales, administrativos, comerciantes, terratenientes o fabricantes. Para ello la revolución representó los cambios necesarios en las estructuras políticas y en los valores sociales dominantes para que se reconociese su importancia en la vida de la nación.” (p. 232; la bastardilla es mía – AM-).

Ø  La Iglesia Católica fue devastada por la Revolución. Desapareció la práctica casi universal entre los católicos franceses de ir a misa todos los domingos. Miles de pueblos se encontraron sin sacerdote y sin educación eclesiástica. “La Iglesia católica emergió de la revolución sin sus vastas propiedades, internamente dividida entre aquellos que aceptaron la revolución y los que huyeron al exilio durante años, y con varios miles de clérigos muertos prematuramente. La revolución había creado un estado laico, y aunque la restauración proclamara que el catolicismo era la religión estatal, un importante legado de la revolución fue la creación de una escala de valores entre los funcionarios según la cual su primordial lealtad era para el ideal de un Estado laico que trascendía los intereses particulares. La Iglesia católica ya no podía reclamar nunca más sus niveles prerrevolucionarios de obediencia y aceptación entre el pueblo.” (p. 236; la bastardilla es mía – AM-).

Ø  La Revolución afianzó el poder político a manos de los hombres. Se trató de una respuesta al accionar de los clubes políticos de mujeres en París y en las provincias. McPhee afirma que las mujeres (en especial las trabajadoras) jugaron un importante en las movilizaciones revolucionarias hasta 1794; sin embargo, obtuvieron muy poco. En 1792 se sancionó el divorcio; unas 30 mil mujeres se acogieron a esa legislación; en 1804, Napoleón modificó y recortó el divorcio; en 1816, la Restauración abolió toda posibilidad de divorcio. La inmensa mayoría de los políticos de todos los signos se negaron a conceder derechos políticos a las mujeres. Por ejemplo, durante el Terror, el periódico del gobierno, LA FEUILLE DU SALUT PUBLIC, preguntaba:

“Mujeres, ¿queréis ser republicanas? Amad, respetad y enseñad las leyes que conminan a vuestros maridos y a vuestros hijos a ejercer sus derechos…nunca asistáis a las asambleas populares con el deseo de hablar allí.”

La Revolución sancionó para las mujeres el derecho a heredar en términos de igualdad con sus hermanos varones y de firmar contratos legales, si estaban solteras. Esta legislación sobrevivió al Imperio.

El Código Civil de 1804 prohibió a las mujeres casadas a firmar contratos legales independientemente. “Estaban sometidas como antes de 1789 a la autoridad del padre, y después a la de su marido. En lo sucesivo, las esposas tan sólo podrían solicitar el divorcio si la amante del marido entraba en el hogar conyugal. En cambio, el simple acto de adulterio por parte de la esposa bastaba para que el marido pudiera presentar una demanda, y la mujer adúltera podía incluso ser encarcelada durante dos años. Esta ideología de la autoridad patriarcal se extendía a los hijos, pues los padres estaban autorizados a reclamar la detención de los hijos durante un mes si eran menores de 16 años, y durante seis meses, si tenían entre 16 y 21 años.” (p. 239).

Conclusiones:

McPhee concluye que ningún francés adulto vivo en 1804 “tenía duda alguna de que habían pasado por un levantamiento revolucionario. A pesar de que los historiadores minimalistas insisten en que estaban equivocados, un examen de las consecuencias sociales, políticas y económicas de la revolución nos indica que que no era una ilusión.” (p. 239).

“El mejor indicador de los resultados de la revolución es comparar los cahiers de doléances de 1789 con la naturaleza de la política y sociedad francesa en 1795 o 1804. Por último, los cambios sociales que acarreó la revolución perduraron porque correspondían a algunas de las más profundas reivindicaciones de la burguesía y del campesinado en sus cuadernos: la soberanía popular (aun sin alcanzar la plena democracia), la igualdad civil, las profesiones abiertas al «talento», y la abolición del sistema del señorío. A pesar del resentimiento popular manifestado en relación a las guerras, al reclutamiento, y a la reforma de la Iglesia en muchas regiones, especialmente en 1795-1799, nunca hubo la menor posibilidad de que las masas apoyasen un retorno al antiguo régimen. Al mismo tiempo, las frustradas aspiraciones de la clase trabajadora en 1795, y la potencia de la tradición revolucionaria que habían creado, hicieron que el nuevo régimen no se instalara sin oposición, como muestran las revoluciones de 1830, 1848, y 1870-1871.” (p. 239-240).

Villa del Parque, viernes 27 de abril de 2018

martes, 24 de abril de 2018

EL ASCENSO DEL NACIONALISMO EN EUROPA (1815-1871): NOTAS SOBRE UN TEXTO DE DUROSELLE




El historiador francés Jean Baptiste Duroselle (1917-1994) es autor de la obra Europa de 1815 a nuestros días: Vida política y relaciones internaciones (Barcelona, Labor, 1967). El capítulo III de la obra, base de estas notas, se titula “Nacionalidad contra legitimidad” (pp. 22-35).

El orden europeo surgido del Congreso de Viena (1815) se basaba en el principio de legitimidad dinástica y dejaba de lado el principio de la nacionalidad. Cabe recordar que el sentimiento nacional había surgido tanto por las ideas de la Revolución Francesa como por el odio al conquistador francés.

“El sentimiento nacional obliga a que la comunidad de hombres a la cual se pertenece tenga su propio gobierno.” (p. 22).

Al momento de definir qué se entiende por comunidad nacional existen dos escuelas: A) la escuela alemana, “considera a la nacionalidad como un producto de los fenómenos inconscientes e involuntarios: en esencial, la lengua materna y las tradiciones populares.” (p. 22); B) la escuela francesa, “considera que la nacionalidad se funda sobre un fenómeno consciente y voluntario: el deseo de pertenecer a tal nación o a tal otra, deseo expresado de diversas maneras: plebiscitos, elecciones, votos de los representantes de la población.” (p. 22).

El Congreso de Viena sancionó la división de la nación alemana en 39 Estados y la de la nación italiana en 7; confirmó la existencia del Imperio austríaco, Estado plurinacional con austríacos de habla alemana, checos, eslovacos, polacos, eslavos del sur (eslovenos, croatas, serbios), búlgaros, rumanos e italiano; Imperio otomano, otro Estado plurinacional, con turcos, griegos, búlgaros, eslavos del sur (sobre todo serbios), albaneses y rumanos. En el resto de Europa hay nacionalidades sometidas: Irlanda al Reino Unido; Noruega a Suecia; los alemanes del Schleswig y del Holstein al reino de Dinamarca; los finlandeses, los bálticos y los polacos a la Rusia zarista. Además, otra parte de los polacos estaban sometidos a Prusia.

A partir de 1815, el sentimiento nacional se convirtió en una fuerza política. “Al movimiento intelectual se sobreponen los movimientos políticos reformistas o revolucionarios. En resumen, por todas partes surge una potencia nueva, y todos los que miran hacia el futuro consideran con simpatía este estremecimiento de la libertad y de la dignidad humana.” (p. 24). [El lirismo no calza bien con la ciencia, sobre todo cuando sirve para ensalzar abstracciones como la “libertad” y la “dignidad” HUMANAS. Así, con mayúsculas, de tan abstractas.]

 Podemos distinguir dos fases en la lucha entre nacionalidad y legitimidad: 1815-1851, la reacción se impone sobre la nacionalidad; 1851-1871, triunfo del principio de las nacionalidades.

Las relaciones internacionales desde 1815 a 1851:

El movimiento nacionalista se extendió inicialmente por el Imperio Otomano. Cuestión de Oriente: las potencias europeas disputaban en torno al control turco del acceso a los Estrechos. Gran Bretaña defendió la integridad territorial del Imperio, en tanto que Rusia procuraba conquistar Estambul. Todo ello en el marco de la decadencia del viejo Imperio Otomano. Serbia logró su autonomía, luego de un levantamiento contra los turcos (1815-1817; constitución del Principado de Serbia). Grecia se sublevó en 1821 y, luego de una larga guerra, logró su independencia en 1830.

La Revolución Francesa de 1830 debilitó el esquema de poder instaurado por el Congreso de Viena. Bélgica se sublevó ese mismo año contra los Países Bajos. “Es notable el hecho de que este Estado haya sido formado por habitantes que hablan dos lenguas, el francés los valones y el neerlandés los flamencos. La revuelta contra la dominación holandesa partió tanto de flamencos como de valones, y ambos grupos acogieron con satisfacción la independencia. (…) La nación belga  es, pues, el resultado de la voluntad popular y no de la lengua.” (p. 22-23). Bélgica se convirtió en una monarquía constitucional; su rey fue Leopoldo I, de la familia de Sajonia-Coburgo. Gran Bretaña y Francia (los primeros querían el mantenimiento de la unión de Bélgica y los Países Bajos; los segundos, la incorporación de Bélgica a la nación francesa), se pusieron de acuerdo (puede hablarse de la primera Entente cordiale.

La Cuestión de Oriente volvió a enfrentar a Gran Bretaña y Francia. Mohammed Alí, bajá de Egipto y protegido de Francia, llevó adelante una política de modernización y desarrolló una política autónoma respecto al Imperio Otomano. En 1833 derrotó a los otomanos y se apoderó de Siria. El Tratado de Unkiar Skelessi (1833), convirtió a Turquía en una especie de protectorado ruso. En 1839 los egipcios volvieron a derrotar a los turcos. Gran Bretaña maniobró y logró que Turquía se convirtiera en protectorado colectivo. En 1841, la Convención de los Dardanelos forzó a Mohammed Alí a devolver sus conquistas y sólo se le permitió conservar Egipto, a título hereditario. Gran Bretaña impidió tanto el fortalecimiento de la influencia francesa como el acceso de Rusia a los Dardanelos.

Desde el punto de vista del nacionalismo, las Revoluciones de 1848 tuvieron las siguientes consecuencias: 

a)    El fracaso de la tentativa de unificación de Italia. El reino de Piamonte intentó lograr por sus propios medios la expulsión de los austríacos y fue derrotado. A partir de 1850, la política piamontesa (liderada por Cavour) va a consistir en buscar la alianza de una gran potencia. Además, quedaron descartadas las alternativas de unificación en una confederación italiana presidida por el Papa, o en torno a una república. La unidad de Italia pasó a ser concebida cada vez más como la anexión de toda Italia a Piamonte.

b)    El fracaso de la unidad de Alemania. Los republicanos fracasaron en la concreción de la unidad. Quedaron claras tres opciones: 1) la unidad por voluntad popular, independientemente de los soberanos; 2) la unidad alrededor de Austria, reforzando la Confederación Germánica de 1815. Era el proyecto de la “Gran Alemania”, con la incorporación de Austria y todas las poblaciones de su Imperio, con Prusia en un segundo plano; 3) la unidad alrededor de Prusia, excluyendo al Imperio Austríaco. Era el proyecto de la “Pequeña Alemania”.

c)  El Imperio Austríaco demostró su fortaleza al sobrevivir a las Revoluciones (sublevación de Viena, insurrección de Hungría y de Italia). Esto congeló durante varias generaciones las aspiraciones de independencia de las nacionalidades que habitaban su vasto territorio.

Las relaciones internacionales desde 1851 a 1871:

“El fracaso de las revoluciones, ayudado por la prosperidad económica, apaciguó los movimientos populares durante algún tiempo. Los jefes de Estado, al gozar de una libertad de maniobra más amplia, jugaron un papel más personal, más decisivo.” (p. 29). Duroselle destaca el papel de Napoleón III y Cavour hasta 1861; de Napoleón III y Bismarck después de 1862.

Napoleón III fue el primer jefe de Estado de una gran potencia que “creyó en el principio de las nacionalidades”. Alentó la independencia italiana e incluso la alemana.

Guerra de Crimea (1853-1856). Rusia, que ambicionaba ocupar los Estrechos, se enfrentó a Gran Bretaña, Francia y Turquía, sufriendo una dura derrota. El Congreso de la Paz (1856, París) convirtió a Francia en árbitro de los asuntos europeos. Rumania se convirtió en prácticamente independiente. Gran Bretaña consiguió que Rusia quedara excluida de los Dardanelos y la neutralización del Mar Negro. Cavour, que había enviado un pequeño ejército a la guerra contra Rusia, fue aceptado en la Conferencia y allí planteó la “Cuestión italiana”.

Cavour selló una alianza con Napoleón III para lograr la liberación de Italia mediante la anexión a Piamonte de Lombardía y Venecia. Guerra contra Austria, victorias franco-piamontesas en Magenta y Solferino (1859). El tratado de paz cede Lombardía a Piamonte, pero no Venecia. Una insurrección en Romaña permitió la intervención piamontesa; Francia aceptó la incorporación a Piamonte de esta región a cambio de la anexión de Saboya y Niza. Finalmente, el sur de Italia (sublevación de Garibaldi), se incorporó a Piamonte; en marzo de 1861 se proclamó el reino de Italia. Posteriormente, se incorporarían el Véneto (1866) y Roma (1870).

Bismarck se convirtió en primer ministro de Prusia en 1862. Su proyecto era el de la “Pequeña Alemania”. Construyó un poderoso ejército y realizó la unificación mediante tres guerras: 1) contra Dinamarca, por los ducados de Schlesvig y Holstein (1864), que culminó con la anexión a Prusia de esos ducados; 2) contra Austria (1866), que permitió la exclusión del Imperio Austríaco y la disolución de la Confederación germánica; 3) contra Francia (1870-1871), que terminó con la anexión de Alsacia y Lorena y la proclamación del Reich alemán.


Villa del Parque, martes 24 de abril de 2018

domingo, 22 de abril de 2018

LA RESTAURACIÓN (1815-1848): APUNTES SOBRE UN TEXTO DE P. VILLANI






Pasquale Villani (1924-2015), historiador italiano, es autor de la obra La edad contemporánea, 1800-1914, cuya traducción española (realizada por Salvador del Carril) fue publicada en Barcelona por la editorial Ariel en 1996.

El capítulo 2 de la obra (titulado “La Restauración”; pp. 53-93) presenta un balance de la política de Restauración emprendida por las potencias europeas luego de la derrota de Napoleón I en Waterloo (1815).

Villani destaca que “no se puede identificar la época de la Restauración con el retorno al absolutismo monárquico. Las situaciones preexistentes, la experiencia y el sentido político de los monarcas restaurados, el ejemplo y las presiones de las grandes potencias, el grado de consolidación de las reformas ejecutadas en los años de la revolución y del dominio napoleónico determinaron las formas de la Restauración y su siguiente evolución”. (p. 59; el resaltado es mío – AM-).

Hay que distinguir entre los países que fueron ocupados por Francia durante el período napoleónico y aquellos que permanecieron independientes. En los primeros, “los gobernantes franceses, sobre todo los de la época napoleónica, introdujeron algunas reformas institucionales y sociales y modificaron, por no decir modernizaron, la administración del Estado; abolieron lo que quedaba de las instituciones feudales y los privilegios de la nobleza y del clero; encaminaron o alentaron, confiscaron o vendieron muchos bienes eclesiásticos, y uniformaron la legislación civil según las normas del Código napoleónico.” (p. 59). Entre los países ocupados por poco tiempo y que ofrecieron gran resistencia al invasor (España y Prusia), la búsqueda de eficacia en la guerra de liberación generó cambios significativos, que condujeron a “reforzar la conciencia y la identidad nacional en una amplia base popular.” (p. 59). En Rusia y los territorios hereditarios del Imperio de los Habsburgos, hubo pocos cambios en las estructuras institucionales y sociales.

¿Cómo se gestó el orden político de la Europa post-napoleónica?

§  Marzo de 1814 = Tratado de Chaumont. Las cuatro potencias de la Coalición (Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia) se comprometieron a mantener durante 20 años los acuerdos y el orden político-territorial que se fijaría en los acuerdos de paz.

§  Octubre de 1814 – Septiembre de 1815 = Congreso de Viena. Participaron todos los Estados europeos, pero las líneas principales del nuevo orden fueron fijadas por la Cuádruple Alianza (las cuatro potencias mencionadas arriba) + Francia, dado su potencial humano y militar. Austria y Gran Bretaña se apoyaron en Francia para hacer frente a los reclamos territoriales de Rusia (reclamaba toda Polonia) y Prusia (reclamaba Sajonia). Promovió el principio de legitimidad dinástica (rearmar el mapa europeo en base a las dinastías reinantes en antes de 1789, pues las monarquías hereditarias eran consideradas el principal elemento de estabilidad), siempre y cuando no afectara los intereses de las potencias. Los pueblos que habían impulsado la revuelta contra Napoléón fueron dejados de lado. Las potencias comprendieron que no podía volverse sin más al orden previo a las reformas institucionales y sociales instauradas durante la época napoleónica. [1] Austria se convirtió en el soporte del sistema europeo, tanto por la extensión y centralidad geográfica de su imperio, como por su predominio absoluto en Italia y por la presidencia de la Confederación Germánica (organismo creado para llenar el vacío dejado por la desaparición del Sacro Imperio Romano [2]). Metternich (1773-1859), diplomático y político austríaco, se convirtió en el principal artífice del nuevo orden europeo.

§  El renacimiento católico, una de cuyas manifestaciones fue la alianza renovada entre el trono y el altar. “La concepción de una sociedad respetuosa de las jerarquías sociales y de las autoridades políticas consagradas y protegidas por el aval de la Iglesia debía favorecer el retorno al orden y su mantenimiento. En cualquier caso, el clero secular desempeñaba funciones complementarias propias de la policía, y debía certificar la buena conducta de los súbditos. Los párrocos de campaña, especialmente, podían ejercer una influencia que resultaba muy útil al poder central.” (p. 57-58).

§  Se estableció un sistema de congresos periódicos, es decir, reuniones de las grandes potencias, garantes del orden establecido en Viena. Se celebraron congresos en Aquisgrán (otoño de 1818), Troppau (octubre de 1820) y Verona (octubre de 1822).

Luchas contra la Restauración:

La lucha contra la Restauración, encarnada en las ideas liberales y constitucionales, era sostenida por “algunos círculos intelectuales y por miembros de las clases medias (…), es decir, por las nuevas capas de propietarios y por los comerciantes y artesanos, cuyo número había crecido en la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, y habían madurado políticamente a través de experiencias directas o indirectas de la Revolución Francesa, la ocupación y las guerras napoleónicas.” (p. 61).

En los países en los que no había libertad de prensa y garantías constitucionales, se conformaron sociedades secretas (la más conocida es la de los carbonarios). En ellas confluían masones, jacobinos e igualitaristas. Los más radicales entre los liberales eran los jóvenes intelectuales, sobre todo los estudiantes universitarios, y los oficiales y suboficiales del ejército.

El orden instaurado por el Congreso de Viena era frágil, debido a la diversidad de situaciones económicas, políticas y sociales existentes en Europa. Fue puesto en cuestión por una ola de revoluciones que se desarrollaron entre 1820-1821:

·        Alemania: manifestación de estudiantes, profesores y periodistas en Warburg (Turingia, 1817). Asesinato del dramaturgo Kotzebue (informante del zar Alejandro I) por un estudiante en 1819. Resultado: la Dieta Confederal de Frankfurt promulgó los decretos de Carlsbad, que instauraron una censura de prensa más rigurosa y un mayor control policial.

·      España: Fernando VII restauró el absolutismo en 1814 y revocó la Constitución liberal proclamada en Cádiz en 1812. La restauración católica y aristocrática chocó contra la reacción del ejército concentrado en Cádiz para aplastar las revoluciones latinoamericanas. En enero de 1820 se sublevaron contra Fernando VII, que debió restablecer la Constitución de Cádiz.

·        Italia: Rebelión del ejército y de los carbonarios (que tenían fuerte apoyo entre la clase media de las provincias) contra el rey Fernando de Nápoles, que concede para su reino la Constitución de Cádiz. En marzo de 1821 la rebelión se extendió al Piamonte, pero fue aplastada porque la mayoría del ejército se mantuvo fiel al rey Carlos Félix.

·       Portugal: en agosto de 1821 se produjo una rebelión contra Juan VI de Braganza, que había retornado del Brasil.

Austria se encargó a aplastar la revolución en el reino de Nápoles mediante una intervención militar (que actuó también en Piamonte). Los revolucionarios, divididos entre  la tendencia democrática liderada por los carbonarios provinciales (pequeña y mediana burguesía propietaria de tierras y capas intermedias), y el grupo dirigente, partidario de una monarquía limitada por instituciones representativas.

Francia, que luego del cese de la ocupación militar de las potencias coligadas (Congreso de Aquisgrán, otoño de 1818), ocupó progresivamente un papel importante en la Santa Alianza (Austria, Prusia y Rusia), aplastó la rebelión española con un cuerpo expedicionario que casi no encontró resistencia (agosto de 1823, ocupación de Cádiz por los franceses).

A pesar del fracaso del ciclo revolucionario de 1820-1821 (y del éxito del sistema de la Restauración en suprimir las rebeliones), se produjeron dos grietas significativas en el orden instaurado en 1815: a) la independencia de Grecia (1829), convertida en monarquía constitucional luego de una lucha iniciada en 1821; b) la independencia de las colonias de España en América en 1824 (con excepción de Cuba y Puerto Rico), luego de una serie de guerras de independencia comenzadas en 1810. [3]

Luchas políticas y sociales en Inglaterra (1815-1832):

Gran Bretaña constituía la excepción más notoria al absolutismo monárquico que procuró restablecer el Congreso de Viena. La Revolución Industrial, iniciada en el último tercio del siglo XVIII, generó nuevos problemas económicos, sociales y políticos. El sistema político inglés estuvo a la altura de los desafíos, mostrando capacidad “para absorber sin fracturas revolucionarias las fuerzas y presiones de la opinión pública radical y de las capas populares” (p. 75).

La política inglesa estaba dominada por dos partidos, el conservador (tory) y el liberal (whig). “Ambos partidos, o mejor, ambos grupos, no diferían mucho en su base social, esencialmente constituida por algunas grandes familias aristocráticas, ni en la organización, que carecía de estructuras rígidas y permanentes, como sería luego las de los verdaderos partidos de masas. Sólo se trataba de distintas tradiciones y posiciones políticas con matices que, en los momentos de crisis, podían originar fuertes divergencias y enfrentamientos, pero que generalmente se mantenían en los límites de un moderado debate parlamentario.” (p. 73). [4]

El partido conservador se mantuvo en el poder durante un largo período, debido a que la oligarquía dominante consideró que era la mejor opción para enfrentar a la Revolución Francesa y a Napoleón.

Las principales luchas políticas del período fueron:

·  El ascenso del movimiento obrero. 1815 marcó el comienzo de la primera crisis económica “moderna”. Cayeron las ventas de la industria manufacturera, creció la desocupación y aumentó el descontento de los trabajadores. Auge del movimiento luddita, centrado en la destrucción de las máquinas, consideradas enemigas de los trabajadores. Manifestaciones en Manchester, reprimidas por el ejército (matanza de Peterloo, 1819). La respuesta del gobierno conservador de Lord Liverpool fueron las Six Acts (1819), leyes que restringieron la libertad de reunión y de prensa, y que establecieron procedimientos abreviados para los delitos contra el orden público. Sin embargo, la tendencia represiva cedió el paso al inicio de algunas reformas (ascenso a las primeras filas de los conservadores de políticos como Robert Peel y George Canning): en 1824 fueron suprimidas las Combinations Laws, que limitaban el derecho de organización, prohibiendo en los hechos la organización de sindicatos obreros (Trade Unions). Surgieron las primeras organizaciones sindicales, aunque las huelgas y la recolección de fondos de solidaridad siguieron prohibidas. Hay que tener presente que hasta 1830 los obreros de las fábricas eran una minoría dentro del movimiento de los trabajadores. Entre 1815-30 el eje del movimiento pasaba por pequeños tejedores, zapateros, talabarteros, libreros, tipógrafos, albañiles, maestros artesanos o tenderos. Ellos aportaban ideas, métodos organizativos y los dirigentes de las luchas. [5]

·  Lucha contra la discriminación política de los disidentes protestantes y los católicos. Si bien estaba garantizada la libre expresión de ambos grupos, la clase dominante formada por los propietarios y el clero anglicano les cerraba el acceso a los cargos públicos. En 1828 las Test and Corporation Acts permitieron a los disidentes protestantes (metodistas, inconformistas, etc.) a cubrir los más altos cargos civiles y militares. El caso de los católicos implicaba suavizar las relaciones con Irlanda, colonia inglesa. Había un centenar de representantes irlandeses en el Parlamento británico, pero todos eran protestantes. Daniel O’Connell, católico irlandés, fue elegido al Parlamento en 1828 y la élite conservadora aceptó su ingreso, para evitar una rebelión en Irlanda. Se aprobó la ley de emancipación, que permitió que los católicos ocuparan todos los cargos públicos, con excepción del de Lord Canciller y virrey de Irlanda.

·   Reforma electoral: Fue promovida por los reformadores radicales y los whigs. Los cambios demográficos generados por el desarrollo económico habían dejado obsoleto el sistema electoral inglés. Muchas ciudades industriales (ejemplo: Manchester) no contaban con representantes en el Parlamento, mientras que pueblos casi despoblados (los llamados “arrabales o burgos podridos”) elegían parlamentarios. Eso favorecía a la elite de grandes propietarios, pero acentuaba las tensiones sociales. En 1830 los whigs llegaron al gobierno y promovieron una reforma electoral, sancionada en junio de 1832, con el apoyo de una parte de los conservadores (el grupo de Peel). Mantenía el criterio censitario, pero creaba nuevas circunscripciones electorales y extendía el derecho a voto a los locatarios que superaran un arriendo de 10 libras. El número de electores pasó de 500 mil a 800 mil, salto importante si se tiene en cuenta que en Francia, bajo Luis Felipe, había 200 mil votantes (y Francia tenía una población mayor que Gran Bretaña). El éxito de la batalla política desplegada en torno a la Reforma Electoral alentó nuevas luchas.

·   Nuevo ascenso del movimiento obrero: El éxito del movimiento por la Reforma Electoral dio un espaldarazo a una nueva oleada de protestas obreras. Por un lado, se luchó por regular la jornada laboral y el trabajo de niños y mujeres. El principal inconveniente era la imposibilidad de constituir sindicatos nacionales y unitarios (la Grand National Consolidated Trade Union terminó en un fracaso). En 1833 se sancionó la Factory Act, que regulaba el trabajo de menores. Sin dudas, el movimiento más espectacular de la clase obrera fue el cartismo. La People’s Charter, redactada luego del fracaso de las tentativas de unión nacional de las Trade Unions y en medio de una nueva crisis económica (1836-1839), exigía el sufragio universal masculino, elecciones todos los años y un salario para los diputados. La petición fue firmada por 1.250.000 personas y presentada en el Parlamento en 1839. Ni siquiera fue discutida. En 1842 se presentó una segunda petición, firmada por 3.330.000 personas, también rechazada por el Parlamento.

·    Debate sobre las leyes de los granos: Cabe recordar que los grandes propietarios habían promovido las Corn Laws, que ponían grandes aranceles a las importaciones de granos. Eso encarecía los alimentos y los salarios. Algunos empresarios comenzaron un movimiento por la derogación de esas leyes, con sede en Manchester (la Anti-Corn Law League). Los conservadores defendieron los intereses unidos de la aristocracia partidaria y de las clases agrarias. La carestía de 1845-1847 (que provocó una hambruna en Irlanda) aisló a los conservadores. Peel se sumó a los liberales y en 1846 fue aprobada la ley que abolía el impuesto al grano. Triunfo del liberalismo.

Francia, desde la Restauración a la Revolución de Julio (1815-1830):

Luis XVIII, restaurado en el trono en 1814, comprendió que era imposible el retorno al absolutismo. Concedió una Carta Constitucional, que aseguraba la posibilidad de debates abiertos y una opinión pública más o menos libre. El Parlamento estaba conformado por una Cámara de Pares nombrada por el rey, y por una Cámara de Diputados, electiva, con diputados que tenían un mandato de 5 años; no tenía la facultad de proponer leyes, discutía, enmendaba o rechazaba las normas propuestas por el gobierno nombrado por el rey y solamente responsable ante el rey. El derecho de voto correspondía a quienes pagaban determinado monto por impuestos directos; estaba reservado a los mayores propietarios pertenecientes a la nobleza o a la nueva clase burguesa (en las elecciones de 1815 los inscriptos fueron unos 72000, los votantes menos de 49000).

Luis XVIII se apoyó para gobernar en políticos provenientes del período napoleónico. Entre 1816-20 se verificaron algunas reformas; se modificó la ley electoral, “el cuerpo electoral [quedó conformado por] una mayoría de medianos propietarios inmobiliarios, profesionales, comerciantes, pequeños industriales, las capas medias del campo y los caudillos provinciales.” (p. 81). Frente a los Ultra (el sector de políticos legitimistas – partidarios de la dinastía “legítima”, los Borbones –, se conformó un grupo partidario de ampliar las atribuciones del Parlamento.

En 1824 murió Luis XVIII y fue coronado Carlos X (conde de Artois y hermano del rey fallecido). El nuevo rey trató de restaurar el Antiguo Régimen: estimuló la recuperación de la Iglesia Católica, favoreciendo la recuperación de las propiedades expropiadas en la Revolución; decretó la pena de muerte por delito de sacrilegio; indemnizó con 1000 millones de francos a los emigrados.

El intento conservador de Carlos X encontró límites en la burguesía, fortalecida por el crecimiento económico. Las elecciones de 1827 dieron el triunfo a la oposición liberal. En julio de 1830, la ciudad de París se rebeló contra el monarca. Luego de tres jornadas sangrientas, el rey fue derrocado.

Luis Felipe, de la familia de Orleáns, asumió el trono. El nuevo gobierno mantuvo la Carta de 1814; se introdujeron enmiendas: se eliminó el preámbulo sobre los derechos del soberano y se abolió la censura de prensa. Posteriormente, se sancionaron leyes que ampliaron el número de electores (el cuerpo electoral pasó a 200 mil inscriptos, frente a una población de 30 millones de habitantes). “En el sistema constitucional censitario, el voto y la participación política no eran considerados un derecho del ciudadano, sino una función relacionada con su «capacidad», determinada generalmente por la propiedad u otros requisitos.” (p. 85).

En 1831 y 1832, el gobierno aplastó a la oposición republicana y al movimiento obrero  (sublevación de los trabajadores de Lyon). El gobierno era apoyado por “los círculos financieros, intelectuales y algunas capas de la burguesía del campo y la ciudad”. (p. 86). En junio de 1833, la ley Guizot obligó a los ayuntamientos a colaborar en la instrucción elemental impartiéndola gratuitamente a los alumnos más pobres. Tenía el objetivo de marginar al clero y promover la concepción liberal de la monarquía orleanista. La política pasó a ser dominada por dos intelectuales, Thiers y Guizot. “En la Cámara existía un acuerdo de fondo de la mayoría – expresión del cerrado y poderoso sector de los notables que sostenía al nuevo régimen – para la tutela de las libertades individuales que incluían en primer lugar la defensa de la propiedad y, luego, la libertad de iniciativa económica y laboral. Las agrupaciones de obreros y las huelgas se consideraban un impedimento al libre ejercicio de la iniciativa económica. El librecambismo de las clases dirigentes no llegaba hasta renunciar a las medidas proteccionistas que demandaban los agricultores y fabricantes. La fuerza de los notables residía especialmente en la renta y en las tradiciones familiares.” (p. 86).

Durante el reinado de Luis Felipe se produjo un importante crecimiento económico. Esto fortaleció todavía más a la burguesía y al movimiento obrero. Esto confluyó en 1848 en la caída de la monarquía.

Relaciones internacionales:

La Revolución francesa de 1830 creó expectativas entre los grupos radicales de toda Europa.

En octubre de 1830, Bélgica proclamó su independencia de Holanda e instauró una monarquía constitucional, coronando a Leopoldo de Sajonia Coburgo. Francia y Gran Bretaña reconocieron al nuevo Estado. Las monarquías absolutistas (Austria, Prusia y Rusia) aceptaron a la nueva monarquía, a cambio de tener manos libres en Polonia e Italia.

En Polonia estalló una sublevación contra Rusia (noviembre de 1830). Luego del éxito inicial, el ejército ruso aplastó fácilmente al movimiento. Varsovia capituló en septiembre de 1831.

Gran Bretaña e Inglaterra mantuvieron relaciones tensas, en buena medida debido al rechazo francés al régimen del libre cambio defendido por la burguesía inglesa. También influyó la llamada cuestión de Oriente, motivada por la guerra entre Egipto y el Imperio Otomano, que concluyó con el tratado de Unkiar Skelesi (julio de 1833). Este tratado impuso una especie de protectorado ruso sobre los otomanos.

En la misma época, Gran Bretaña intervino en China para abrir (en su favor) el comercio de opio. Los ingleses aplastaron a la flota China e impusieron el Tratado de Nankín, primer eslabón en la cadena de tratados que convirtieron a China en una semicolonia.

En síntesis, “aparecía claro (…) que si alguna vez, en la política de las grandes potencias, había tenido algún peso la oposición ideológica entre dos alineaciones, liberales por una parte y conservadores por la otra, ya no tenía ninguno. En lo que respecta a Inglaterra sobre todo, sus intereses por los asuntos europeos estaban cada vez más aparejados con los problemas que su desarrollo comercial y manufacturero y con el horizonte mundial de sus responsabilidades y empresas.” (p. 92).



Villa del Parque, domingo 22 de abril de 2018

NOTAS:
[1] El Congreso de Viena introdujo las siguientes modificaciones en el mapa europeo (la lista no es exhaustiva y se refiere únicamente a tres de las potencias vencedoras):

Austria, renunció a los Países Bajos Españoles (Bélgica y Luxemburgo), entregados a Guillermo I de Orange en recompensa por su alianza con Inglaterra; se anexó Venecia y conservó los demás territorios italianos.

Rusia recibió gran parte de Polonia (el zar Alejandro I la declaró reino autónomo), Besarabia (perteneciente al Imperio Otomano), Finlandia (cedida por Suecia).

Gran Bretaña recuperaba Hannover, antiguo dominio hereditario de la dinastía; obtuvo Malta y las islas jonias del Mediterráneo, la isla de Helgoland en el Mar del Norte, Tobago y Santa Lucía en las Antillas, Mauricio y Seychelles en el océano Índico. Compró a Holanda la colonia del Cabo, en Sudáfrica, y Ceilán, en el océano Índico.

El orden territorial instaurado en el Congreso de Viena sobrevivió, casi sin cambios, a los movimientos revolucionarios de 1830 y 1848-49. Sólo en 1854, con la guerra de Crimea, “se inició una nueva fase, marcada por los conflictos armados entre los Estados europeos, que puso fin al sistema vienés” (p. 88).

[2] Napoleón introdujo la Confederación del Rin, que implicó una simplificación y racionalización de los Estados Alemanes. Luego de 1814, no sólo quedó sancionada la desaparición del Sacro Imperio Romano, sino que de los más de 300 Estados existentes antes del período napoleónico, sólo sobrevivieron 30 con representantes en una dieta (Bundestag) que se reunía en Frankfurt con la presidencia de Austria.

[3] La independencia de América Latina contó con el apoyo de Gran Bretaña, que promovió el libre cambio y la división territorial en los nuevas naciones (se opuso al proyecto de Bolívar de crear una nación unificada a partir de la reunión de las antiguas colonias), y de EEUU, cuyo presidente Monroe lanzó en 1823 la doctrina homónima, “por la que cualquier intento de extender a cualquier región del hemisferio el sistema político de las potencias europeas era considerado un atentado a la paz y a la seguridad de los Estados Unidos.” (p. 71).

[4] Villani sugiere que los conservadores expresaban mejor que los liberales “los intereses de la restringida oligarquía de grandes propietarios” (p. 72).

[5] “Es dudoso que entre 1790 y 1830 se vaya formando una nueva conciencia de clase, «entendida como conciencia de una sustancial unidad de intereses entre todos los grupos de trabajadores opuesta a los intereses de otras clases». El nacimiento de las Trade Unions que superaban los límites de las organizaciones locales constituye la prueba histórica de esta nueva circunstancia, que se mezcla con el fenómeno más general de la amplia propagación de las asociaciones y de los proyectos utópicos.” (p. 77).